La pregunta no ha dejado de sobrevolar el caso durante el último año y medio: ¿por qué durante 12 días la Guardia Civil no registró la finca de Rodalquilar en la que se enterró el cadáver de Gabriel Cruz si Ana Julia Quezada contó desde un principio que había estado allí pintando la misma tarde de la desaparición del niño y era una de las dos últimas personas, junto a la abuela paterna, que lo vieron irse la tarde del 27 de febrero de 2018? Porque en un principio los investigadores barajaron como principales hipótesis el secuestro del niño o que el menor hubiera sufrido un accidente. A la postre, fue un tiempo que resultó perdido.

Sin embargo, los agentes de la Unidad Central Operativa (UCO) sí estuvieron en aquella finca y a sólo unos metros de la fosa donde estaba enterrado el niño. Ocurrió poco después de que Ana Julia le quitara la vida. Acudieron sin ningún perro rastreador de pistas de crímenes y desapariciones. Fue en las primeras jornadas de búsqueda del menor, a las pocas horas de que se le perdiera el rastro. La propia Ana Julia les propuso ir, confirman a EL ESPAÑOL fuentes conocedoras del caso. Ellos aceptaron. Pero "se miró por encima" y se marcharon. La presunta asesina jugó la carta del despiste. Y le salió bien.

Fue el propio exjefe de la UCO, Manuel Sánchez Corbí, quien se lo reconoció 17 meses después a La Voz de Almería en una entrevista publicada el 4 de julio de este año. "Ella se ofreció a ir allí y ver la finca. Entonces, se fue y se miró la finca por encima. No había ningún motivo entonces para sospechar que lo tuviera enterrado allí (...) Siempre, cuando sabemos la verdad, la gente debate que habría que haber hecho algo distinto. Es un debate tramposo".

Pero lo cierto es que pasaron los días, hasta 12, y la UCO no registró aquella casa. Ni siquiera cuando centraron sus sospechas en Ana Julia, a partir del sábado 3 de marzo. Había pasado cuatro días de la desaparición del menor. Un dispositivo sin precedentes seguía peinando el Cabo de Gata, en Almería. Esa jornada, Quezada dejó una camiseta seca del niño en una zona de cañaverales donde ya se había mirado con esmero. Desde entonces, el foco de la investigación se centró definitivamente en ella. Se le intervinó su teléfono y se le puso un micro oculto en su coche, un Nissan Nixo.

Hasta ese momento, los investigadores buscaban "a un niño vivo", aunque a su vez rastreaban en pozos, montes o casas abandonadas por si el menor hubiera sufrido un accidente. Es más, la UCO creyó que se podría tratar de un secuestro en el que, de alguna forma, pudiera estar involucrada la propia Ana Julia Quezada.

Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, a su llegada a la Audiencia Provincial de Almería este martes. Ricardo García (EFE)

Por lo que ella les decía a los investigadores y éstos escuchaban de boca de familiares del niño con los que Ana Julia hablaba, podían pensar que una tercera persona estaba reteniendo al crío para sacar dinero a cambio de su entrega. "Ella insistía en subir la recompensa. A Ángel, a sus primos...", cuentan fuentes de la Guardia Civil. "Al principio se le escuchó a menudo insistir en lo del dinero, eso nos hacía pensar que el niño no estaba muerto".

"Miraron por encima"

El día que Ana Julia llevó a los agentes de la UCO hasta la finca de Rodalquilar, los investigadores "miraron por encima", confirma otra fuente consultada por EL ESPAÑOL.

Hoy, el caso sigue teniendo preguntas por responder. Aunque tenían claro que en la desaparición "no había participado alguien que pasara por allí" -por lo que la clave estaba en el entorno del menor-, ¿por qué no se buscaron indicios o pruebas en la casa en la que había estado la mujer que, según contó la abuela del niño, salió detrás de él a los pocos minutos de que se fuera a jugar a la vivienda de unos primos?

En ese momento, sobre el papel, había dos inmuebles 'calientes': la casa de su abuela en Las Hortichuelas, donde Gabriel había comido y de donde salió sobre las 15.30 horas, y la finca familiar de Rodalquilar donde Ana Julia, la otra mujer que había almorzado con él, se marchó a pintar. Si el objetivo de la autora confesa de la muerte del crío era despistar a la Guardia Civil con la jugada de llevarles hasta el mismo lugar del crimen y donde un cadáver yacía enterrado entre grava y tierra, lo consiguió.

Este miércoles, cuando declaren diez guardias civiles en la tercera sesión del juicio del caso, se despejarán algunas de esas dudas que siguen sobrevolando la muerte de un niño de ocho años a manos de la novia de su padre.

Ana Julia Quezada, este martes durante la segunda sesión del juicio por la muerte de Gabriel Cruz. EFE

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