“Perdí a mi niño el 27 de agosto de hace dos años. Desde entonces, no he sabido nada de él”, dice José Amaya con la voz quebrada. Su hijo Manuel iba a bordo de una lancha de hachís por mitad del Estrecho. Su padre cuenta que era la primera vez que se subía a una. Lo convenció un primo hermano del chico, Luismi, al que apodan el Charlie y trabaja para un clan de la droga de La Línea de la Concepción (Cádiz).

“Yo se lo tenía prohibido porque sufría ataques epilépticos. Su cuerpo no ha aparecido. Los tres que iban con él, incluido el primo, me dijeron que ellos se durmieron y que, al despertar, mi Manuel ya no estaba. Pero ¿eso quién se lo cree? ¿Se esfumó?”.

Durante meses, José Amaya se desvelaba en mitad de la noche y pensaba en descerrajarse un tiro en la garganta. Hubo semanas en que ingería a diario un litro de whisky. Cerraba su negocio de pollos, se sentaba a una mesa de su negocio en soledad y la rabia le comía por dentro. Su refugio fue el alcohol. “Intentaba calmarme. Sé que no era el camino, pero me lo pedía la cabeza”.

La casa de José Amaya está repleta de fotos de su hijo junto a él y su madre, la abuela del chico desaparecido. Marcos Moreno

Este miércoles, mientras el cielo lagrimea sobre el Campo de Gibraltar, José dice sentirse “roto”, “partido por dentro”. Pero también sin miedo. Lleva casi dos años queriendo saber qué ocurrió encima de aquella narcoembarcación. El día que desapareció Manuel, el menor de sus dos hijos, él no sabía que iba a bordo de una lancha. “Sé que me mienten. Sólo pido que uno de esos tres que saben qué pasó, me mire a los ojos y me diga la verdad. No quiero meter a nadie en la cárcel ni quedar de chivato. Sólo quiero vivir tranquilo”.

“No quería que se equivocara como yo”

José Amaya, al que se conoce como el Yiyi, tiene 58 años. Viste camisa de color azul claro y pantalón vaquero. Atiende a EL ESPAÑOL para contar por primera vez su historia. Lo hace en su asador de pollos, el 'Come y Calla', situado en Taraguilla, un poblado de San Roque vecino a La Línea y a Algeciras. Aquí, aunque se mantengan ocultos, los narcos se sienten poderosos. Desde que le perdió el rastro a su hijo, se ha convertido en otro padre coraje.

José nació aquí. Cuando tenía medio año de vida, sus padres emigraron con él a París. Allí estuvo hasta los 20 años. Al volver, conoció a una chica a la que dejó embarazada. “No tenía un puto duro y un niño venía al mundo. Yo nunca me he montado en una lancha, pero durante unos años me dediqué al contrabando. Por eso sé que este es mundo es una mierda”.

José pasó 11 años en prisión. Le cogieron con algo más de un kilo de cocaína encima. Pero en la cárcel logró encauzarse. Apasionado del flamenco y de la guitarra, en prisión creó un taller para enseñar a tocar y cantar a otros reclusos. Dice que salió “hecho verdaderamente un hombre”.

“Este mundo es pan para hoy y hambre para mañana. Me he dado cuenta de que todo lo que tengo, que es esto -dice recorriendo con la vista su negocio y la casa que tiene encima- me lo he ganado trabajando como un animal. Por eso no quería que mi hijo se equivocara como yo”.

José llegó a refugiarse en el alcohol y pensé en quitarse la vida tras la pérdida de su hijo. Marcos Moreno

Ataques de epilepsia tras pasar por el coma

Cuando tenía 18 años, el hijo de José tuvo una accidente cuando conducía un quad. Manuel se empotró contra los cristales de un coche. Los médicos lo trasladaron en helicóptero al hospital de Cádiz, donde pasó una semana en coma y cerca de un mes ingresado. Por ese tiempo, José cumplía condena y ya se había separado de su mujer.

Tras el accidente, Manuel comenzó a sufrir ataques de epilepsia cada cierto tiempo. Por eso su padre siempre trataba de protegerlo. Incluso le montó un asador a él y a su hermano. “Le decía que ni se le ocurriera montarse en una goma con su primo, quien llevaba tiempo tentándolo. Pero aquel día lo hizo… Ahora sabrá que su padre tenía razón, que ese mundo sólo trae ruina”.

José tiene los ojos ensangrentados por momentos. Describe a su hijo Manuel como un chico criado en el mar y que desde niño practicó con él la pesca submarina. Durante los últimos 19 meses, este hombre ha puesto el oído en cada esquina, en cada barra de bar, en cada tertulia de amigos.

¿Qué piensa que ocurrió?, pregunta este periodista. “Mi hijo y los otros tres llevaban día y medio en la lancha. Todo eso lo he sabido después. Por lo que a mí me han ido diciendo, al parecer parte de la carga la habían dejado fondeada o se les había caído. Como sabían que mi hijo era buen buceador, lo mandarían a recogerla. Y ahí le dio un ataque y se quedó. Pero yo no estuve para saberlo con certeza”.

Cuando desapareció, Manuel tenía 27 años. Los otros traficantes que iban con él a bordo de la lancha llamaron a Salvamento Marítimo y denunciaron su desaparición ante la Guardia Civil. Dijeron que le perdieron de vista sobre la una de la tarde del 27 de agosto de 2016. A José lo llamaron para contarle lo sucedido a las once de la noche, diez horas más tarde.

“Ellos denunciaron cuando ya no llevaban carga encima. Ante la guardia siempre han mantenido que tres estaban durmiendo y que mi hijo ya no estaba cuando despertaron. Pero sé que a mí no me avisaron al momento porque ocultan algo. Por eso quitaron de enmedio la lancha, que nunca se ha sabido dónde está. Estoy seguro de que en ella hay pruebas. Si a mí me llaman en ese momento, yo pongo ocho o diez lanchas en el mar de gente a la que conozco, que sé que me hubiera ayudado. Creo que hubiera dado con el cuerpo de mi hijo”.

- ¿Se investigó lo suficiente?

- Creo que no. Al mes, la Guardia Civil abandonó por inútil el caso. Pero mi hijo no era un perro. Si llega a ser el niño de un guardia, todo hubiera sido diferente.

Manuel, el hijo de José, besando a su abuela paterna. Cedida

“Le reventé la cara hace unos meses”

Durante todo este tiempo, José no ha dejado de pensar en el suicidio y en la venganza. Pero dice que, llegado el momento, enfría la mente y logra calmarse. Aunque hace poco perdió los nervios.

“Siempre le he dicho a su primo que se quite de la circulación, que no aparezca por aquí. Hace tres o cuatro meses lo vi ahí enfrente y le reventé la cara”, cuenta José.

El hombre dice que no ha cometido “ninguna locura” en estos casi dos años por su madre, que tiene 79 años y depende de él porque viven juntos. “A mí me han roto la vida. Si yo no me he pegado un tiro o me he cargado al primo de mi hijo ha sido por ella. A mí ya me da todo igual”.

- ¿Cómo está su madre?

- Imagínate. Ha perdido a un nieto como si se hubiera esfumado y está viendo sufrir a un hijo. Está muerta en vida. Literal.

Antes de despedirse, José recuerda lo que le dijo otro sobrino de su mujer -hermano del que iba en la lancha junto a Manuel- cuando se enteró de lo sucedido y se plantó en el cuartel de la Guardia Civil. José cuenta que estaba en la calle y aquel hombre le lanzó un consejo que sonó a amenaza: “Haz el favor de no remover la mierda”.

En aquel momento, José estaba conmocionado por la desaparición de su hijo y tardó en asimilar el mensaje. “A mí ya no me frena nadie. Sé que alguno, algún día, cantara y me contará lo que pasó”.

José ha puesto en venta su asador de pollos y su casa. Hace poco pedía 120.000 euros por ambas propiedades. Ahora, si le pagaran 60.000, dice que se conformaría. “Quiero mudarme a Jimena de la Frontera -un pueblo vecino- y montar una freiduría de pescado. Aquí todo son recuerdos de mi niño Manuel. Aquí todo me da chispazos”.

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