El sábado era el día de las hermanas. Isabel López Rodríguez siempre iba a recoger a Elena a la puerta del trabajo para pasar la tarde-noche juntas con los niños en la finca que los padres de ambas tenían, por aquel entonces, más allá de las majestuosas e intactas murallas romanas de Lugo. Un terreno fuera de la ciudad. Antes de ir lo preparaba todo. Luego se subía al coche y aparcaba de un frenazo frente a la nave de venta al por mayor 'Cash Record'. Allí había trabajado los dos años anteriores su querida hermana Elena, Elena López Rodríguez. Tenía 32 años. Esteban Carballedo, su compañero de trabajo, 26. 

-Siempre aparcaba en la puerta, con los niños en la parte de atrás, y tocábamos el claxon, y ella salía, y nos avisaba de cuánto iba a tardar. Pero aquella tarde nadie salió por la puerta.

Recuerda el silencio sepulcral y cortante a la entrada del establecimiento, situado a las afueras de Lugo, como si alguien lo hubiera abandonado a su suerte en medio del rural y de la nada. Recuerda también que llegó al lugar antes que nadie. Y que fue un camionero que se acercó al poco hasta allí el que alertó a las autoridades a instancias de la propia hermana de la víctima. 

Si hubiera un crimen perfecto sería este. Se acaban de cumplir 25 años del doble asesinato del que se conoce como el crimen de 'O Ceao' y el caso sigue en el mismo punto muerto inamovible que el primer día. Nunca hubo testigos. Jamás se encontró al asesino. La investigación (por llamarla de algún modo) nunca aclaró nada. El caso lo lleva un juzgado de civil, y no de penal. Gerardo Pardo de Vera, el abogado de las víctimas, sostiene que a "eso" ni siquiera se le puede llamar investigación. Nunca llegaron a recoger huellas en el escenario del crimen. Todo se quedó tal y como estaba. Allí quedaron sepultadas para siempre las claves del doble asesinato.

La autopsia no esclareció gran cosa, más allá de constatar que Elena y Esteban fueron abatidos por dos disparos a bocajarro en el rostro. Ahora todo es mucho más complicado. El tiempo es el peor aliado, ya que borra de forma implacable todas las huellas. Algunos de los testigos de los hechos ya han muerto. Y otros, que arrojaron algo de luz, abriendo caminos e hipótesis que podían conducir a la resolución del rompecabezas, o nunca se les ha vuelto a interrogar o han pasado a mejor vida. Justo en estas fechas, en este fatídico aniversario, las dos familias afectadas asisten con estupor a la decisión tomada por el juez que instruye la causa, que quiere darle carpetazo al caso. El puzzle quedaría sin resolverse para siempre. 

Esteban Carballedo fue la otra víctima del crimen de O Ceao. Cedida a EL ESPAÑOL

Elena trabajaba como cajera. Esteban como reponedor. Aquel día de fin de semana eran los únicos que se encontraban en el interior del local. Todo ocurrió, según detalla el sumario del caso al que ha podido acceder EL ESPAÑOL, en torno a las ocho de la tarde. Se sabe que tuvo que ser sobre esa hora por los datos de la autopsia y porque poco después llegó Isabel a recoger a su hermana e iba solo con los niños.

Pero allí ya no había nadie. Solo dos cadáveres exangües: el de la mujer, sentado en su puesto junto a la caja de cobrar. Las cajas registradoras habían sido desvalijadas. Se estimó que el botín podía ascender a cinco millones de las antiguas pesetas. El del hombre, al fondo, tirado en el suelo, reflejado desde el piso en la pantalla de algún que otro televisor. 

1. Cadenas y huelgas de hambre en el juzgado

Isabel lleva 25 años rota por dentro y luchando por fuera contra todos agentes (terrenales, y si pudiera, también contra los divinos) que se interponen en la resolución del crimen. Tanto su familia como la de Esteban Carballedo han actuado de manera incansable. Se ha encadenado a las puertas de los juzgados. Se ha manifestado decenas de veces allí. Ha afrontado huelgas de hambre de distinta duración, como la de 24 días de hace tres años, a modo de protesta por la inacción y la falta de investigación en el caso durante todos estos años.

Atiende a EL ESPAÑOL en el momento en que las dos familias afectadas preparan una estrategia para que su caso pueda, definitivamente, tener una investigación en condiciones. "La gente me pregunta que si me desamino después de 25 años. A veces sí, me gustaría ya dejarlo pero luego considero que es tan injusto todo lo que nos está pasando...".

Exterior del Cash Record a las afueras de Lugo, donde tuvo lugar el crimen. Google maps

Isabel deja anotado todo lo que pasa en su diario. Como lo de esa vez en la que acudió disfrazada con la toga blanca y la balanza dorada de la justicia, representando y criticando esa suerte de alegoría que se erige como símbolo de la profesión de los jueces, de los abogados y de muchos otros profesionales. Como la ocasión en la que se metió en el coche durante cuatro días delante de la puerta de la Audiencia Provincial de Lugo sin comer y sin apenas beber.

Tras el crimen fue ella quien se hizo cargo de los dos hijos que tenía su hermana Elena. Ahora ya son mayores. Cuando la última huelga de hambre, el ya no tan pequeño sobrino mayor le dijo que no hiciese ninguna tontería.

-"Tía, es mejor que no", le suplicó.

-"¿Por qué?"

-"Porque ya perdimos a mi madre, no queremos perderte también a ti".

(...)

2. Los disparos en los rostros

El Polígono Industrial O Ceao se encuentra situado en la salida de la autovía de A Coruña, a solo cinco minutos en coche del centro de la ciudad de Lugo. Está cerca pero queda ubicado en medio de la nada. Elena López Rodríguez lleva dos años trabajando de cajera ahí. Esteban es su amigo y es el reponedor del centro. La plantilla terminan de componerla un tercer compañero y el encargado del lugar.  

Hacía día de sol pero algo de tormenta. Sobre las 7 de la tarde cayó un chaparroncito de agua, algo fugaz, y luego ya no llovió más.

En el Cash, como allí se le conoce, se venden toda clase de bebidas y de alimentos pero en cantidades industriales, para abastecer a los establecimientos de la zona. Apenas son las ocho de la tarde del último día de abril. Isabel llega a tiempo al lugar y aparca a pocos metros. Observa el coche de Esteban, el compañero de Elena, situado junto a la puerta. Todavía no se ha marchado a casa. Isabel toca el claxon pero solo recibe la respuesta del silencio de la noche que empieza a caer sobre el rural, en los primeros compases de la primavera. 

Los hijos de Elena esperan a su madre en la parte trasera el vehículo. Uno de ellos le dice a su tía que tiene ganas de ir al baño. "Espera un poco que entro a preguntarle a mamá si puedes pasar". Isabel se acerca a la nave y observa que la puerta pequeña aledaña, no la de la entrada, está abierta. No tiene la llave puesta. Isabel entra y llama a su hermana. Luego a Esteban. De nuevo el silencio. 

Isabel, en el entorno de los juzgados, manifestándose recientemente ante la inacción judicial en la investigación. Cedida a EL ESPAÑOL

-"En ese momento oí que había como una música en la nave. Y allí nunca había música. Solo había una luz, en la caja, donde solía tener el puesto de trabajo mi hermana. Intuyes que algo pasa porque nadie te dice nada.

Y entonces la encuentra. Su hermana yace en el puesto de cajera de supermercado, su puesto, con un fino y preciso orificio en el pómulo derecho por el que entró la bala que minutos antes le había atravesado la cabeza. Sangra mucho y, evidentemente, ya está muerta.  

Más allá apareció el cuerpo de Esteban, junto al expositor de televisores. La puerta no estaba forzada, pero las llaves del local nunca llegaron a aparecer. "Aquello ya estaba cerrado así que tuvieron que abrirles mi hermana y Esteban desde dentro. Por eso pensamos que tenían que conocer al asesino".

Isabel fue la primera persona en encontrar los cadáveres de las víctimas. Luego llegó un camionero que merodeaba en solitario por la zona. 

Ese día por la mañana, su hermana no había ido a trabajar, y a Esteban no le tocaba. Era el turno del encargado, quien le solicitó si le podía hacer un favor y cambiárselo esa jornada.  

Tras descubrir el escenario del crimen, Isabel se llevó a los niños a casa de su madre. "Llegué y le dije a Suso, mi marido, lo que había pasado”.  

3. "Una chapuza policial y judicial"

Isabel, con una fotografía de su hermana en casa. Cedida a EL ESPAÑOL

Al aviso, primero llegó la Policía Nacional. Luego la Policía Local. En tercer lugar la comitiva judicial, portando uno de ellos una cámara de fotos que ni siquiera tenía carrete.

La anécdota aparece en el sumario del caso. No es la única que subraya la teoría que sostiene el abogado Pardo de Vera, un prestigioso penalista que lleva años resolviendo este tipo de casos en Galicia. En sus anotaciones, a las que ha accedido este diario, el letrado recopila algunas de las características que convierten la instrucción de este caso en una auténtica "chapuza", y que evidencian " la apatía y desidia con la que se ha instruido esta causa, inaudita en la historia judicial española". Veamos:

1) La investigación determinó que la pistola utilizada en el crimen era un modelo que en aquel entonces obraba habitualmente en poder de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Pese a ello, las indagaciones cayeron en saco roto. Por esa vía nunca se llegó a profundizar. 

2) En la escena del crimen no se tomaron muestras de las huellas. Hay constancia de que existían las pisadas de unos tenis en el lugar de los hechos que iban desde uno a otro cadáver. Este detalle ni siquiera aparece en el acta de inspección ocular de la Policía Científica que analizó el caso en aquel entonces. Se dudaba de si se trataba de huellas del autor/es o de los familiares o investigadores presentes en el lugar.

3) Hubo dos testigos que declararon en sede policial que, momentos antes del crimen, habían advertido a una chica sospechosa con una vestimenta blanca, acompañada de unos varones. Esos dos testigos eran fiables: uno era el dueño de un taller situado en las inmediaciones del Cash Record. El otro un cliente del propio almacén. Ambos estaban por la zona. Jamás se hizo un reconocimiento fotográfico, ni tampoco una rueda de reconocimiento.

4) A Isabel, la primera persona en llegar al lugar de los hechos, no le tomaron declaración hasta 15 años después. Su marido llegó poco después y nunca se han sentado para hablar con él. 

5) La única persona que fue imputada (y luego absuelta) en el caso declaró tan solo una vez. Estaban presentes el juez y tres abogados.  Pero ni siquiera acudió el ministerio fiscal. Su probable vinculación con el crimen se conoció en octubre de 1994, meses después. El interrogatorio tardó: no se realizó hasta diciembre de 1996, dos años y dos meses después. La declaración, en el sumario, tiene la extensión de una carilla. No le preguntaron siquiera dónde se encontraba cuando sucedieron los hechos. 

Le dejaron marchar. Su nombre continuó sobrevolando el doble asesinato en los años posteriores. "Todo parece de chiste, en un robo con doble asesinato", dice el abogado de las familias de las víctimas.

4. El señor Vilariño y el señor F.J.

Representantes de las dos familias de los asesinados. Cedida a EL ESPAÑOL

Un tal Vilariño era y es el único sospechoso del caso pero nunca se profundizó sobre su figura. Nadie lo llegó a permitir. Fue imputado y un testigo apuntó hacia él como posible hacedor y urdidor de la tragedia. 

El señor Vilariño, cuyo nombre omitiremos por el momento, era el gerente de un bar del centro de Lugo. La pista fundamental que le apunta surge de una declaración espontánea de un tercero, el señor F.J., meses después del doble asesinato.

Octubre de 1994. En el bar que regenta Vilariño se produce una redada, y ciertos individuos allí presentes son interrogados. Entre ellos, los agentes toman declaración al señor F.J., que declaró de forma espontánea. Su testimonio, no obstante, podría resultar clave para tirar del hilo y resolver el otro rompecabezas.

F.J., en su declaración tras la redada, reveló a la Policía que, poco antes del atraco y asesinato de Ceao, el propio Vilariño le había ofrecido participar en él. Dice que le dio una vuelta en el coche alrededor del establecimiento. Que le llegó a poner una pistola en la mano. Le dijo que iba a ser una cosa muy sencilla. Que sabía cómo funcionaba el local y que allí estarían tan solo dos personas: la cajera y el reponedor. Elena y Esteban.

Hasta el momento, no se ha podido conseguir ninguna prueba concluyente sobre el tal Vilariño. El único hilo del que tirar, el señor F.J., falleció hace ya algunos años. 

Ambas hermanas habían estado siempre muy unidas. Con Isabel recién nacida, y Elena apenas contando 3 años, sus padres tuvieron que emigrar a Venezuela para ganarse el futuro y conseguir dinero para la familia. Ellas se quedaron al cuidado de unas monjas de Lugo hasta que crecieron y hasta que sus padres pudieron volver. Entonces se las llevaron a vivir al otro lado del Atlántico. Y luego volvieron juntas también. Incluso a su vuelta fueron inseparables.

Quizá por eso, tras el asesinato de su hermana Isabel se encargó de los dos niños que ella había tenido. Ahora ya son dos personas adultas. Uno de ellos todavía recuerda lo que le dijo cuando estaban con el coche parado frente al Cash Record, el día del crimen, al ver que de allí no salía nadie, con el cadáver de su madre a escasos metros de la puerta:

-"Madrina, yo creo que no voy a ver más a mi mamá".

Manifestación de la familia frente a la Audiencia Provincial de Lugo. Cedida a EL ESPAÑOL