La del 24 al 25 de enero fue una noche de ruido y de furia en la cárcel de Estremera. En la que es una de las prisiones más peligrosas de España, están acostumbrados a repeler y contrarrestar toda clase de ataques por parte de los internos, pero esa madrugada las cosas se desmadraron por completo. Todo comenzó cuando a un preso se le encendió rápido la mecha. Cuando a Ángel Platón Estévez, alias Platón, se le cruzaron los cables.

Su arranque de agresividad dejó tras de sí un largo reguero de víctimas: según ha podido saber EL ESPAÑOL a través de fuentes penitenciarias, nueve funcionarios resultaron heridos. Alguno de ellos continúa lesionado. La mayoría presentan diversas magulladuras, contusiones en distintas partes del cuerpo. Hay otro que sigue de baja médica. Dos tuvieron que acudir rápidamente a enfermería a hacerse exámenes médicos porque les había escupido sangre y saliva y les había alcanzado en la boca. A uno más, de un golpe, le rompió las gafas. Vamos, un cuadro.

Estremera es una de las principales prisiones del país. En ella conviven algunos de los nombres que han marcado la actualidad más reciente. Patrick Nogueira, por ejemplo, cumple en esta cárcel condena de prisión permanente revisable por el cuádruple asesinato de Pioz, el descuartizamiento múltiple en el que acabó con la vida de sus tíos y sus sobrinos en la pequeña localidad de Guadalajara. También pasan allí sus días el comisario José Manuel Villarejo y su socio Rafael Redondo. Por sus celdas pasaron también Oriol Junqueras ex vicepresidente de Cataluña y Joaquim Forn, ex consejero de Interior de la Generalitat. Ambos entraron en prisión tras los acontecimientos relacionados con el proceso soberanista.

La fuerza bruta, el enajenamiento, el arranque agresivo sobrevino durante un traslado rutinario. El interno tenía que acudir escoltado esa noche al Hospital Gregorio Marañón. La ira de Platón generó una situación muy complicada: codazos, rodillazos, cabezados, patadas... No había quien le parase.

Platón cumple condena por agresiones, altercados, delitos contra la salud pública, robo e intimidación. Toda una joya. El día anterior, eso sí, advirtió de cuáles serían sus intenciones. Insistió en que iba a liarla. Y que iba “a montarla muy gorda”.

“Ya te diré cuatro cosas"

Imagen de uno de los patios interiores de la cárcel de Estremera. EFE

Estremera (Madrid) es una de las cárceles más conflictivas de España. Está formada por 19 módulos que acogen a 1.048 presos.  Algunos de ellos figuran entre los que más altercados han provocado en los centros penitenciarios de todo el país. Es, por número de incidentes, una de las que más agresiones, peleas y muertes contabilizan cada año.

Paradójicamente, se trata de una de las prisiones en las que más carencias se denuncian. Por ejemplo, el pasado verano dispusieron tan solo de un médico para toda la prisión. Son muchos los que llegan allí a trabajar y se acaban marchando. “Nadie se queda por el nivel de exigencia del centro y la poca recompensa del mismo. El último curso de formación impartido de defensa personal y uso correcto de medios coercitivos fue de 25 horas solo 5 prácticas”, explican a EL ESPAÑOL fuentes del sindicato Acaip.  

Esos cursos se realizan para paliar situaciones extremas como la que protagonizó nuestro protagonista. El Platón de la cárcel de Estremera no es un tipo fornido ni robusto. No posee un cuerpo labrado a base de levantar grandes pesas en el gimnasio de la prisión. Todo lo contrario: es fibroso y delgado, puro nervio. Fue como si, de algún modo, explotase, lleno de furia  cuando le sacaron de su particular caverna. De su celda salió convertido en una bestia.

Sucedió en torno a las 00:15, cuando iba a ser trasladado al hospital Gregorio Marañón. Ya las había tenido tiesas el día anterior con algunos funcionarios del módulo en el que estaba internado. Fue ahí cuando exigió que se le proporcionase tabaco, a pesar de no disponer de dinero para su compra en el economato, amenazó y desafió a los funcionarios de servicio con agredirle si no su demanda no era satisfecha. 

Aún y todo, él quería fumar, decía, y eso lo iba a conseguir del modo en que fuera necesario.

Platón es un viejo conocido de las trifulcas y de las agresiones en otras prisiones estatales. Tiene ficha de seguridad interior por haber protagonizado incidentes muy graves en otras cárceles y por agredir de gravedad a distintos funcionarios que estaban de servicio. "Con frecuencia se muestra impulsivo y violento". Una vez, más, hace unas cuantas semanas, Platón dio de nuevo rienda suelta a su ira. 

Al ir ya avisados de cómo es, de los arranques que tiene, de cómo se comporta, los funcionarios que acuden al traslado van pertrechados de toda clase de elementos reglamentarios para protegerse de sus acometidas. Y por eso, antes de sacarlo de la celda, le ordenan que se coloque con los brazos en la espalda y que saque las manos a través de la reja de seguridad. Ahí le colocan las esposas.

Platón exhibe su nervio en cuanto le sacan de la celda, y destapa entonces su lado, digamos, más cariñoso. Ya esposado, le conducen entre varios al módulo de ingresos, agarrándole fuertemente por los brazos. “Qué hijos de puta y qué perras sois, basura”, argumentó.

Se refiere, cómo no, a los funcionarios de servicio. Estos le advierten de que igual está mejor callado.

-Me vas a tocar la polla, jefe, y a ti, jefa, ya te diré cuatro cosas más adelante.

"Cómo me voy a divertir hoy"

Algunas de las secuelas que le quedaron a uno de los funcionarios tras el ataque de Platón. El Español

El trayecto hacia el módulo de Ingresos es una batalla en sí misma, un constante forcejeo entre el preso y los funcionarios. Cada pocos metros, se vuelve y les golpea con lo que puede. El preso se revuelve como un animal salvaje al cual no se puede parar.

Una vez llega al lugar de destino, Platón observa a los agentes de la Guardia Civil que le van a escoltar hasta el hospital para esa visita rutinaria. No se ha callado en todo el trayecto, y aún así prosigue con los bramidos y con las provocaciones: "Solo dos picoletos, de una patada abro la puerta del furgón en ruta y me hago con vosotros. Cómo me voy a divertir hoy”.

Platón tiene ganas de fiesta. Todos le mandan callarse, pero la cantinela le entra por un oído y le sale por el otro. Él sigue a lo suyo. “Para la puta mierda de sueldo que ganáis, no os merece la pena tanta penosidad. Hoy me voy a escapar”. Los funcionarios, que conocen bien al bueno de Ángel Platón, acompañan a los agentes hasta el furgón para vigilar al agresivo presidiario. En ese momento, en pleno trayecto hacia el vehículo, la ira de Platón se desata por completo.

Empieza con dos patadas, pero luego es ya como un toro desbocado: puñetazos, cabezazos, rodillazos. Con los dos primeros ataques desplaza varios metros al jefe de servicio. Sus compañeros intentan reducirle, pero él exhibe una resistencia feroz, una agresividad inusitada. Su violencia está ya desatada.

Los golpes vuelan hacia los nueve funcionarios que hacen falta para escoltarle. A dos de ellos les escupe en la cara. Resiste de tal modo que en un momento dado saca los dientes y muerde en la mano a otro de los trabajadores de la prisión. La furiosa dentellada consigue atravesar los guantes de protección reglamentarios del trabajador de la cárcel.

Enfermería de la cárcel de Estremera.

Platón es un huracán. Pasan largos minutos y siguen lloviendo golpes hasta que logran controlarle por completo. Lo tienden en el suelo y le inmovilizan. Cuando parece calmarse, lo levantan para llevárselo al furgón, y el hombre empieza un nuevo y furibundo ataque.

"Le arranco la vida a cualquiera de vosotros"

El interno comienza a forcejear “con extremada violencia”. Cuando lo meten en la puerta del vehículo, coloca los pies, utilizándolos como palanca, para resistirse y para que no lograsen meterlo dentro. Lo vuelven a tumbar contra el suelo.

Platón resiste: “No vais a tener cojones de meterme en el furgón. Cuando me incorporéis, le arranco la vida a cualquiera de vosotros”, bramó.

Durante más de media hora, Platon continua repartiendo. Las consecuencias, lesiones de los funcionarios aparte, pudieron ser mucho mayores. 

Después de aquella madrugada repleta de violencia, Platón recibió un severo correctivo. Fue trasladado días después a Cádiz, a la prisión de Puerto III. A una nueva celda, un habitáculo con mayor seguridad. Una caverna que ahora le resultará mucho más complicado de abandonar.