La España vacía, la de los ganaderos y agricultores, ha hablado. Lo hizo en Galicia, Aragón y País Vasco, con sendas manifestaciones, a principios de semana. Repitió el miércoles, con incidentes en Extremadura –hasta ocho detenidos en cargas policiales– y movilizaciones en La Rioja y Andalucía. Y lo hace, este jueves, en Castilla y León –a la espera del resto de España, que secundará las protestas la primera quincena de febrero (Madrid, Castilla-La Mancha, Cantabria y Murcia).

La ‘gente del campo’ ha alzado la voz contra el Gobierno de Pedro Sánchez –como antes lo hizo contra todos los ejecutivos. No pueden más. Están hartos de perder dinero explotando la tierra, de que les suban los costes de producción (SMI, incluido), de que les acusen de contribuir al cambio climático… Están hartos, en definitiva, de todo –y por todo.

“Si seguimos así, cerramos”, proclaman, entre las pancartas de las tres principales organizaciones agrarias (Asaja, Coag y Upa). Están al “límite”, confiesan. Necesitan las subvenciones. Sin ellas, morirían. Los precios de origen, cada vez, son más bajos; su renta, en los últimos tiempos, ha descendido un 9%; sus exportaciones fuera de España son cada vez más exiguas (veto ruso, aranceles americanos, Brexit…); y no compiten en “igualdad de condiciones” con sus ‘colegas’ extranjeros –denuncian. ¿Qué hacer, ante eso? “De momento, aguantar”, lamentan. Luchando, claro. Eso no lo negocian. EL ESPAÑOL habla con ellos en plenas movilizaciones.

Alejandro, indignado

Alejandro Aguado (Soria, 1993), pese a su juventud, también ha decidido dedicarse a trabajar el campo; en concreto, cereales y proteaginosas (guisantes secos, altramuz dulce, habas y haboncillos). El gusto lo heredó de su abuelo y de su padre, ambos agricultores. “El problema es que el precio es el de hace 30 años”, reconoce, en referencia al cereal. “Cada vez hay que echar más números, tienes que mirar las inversiones que se hacen...”, explica, con cautela.

Alejandro, agricultor soriano.

“Nos quejamos de que los productos que vienen de fuera no cumplen nuestra regulación”, prosigue. Pero también de lo que implica la subida del SMI. “Si yo pudiese pagar ese precio a un trabajador, pero no. Los impuestos son altísimos”, se queja. Y, por supuesto, está en contra de la “criminalización” a la que están siendo sometidos. “Parece que somos unos terroristas porque las vacas contaminan, pero luego todo el mundo quiere comerse un chuletón”, finiquita.

Sabe que, a su edad, lo tiene complicado. Por eso, pide que no paren las movilizaciones hasta que se logre algo. “Si no lo conseguimos esta vez, tendrán que ser más fuertes”. Da igual las horas que echen en el campo; dependen de los precios y la climatología. 

Nacho, imposible sin subvención

Nacho Sodric (Alcáñiz, 1984), a los 19, decidió seguir el camino de sus tíos, agricultores y ganaderos. Desde entonces, trabaja el campo junto a su primo. Eso sí, con dificultades. “Si nos quitan la subvención de la PAC (Política Agraria Común de la Unión Europea), nos retiramos”, lamenta, en conversación con EL ESPAÑOL. Está casado, tiene dos hijos –uno de cinco y otro de dos– y no lo pasa bien para llegar a fin de mes.

Tiene olivos, almendros y cereal. Es autónomo –como su primo– y no se atreve a contratar a nadie. “Los que vienen, son trabajadores por cuenta propia”, explica. Unos, los que le ayudan a podar, cobran 21 euros la hora (con motosierra incluida); y otros, los que van a la aceituna, reciben entre nueve y 10 euros la hora. No puede pagar más. “La subida del salario mínimo dispara un poco más los costes –que son ya de por sí elevados–”, se queja.

Nacho: "Sin subvenciones, nos retiramos"

“Con las subvenciones, vamos tirando, pero a estos precios no podemos trabajar”, recalca. ¿Y quién tiene la culpa? En gran medida, las grandes superficies. “Estamos en contra de las estrategias de Lidl (en referencia a su campaña del #preciobajismo) y de los supermercados, que al vender los productos tan baratos hacen que se ajusten los precios de origen”, explica.

A esto hay que sumarle las condiciones meteorológicas, no siempre idóneas. “Este año, con las nevadas, se nos ha destrozado el cultivo… Estamos luchando para que nos declaren la zona catastrófica”, cuenta. De lo contrario, lo pasará mal. Poco importa que trabaje todos los días –para cuidar también de los terneros que tiene junto a su primo– o que se deje el alma. Las cuentas no le salen a largo plazo. Ni a él ni a sus compañeros.

Feliciano, con 500€

Feliciano del Río (Palencia, 1965) es agricultor y ganadero; tiene cereales y ovejas. Empezó con 20 años en la explotación de su padre y desde entonces no ha parado. La situación, eso sí, ha ido a peor. “Antes no teníamos exigencias de ningún tipo. Vendías la leche para hacer queso y ganabas dinero. Después, entramos en la Unión Europea y todo cambió”, lamenta. Llegó la decadencia: “Aumentaron los costes y la rentabilidad fue bajando. En los últimos años, estamos perdiendo dinero”, se queja a este periódico.

Feliciano sólo gana 500 euros.

En estos años, ha visto cómo los más mayores se retiraban pero también cómo han cerrado explotaciones de nuevos agricultores. “Han visto que no se podían mantener con pérdidas y metidos en préstamos”, cuenta. “Yo, por ejemplo, en el último año estoy ganando limpios 500 euros al mes”. Nada más. “Ya me gustaría contratar a gente, pero mi actividad no es rentable”, explica. Sólo le ayuda su hija.

Por eso, pide que se regulen los precios. “Tengo la esperanza de que algo se arregle. Si sigue dos años más como el pasado, cerramos”, lamenta. Y, además, que se haga algo para crear conciencia de que los agricultores y ganaderos no tienen la culpa del cambio climático. “Al contrario, nosotros lo cuidamos –con independencia del impacto que puedan tener sus animales–“, finiquita.

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