Julieta -nombre ficticio- apenas pasaba de los 35 años cuando se vio sumida en una tesitura que jamás imaginó. Ella, profesional sanitaria, siempre creyó que no tendría grandes dificultades para ser mamá. Lo había pospuesto hasta encontrar el tiempo propicio. Tenía todo a su favor: era joven, presumiblemente fértil, sana. Su pareja y ella sentían que era el momento. “Pero, después de un año intentándolo sin resultados, no sabíamos qué hacer. Así que decidimos acudir a la reproducción asistida”.

Ella es una mujer alegre, segura. Ahora cuenta su historia entre risas, pero no hace ni un lustro todo era un sentimiento de culpa, de remordimientos, de machaque emocional. El viaje psicológico que se esconde tras los tratamientos de fertilidad es sólo uno de los claroscuros que siluetean la reproducción asistida. Un negocio boyante que crece de manera exponencial y que muchas veces encuentra su origen en la desesperación y la amargura. ¿Por qué yo? ¿Por qué nosotros?

España, líder en reproducción asistida

España, además de encontrarse a la cabeza en cuanto a desarrollo e implantación de las técnicas en esta especialidad ginecológica, es también el país europeo con mayor número de clínicas. Según los últimos datos de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), de diciembre de 2016, a lo largo de la geografía española había 383 establecimientos -públicos y privados-. Sólo Estados Unidos supera a España en el número de centros dedicados a ello. A estimular hormonalmente a hombres y mujeres y producir bebés. Con el coste que implica, que puede ser de casi 10.000 euros por intento.

Es un mercado suculento. En Oslo, capital de Noruega, hace un par de años únicamente había dos clínicas de reproducción asistida. Al otro lado del ring, Madrid, con 48. Los empresarios españoles se han lanzado al mundo de la fertilidad atraídos por la posibilidad de hacer mucho dinero: existen infinidad de métodos que pueden sumar decenas de miles de euros a la factura de parejas desesperadas por tener hijos.

Una mujer se somete a una ecografía. Istock

Julieta y su marido, como otros tantos, abandonaron la idea de ser padres tras varios intentos con distintas técnicas. En su caso, habían pasado por dos abortos espontáneos y por varios tentativas fallidas. “Decidimos parar. No podíamos más. Porque te sientes como una mierda. No puedes parar de pensar en cualquier cosa. Que si es tu culpa, que si deberías haber empezado antes, que seguro que no le pasa a nadie más”, se sincera la joven sanitaria. Lo peor, la poca información. “No te dicen nada, sólo que no funcionaba. Así que, por salud mental, lo dejamos aparcado. No sabíamos si volveríamos o no, pero no podía seguir así”.

No volvieron. Pero tampoco les hizo falta: a los tres meses, Julieta se quedó embarazada de manera natural. Y, a los siete meses de dar a luz a ese bebé, volvió a gestar. Sin laboratorios ni muestras de por medio. Ahora es madre de dos niñas.

Un gran desembolso económico

Algo similar le sucedió a Paula -nombre ficticio-. En su caso, con un enorme desembolso económico detrás. Ella y su pareja recurrieron a una clínica privada, una de las pioneras en nuestro país y probablemente la más prestigiosa: el IVI, el Instituto Valenciano de Infertilidad. Les guiaron sus ansias de ser papás y la necesidad de enfrentarse a esta problemática de la manera más eficaz posible. No alargar una desazón y agonía que pesaban como una losa sobre sus espaldas.

“Teníamos recomendaciones de la sede del IVI en Aravaca (Madrid), así que nos decantamos por ese centro. Me hice dos tratamientos y me sacaron óvulos. La primera vez no funcionó. La segunda, tampoco. Me decían que no eran de muy buena calidad, que no eran bonitos”.

La mujer utiliza esos términos a propósito. Habla de óvulos bonitos y feos porque así se lo transmitían a ella. Como si de una cuestión de belleza se tratara. La infantilización de la reproducción. Lo que realmente iba a ser feo sería el montante de dinero que su pareja y ella se gastarían en unos intentos inútiles, casi sin darse cuenta y alentados por el deseo de la paternidad.

Tanto ella como su marido estaban emocionalmente exhaustos después de múltiples pruebas y exámenes. De intentos en vano. “Una amiga conocía al director del IVI en Valencia [clínica matriz del grupo IVI y la primera en convertirse en referente] y nos preguntó si queríamos intentarlo una vez más. Cómo íbamos a decir que no”. Paula hace una pausa en su historia. Se emociona al recordar. Es un proceso difícil de olvidar.

“Nos plantamos en Valencia y, allí, me plantearon la posibilidad de usar óvulos de una donante. Me preguntaban que por qué me quería sacar los óvulos si había donaciones, que las mujeres de hoy en día no se sacaban los óvulos y no se sometían al proceso de ovulación, en el que te hormonas un montón. Que por qué quería hacer eso. Pero yo quería hacerlo con mis óvulos”.

Paula se volvió a tratar, a hormonarse para estimular la producción de sus gametos -células reproductivas-. Y volvió a ser un intento estéril. Ahí, desesperada, aceptó lo que venía rechazando: utilizar óvulos de donante -lo que implicaba una carga genética para su bebé distinta a la suya-. Cada paciente que se decante por esa opción “tiene que pagar el tratamiento de extracción de óvulos de la donante más la farmacia que necesite. Nosotros nos llegamos a gastar 3.000 euros en medicinas para la donante”. La cuenta ya rondaba los 20.000 euros para esta pareja: tratamientos de estimulación hormonal tanto para ella como para él, exámenes previos de sus gametos y una fecundación in vitro en Madrid. En Valencia, se doblaron y se añadieron los gastos de la donación. El transporte y el alojamiento en el Levante iban aparte.

Tratamientos de cuatro cifras

El precio de los distintos tratamientos de fertilidad en España varía según la clínica a la que se acuda. Mujeres menores de 40 años pueden acudir a la sanidad pública, que corre con todos los gastos. El mayor inconveniente es que “es un sistema lento. Pueden tardar varios meses en darte cita y en reproducción asistida cada mes cuenta”, indican fuentes especializadas del sector a EL ESPAÑOL. Por lo público, además, sólo se permiten tres intentos.

En el caso de acudir a un centro privado, ya sea por agilizar los trámites o por superar la barrera de edad que implanta la Seguridad Social, la factura rondará, según datos facilitados por la SEF a este periódico, los 600 euros si se recurre a una inseminación artificial. Es el tratamiento más barato: consiste en colocar una muestra de semen en el interior del útero de la mujer para incrementar el potencial de los espermatozoides y las posibilidades de fecundación del óvulo. De aquí, el coste va para arriba.

Una fecundación in vitro, por ejemplo, no baja de los 5.000 euros. Es más complejo que el procedimiento anterior. Se trata de unir el óvulo con el espermatozoide en el laboratorio -in vitro-, con el fin de obtener embriones ya fecundados para transferir al útero materno y que evolucionen hasta conseguir un embarazo. Y la técnica más novedosa, la ICSI (Inyección Intracitoplasmática de semen), tiene un precio incluso superior. Pero desde la SEF no pueden dar una estimación del coste real de este método. Fuentes del sector apuntan a que, realmente, es imposible que baje de los 6.000 euros. “La cifra depende de la dificultad de la técnica. Y la ICSI es la más complicada”, explican.

La ICSI es el tratamiento que facilita al máximo la fecundación del óvulo. Consiste en inyectar con una pipeta un único espermatozoide, previamente seleccionado, directamente en el centro de cada óvulo. Se deja durante 3-5 días en el laboratorio para que se desarrollen los correspondientes embriones y, de ahí, se elige el número de embriones que los pacientes deseen -la legislación prohíbe más de tres- y se transfieren al útero. Realmente, es un método complementario a la fecundación in vitro y también requiere tratamientos de estimulación de gametos femeninos y masculinos para poder preseleccionar a los más aptos, los que tengan mayor calidad. Así se busca multiplicar al máximo las posibilidades de éxito.

En 2015 se realizaron más de 150.000 ciclos

De acuerdo con los últimos datos presentados por el Ministerio de Sanidad y registrados a través del contrato firmado con la Sociedad Española de Fertilidad, en el año 2015 se realizaron 127.809 ciclos -el término que se utiliza para referirse a cada intento, puesto que se extiende a lo largo del ciclo menstrual de la mujer- de fecundación in vitro y 38.903 inseminaciones artificiales. De esos intentos, nacieron 36.318 bebés. O lo que es lo mismo: sólo un 22% de los ciclos llegaron a buen puerto.

España es líder en reproducción asistida. Istock

En el caso de Paula y su marido, la factura ascendió a más de diez mil euros sólo en ese ciclo en Valencia, con una in vitro de donante. “Me implantaron los óvulos de la donante, pero afortunadamente no cuajó. Gracias a Dios no funcionaron”. La joven se sintió algo presionada a acceder a esta opción, la de la donante. “Pensé que cómo iba a decir que no, a cerrarme en banda, si era mi única opción de ser madre. Pero en el fondo no quería hacerlo así”.

Infinidad de pruebas que van añadiendo coste

“Hay una infinidad de pruebas complementarias, de tratamientos que puedes ir añadiendo a tu reproducción asistida. Y todas van sumando dinero a la cuenta final”, detallan fuentes del sector a este diario. “Te ofrecen miles de cosas y tú directamente escoges. Hay donantes de semen, de óvulos. Un montón de test genéticos y clínicos para los pacientes, para los donantes. Y después otro montón de test sobre los embriones que le suman mucho coste y que sirven para garantizar el éxito de cada ciclo”.

La cantidad de pruebas que puede ofrecer un médico ginecólogo van desde analizar el endometrio para ver si está receptivo hasta analizar sangre para ver la compatibilidad que tiene la pareja. También se puede analizar el embrión cromosómicamente. “Son pruebas extras”.

Al final, Paula y su pareja decidieron hacer un último intento con una reputada doctora en un centro hospitalario público de la capital madrileña. Funcionó a la primera. “Sentimos que en el IVI habían prolongado innecesariamente el proceso con tal de sacarnos dinero”, se sincera la joven madre.

"Es un tren al que te montan y tienes que dejarte hacer"

Otras veces el proceso se complica aún más. Sergio y Aida son un matrimonio de Bilbao que comenzó el tratamiento de reproducción asistida en 2012. Eran jóvenes ambos. Deportistas, una pareja activa. Lo intentaron primero por la sanidad pública, pero los plazos larguísimos de espera les incentivaron para intentarlo en una clínica privada. Su elección, el IVI. Y, al volver a tener una mala experiencia, fueron a un tercer especialista que les recomendó un familiar cercano. “En el hospital público no nos dieron explicaciones del proceso, opciones ni realmente información sobre nuestro problema de salud reproductiva. Básicamente el servicio de reproducción de Osakidetza -el servicio de salud vasco- es como un tren al que te montan y te tienes que dejar llevar y hacer porque a todas las preguntas respondían como si les molestase que quisieses saber cuál era el problema reproductivo que teníamos y por qué habían optado por una solución u otra. Y es la misma sensación que nos transmitían todo el resto de gente con la que nos cruzábamos allí”.

Ya no era solo el trato, sino que esta pareja tiene “serias dudas de que se haya hecho bien técnicamente. Además, cometieron varios errores, como darle a mi mujer medicación errónea”, cuenta el bilbaíno. El fallo farmacológico supuso que el matrimonio comprara medicamentos por valor de más de 800 euros (cubiertos por la seguridad social) de los que usaron “menos de la mitad.

Pero no fue el único descontrol. Pese a las buenas sensaciones que les proporcionó el IVI, en el primer ciclo les recomendaron una inseminación artificial tras un estudio de los gametos masculinos. Auguraban bastantes probabilidades de éxito. “El día que se hizo la inseminación el recuento del seminograma era muy bajo, y no había opciones de que tuviese resultado”, según el tercer especialista al que acudieron. “Es cierto que una vez aceptado el tratamiento ya estipulaban que si el día de la transferencia, una vez preparada la muestra, no se veía viable y no se hacía, se cobraba el importe íntegro igualmente, así que no supuso perjuicio económico que lo hiciesen, simplemente nos inflaron a falsas esperanzas”.

Fallos técnicos

Y el periplo continuó. Decidieron, esta vez, intentarlo con una fecundación in vitro. Cuando crioconservaron sus embriones -5, en total- sólo sobrevivieron a la descongelación dos de ellos. Igualmente, se los implantaron a Aida. Sin ningún tipo de éxito. “Si sólo ‘sobrevivieron’ dos es porque cometieron algún fallo en el proceso. Y la calidad de los embriones que implantaron era baja”, cuenta Sergio.

Persistieron en el intento. Se sometieron a un nuevo ciclo de in vitro en lo privado con el tercer ginecólogo y, al fracasar con un aborto químico -no había llegado a haber embarazo pero el embrión había empezado a implantarse-, se pusieron en lista de espera para probar por lo público. Era el tercer ciclo y su última oportunidad. “Ya asumíamos que no íbamos a poder tener hijos, así que empezamos los trámites para entrar en listas de adopción nacional”, indica.

Cuando les llamaron desde la Seguridad Social, ya no era necesario. Aida se había quedado embarazada de forma natural cuatro años más tarde de empezar el proceso de reproducción asistida. Esta gestación llegó a buen puerto. Ahora Sergio y Aida son padres de una niña llamada Leyla.

Aumento exponencial de la demanda

El boom de las clínicas de reproducción asistida en España se ha producido, según la SEF, por el aumento exponencial de la demanda. Cada vez las mujeres retrasan más la maternidad debido a circunstancias externas. Los datos publicados por el CIS muestran que, sólo desde 2002, la edad media con la que las españolas son madres por primera vez ha aumentado más de dos años y medio. En 2017, la española aplazaba la maternidad hasta cumplir los 32 años, de media.

La edad a la hora de ser madre sirve como barrera para que muchas mujeres no puedan acudir a la sanidad pública. También influyen los hábitos de una sociedad cada vez más sedentaria.

Es una fórmula jugosa: solventar un problema sociológico con un alto beneficio económico para las casi 400 clínicas que hay en España pero que puede suponer una ruina para quien se acaba prestando a intentarlo. Porque para montar una clínica de fertilidad, afirman desde la SEF, “sólo es necesaria una licencia sanitaria como para cualquier otro negocio sanitario”. Una pequeña inversión para un rotundo éxito, ya que el mínimo necesario es, de hecho, contar con un médico ginecólogo y un par de técnicos de laboratorio. Esto es parte de la explicación de por qué España tiene muchas más clínicas que sus vecinos europeos.

La clínica más grande del mundo es española

La tradición también juega su papel. España es el país pionero en la inseminación del óvulo manual y “se empezó a investigar en este campo mucho antes que en otros países”. También influye que la clínica más grande del mundo, el IVI, sea española. Favorece la competencia como en cualquier sector laboral.

Los datos que determinan la fiabilidad o el éxito de los centros de reproducción asistida son públicos. Son visibles en un registro nacional, dividido por provincias, que publica la SEF anualmente. Después, según confirman ellos mismos, “son auditados por entes independientes”. Pero es imposible establecer un ránking de eficacia.

Fuentes del sector apuntan a este periódico que “hay bastante control, pero sí que es cierto que las clínicas no reportan todo lo que hacen. Cada vez es una práctica que se está haciendo más. Como tú al final estás usando muestras humanas tienes bastantes auditorías, sobre todo buscando que no se pierda ninguna muestra. Y, cuando es una práctica fuera de lo común, tiene que pasar siempre por el comité ético nacional”. La SEF, al final, es un organismo privado que asesora a la Administración sobre cuestiones que tengan relación con la salud reproductiva, pero es privada. Aunque firma contratos relacionados con su área con el Ministerio de Sanidad.

Turismo reproductivo

Pero otra de las sombras de la reproducción asistida es mucho más desconocida: el turismo para ser papás. “España siempre ha tenido muchísimo turismo reproductivo. No es solo que España haya sido de las primeras en hacer en reproducción asistida, sino que la ley es más permisiva que en otros países europeos. En Italia sólo podías fecundar 3 óvulos. En Noruega no puedes hacer análisis cromosómico para elegir. En Reino Unido donar semen no es anónimo”. Pero aquí es viable.

Llama mucho la atención en ciudades grandes, bien comunicadas y con algún tipo de reclamo extra. En Málaga, capital de la Costa del Sol, el 80% de las parejas pacientes de las clínicas privadas eran extranjeras, según fuentes conocedoras. Una situación similar se vive en la Comunidad Valenciana, Baleares y Cataluña, con un 60-70% de pacientes extranjeras.

La fiebre española se extiende ahora por Europa. Aunque aún está bastante más lejos de la radiografía nacional. Madrid cuenta con 48 clínicas y Barcelona, 49. En Oslo hace dos años sólo había un par. Ya son seis. Y las que quedan. Un todo o nada a la biología.

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