La tumba de José Antonio se ha quedado sola ante el altar de la basílica del Valle de los Caídos. Su compañera durante los últimos 44 años, la de Francisco Franco, fue vaciada este jueves. Todo apunta a que la voluntad desenterradora del Gobierno del PSOE no tiene límites: nada más sepultar los restos del general Franco en el cementerio de Mingorrubio, Pedro Sánchez anunció nueva apertura de tumbas. En el punto de mira de los socialistas está una víctima de la Guerra Civil asesinada por el bando republicano: José Antonio Primo de Rivera. El dictamen de la “Comisión de Expertos” creada por José Luis Rodríguez Zapatero en mayo de 2011 determinó que para “dignificar” y “democratizar” el lugar (la basílica católica) había que sacar el cadáver de Franco de su tumba (objetivo cumplido) y “reubicar” dentro del mismo templo los restos mortales de José Antonio (objetivo por alcanzar).

De realizarse este nuevo desenterramiento sería el quinto que sufren los restos mortales del que fue fundador y jefe nacional de Falange Española. La exhumación más desconocida fue la primera. Y fue producto del amor. En noviembre de 1936 el Foreign Office británico solicitó al Gobierno del Frente Popular una certificación fehaciente del fallecimiento del líder falangista. Aquel fue su primer desentierro. Estaba sepultado en una fosa común en el cementerio de Alicante. Ocurrió a los pocos días de su fusilamiento. Elizabeth Asquith, hija de un ex primer ministro británico, movió media Europa para salvar su vida. Al no conseguirlo, exigió una prueba fehaciente de su muerte. Esta es la historia de la primera exhumación y de los tres posteriores desenterramientos.

La familia Franco porta el féretro de Francisco Franco en El Valle de los Caídos.

La primera exhumación por amor en noviembre de 1936

José Antonio Primo de Rivera fue ejecutado a las 6:20 horas del 20 de noviembre de 1936 en el patio nº 5 de la enfermería de la cárcel de Alicante. Estaba recluido ahí desde junio de 1936, tras haber sido trasladado desde la cárcel Modelo de Madrid donde llevaba preso desde marzo de ese mismo año. Su cuerpo fue introducido en una furgoneta junto a los cuatro reclusos que fueron fusilados junto a él (dos falangistas y dos requetés de la localidad alicantina de Novelda). Una hora más tarde los cuerpos llegaron a la sacramental de Florida Alta en la misma localidad. Sus restos fueron depositados en una fosa común quedando inscritos sus datos en el Registro del cementerio – al folio 76 del libro IV – con estos datos: “Número 22.450. Fosa número 5, fila novena, cuartel número 12”.

No se realizó ni informe forense, ni certificado de su defunción. El certificado de defunción fue expedido muchos años después, el 5 de julio de 1940, una vez acabada la guerra, por orden del Juzgado de Primera Instancia nº 2, en presencia del juez municipal Federico Capdepón Icabaleta, tal y como recoge José Mª Zavala en su libro La pasión de José Antonio.

José Antonio Primo de Rivera fue asesinado el 20 de noviembre.

Elizabeth Asquith, de casada Elizabeth Bibesco, se había enamorado apasionadamente de José Antonio Primo de Rivera en España. Era hija de Herbert Asquith, primer ministro británico por el Partido Liberal entre 1908 y 1916, y de su segunda mujer, Margot Tennat. Nació en 1897 (era seis años mayor que José Antonio) y formó parte de una de las familias más influyentes del Reino Unido. Su padre, primer conde de Oxford y Asquith, fue líder del liberalismo británico y clave en la llegada al poder, por primera vez, del Partido Laborista en 1923. Elizabeth formó parte del grupo intelectual más selecto del país, el conocido como círculo de Bloomsbury, al que pertenecieron Virginia Wolf, Bertrand Russel, Clive Belll… Sintió una admiración especial por el poeta y premio Nobel de literatura T.S. Eliot. También tuvo debilidad hacia el anarquista Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz. La belleza e inteligencia de Elizabeth hizo despertar los celos del resto de féminas de aquellas tenidas artísticas tan vanguardistas. Virginia Wolf la crucificó: “Si sus joyas fueran falsas y tuviera los tobillos más gordos, pasaría por tabernera…”.

Fue en ese ambiente snob, donde reinaba la creación artística y la libertad sexual (el grupo homosexual de Bloomsbury fue resplandeciente) donde Elizabeth (Libby familiarmente) conoció a quien sería su marido: el príncipe y diplomático rumano Antoine Bibesco. El príncipe Bibesco era 22 años mayor que Elizabeth y se había educado en los ambientes literarios de París. De él estaba enamorado el escritor francés, Marcel Proust, con quien mantuvo una relación hasta su muerte en 1922.

Y llegamos a 1927, cuando el matrimonio Bibesco es destinado a la embajada de Rumanía en Madrid. España vivía bajo la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, padre de José Antonio. Debió ser entonces, Elizabeth con 30 años y José Antonio con 24, cuando se conocieron. Elizabeth Asquith, la Bibesco, se volvió loca de amor por José Antonio. Está documentada su complicidad y relación en numerosas cartas cruzadas entre ellos. Gracias a la investigación realizada por el periodista José Antonio Martín Petón en El hombre al que Kipling dijo sí se ha podido conocer la importancia de este amor secreto entre la conocida como “princesa roja” y el jefe falangista. Primo de Rivera guardaba entre sus enseres personales, al morir fusilado el 20-N en Alicante, un telegrama firmado por Elizabeth fechado el 29 de febrero de 1936: “Je pense à toi. Love” (Yo pienso en ti. Amor). 

Elizabeth Asquith estaba enamorada de José Antonio Primo de Rivera y pidió una prueba de su muerte.

Stanley Baldwin, primer ministro del partido conservador británico en 1936 y sucesor del padre de Elizabeth, movilizó al Foreign Office (Ministerio de Asuntos Exteriores) para certificar con una prueba fehaciente la verdad de la muerte de José Antonio. Por intereses políticos, ni el Frente Popular ni la España del general Franco querían admitir la desaparición definitiva del jefe de los camisas azules. Según la investigación aportada por el historiador francés Arnaud Imatz en su libro José Antonio: entre odio y amor: “Unos días después de su fusilamiento, habiendo solicitado el Foreign Office una prueba de la muerte del joven jefe falangista, un funcionario de la embajada británica se dirige al cementerio, acompañado por el juez Federico Enjuto, con el fin de exhumar e identificar al cuerpo”.

Los restos de José Antonio Primo de Rivera descansan todavía en El Valle de los Caídos.

Existe mucha más documentación al margen de esta investigación. Federico Enjuto Ferrán fue el juez instructor del sumario por el que se encarceló a José Antonio en marzo de 1936. Según contó el escritor y sobrino de Juan Ramón Jiménez, Francisco H. Pinzón Jiménez, una vez finalizada la guerra, Enjuto Ferrán, exiliado en Puerto Rico “hablaba por los codos” y llegó a contar que “en 1936, su gran amigo Indalecio Prieto le encomendó ser el juez instructor en la causa contra José Antonio Primo de Rivera, para procurar evitar su muerte, por ser un rehén muy valioso para algún intercambio en la guerra. Me decía que sufrió grandes presiones y hasta un atentado de los comunistas, durante su instrucción, pues deseaban matarlo pronto y más cuando lo condenaron a muerte. Alarmado se marchó a Madrid para informar a Prieto y que tomara las decisiones que procedieran. Nada más salir lo fusilaron y no había nada qué hacer. Algún tiempo después, el gobierno inglés pedía al de Madrid la certificación de su muerte, que no existía, ya que el instructor estuvo ausente. Así que le ordenaron volver a Alicante para desenterrar el cadáver y hacerlo. Al llegar, supo que con él habían fusilado a otros dos, que enterraron juntos. Por haber pasado algún tiempo, preguntó si estarían seguros de poder reconocerlo; le dijeron que José Antonio lo pusieron “boca abajo”. Al pedir la razón le decían que, si resucitaba e intentaba salir, se iría más hondo. Así lo encontraron y se pudo comprobar, para hacer el documento pedido”, reproducido en el libro de Honorio Feito Iglesias Portal, el juez que condenó a José Antonio (Editorial Actas).

Pero aún hay más, porque el mayor especialista en la escritora Elizabeth Asquith, el periodista José Antonio Martín Péton, ha descubierto un artículo publicado en el diario ABC el 19 de noviembre de 1961 por el escritor Felipe Ximénez de Sandoval, donde éste reconoce que “la embajada inglesa, para satisfacer los deseos de alguna persona interesada en la salvación de José Antonio, pidió su certificado de defunción. Al no existir ese documento, el juez Enjuto Ferrán tuvo que asistir a la exhumación de José Antonio a los pocos días de su fusilamiento”.

Para José Antonio Martín Petón no hay lugar a dudas: “Esa persona inglesa con influencias, interesada primero en salvarle la vida a José Antonio y comprobar posteriormente si verdaderamente había fallecido, no podía ser otra que Elizabeth Asquith”. Y así lo dejó escrito en su investigación El hombre al que Kipling dijo sí: “Por encargo directo del Gobierno de Inglaterra, un representante de su cuerpo diplomático en España consigue la primera exhumación poco después de su fusilamiento. Su intención no era tanto de interés político como calmar la desazón de Elizabeth Asquith. Es lógico pensar que el Ministerio de Asuntos Exteriores británico no le contaría con palabras el testimonio de un diplomático, sino que la prueba testimonial de su tragedia quedaría plasmada en una foto. Fotografía que, hasta el día de hoy, permanece inédita”.

Elizabeth Asquith se mantuvo enamorada hasta su muerte en 1945.

Las tres exhumaciones posteriores

La anterior fue la primera exhumación de los restos mortales de José Antonio. Luego se realizaron tres desenterramientos más: el segundo en 1938 cuando son sacados sus restos (todavía bajo el control del Frente Popular) de la fosa común de la sacramental de Florida Alta para trasladarlos al nicho número 515 del cementerio Nuestra Señora de los Remedios en Alicante; el tercero, en 1939, cuando sus restos fueron nuevamente exhumados para posteriormente ser trasladado su féretro a hombros de falangistas, de Alicante al monasterio de San Lorenzo de El Escorial en Madrid, durante diez días en un ataúd envuelto en terciopelo negro mediante el turno, cada diez kilómetros, de sus partidarios entre salvas de cañón y fúsil (el 30 de noviembre de 1939 su féretro entró en el monasterio de El Escorial y fue enterrado a los pies del altar mayor de la basílica agustiniana).

Y el cuarto, y por ahora último desenterramiento del jefe falangista, tuvo lugar el 31 de marzo de 1959, un día antes de la inauguración oficial del Valle de los Caídos, cuando José Antonio fue nuevamente exhumado para ser trasladado al Valle de Cuelgamuros. Su féretro fue subido a las mismas andas con las que se le trasladó en 1939. Los relevos en esta ocasión fueron cada 3 kilómetros. La distancia de los 14 km que separan El Escorial de la basílica de Cuelgamuros se tardaron en recorrer cinco horas. Al llegar al altar mayor de la cripta del Valle de los Caídos sus restos fueron inhumados en un emplazamiento similar al que ocupaban en El Escorial con una lápida idéntica, una cruz y su nombre: José Antonio. El primer abad mitrado del Valle de los Caídos, Fray Justo Pérez de Urbiel, ofició una Misa Requiém por Primo de Rivera.

José Antonio Primo de Rivera, llamado a partir de su fusilamiento “el Ausente”, permaneció presente en el corazón de Elizabeth Asquith hasta su fallecimiento el 7 de abril de 1945. Una vez recibida la constatación en 1936 de su fallecimiento por el ministerio de Exteriores británico, vistió de riguroso luto negro hasta su muerte. Pero antes de morir, y en prueba de su pasión por él, cumplió la promesa que le había realizado en vida. Dedicarle la última de sus novelas. Su título lo dice todo: El Romántico.

“A José Antonio Primo de Rivera: te prometí un libro antes de empezarlo. Es tuyo ahora que está acabado. Aquellos a los que amamos mueren para nosotros sólo cuando nosotros morimos”. Elizabeth Bibesco, The Romantic – Londres 1940. 

Noticias relacionadas