Los últimos días de octubre cierran el mes con una estela negra tras de sí. Un reguero de violencia machista que ha dejado cuatro asesinatos en una semana, tres de ellos en un mismo día. María José Pallarés, María Blázquez Bravo, Yolanda Jaén Gómez y Fátima son los nombres que nadie debería conocer. Ellas, cuatro mujeres, de diferentes ciudades, distintas edades y vidas paralelas, son las cuatro víctimas que se ha cobrado la violencia machista en esta semana negra. Una ola de crímenes que ha resquebrajado las vidas de cuatro personas, todas a manos de sus parejas o exparejas. Septiembre también inundo sus horas en tristes noticias, en un solo día - el martes 25 - cuatro mujeres eran asesinadas. Nerea, Martina, Maguette Mbeugou, Nuria Alonso y María Manuela Castillo murieron a manos de distintos hombres. El pesaroso recuento de ambos días deja siete víctimas en 48 horas.

En lo que va de año 43 mujeres han sido víctimas de asesinatos machistas. Los datos oficiales, aportados por el Ministerio de Igualdad, arrojan desaliento en la lucha contra los crímenes sobre las mujeres y dilucidan una realidad candente: el combate social está fallando en su objetivo. La violencia de género se ha hecho notar con fuerza en tres fechas concretas: las tres semanas negras del año, repartidas en tres meses diferentes, que dejaron más de cuatro víctimas en cada una de ellas.

María José Pallarés tenía 67 años cuando, este 12 de octubre, su marido le asesinó a martillazos en circunstancias que se encuentran bajo investigación policial. Él, la pareja con la que había compartido su vida familiar, le mató, maniató y escondió en un embalse a 360 kilómetros del lugar en el que sucedió el crimen. No existían denuncias previas, nunca confesó sufrir maltrato, una lucha silenciosa. Hacía un año que ella y su marido se habían mudado a Arganda del Rey (Madrid) a una casa construida para ellos y en la que la paz podría haber sido el mejor de sus acompañantes. Fue el propio asesino quien denunció la desaparición de su esposa; se había marchado en la noche, sin móvil y con algo de dinero, decía él. Días después, cuando se encontró el cuerpo, confesó su acto.

La semana transcurrió sin malas noticias para la sociedad femenina, no había habido más asesinatos. Hasta que llego el 23 de octubre con una ristra de espantosas noticias. Tres mujeres murieron ese día a manos de diferentes hombres. María Blázquez, la primera, vivía en Finestrat, Alicante, donde trabajaba como camarera y mantenía una relación con Pedro Llinares, el hombre que acabó con su vida. Ella tenía 33 años, cuando, durante la mañana del pasado martes una escopeta, enfundada por su novio, se cruzó en su camino. No era la primera vez que el maltrato le atravesaba. La vida de María estuvo marcada por la contienda feminista, la de acabar con los malos tratos que sus anteriores parejas habían ejercido contra ella. Las denuncias y las órdenes de alejamiento habían sido la solución para acabar la violencia de los hombres hacía ella. Contra Pedro no existían denuncias previas.

600 kilómetros al sur, Fátima recibió el mismo final que María. Residía en Los Pajaritos, en Sevilla, era madre de dos niños y tenía 36 años. La joven, natural del Sahara, recibió tres cuchilladas en cuello, pecho y muslo. Fue su hijo menor de edad quien encontró el cuerpo en el portal, que compartían con su asesino, eran vecinos. La víctima denunció a su agresor por malos tratos en 2016. Pero no se tomaron medidas de protección porque, tras denunciar, renunció a declarar en su contra. Una práctica habitual entre las mujeres que sufren la violencia de los hombres y que, tras tomar la decisión de ir contra ellos, deciden abandonar su lucha, presas por el miedo. Su asesino, El Quique, eran un maltratador reincidente. Sus gritos, sus golpes y achaques constantes eran habituales en sus relaciones. Según pudo saber este medio, el agresor había maltratado a cuatro de sus novias antes de comenzar su relación con la mujer a la que asesinó.

Yolanda Jaén Gómez caminaba, un día sí y otro también, por las baldosas que esconde el casco antiguo de Pamplona. Sus pasos se construían sobre un mismo camino: el que iba desde su casa hasta donde el aliento le permitía, sin cesar, con ahínco. Yolanda sufría el maltrato constante de su pareja. Ella tenía 50 años cuando el fuego le atrapó en su casa, en la capital foral, en la indefensión de un hogar construido junto a Roberto Domínguez. Él es el hombre que prendió fuego a su piso, cuando ella estaba dentro, perpetuando la violencia a la que le sometió durante su relación. Roberto decidió prender fuego al hogar con ella en una de las habitaciones. Lo hizo de forma deliberada, intencionada, haciendo uso de sustancias acelerantes, presuntamente gasolina, para avivar el fuego que ha acabado con la vida de la mujer.

María José Pallarés.

 

Tres asesinatos en 24 horas. Cuatro en una semana negra. No la única. El año ha deslizado tres momentos fatídicos, repartidos en diferentes meses en los que las cifras de mujeres asesinadas se han acumulado en un mismo periodo.

Las expertas consultadas por este medio no encuentran una razón común, una motivación que lleve a los asesinos a cometer sus actos violentos en un periodo concreto. “No hay un fenómeno que explique por qué en una fecha determinada se juntan varios asesinatos”, desliza Timanfaya Hernández, psicóloga sanitario y forense. Achaca los numerosos casos de machismo a la estructura social, en la que crece el germen de la violencia en todos los estratos y se esparce hasta llegar al último escalafón que es acabar con la vida de la víctima.

“Desgraciadamente es una lacra social más presente de lo que pensamos y por mucho que queramos visibilizar la condena de estos sucesos tiene que calar y para eso es necesario que la educación de género se aborde desde los centros de educación”, recalca.

Para Timanfaya solo hay una temporada coyuntural. Las épocas vacacionales, en las que las parejas pasan más tiempo juntas, en unión, pueden traer consigo más número de crímenes porque la violencia aumenta.

Septiembre, un mes de luto

El primer mes del curso trajo con él una serie asesinatos por violencia de género que le hicieron desvelarse como el más macabro del año. En una semana cinco mujeres perdían la vida a manos de los hombres. En tan solo un día cuatro mujeres fueron asesinadas. Fue el martes 25 de septiembre, ya conocido como el martes negro, el día más triste en violencia de género. Aquel día Castellón se despertó con el asesinato de Nerea y Martina, de seis y tres años, a manos de su padre. Ricardo, el asesino, quería destrozar la vida de Itziar, su expareja y madre de las niñas, a cualquier precio. Las dos pequeñas y su progenitora sufrieron la violencia del hombre que ya había amenazado con hacerles daño. Las amenazas del asesino eran constantes y ella decidió denunciar, pero la orden de alejamiento fue negada hasta en dos ocasiones. Acabó con todo de la forma más baja posible: el parricidio.

Maguette Mbeugou y su marido, el hombre que le asesinó.

Mientras la Comunidad Valenciana lloraba la pérdida de Daniela y Martina, Bilbao despedía a Maguette Mbeugou, la mujer que fue degollada delante de sus dos hijas. Los vecinos escucharon al matrimonio discutir la noche anterior, los gritos se sucedieron por el vecindario, pero nadie podía esperar que aquello fuera a traer la muerte de Maguette. Fue una vecina la que encontró su cuerpo, rodeado de sangre, junto a las dos pequeñas, desconsoladas, sin saber bien qué estaba ocurriendo. La mujer, de 25 años, había presentado una denuncia por maltrato contra su marido.

Aquel día oscuro fue la serie de una trama perniciosa. Nuria Alonso también perdió la vida ese 25 de septiembre, también asesinada por su expareja, también constaban denuncias contra él. Ella, de 39 años, había rehecho su vida con otra persona tras divorciarse, su exmarido no lo aceptó y eligió el peor de los finales para ella. La acuchilló hasta matarla. Nuria dejó a su hijo de doce años en el colegio y regresó al domicilio. Su expareja, con el que compartía piso todavía, tal y como lo había estipulado un juzgado de familia, aprovechó ese momento para matarla.

El día 28 de este mismo mes se vistió de luto. María Manuela Castillo tenía 44 años y una vida teñida por el maltrato de sus anteriores parejas. Manoli, como le conocían en su círculo más cercano, denunció a dos de sus parejas por violencia, no importó, la ultima la asesinó de madrugada en Málaga asestándole 10 cuchilladas. La suya se suma a las otras ocho muertes por violencia de género que colmaron septiembre, el más terrible de 2018.

En el mismo periodo del año anterior, en 2017, hubo dos asesinatos machistas. Las estadísticas confirman, de nuevo, la inexistencia de patrones comunes en los agresores. No hay una pauta modélica que permita esclarecer el perfil de los atacantes y por qué hay crímenes que se apelmazan en un mismo día o una misma época.

“No hay ninguna causa que nos esclarezca qué es lo que ocurre para que en un mismo día haya hasta cuatro asesinatos”, revela Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia de género. Pero apunta, “puede ocurrir que, si a una persona le ronda la idea de asesinar a su pareja, ver que alguien lo ha hecho con anterioridad puede que le facilite ejecutarlo a él también”. Pero deja claro que nadie al que no se le pase la idea por la cabeza lo hará solo por verlo en los medios de comunicación.

Nuria Alonso.

La semana más trágica del verano

Junio se cerró como el mes más funesto de la temporada estival. Seis mujeres fueron asesinadas por sus agresores, cuatro en menos de siete días. Pepa, Josefa, Marisa, Magdalena y una mujer de 40 años a la que no se pudo identificar, lucharon contra el maltrato de sus asesinos, pero la violencia sometida terminó con su asesinato.

Pepa Martínez sonreía a los 43 años, lo hacía paseando por Guadahortuna, un pequeño municipio de Granada, hasta que se encontró con su expareja y padre de sus tres hijos. Él le asestó dos disparos, en cabeza y estómago. Los que la conocía la recuerdan como una mujer fuerte, con temperamento y sencilla. Nunca había denunciado al que fue su pareja, no constaban denuncias por violencia de género, pero los vecinos de la reducida localidad granadina recuerdan sus peleas con estupor.

En aquella semana oscura, Marisa Álvarez también luchó. Vivía en La Matula, un barrio de Gran Canaria, acompañada por sus dos hijos y su marido, el mismo que le apuñaló y provocó una explosión en el domicilio común. En la vivienda solo se encontraba la pareja, los pequeños habían ido al instituto, ella falleció al momento, él sufrió quemaduras en la espalda.

Josefa Martínez Utrilla.

En otro pequeño pueblo, esta vez en Porriño (Pontevedra), Magdalena Moreira de 47 años fue asesinada por su expareja. Tres disparos, uno en la espalda, otro en la nuca y otro en la cabeza. Él se quito la vida después. En aquellos días negros, el cuarto asesinato tenía lugar en Badalona: una mujer de 40 años fue hallada por la policía en el piso que compartía con su pareja. Él, asesino confeso, la asfixio hasta matarla.

La educación es el único remedio

Confirman las expertas que el problema de la violencia de género está muy lejos de erradicarse, que las cifras dibujan una realidad triste: lejos de disminuir los asesinatos, aumentan. “Sigue existiendo un pensamiento machista que dicta que violencia es tan solo pegar o asesinar, cuesta identificarse en una situación de violencia de género si estas dos cosas no ocurren”, afirma Timanfaya Hernández.

Para ella, este es uno de los grandes errores en materia de educación de género. “Hay conductas que no se deben consentir. El control, por ejemplo, está en el nivel básico de maltrato, un dominio que luego lleva escalafones de maltrato más altos”, explica.

Para Encarna, presidenta de la Asociación Stop Violencia de Género, la concienciación es una de las soluciones más importantes, una educación que cale desde las edades más jóvenes para que los comportamientos adultos estén marcados por una conciencia de género.

Las conductas de maltrato más pequeñas están normalizadas en una sociedad dividida por una lucha que debería ser común. “Nos estamos equivocando en la forma de prevención porque la sensibilización llega a las personas que ya están de acuerdo con esa forma de ver la violencia de género, debemos crear programas de atención temprana más profunda, cuando las conductas todavía se pueden cambiar”, sentencia. 

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