Durante 36 insoportables días sufrió un intenso dolor que se iniciaba en la zona del cuello y que le recorría toda la cabeza.

Durante 36 días ese malestar físico convirtió en una tortura cada una de sus maratonianas jornadas laborales de limpiadora, de las 5:00 de la madrugada a las 14:00 de la tarde.

Durante 36 días que se le hicieron eternos no paró de ingerir, por prescripción médica, ibuprofeno, paracetamol, diazepam y nolotil, con tal de aplacar los dolores que sufría mañana, tarde y noche.

No fueron acertados ni los tratamientos ni los diagnósticos que le dieron, primero, en el Centro de Salud Alcantarilla-Casco, donde le dijeron que sufría una aneurisma, y más tarde, en el Servicio de Urgencias del Hospital Virgen de la Arrixaca, en el que le indicaron que padecía una migraña. Ni una cosa ni la otra. Lola acabó sufriendo un que la dejó sin visión de por vida, cuando solo tenía 45 años.

Imagen del Centro de Salud de Alcantarilla-Casco al que Lola acudió a pedir la baja.

“Fueron 36 días horribles porque nunca bajaba la intensidad del dolor”, resume Lola a EL ESPAÑOL después de que la Audiencia Provincial de Madrid le haya notificado el fallo que condena al Servicio Murciano de Salud (SMS) a indemnizarla con 800.000 euros, por haber quedado ciega por un retraso de diagnóstico y tratamiento de un aneurisma cerebral. “Estoy contenta por la sentencia porque se demuestra que yo no tenía cuento”. Para ella el dinero es lo de menos porque nunca volverá a recuperar su vida.

“Antes era una mujer independiente”, subraya con tono nostálgico mientras apunta a este diario la fecha en la que comenzó su calvario médico: el 29 de marzo de 2014. “Ese día estábamos en el cumpleaños de mi cuñado y comenzó a dolerme mucho el cuello, luego el dolor se subió por la cabeza hacia los ojos”. Lola pasó el fin de semana a base de ibuprofeno. El lunes, 31 de marzo,  se desayunó un buen madrugón, como siempre, y pese al dolor, cubrió su turno de trabajo en la empresa Limpiezas Rosa deslomándose para dejar como el jaspe oficinas, escaleras, ascensores y portales de edificios de Alcantarilla y de las pedanías murcianas de La Raya y Sangonera la Verde.

“Tenía el cuello hinchado como el muñeco de Michelín”, recuerda de forma gráfica. Aquel lunes, nada más terminar su jornada laboral y sin quitarse la ropa de trabajo, su habitual batín azul y su pantalón blanco, acudió al Servicio de Urgencias del Centro de Salud Alcantarilla-Casco. Primer diagnóstico: tensión cervical. Tratamiento: paracetamol e ibuprofeno.

Una semana después persistía el malestar y acudió al mismo centro sanitario, esta vez, para ver a su médico de cabecera. “Tenía un dolor de cabeza tan fuerte que hasta me costaba abrir los ojos”. Su médico de cabecera no cambió ni una coma de la prescripción de su compañero y Lola prosiguió aguantando dolores terribles mientras limpiaba escaleras.

“El Lunes Santo regresé por segunda vez a mi médico de cabecera, en esa ocasión iba acompañada de mi hermana porque me encontraba muy mal. Ella le dijo que me diera la baja porque tenía que trabajar Martes y Miércoles Santo y pensábamos que a lo mejor lo que me pasaba era por el cansancio. Nunca se me olvidará cómo le contestó a mi hermana: el doctor le tiró el talonario con las recetas y le dijo dele usted la baja”. A Lola no le quedó más remedio que seguir con el mocho, la escoba y las pastillas: “Primero me tocaban cada ocho horas, después cada cinco horas y luego cada tres horas, no sabía ya ni lo que me tomaba”.

Cambia el diagnóstico y amplían el tratamiento

“El 4 de abril estaba limpiando de madrugada el ascensor del Edificio Floridablanca de La Raya y me tuve que salir para llamar a mi hermana porque pensaba que me iba a desmayar”, relata en un tono que se vuelve afligido, al tiempo que no sabe ni cómo ponerse en el amplio sofá de su salón por el desasosiego que le causa rememorar su primer ingreso hospitalario. “Recordar esto me pone malísima: ese día me puse a rezar hasta que llegó mi hermana”.

Una ambulancia se ocupó de trasladarla al Servicio de Urgencias del Hospital Virgen de la Arrixaca y le dieron otro diagnóstico: cefalea occipital de tipo tensional. También le modificaron el tratamiento: al ‘cóctel’ de ibuprofeno y paracetamol añadieron diazepam. Le dieron el alta, pero solo 24 horas después tuvo que regresar a La Arrixaca: el dolor persistía. Le tomaron la tensión, pasó unas horas en observación y otra vez para casa después de que le ampliasen el tratamiento incluyendo un nuevo fármaco: nolotil

“Si me llegan a hacer un TAC, en solo 30 segundos me habrían detectado el aneurisma y no se me habría dañado el nervio óptico”, se lamenta Lola, cuya discapacidad del 83% le ha valido la calificación de dependiente severa de grado II, condicionando no solo su vida, también la de su marido, Sebastián, y sus dos hijos, Alejandro, de 19 años, y Andrea, de 22 años. “De un día para otro, tú ya no dependes de tu madre, sino que es ella la que depende de ti”, reflexiona la hija mayor pausando el relato de su progenitora.

Sebastián, el marido de Lola, se dejó sus dos empleos para cuidarla y ahora asume las tareas de la casa.

Lola aguantó estoicamente la migraña durante 36 días, sin dejar de trabajar porque ningún facultativo le prescribió una baja. De hecho, su médico de cabecera achacó literalmente sus síntomas a gran somatización, lo que viene a significar que para este doctor lo que tenía Lola no era algo físico sino psicológico, hasta que el aneurisma, en una cruel ironía, dio la cara la noche del Día del Trabajador del 1 de mayo de 2014.

“Le dije a mi marido: nene llévame al hospital porque no soporto el dolor”. Entró a la cocina para encenderse un cigarro mientras su esposo iba a por el coche y se cayó redonda al suelo rompiendo con su cabeza el cristal de la puerta. Su hija, Andrea, que por aquel entonces era una adolescente, de 17 años, fue quien se la encontró convulsionando en el suelo. Esta universitaria confiesa que ese episodio la marcó tanto, que tiempo después la motivó para formarse como enfermera: “Este mes me graduaré en Enfermería, la vocación me llegó por la situación en la que me encontré a mi madre y ver que no podía hacer nada por ella”.

-Lola, usted ingresó en coma en La Arrixaca con una hemorragia subaracnoidea secundaria a rotura de aneurisma. El personal médico la salvó después de intervenirla de urgencia, pero perdió la visión de su ojo derecho y en el izquierdo solo le quedó un 1%. ¿Qué sintió cuando despertó y no podía ver?

-No tuve malas sensaciones, me daba igual la vista, lo único que quería era estar con mi marido y ver crecer a mis dos hijos. Estaba feliz de seguir viva: el 84% de las personas con casos como el mío mueren, el 14% se queda en estado vegetal y el 1% se salva. Gracias a Dios yo fui ese 1%.

Dos años de pleitos

El diagnóstico de su ceguera trajo graves consecuencias laborales y económicas para la familia. Ella quedó incapacitada de por vida para desempeñar cualquier empleo y con una pensión ridícula. “Comencé a buscarme la vida con 15 años, siempre trabajando en la economía sumergida, en el campo de jornalera, haciendo piezas… coticé los cuatro años que trabajé en la empresa de limpieza y poco más”, apunta Lola. 

Su marido, Sebastián, tenía que cuidar de ella y se vio obligado a dejar sus dos empleos: uno de montador de equipos de aire acondicionado para una tienda de electrodomésticos de Alcantarilla y otro como personal de mantenimiento de la pista de atletismo Monte Romero en Murcia. “No podía hipotecar la vida de mis hijos y tuve que dejar mis trabajos porque, al principio, ella era como un niño pequeño al que tenía que llevar de la mano”, reflexiona el cabeza de familia.

El matrimonio debía hacer frente a una hipoteca de 900 euros mensuales, entre otros gastos, y todo ello sin poder trabajar a causa de una negligencia médica, de forma que pusieron su caso en manos de la Asociación el Defensor del Paciente. “Hasta que esto se ha resuelto en la Audiencia hemos tenido que ir tirando con el seguro de vida”, admite Sebastián, al que la vida le ha puesto en más aprietos en los últimos cinco años que cualquiera de las competiciones de marcha atlética en las que ha participado y que en 2013 le llevaron a proclamarse Campeón de España en categoría veterano. “Esta situación siempre ha sido caótica, pero mi mujer nunca se vino abajo y hemos tirado hacia delante por nuestro optimismo”, afirma esperanzado este atleta, de 51 primaveras, mientras mira con cariño a su esposa, de 50 años.

A la familia también le ha ayudado el sentido del humor de Lola, que durante el reportaje con EL ESPAÑOL es capaz de reprochar entre risas a su marido y su hija que “tuve que comprarles una thermomix para que cocinasen”. Ella ha aprendido a moverse como pez en el agua por su casa y en la ONCE le enseñaron a manejar el bastón para caminar por la calle, pero admite que necesita ayuda para vestirse, “a veces me pongo alguna camiseta al revés”, para comer, “siempre se me cae algo de comida en la mesa”, para asearse, “hemos adaptado el baño”, para desplazarse, “¡daría media vida por coger un coche!”… Otra vez vuelve a tirar de su sentido del humor. De otra forma difícilmente hubieran sobrellevado en casa la batalla judicial que iniciaron en 2016 para demostrar que su ceguera fue fruto de una mala praxis médica.

El matrimonio, a través del letrado Ignacio Martínez, planteó una demanda de 1.200.000 euros contra el Servicio Murciano de Salud, “en su condición de perjudicados por la ceguera en los dos ojos que sufre y por la que le ha sido concedida la incapacidad absoluta para realizar todo tipo de trabajos y necesita la ayuda de terceros para realizar los actos esenciales de la vida diaria, consecuencia de un aneurisma cerebral no tratado ni diagnosticado conforme a la lex artis”.

El 14 de noviembre de 2018, el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción número 8 de Majadahonda, tras analizar los informes periciales, concluyó que “ha existido mala praxis médica y vulneración de los protocolos médicos durante su estancia en el ambulatorio y en el Servicio de Urgencias del Hospital Virgen de la Arrixaca, que tienen nexo causal con las lesiones que presenta la actora”.

Una cantidad insuficiente

El juzgado corroboró que la paciente acudió en varias ocasiones a su centro de salud y al hospital sin que se percatasen de que estaba sufriendo cefaleas centinela, preludio de una hemorragia subcraneoidea, como así finalmente ocurrió. La sentencia confirmó que Lola había “sufrido la pérdida de un sentido esencial como es la vista, de manera crónica e irreversible”, y que por tanto, “necesita ayuda para todas las actividades de su vida diaria”.

Sin embargo, el fallo solo estimó parcialmente la demanda y condenó a la aseguradora del Servicio Murciano de Salud a indemnizar a Lola con 250.000 euros y a su esposo, Sebastián, con 50.000 euros, por los daños morales sufridos. “No era una cuestión de dinero, a mi mujer le habían estropeado toda la vida, se saltaron todos los protocolos médicos y nos torearon”, recuerda indignado el cabeza de familia sobre los motivos que les llevaron a presentar un recurso de apelación contra el fallo del Juzgado de Majadahonda. 

Ignacio Martínez, letrado especializado en derecho sanitario y adscrito a la Asociación Defensor del Paciente.

Ignacio Martínez, letrado especializado en derecho sanitario y adscrito a la Asociación el Defensor del Paciente, también comparte que la citada indemnización era “totalmente insuficiente”. Y justifica esa opinión con un argumento: “Se interpuso demanda contra la aseguradora del Servicio Murciano de Salud por entender que ante los síntomas que presentó reiteradamente la paciente, en absoluto se cumplieron los protocolos médicos del propio SMS sobre cefaleas, con los cuales se han de descartar casos graves, que al contrario de la migraña o cefalea tensional, pueden suponer una urgencia médica de primer orden como un aneurisma”.

Pérdida de documentación en el hospital

La Sección Décima de la Audiencia Provincial de Madrid ha estimado parcialmente el recurso manteniendo en 50.000 euros el importe de los daños morales que ha sufrido Sebastián, pero eleva la indemnización para su esposa hasta los 800.000 euros, además de imponer las costas del proceso a la aseguradora del SMS y de reconocer el pago de intereses a la afectada desde el 23 de junio de 2016 (unos 120.000 euros). “La Sala entiende que la pérdida de visión de la actora le imposibilita atender a su hijos, con el consiguiente sufrimiento y pesadumbre que le va a suponer no poder participar en las actividades de sus hijos de por vida”, reflexiona Martínez, uno de los mejores abogados en materia sanitaria en la Región.

“Aunque no se ha logrado la cantidad solicitada, se entra en una suma razonable frente a la primera sentencia, lo que permitirá a mi cliente afrontar un futuro con una mejor calidad de vida después de la desgracia que ha sufrido”, zanja Martínez. Tanto la asociación como el letrado destacan que a través de esta sentencia se han destapado errores de bulto en el sistema sanitario: “Se ha podido probar el ingreso de la paciente, pero el Hospital Virgen de la Arrixaca no conserva nada, lo que es totalmente irregular”.

Lola a veces ganaba ocho euros al día limpiando y semejante indemnización la llena de ilusión porque podrá hacer muchas cosas por sus seres queridos. De momento, a su dulce hija, Andrea, de 22 años, le financiará los preparativos de la oposición de Enfermería, al pequeño de la casa, Alejandro, de 19 años, le pagará su formación en Alicante para estudiar un módulo superior de Diseño y Moda, y a su marido, Sebastián, que ha cambiado las herramientas para instalar equipos de aire acondicionado por la escoba, se lo llevará a presenciar algún campeonato internacional de atletismo. “Y todos viajaremos juntos a Roma para asistir a una misa para cumplir con la promesa que hice cuando me operaron durante 14 horas, por segunda vez, en 2017, para sacarme el tapón con el que habían tapado la hemorragia del aneurisma”, apunta esta mujer advirtiendo a su prole de que no se librará de hacer la maleta.

-Lola, ¿qué echa de menos de su vida cuando todavía conservaba la visión?

-Todo. La ceguera me ha cortado la libertad