México DF

Malos tiempos corren para la historia en España, y más aun si de lo que se trata es de homenajear a Hernán Cortés, aquel ilustrado extremeño que con 400 hombres y 11 caballos descubrió México para la corona del emperador Carlos V. Una gesta irrepetible y colosal que liberó a las tribus indígenas de los desmanes de un imperio cruel, déspota y sanguinario como lo fue el Azteca; una civilización a quienes la historia que más convino continua considerándolos mártires de un español codicioso de oro y de sangre.

Una leyenda negra que después de cinco siglos, está aun presente en la memoria colectiva de los mexicanos que nada de azteca guardan en sus genes, y si mucho de aquel mestizaje español. Una leyenda negra recuperada y lamentada incluso dentro de España, lo cual parece formar parte del  ADN de los españoles.

Salvador de Madariaga decía de Cortés que fue, "el español más grande y más capaz de su siglo". No habría duda de ello si analizásemos con perspectiva histórica el descubrimiento de aquellas tierras, y la aportación cultural, social y económica de España en México.

Segunda Carta de Relación de Hernán Cortés (1522), impresa en Sevilla.

La historia que no se cuenta es que Cortés fue el libertador del indio. Sin la alianza de Totonacas, Tlaxcaltecas o lo feroces guerreros de Cholula, el extremeño jamás habría conquistado Tenochtitlan ni derrocado al tirano Moctezuma y su ejercito de cien mil guerreros. Esto es así aunque en el México actual prevalezca en aulas e intelectuales la idea del conquistador que exterminó a los aztecas, y no la del ilustrado español que liberó a México de un imperio opresor impulsando el desarrollo de una gran nación que por entonces no era tal. En México no hay previsto homenajes en este 500 aniversario, que se producirá en marzo. Antes se homenajea a Cuauhtémoc, o se festeja a Quetzalcoatl que a Cortés, el español que les dio verdadera patria y cuyo apellido aún hoy es impronunciable

1. Hijo de Hidalgos

Si nos desplazásemos en el tiempo viajando hasta la España de 1500 entenderíamos los motivos que impulsaron a un joven como Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano, hijo de modestos Hidalgos extremeños, a dejar los estudios de bachiller en leyes en Salamanca y probar fortuna en el Nuevo Mundo. ¿Que otra cosa si no podría hacer un joven en aquella España en donde las tierras y la nobleza solo se alcanzaban por las armas en conquistas en territorio moro? Acabada la reconquista, solo quedaba el Nuevo Mundo. Es probable que novelas de caballerías como la de Amadís de Gaula germinasen en Cortés el mismo espíritu de conquistas y aventuras que padeció Alonso Quijano, el personaje de Don Quijote de la Mancha que años después escribiera Miguel de Cervantes.

Retrato de Hernán Cortés

A los diecisiete años el joven Cortés estaba decidido a embarcar en uno de los treinta navíos que componían la flota del nuevo Gobernador General de las Indias, don Frey Nicolás de Ovando, pero un desafortunado lance amoroso trastocó su marcha al caer desde el tejado en un huida de un esposo celoso, permaneciendo en cama durante largo tiempo.

Probó después alistarse en los tercios italianos del Gran Capitán pero jamas llegó a Italia. Decía Gómara, su confidente y capellán, que pasó un año a la deriva en España; probablemente fascinado ante la vida que descubría ante sus ojos en los puertos de Sevilla, Cádiz, y Sanlúcar de Barrameda. Carabelas que iban y venían cargadas de un nuevo mundo. Indígenas de piel que no era ni blanca ni negra. Caciques con aderezos de oro en narices y orejas, animales exóticos de vistosos colores, frutas desconocidas e historias de fortunas y éxitos personales que maravillaron a un joven de apenas 18 años de edad. Nada hoy seria comparable. Solo el descubrimiento de una civilización extraterrestre depararía tal cúmulo de sensaciones en un joven que por entonces ya era dueño de su destino.

Decía de Cortés su compañero de armas Bernal Díaz del Castillo que: “había nacido tanto para las letras como para la acción. Era buen latino y contestaba en latín a los que en latín le hablaban”. Su primer destino en La Española fue el de escribano.

No estamos frente al conquistador sanguinario del que nos habla la leyenda negra y quienes de ella han hecho su biblia, sino ante un hombre letrado, conocedor del derecho imperante en la España de su tiempo y con una profunda religiosidad que antepuso siempre al deseo de riquezas; aunque lo uno no estuviese reñido con lo otro, así como interés que siempre manifestó por el sexo femenino. Tuvo once hijos, cinco bastardos y seis con su segunda esposa, Juana Ramírez de Arellano y Zúñiga pero a todos trató por igual y fueron reconocidos como legítimos teniéndolos en gran estima y procurándoles educación digna de su alcurnia.

Cortés comiendo con los embajadores de Moctezuma. Pintura de Juan y Miguel González de 1698. Museo de América, Madrid.

El gran drama de Cortés fue la envidia de los suyos, las denuncias ante el rey que finalmente condujo a la falta de reconocimiento. Soñó con ser nombrado Virrey de la Nueva España pero solo consiguió de su rey Carlos V el titulo de marqués del Valle de Oxaca y las capitulaciones para iniciar nuevos descubrimientos siempre que fuera él quien los costease.

Recordemos que la salvación de los “indios” aún era en 1519 la primera obligación que el descubrimiento imponía a la corona de España desde que Isabel la Católica así lo ordenase a través de sus consejeros Hernando de Talavera y del Cardenal Cisneros tras los viajes de Colón a la Indias en 1492.

¨Las indias –decía–pertenecen a los indios, cuyo hogar era por voluntad de Dios, y todo lo que en ellas había, mineral, vegetal o animal, de ellos era.” Aunque la entrega de indios formara parte como las tierras de los derechos que todo español tenía a su llegada al nuevo mundo.

El evangelio fue el arma que justificó la conquista desde el primer día de la llegada de Cortés a las costas de Veracruz; en cada uno de los templos y aldeas a donde llegó se derribaron ídolos y colocaron altares y cruces de mampostería. La religión era entonces la única verdad y el oro un sueño que no siempre tuvo la dimensión esperada ni relatada por sus enemigos. Cortés amasó a lo largo de su vida una gran fortuna pero no gracias al tesoro azteca que en un 90% se perdió bajo las aguas de la laguna en la famosa “noche triste”, sino al rendimiento y explotación de sus posesiones. Desde la llegada a Tenochtitlan, la máxima preocupación del conquistador fue la de recaudar el “quinto del Rey”, el pago a su ejercito ávido de riquezas, los réditos a quienes le ayudaron a financiar desde Cuba la expedición de México y el pago a los validos y nobles de la corte española que intercediesen a su favor ante las adversidades que podrían avecinarse tras su rebelión contra el gobernador Velázquez y los pleitos posteriores. 

El oro fue para Cortés el inicio de su desgracia y el motivo de su obligado regreso a España acusado de apropiarse del quinto real e incluso de la muerte de su primera esposa Catalina Suárez.

2. Moteczuma, el Huei Tlatoani

Era el Azteca un reino rico. Basaba su economía en la explotación de los reinos vecinos. Un imperio cruel y guerrero que utilizó el terror de los sacrificios humanos para someter al enemigo, pero a la vez sumido en el cumplimiento de profecías y caprichos celestiales. Moctezuma, el Huei Tlatoani , era su emperador y líder espiritual. Un cruel guerrero revestido de divinidad y poder incuestionables. Astrólogos, adivinos, encantadores y agoreros formaban parte de su séquito permanente de buitres a quienes su vida dependía del cumplimiento de las predicciones. En ellos, en los adivinadores, basaba gran parte de las decisiones. Se sacrifican guerreros de las tribus vecinas en honor de Uitchilipochtli y a niños para llamar a Tlaloc, el dios de la lluvia; cuanto más lloraban estos camino del sacrificio mas creían los aztecas que ese año llovería. Desde hacía tiempo el emperador azteca intuía la temible llegada de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada y nada calmaba su angustia.

Plano de la ciudad de Tenochtitlan en 1519

De Moctezuma –dice Cervantes de Salazar en sus crónicas posteriores a la conquista– que era un hombre de mediana disposición.

“Delgado de pocas carnes, la color baza, como de loro, de la manera que todos lo de su nación; traía el cabello largo, muy negro y reluciente. Era muy dado a mujeres y tomaba cosas con la que se hacer mas potente; tratábalas bien; regocijábase con ellas bien en secreto, era dado a fiestas y placeres. En la religión y adoración de sus vanos dioses era muy cuidadose y devoto; en los sacrificios, muy solicito; mandaba que con gran rigor se guardasen la leyes y estatutos de la religión. Ninguna otra cosa menos perdonaba que la ofensa por liviana que fuese contra el culto divino.”

No uno, sino seis presagios anunciaron a Moctezuma la llegada de los españoles a los que inicialmente consideró dioses. 

3. Doña Marina, La Malinche

Sin ella, sin doña Marina, La Malinche, la conquista del imperio azteca quizás jamás habría sido posible; por ello su nombre continua siendo sinónimo de traición en este México actual que desprecia a Cortés y su legado.

Habría doña Marina nacido entorno a 1500-1501 en Olute cerca de Coatzacoalcos (Veracruz). Según relata en sus crónicas Bernal Díaz del Castillo, pertenecía a una familia de caciques del pueblo de Copainalá. Fue llamada “Malinalli” en honor a la diosa de la Hierba, y más tarde “Tenepal” que en lengua náhuatl significa “el que habla con vivacidad”.

Doña Marina o la Malinche, según un grabado mexicano de 1885. Biblioteca de Barcelona

Fue una de las veinte mujeres indígenas dadas como tributo a los españoles. Llamó pronto la atención de Cortés por su capacidad de interpretar lenguas desconocidas y por su belleza. Supo ganarse la confianza desempeñando cargos de consejera y representante en ceremonias oficiales y por todos fue respetada como si gran señora se tratase. Fue concubina de Cortés, con quien tuvo un hijo, Martín, uno de los primeros mestizos surgidos tras la conquista de Tenochtitlan. El historiador Hugh Thomas, fecha probable su muerte en 1551, deduciéndolo por cartas que descubrió en España, que se refieren a ella como viva en 1550.

4. La caída del imperio azteca

Pudieron entenderse gracias a Doña Marina, la Malinche, que hablaba maya y náhuatl, y a Jeronimo de Aguilar que tras años de cautiverio en Cozumel pudo traducir del maya al español.

Desde entonces el obstáculo de la comunicación estaba salvado gracias a La Malinche y con ello la posibilidad de atraer a la causa española a las tribus sometidas por el imperio azteca.

La lámina del Lienzo de Tlaxcalla en la que se representa la rendición de Cuauhtémoc ante Cortés

Llegó Cortés a Tenochtitlan –capital del imperio azteca- después de batallar con cuanta tribu hostil encontró en el camino acompañado de 500 hombres y 11 caballos y en la retaguardia miles de guerreros tlaxcaltecas con ganas de revancha. Escribe Salvador de Madariaga en su biografía de Hernán Cortés:

“Cuando llegaba al templo, la victima avanzaba por su paso hacia la muerte. si para ello tenia vigor físico y moral, que de no ser así se veía arrastrada por los cabellos por uno de los sacerdotes; ya a pie, el desdichado subía el centenar de escalones hasta llegar a las capillas que ocupaban la plataforma superior, donde se procedía al sacrificio.”

Los cuerpos se arrojaban escaleras abajo en donde se los desollaba y descuartizaba. Las mejores partes iban a parar a la mesa de Moctezuma y del guerrero que había capturado a la victima.

Este y no otro era el México que encontró Cortés a su llegada a la ciudad laguna que tanto maravilló a los españoles por la belleza de sus palacios y el urbanismo de una ciudad fundada sobre una laguna unida a tierra firme por puentes y pasarelas.

La habilidad militar de Cortés permitió la conquista definitiva de la ciudad el 13 de agosto de 1521, tras casi dos años de negociaciones, traiciones, y una huida de México el 1 de Julio de 1520 tras la derrota en la famosa noche triste. Hasta el último momento, Cortés hizo cuanto pudo, a pesar de los suyos, por preservar la vida y la dignidad de Moctezuma y la de Cuauhtémoc, el ultimo emperador Azteca.

5. Los restos de Cortés

Era voluntad de Cortés ser enterrado en lugar en donde la muerte le hallara y de ser así, hoy sus restos tendrían un lugar prominente donde ser homenajeados como su figura merece y no ocultos, como si un de un apestado se tratase. Sin embargo, sus herederos decidieron lo contrario y en 1566 trasladaron sus restos a Nueva España (México), sepultándolos el templo de San Francisco de Texcoco en donde permanecieron hasta 1629.

Desde entonces fueron mudando de un lugar a otro, según la conveniencia de los herederos del marquesado de Valle de Oaxaca hasta que tras la independencia y posterior revolución permanecieron ocultos bajo el altar de la iglesia de Jesús Nazareno, ante la posibilidad de que las turbas nacionalistas profanaran sus restos. Hasta 1946 estuvieron prácticamente desaparecidos y fue gracias a la intervención del ex ministro republicano Indalecio Prieto, ante el presidente Ávila Camacho, cuando los restos pudieron regresar a un modesto nicho en la Iglesia de Jesús Nazareno (situado en el centro histórico de la capital de México), en donde hoy reposan ocultos de miradas y de visitas turísticas. La placa de ese nicho el único vestigio de su existencia.

Indalecio Prieto con los restos de Hernán Cortés

Hernán Cortés, el mas grande los conquistadores españoles, murió un viernes 2 de diciembre de 1547, en la casa palacio de su amigo Alonso Rodríguez en Castilleja de la Cuesta (Sevilla). Dicen que apenado por la falta de reconocimiento de su rey; por la traición de lo que creyó suyos y por los múltiples litigios e infamias a los que tuvo que enfrentarse en España. Murió triste y olvidado y si olvido es la verdadera muerte, quizás sus enemigos de entonces y los de ahora hayan conseguido prácticamente el logro de borrarlo de la historia. Esta semana misma se ha conocido el descubrimiento del solar de la casa natal de Cortés en Medellín (Badajoz). Solo desde las instituciones españolas ha de emprenderse el homenaje que una figura como la suya merecen en este 2019, en el que se cumplen 500 años de una gesta irrepetible.