Gonzalo Araluce Andros Lozano

Si hay un hombre que estos días acapara las miradas de sus compañeros en el Palacio de Justicia de Pamplona, ese es el juez José Francisco Cobo. Sobre sus hombros está la responsabilidad de dirimir uno de los juicios más mediáticos que se hayan celebrado en la ciudad: el de la manada, los cinco sevillanos acusados de una violación múltiple en Sanfermines de 2016. Por eso, el Palacio se ha convertido en un búnker rodeado de decenas de periodistas.

El magistrado ya sabe lo que supone lidiar con casos mediáticos hasta el extremo. Hace 14 años, presidió el primer jurado popular que juzgó en Navarra un caso de violencia machista; un crimen que sacudió la conciencia colectiva de la Comunidad foral, que conmovió a la sociedad. Y el asesino, en aquel caso, fue condenado a 22 años de prisión.

El homicidio tuvo lugar el 9 de abril de 2002, a las 9.12 de la mañana. Alicia Arístegui, de 37 años, esperaba con una amiga en una parada de autobús de la calle Mayor de Villava, muy próxima a Pamplona. Hacía unos minutos había dejado en el colegio a sus dos hijos, de 13 y 10 años. La existencia de la mujer se resquebrajaba entre las amenazas de muerte de su marido, Jesús Gil Peláez, un año mayor que ella: “Si te divorcias, te mato”.

El hombre se aproximó en coche, un Seat Toledo, hasta el lugar de los hechos. Al ver a su esposa, cogió un cuchillo con una hoja de 12 centímetros y se apeó del vehículo. La mujer, al verlo, echó a correr. La huida fue infructuosa. Él fue más rápido. La cogió por el pelo y la apuñaló en el pecho. La herida, mortal de necesidad, perforó el ventrículo derecho del corazón de la víctima.

Pero a Jesús no le bastó con ese golpe. De acuerdo a la sentencia, cayó en el ensañamiento: le clavó el cuchillo otras cuatro veces a su mujer antes de escapar a bordo de su coche. Alicia quedó tendida sobre el suelo, cubierta de sangre. Los médicos no pudieron hacer nada por salvar su vida. También fue necesario atender a la amiga de la víctima, embarazada, por un ataque de ansiedad.

Jesús Gil Peláez -su nombre está grabado a fuego en el historial criminal de Navarra- abandonó su coche en Ansoáin, una localidad cercana, y huyó después a pie. Finalmente, se entregó a la Policía.

Conmoción tras el crimen

El suceso conmovió a la sociedad navarra. Porque el crimen tuvo lugar a plena luz del día, cuando los escolares rezagados aún corrían por las calles para llegar al colegio. Porque el asesino se encontraba en libertad provisional por maltrato a su mujer y no debía acercarse a ella a menos de 500 metros. Porque todos los mecanismos de protección sobre Alicia habían fallado: “Había recibido en varias ocasiones malos tratos por parte de su marido”, afirmó Alfonso Úcar, alcalde de Villava, de donde procedía la pareja.

Porque dos niños de corta edad quedaban huérfanos.

La jóven madrileña que denunció haber sufrido una violación grupal en los sanfermines del 2016, abandona en un vehículo de la Policía Municipal de Pamplona con los cristales tintados el Palacio de Justicia de Navarra. EFE

¿Qué hacer con Jesús, un hombre con obsesión enfermiza que había culminado todas sus amenazas? “¡Te mato!”, le había gritado a Alicia. El asesino se saltó todas las barreras de protección y con un cuchillo escribió la última línea en la angustiosa historia de su mujer.

Fue la primera vez en Navarra que un jurado popular juzgaba un crimen de violencia machista. El abogado defensor presentó varias circunstancias atenuantes para tratar de reducir la condena, pero ninguna de ellas fue aceptada. El juez José Francisco Cobo rubricó la sentencia firme sobre el asesino: 22 años de prisión.

El juicio a 'la manada'

Estos días en el Palacio de Justicia de Navarra se celebra un juicio con características similares al de entonces. El magistrado José Francisco Cobo vuelve a presidir un caso sórdido y complicado de dirimir.

La memoria colectiva navarra sufrió una sacudida con el asesinato de Alicia Arístegui: “¿Qué podemos hacer para evitar que se den más crímenes de violencia machista de este tipo?”, es la pregunta que se hicieron las autoridades. Y la respuesta pasaba por una concienciación que ha calado profundo.

Periodistas con uno de los abogados en el juicio por la supuesta violación.

El caso de la manada, sea cual sea la sentencia, también ha marcado la conciencia popular. C. denunció que cinco jóvenes sevillanos -la manada, como se llaman a sí mismos- la habían violado en un portal de la calle Paulino Caballero, en Pamplona, en la madrugada del 7 de julio de 2016, en la plena celebración de los Sanfermines.

Desde entonces, las fiestas populares se rigen bajo una máxima: “Basta de agresiones sexistas”. El debate se ha extendido a todo el país y los medios de comunicación informan de cada novedad que se registra en el caso.

Todo ese ruido queda silenciado estos días en el búnker del Palacio de Justicia de Pamplona; el juez Cobo, experto en juicios fragorosos, trata de minimizar las posibles injerencias externas para que dicte sentencia sobre la manada.