Pepe Barahona Fernando Ruso

“Si Manuel Alonso no hubiese estado metido en tema del narcotráfico con la participación de guardias civiles corruptos, hoy mi hermana seguiría viva”. Rosa Garrido se muestra tajante al explicar los porqués del asesinato de Lucía, una joven malagueña de 35 años encontrada muerta en la piscina de una finca con un golpe en la cabeza, los pendientes arrancados, ahogada y con una puñalada en el cuello. “Tengo la impresión de que el asesinato de Lucía se orquestó por el miedo a que ella destapase todo el pastel”, defiende diez años después de los hechos, por los que todavía no hay condenados.

Rosa, ex empleada de El Corte Inglés de Málaga, recibió la noticia del asesinato de su hermana mientras trabajaba. En uno de sus descansos, echó mano del teléfono móvil. El aparato no paraba de sonar. Al descolgar, escuchó la voz entrecortada, llorosa y desconsolada de una amiga íntima de la familia: “Rosa, Rosa, no sé cómo decírtelo; tu hermana está muerta en la piscina”. Era el 30 de abril de 2008.

En ese preciso instante, Rosa recordó aquello que meses antes le había confesado con insistencia su hermana: “Si me pasa algo, quédate con mi hija”. Y así fue, tras el asesinato, Rosa se hizo cargo de la adolescente, que ha puesto tierra de por medio de su Málaga natal para reiniciar una vida marcada por la tragedia. “Yo no la creí —se autoinculpa—, y eso me pesa muchísimo”.

El asesinato de Lucía Garrido: así fue el crimen de Los Naranjos

Ya en el lugar de los hechos, la finca Los Naranjos —situada en Alhaurín de la Torre, un municipio situado a 18 kilómetros de Málaga capital—, con el cuerpo de su hermana todavía flotando en la piscina, Rosa empezó a hacerse preguntas. “La Guardia Civil me dijo de primeras que se barajaba la posibilidad de que fuera un suicidio”, argumenta Rosa, de 56 años, afligida cuando reconstruye los detalles que rodearon la muerte de su hermana.

Un asesinato con la connivencia de la Guardia Civil

“¿Un suicidio? Vamos, eso es un insulto a la inteligencia en toda regla. ¿Quién se suicida así?”, se pregunta todavía a día de hoy. “Ahí empezamos a sospechar”, explica. Rosa recuerda que a partir de ese momento empezaron a llamar a todas las puertas posibles. Algunas no se abrían; otras se cerraban en sus narices cuando sugerían que en la muerte de Lucía podía haber connivencia de la Guardia Civil.

—¿Pero la pareja de Lucía era guardia civil?

—No, no lo era, pero tenía muchos vínculos con la Guardia Civil. No lo era [insiste], pero parecía mandar más que alguno de ellos. 

La relación entre Manuel Alonso, actualmente procesado por el asesinato de Lucia Garrido, y la Guardia Civil se explica por la finca Los Naranjos. Se trata de un terreno en el que además de la vivienda familiar había un núcleo de animales exóticos que él recibía de las requisiciones del SEPRONA. Allí se custodiaban tigres, leones, ocelotes y todo tipo de bestias con las que el propio Manuel se fotografiaba, incluso con su hija portando un rifle. 

La pareja Lucía y Manuel, que nunca llegó a casarse, construyó la vivienda con sus propias manos. Detrás estaban alojados los animales, que a modo de zoológico recibía la visita de escolares de forma recurrente. 

Allí vivió la pareja, aparentemente felices a ojos de sus vecinos y de su propia familia, dos años antes de tener a su única hija. Rosa trata de recordar que Lucía, peluquera de profesión, conoció a Manuel en un bar y que de ahí surgió el amor. “No sé si por parte de ambos o solo por parte de ella”, se cuestiona años más tarde. Él estaba separado y tenía dos hijos de una relación previa. Y Lucía presumía que él la hacía feliz. Tanto que quiso cumplir con él su deseo de ser madre. “Era la ilusión de su vida”, explica su hermana. “Y fue feliz, muy feliz”, insiste Rosa. 

Lucía junto a su novio Manuel Alonso, a quien la familia considera el principal responsable de su asesinato. Cedida

“Hasta que se dio cuenta de lo que allí se manejaba”, apunta la hermana. Entonces empezaron los problemas en la pareja, las discusiones y las denuncias en los juzgados. Lucía comenzó a separarse poco a poco de su familia. Desde fuera pensaban que las ínfulas de su nuevo nivel de vida se le habían subido a la cabeza. Ahora saben que estaban equivocados. “A ella la alejaron de la manada, porque así sería más vulnerable”, sostiene Rosa. Y el carácter alegre y simpático de Lucía cambió.

Hasta cinco denuncias por malos tratos sin orden de alejamiento

La pareja rompió su relación cuando la niña había cumplido los dos años. “Pero ella lo perdonó”, puntualiza Rosa a EL ESPAÑOL. A partir del año 2007 las denuncias fueron reiteradas, al menos cinco, “pero la jueza no le dio credibilidad y no dictó orden de alejamiento”, recuerda su hermana. Sus visitas a la casa cuartel fueron varias para demostrar su miedo. En una de ellas aseguró que no vivía tranquila al saber que su pareja tenía armas de fuego a su alcance. Se sentía amenazada.

“Un agente de paisano acudió días después, con su mujer y la compra del Mercadona y se llevó todas las armas. ¿Por qué se las llevó si no estaba en su horario de servicio? ¿Qué quería esconder la Guardia Civil?”, se pregunta Rosa, esta ‘hermana coraje’ que ha protagonizado la lucha por saber la verdad, tratando de restar presión a su madre, de 90 años.

Manuel Alonso rompió la relación con Lucía en ese mismo año 2007. “Él tenía una amante”, puntualiza la hermana de la fallecida. La joven, con su hija, buscó ayuda en su familia. Volvió muy débil, física y anímicamente, y con el deseo de que su hermana Rosa la acompañase a resolver los temas pendientes en los juzgados.

Según el testimonio de la hermana de Lucía, la educación de la hija de ambos se judicializó, todas las decisiones pasaban por un juez. Y ella consiguió hacerse con la vivienda de la finca Los Naranjos para vivir con su hija. Esa decisión, sigue explicando Rosa, no sentó bien a Manuel, “que para echarla de la finca le cortó la luz, el agua y hasta le llegó a estropear los electrodomésticos”. 

Manuel alquiló una casa colindante a la finca. “Ella se sentía muy amenazaba porque él daba golpes de madrugada”, narra Rosa. Lucía llegó a cambiar la cerradura. Aunque eso no aminoró sus temores. “Él dejaba días sin comer a los leones y ella temía que los dejase sueltos y hambrientos, lo que podría en peligro a ella y a su hija”, argumenta la hermana. 

“Si desaparezco, buscadme en la jaula del león”

Manuel Alonso, aficionado a la caza, con su rifle. Cedida

La psicosis fue tal que días antes de morir, Lucía llamó a su hermana. La conversación, según recuerda Rosa, fue así: “Si desaparezco, buscadme en la jaula del león, porque algo quedará, un pelo, un diente, una uña…”. 

La sentencia de la Audiencia Provincial de Málaga, en la que no se señalaron culpables de la muerte de Lucía Garrido, sí estimaba indicios —“sin ánimo de prejuzgar”, dice el texto— de la participación de Manuel Alonso. Cita el escrito la “gran hostilidad derivada de la situación matrimonial, que fue muy conflictiva por el deseo de él de recuperar la finca Los Naranjos”.

La sentencia también recoge el testimonio de una vecina que presenció una contundente amenaza: “Si no se iba por las buenas, saldría por las malas y en una bolsa de plástico”. Esta misma fuente atribuye a Manuel esta otra frase: “Por las buenas puedo con todo, pero por las malas soy muy malo”. Y que el acusado solía comentar que si alguna persona entraba al recinto a hacer algo, “le pegaría dos tiros y luego metería el cadáver en la jaula del tigre para que se lo comiese”.

Finalmente, a Lucía la encontraron ahogada en la piscina. Doce meses después de la muerte de la joven, tras recuperar Manuel Alonso la finca, dos colombianos accedieron a Los Naranjos y él cumplió su palabra. Descerrajó dos disparos con una escopeta, uno a cada uno, con tanta proximidad que parte de los cartuchos quedaron incrustados en el cuerpo de los fallecidos.

La investigación determinó que fue en defensa propia. “Pero eso está por ver, todavía no ha acabado”, concreta Rosa a EL ESPAÑOL, anticipando la estrategia que sus abogados trazan para vincular la muerte de estos dos colombianos con la de su hermana Lucía. 

Según las primeras pesquisas de la Guardia Civil, a las que tuvo acceso Rosa, los colombianos era dos sicarios. “Yo pensé que eran ellos los que habían matado a Lucía, pero los agentes se negaron en rotundo. ‘¿Sabes lo que es una guardería?’, me preguntaron los guardias civiles. Yo les respondí que era donde estaban los niños pequeños. Los agentes se rieron. ‘Una guardería es donde se guarda droga. ¿Tu hermana te contó algo de eso?’, me insistieron. Yo les dije que no —asegura Rosa—, pero a mí me quedó la sensación de que detrás del cuidado de animales, de la venta de perros y demás actividades estaba el negocio del narcotráfico”. 

El protegido por los guardias civiles corruptos

Finca Los Naranjos, en Alhaurín de la Torre, Málaga, donde sucedieron los hechos. Cedida

La relación de Manuel Alonso con el narcotráfico y algunos miembros corruptos de la Guardia Civil se demostró en 2010, cuando cayó detenido en una operación orquestada por la Policía Nacional en la que también se detiene al teniente Valentín Fernández, jefe del EDOA (Equipo de Delincuencia Organizada y Antidrogas) en Málaga, al que le imponen una pena de diez años. A la ex pareja de la asesinada Lucía lo condenan a tres años por tráfico de drogas al probarse en el juicio de la Audiencia Nacional que hacía de enlace para comprar los estupefacientes en Melilla e importarlos a la península. 

La relación probada entre Manuel Alonso y el teniente Valentín, responsable de la investigación de la muerte de Lucía Garrido, hizo saltar las alarmas en la familia de la joven, que comprendía así el porqué de la pobre investigación. Con la coincidencia acuden a la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC) de Málaga, que tiene entre sus estatutos la lucha contra la corrupción en el Cuerpo. 

La implicación y ayuda del delegado de la AUCG en Málaga, Ignacio Carrasco, un agente retirado de 55 años y con 30 años de experiencia, ha facilitado que el caso de Lucía Garrido se vuelva a reabrir, argumentando los servicios jurídicos de esta organización que la investigación del asesinato no había sido todo lo independiente o imparcial que debió ser.

“El caso de Lucía es bastante complejo por las circunstancias que inciden en él: existe corrupción policial, tráfico de drogas, sospechamos que también tráfico de armas —denuncia Carrasco—; esta complejidad ha hecho que pocos quieren que se sepa la verdad y lleguemos al fondo de este asunto”.

Y sigue. “En este caso ha habido pérdida de pruebas, ni la voluntad de hacer una instrucción rápida", sostiene el delegado de la AUGC. Por eso el caso se archivó sin ningún imputado en la causa. "En 2012, la familia se puso en contacto con nosotros. Entonces pusimos en marcha nuestra propia investigación y pusimos nuestros servicios jurídicos a disposición de la familia. Ahí empezó a vislumbrarse una instrucción más real que la anterior”. 

Asesinada por miedo a que “destapase el pastel”

Rosa Garrido lamenta no haber reaccionado cuando su hermana le confesó que temía ser asesinada. Fernando Ruso

Todavía no hay fecha señalada para el juicio, pero ya hay cuatro personas procesadas por el asesinato de Lucía Garrido. De ellos, dos son guardias civiles y los otros dos, un empresario con antecedentes penales por delincuencia común y Manuel Alonso. La Audiencia Provincial ve indicios, hasta catorce, de la participación de Manuel Alonso en la muerte de Lucía. Actualmente todos están en libertad, si bien el empresario y uno de los guardias civiles han estado en prisión preventiva dos años. 

Manuel se aferra a una coartada que lo sitúa en Cádiz en el momento de los hechos. Hay facturas de comidas, de gasolineras y de autopistas que arman su tesis, también grabaciones de cámaras de seguridad. Ocho años después de la muerte de Lucía, una investigación de Asuntos Internos de la Guardia Civil logró identificar a otro de los sospechosos. Sin dar más datos, la clave está en el ADN de este sujeto. 

Cansada por el proceso judicial, Rosa espera que esta segunda oportunidad sirva para esclarecer el asesinato de su hermana. “Nosotros hemos sufrido una doble pena: la primera ha sido perder a mi hermana —detalla la malagueña—; la segunda, estar diez años sin conocer quiénes fueron los culpables del asesinato”. 

—¿Cómo lleva que diez años después todavía no haya un culpable?

—Queda el dolor, pero la pena la he transformado en fuerza. No sé de dónde me nutro, pero no me abandona. Tengo que luchar contra esta gente. Y hago hincapié en que no voy contra la institución, solo contra los corruptos y aquellos que hicieron la vista gorda.

—¿Qué papel tiene la droga en la muerte de su hermana?

—Creemos que fue el actor principal. Al principio no lo entendíamos, pero ahora sí. Si Manuel Alonso no hubiese estado metido en tema de narcotráfico con la participación de guardias civiles corruptos hoy mi hermana seguiría viva.Tengo la impresión de que el asesinato de Lucía se orquestó por el miedo a que ella destapase todo el pastel. Ella decía que su único delito era amar a Manuel demasiado, se enamoró completamente de él.