París

Stéphane Urbain nació en los años 60 en Tarbes, una localidad de los Pirineos franceses donde emigraron sus padres procedentes de Huesca huyendo de la Guerra Civil. Fue en la Catedral de su ciudad natal donde él empezó a ejercer de sacristán, en 1983; un oficio riguroso, exigente y peculiar. 

Stéphane, desde entonces, ha hecho lo que más le gusta con pasión, dedicación y mucho tesón. Tan bien, que consiguió con los años ser el sacristán mayor de Notre Dame de París, un cargo de muy alta responsabilidad en la catedral más universal del mundo. Y, además, es 'picoleto' honorario de la Guardia Civil, como se diría castizamente en España. 

Allí, tiene entre sus muchos cometidos el calibrar con la ayuda de un ordenador, cual moderno Quasimodo, las campanas que suenan cuatro veces al día, la organización de todo el personal del templo y el atender las visitas importantes que acuden, que hasta hace dos días fueron muchas. Ahora, tristemente, no hay tras el incendio. Y Stéphane Urbain no puede hacer lo que más le gusta: ser uno de los mayores embajadores que tiene España en París. Y nada menos que en su epicentro, en Notre Dame, bajo siglos de historia, en el corazón de Europa.

Un bombero intentando controlar las llamas en la catedral Reuters

SU AMOR POR LA GUARDIA CIVIL

Stéphane no ha renunciado jamás a sus raíces. Sabe del lugar del que viene, cuáles son sus orígenes. Y lo dice con orgullo siempre que puede. Pero, entre todas sus devociones por España, tiene una debilidad: los uniformes, de los que posee una gran colección y de todos ellos al que mayor amor profesa es al de la Guardia Civil, así como al cuerpo de la benemérita en general. Por ello no es extraño que, siendo sacristán mayor, Stephane siempre haya tenido ciertas prerrogativas inusuales en un templo religioso tan rígido en su organización como es Notre Dame.

Entre ellas el poder vestir el uniforme de la Guardia Civil en plena Catedral para recibir visitas de españoles. En agradecimiento por dichos servicios prestados de manera desinteresada, el Cuerpo decidió nombrarle Alférez Honorífico y condecorarle con la Cruz al Mérito. En la Embajada de España de esta ciudad tienen a Stéphane como uno de los más ilustres amigos de nuestro país. 

Stéphane Urbain, sacristán mayor de Notre Dame.

Todos los 12 de octubre, en París era una fecha muy especial para Stéphane. En ese día tan especial, el de la Hispanidad, que fuera de España se vive de manera muy especial, Stéphane rodeaba con todo amor con una bandera española una pequeña Virgen del Pilar de 38 centímetros del siglo XIV que se encontraba en un altar junto a la columna derecha que daba entrada al espacio del presbiterio y del coro. Así se exhibía cada 12 de octubre en Notre Dame a la patrona de España y de la Guardia Civil para todos aquellos fieles, turistas y españoles residentes en París que hasta allí se acercaban.

DEVASTADO POR LA TRAGEDIA

Hoy Stéphane Urbain, el sacristán mayor de Notre Dame, es un hombre devastado y hundido. No pudo salvar del incendio a la Virgen del Pilar, como ha confirmado el Arzobispado de Zaragoza. No solo ha perdido lo que era su casa, Notre Dame de París, sino su tesoro más preciado, aquel que solo él podía custodiar, mimar, embellecer cada 12 de octubre para mostrarlo orgulloso a los más de 30.000 visitantes que diariamente se acercaban hasta la Catedral. EL ESPAÑOL ha intentado ponerse en contacto con él pero ha sido imposible, ya que como confirman fuentes de su entorno la tristeza que le invade ante tal pérdida no le da las fuerzas suficientes para hablar con nadie. 

Su estado anímico va en consonancia con el de toda Francia. Estéphane, al fin y al cabo, ha vivido por y para Notre Dame. Esta semana, tras vivir la tragedia, ha recordado sus años de historia, la que conocía de memoria. Su edificación en 1163 y su finalización en 1345. También, su profanación tras la Revolución francesa o la restauración de 1845. Así como, cuando en 1963 se limpió el hollín de toda su fachada, recuperando su color original. Y, desde luego, su limpieza y restauración entre 1991 y 2000. 

Pero, sobre todo, tristemente, lo ocurrido en el incendio y esas imágenes que recorrieron el mundo: la aguja central cayéndose, dos tercios del techo destruidos y los rosetones dañados. Una catástrofe en toda regla que Stéphane no ha superado (y que no sabe cuándo podrá superar). Quedan cinco años de reconstrucción por delante. Quizás más. Aunque nada podrá ser como antes. Una parte de él se ha ido para siempre. 

La aguja Reuters

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