Arcos de la Frontera (Cádiz)

Cuando aquella madre tocó a su puerta, Manuel sintió cómo el frío recorría sus venas y el recuerdo de un pasado no tan lejano volvía a visitarle. Sin quererlo, se vio a sí mismo con 30 años menos. La señora, suplicante, le dijo que su hijo estaba en un fumadero de droga encerrado desde hacía horas. Ella tenía miedo de ir en su busca y que le sucediera algo malo. “Acompáñame, Manolito, te lo pido. Sácamelo de ahí”.

Manuel la acompañó y tocó la puerta del piso. Que salga fulanito, dijo. “Aquí no está, vete por donde has venido”, le respondió la jefa del punto de venta de droga. “Sácalo, está aquí su madre”, le exigió Manuel, quien se negó a marcharse. Al poco se abrió una puerta. Hasta que apareció el hijo de aquella mujer, antes fueron saliendo chicos jóvenes de miradas perdidas y cuerpos lánguidos. Aquella madre respiró al ver a su chaval.

Antes de marcharse junto a ella, Manolito le dijo a la traficante: “O dejas de vender droga o mañana tienes aquí a la Guardia Civil”. De aquello hace un mes y medio. La camella no ha vuelto a menudear con papelinas de rebujito, una mezcla de heroína y cocaína que en los últimos años ha atraído a miles de jóvenes en toda España por su bajo coste: una dosis de una décima de gramo oscila entre los seis y los diez euros.

Manuel González, de 61 años, enrrolla la pancarta con la que ha encabezado dos protestas en su pueblo, Arcos de la Frontera (Cádiz). En ella se lee 'Por un pueblo limpio de heroína' A. Lozano

Cinco denuncias y dos ingresos en prisión

Ahora es la una de la tarde del pasado miércoles. Los turistas recorren bajo el sol el casco histórico de Arcos de la Frontera, un pueblo de la serranía gaditana con 31.000 habitantes. Manolito es Manuel González, tiene 61 años y vive solo en un diminuto estudio alquilado. Hay un baño y una sola habitación donde se juntan la cocina con la cama. Sobre una mesa redonda de comedor hay un cenicero de cristal rebosante de ceniza y colillas.

Manuel bebe café con leche. Está divorciado y tiene cinco hijos. Cayó en la heroína a mediados de los 80. No la abandonó hasta los 90. La fumaba en plata. Nunca se pinchó. Así, durante nueve años. Su vida se vino abajo. Se marchó de su pueblo. Se quedó sin su empresa de construcción. Se comió los ahorros. Tocó fondo.

De aquello han pasado tres décadas. Manuel está limpio y vive de una pensión de poco más de 600 euros. La mayor parte de su tiempo lo dedica a evitar que sus vecinos caigan en las drogas. ¿Cómo? Atacando a los puntos de venta. Ya ha denunciado a los dueños de cinco narcopisos. A dos de ellos los ha enviado a prisión.

La Guardia Civil detuvo a un matrimonio de Arcos la semana pasada. A él le apodaban el Maquinilla. Vendía, sobre todo, heroína. A la pareja la había denunciado Manuel, que a las pocas horas decía a través de un comunicado: “Hoy se puede ver que la lucha que empezamos hace casi dos años por fin está dando sus frutos con la detención de personas de un foco de venta de heroína en la Cuesta del Pilar que estaba matando a nuestros jóvenes”.

"El caballo vuelve a cabalgar por España"

- ¿Por qué empezó con esta iniciativa?

- Porque el caballo vuelve a cabalgar por España como en mi época. Llevo años viendo en otros chicos la cara y el cuerpo que un día tuve yo. Ahora no hay yonquis que se pinchan por la calle, pero la gente está cayendo como antes. Fuman como locos. Fuman heroína con cocaína. Mierda para el cerebro.

Manuel consumió por primera vez cuando rozaba los 30 años. Tenía su propia empresa de techados y siempre una cuadrilla de cuatro o cinco empleados. Una mañana, yendo al tajo, paró en el bar de siempre a tomar café. Uno de sus chicos se quedó en el coche a fumarse una papela de heroína. Manuel lo vio, le preguntó qué era eso y lo probó.

Durante ese día no sintió dolores de espalda. Se sintió relajado. Un par de jornadas después ya le estaba dando dinero a su trabajador para que en la obra no faltara caballo. Meses más tarde era él quien, en mitad de la jornada de trabajo, se iba a Las Tres Mil Viviendas de Sevilla o al barrio de Cerro Blanco en Dos Hermanas a comprar heroína.

Poco a poco, la adicción de Manuel fue llegando a oídos de sus clientes, que dejaron de encargarle trabajos. Estaba tan enganchado que abrió su propio punto de venta. Lo que ganaba, lo reinvertía en más droga para su propio consumo. Manuel y su familia se mudaron a Alicante. Allí se acogió al programa de metadona. Era incapaz de soportar el síndrome de abstinencia, el mono, en un centro de desintoxicación. Prefería dejarlo poco a poco.

Estando en Alicante, la Justicia fue tras Manuel. Lo condenaron a dos años y medio de prisión por traficar con drogas. Le pedían casi 11. Ingresó en la cárcel de Fontcalent, donde cumplió ocho meses. Luego le concedieron el tercer grado. Al médico del talego le pidió que no le quitara la metadona. No lo hizo. Al salir, nunca más volvió a consumir heroína.

- Yo era un yonqui. Sé lo mal que se pasa con el mono, cómo tu cuerpo suda y te entran unas diarreas insufribles. Pero lo peor es que tu mundo se acaba. Terminas perdiéndolo todo.

Manuel González en una foto de cuando él rondaba los 30 años. Dice que en ese momento ya era un adicto a la heroína. Cedida

Dos seres queridos, también en la droga

La lucha de Manuel empezó también, según cuenta, porque dos seres queridos suyos cayeron en la droga hace unos años. Prefiere no señalarlos directamente porque hace poco que han logrado salir de ella. Dice que se volvieron violentos, irascibles, distantes. Un día encontró a una de esas personas casi inconsciente tumbada en un sofá. Pesaba 20 o 30 kilos menos de lo normal en ella. "Tuve miedo. Mucho miedo", dice.

Manuel ha organizado dos manifestaciones por las calles de su pueblo en los últimos tres meses. Quiere que nadie se calle ante la droga. Si tienen miedo de señalar con el dedo a los camellos, que le llamen a él, que denunciará. Para eso quiere poner en marcha una asociación. En la actualidad se encuentra en el proceso de registro y en negociaciones con el ayuntamiento para que le cedan un lugar público como sede. Él quiere que sólo la puedan utilizar sus socios para evitar los cuchicheos y ganar privacidad. El consistorio le ofrece la alternativa de un espacio compartido. Manuel dice que es mentira, que lleva dos meses esperando a que le muestren el inmueble.

- Quiero poner en marcha una asociación para poder presentar las denuncias como acusación popular y que nadie tenga que dar la cara. La gente tiene miedo a las represalias.

- ¿Confía en que los vecinos se unan a su causa?

- Sí. Poco a poco quiero tejer una red de informadores para que los camellos se tengan que ir de este pueblo. Sé lo mala que es la droga y no la quiero para nadie.

Palabra de arrepentido. Deseo de redentor.

Noticias relacionadas