Pese a su edad, 78 años, Antonio Romero estuvo trabajando con ahínco durante las horas previas a que lo mataran a golpes con una barra de hierro. Por la mañana, como había hecho los últimos 60 años, vendió churros en su puesto, situado junto a una parada de taxis y de autobuses en Chiclana de la Frontera (Cádiz). Por la tarde, Antonio fue con su hijo José Manuel a Alcalá de Guadaíra (Sevilla) para revender dos camiones repletos hasta los topes de chatarra. Primero él la compraba al menudeo en su pueblo. Luego, cuando estaba a buen precio en el mercado, la ponía en manos de algún mayorista. Aquel día se embolsó 10.000 euros. Al llegar a casa, sobre las ocho de la tarde, guardó el dinero dentro del colchón de su cama. Pero le duró muy poco tiempo. Sólo unas cuantas horas.

Durante la madrugada posterior, la del 23 de septiembre de 2004, cuatro hombres encapuchados entraron a su humilde casa en busca de la llave que abría la caja fuerte que Antonio escondía tras un cuadro. Allí guardaba poca cosa en ese momento: algunas joyas y el testamento.

Pero a los ladrones alguien les había dado el chivatazo de que el laborioso anciano tenía una caja fuerte repleta de dinero en el interior de su hogar. Sin embargo, el hombre les dijo la verdad a aquellos extraños: la llave no estaba en casa. La tenía Ramona, su socia en la chatarrería y quien le llevaba las cuentas porque él se solía hacer un lío tras el cambio de la peseta al euro.

Sin embargo, los ladrones no creyeron a Antonio, quien como cada noche dormía con su mujer, Manuela, de 80 años. Lo hacían en camas separadas, costumbre de los antiguos. Para tratar de conseguir la llave, los encapuchados les pegaron durante horas. Pensaban que así el matrimonio sacaría la maldita llave de algún sitio.

Pero Antonio ‘el churrero’, como se le conocía en Chiclana, no aguantó los golpes y falleció allí mismo. El juez que levantó su cadáver lo encontró maniatado con una cuerda blanca y con su reloj de oro en la muñeca izquierda. Su mujer, a la que además de golpearla le cortaron con un cúter en el cuero cabelludo y detrás de las orejas, quedó inconsciente. Eso le salvó: los cacos pensaron que también la habían matado y dejaron de pegarle.

Antonio fue encontrado muerto maniatado con una cuerda blanca y con su reloj de oro en la muñeca izquierda E.E.

Los asesinos, "cuatro sombras negras"

Aquella noche, entre pitillo y pitillo, los ladrones dieron con la caja fuerte al mover uno de los muchos cuadros que Antonio y Manuela tenían colgados en las paredes de su vivienda, una austera casa de planta baja en Chiclana. Pero los agresores, sin llave y sin herramientas para forzarla, salieron huyendo con los 10.000 euros escondidos en el colchón que ‘el churrero’ les había entregado.

A la mañana siguiente, cuando aún no eran las nueve, José Manuel, uno de los cuatro hijos del matrimonio, se acercó a casa de sus padres, como tenía costumbre hacer cada día. Al no abrirle nadie, se extrañó y miró por la ventana del baño, que estaba entreabierta. Desde su posición vio a su madre tirada en el suelo, consciente pero empapada en sangre. Cuando José Manuel consiguió entrar forzando la puerta, se encontró a su padre muerto. Mientras esperaba una ambulancia sin dejar de temblar, Manuela no dejaba de decirle a su hijo que habían sido “cuatro sombras negras, cuatro sombras negras”.

Tras la muerte de su marido, la viuda de Antonio ya nunca fue la misma. Después de ser testigo de cómo mataban a su esposo, la mujer pasó por varias operaciones de huesos, perdió la cabeza y vivió en continuo estado de psicosis. Manuela acabó muriendo pocos meses después.

Tras el robo, la Guardia Civil se hizo cargo del caso con tan sólo una pista sólida: el ADN extraído de la sangre que uno de los ladrones había dejado en paredes, cuadros, ropa tendida... Se había cortado en una mano al saltar el muro coronado por cristales a través del que se accedía al patio trasero de la casa. Una vez dentro, aquella sombra negra abrió la puerta para que entraran sus compinches.

Aquello sucedió una noche de finales de septiembre de hace justo 13 años. Después de que la Audiencia de Cádiz archivara el caso y de que la Benemérita casi se olvidara de él tras abrir hasta 30 líneas de investigación –se sospechó de yonquis de la zona o de dos ocupantes de un Ford robado que esa noche estaba aparcado cerca de la escena del crimen-, el empeño de un sargento y de su equipo de Homicidios de la Policía Judicial de la Benemérita en Cádiz han logrado arrojar luz sobre qué sucedió aquella madrugada. Lo principal, capturar a los presuntos asesinos de Antonio y Manuela.

La mujer del churrero estaba en lo cierto. Eran cuatro. Todos procedían de países de la antigua Yugoslavia. Estaban especializados en robos con violencia en casas. Cuando ya pensaban que nadie se acordaba de ellos, la Justicia les ha dado caza. Dos vivían en Dos Hermanas (Sevilla). Otro estaba preso en Nantes (Francia). El cuarto se encontraba prófugo tras fugarse durante un permiso de la cárcel austriaca en la que cumplía condena. Ahora están imputados por un doble asesinato.

Los cuatro detenidos Adrijan Selimi, Enver Bajramovic, Sejnur Salijevic y Zoran Bajra

EL ADN DE UN DETENIDO EN VALENCIA

Este pasado miércoles por la mañana, el sargento que ha pilotado la investigación en su última fase atiende al reportero de EL ESPAÑOL en la Comandancia de la Guardia Civil en Cádiz. Delante de una taza de café con leche cuenta que retomaron el caso en 2014. Lo primero que hace es restarse mérito: “Tengo el mismo que cualquiera de los agentes que componemos el grupo de Homicidios. El tiempo pasado era un aliciente añadido para seguir investigando. Pensamos que podríamos conseguir algo y hemos logrado resolver conjuntamente el caso del asesinato que más ha conmocionado a esta provincia”.

A este sargento el crimen de Antonio ‘el churrero’ le ha quitado el sueño en múltiples ocasiones. Hijo de guardia civil, lleva el oficio en la sangre. “Personalmente es una satisfacción tremenda. Sus cuatro hijos ahora pueden descansar. Había gente en el pueblo que apuntaba a que alguien de su propia familia había dado el chivatazo de la caja fuerte. Aunque eso, a día de hoy, todavía sigue siendo una incógnita”.

El sargento explica los pormenores de la investigación. Tras revisar la documentación del caso, él y los siete agentes a su cargo llegaron a una conclusión: sabían que el autor o autores se dedicaban a robar casas de forma violenta. A partir de ahí, repasaron uno a uno los expedientes de todos los delincuentes con antecedentes por robo de Cádiz y Sevilla.

“De los que tenían reseña genética, que eran muy pocos, ninguno coincidía con el ADN que encontramos”, dice el sargento. “Por ese tiempo, 2004, apenas nos solíamos quedar con muestras de sangre de los detenidos, salvo que se tratara de delincuentes muy peligrosos, como en el caso de los violadores. A un simple ladrón sólo se le practicaba una reseña fotográfica y nos quedábamos con una muestra de su huella dactilar. Poco más”.

Pero el grupo de Homicidios de la Policía Judicial de la Guardia Civil en Cádiz no escatimó esfuerzos. A los delincuentes que no tenían reseñas genéticas los siguieron en busca de ellas. Si se tomaban un café en un bar, ellos se quedaban luego con el vaso. Si tiraban una colilla al suelo, la recogían. Incluso, los guardias, siempre vestidos de paisano, llegaron a hacer encuestas ficticias a algunos ladrones para que firmaran con bolígrafos que les prestaban y que luego éstos les devolvían. Sin embargo, no hubo suerte con este método. “De todas las reseñas genéticas que conseguimos, ninguna coincidió al cotejarla con la muestra hallada en la casa de ‘el churrero’”.

Dormitorio de Antonio el churrero tras su asesinato hace 13 años E.E.

UN EXCOMPAÑERO DE ‘EL VAQUILLA’, LA CLAVE

Luego, los agentes que investigaban el caso se centraron en dos delincuentes de Jerez de la Frontera (Cádiz). “Casi nos metimos en su casa. Uno de ellos había sido atracador en los 80 junto a ‘El Vaquilla’”. Los investigadores habían emprendido el camino que les llevaría a resolver el crimen. Los miembros de la Benemérita vieron que aquellos dos delincuentes de poco trapo tenían vínculos con un grupo de nacidos en la antigua exYugoslavia. Varios de ellos residían –o lo habían hecho- en Dos Hermanas (Sevilla), a 111 kilómetros de Chiclana. Las piezas empezaban a encajar.

Al conocer sus identidades, el grupo de Homicidios se percató de que uno de ellos tenía reseña genética en Valencia, donde le habían detenido con una pistola y un pasamontañas ocultos en el maletero de un coche. Por la gravedad del hecho le tomaron una muestra de sangre, cuyo análisis de ADN se archivó en el registro nacional al que tienen acceso Guardia Civil y Policía Nacional. Se llamaba Adrijan Selimi. Había nacido en Skopje (Macedonia).

Entre diciembre de 2015 y febrero de 2016, la Guardia Civil siguió cada paso que daba Adrijan Selimi. Vivía en Dos Hermanas, donde había tenido dos hijos con una sevillana de la que se había separado. Al mayor, de 12 años, estuvo a punto de ficharlo el Sevilla FC para su cantera.

“No tenía trabajo. Vivía de las ayudas sociales pese a que se suponía que tenía dinero de dar palos en casas de media Europa y de media España. En los seguimientos se comprobó que acudía al Ayuntamiento de Dos Hermanas para que le pagaran comida. Era un tipo que, 12 años después de aquello, seguía mirando hacia detrás cada dos por tres. Extremaba su seguridad. Siempre iba acompañado de un amigo, un compatriota”.

SE CURÓ LA HERIDA CON PÓLVORA

La Benemérita detuvo a Selimi, de 41 años, en abril de 2016. Tras ponerle los grilletes, lo primero que hizo el sargento fue comprobar si tenía una cicatriz en una de sus manos. Si era él, debía de ser visible aún porque la Guardia Civil preguntó en todos los centros de salud de Sevilla y Cádiz si el 23 de septiembre de 2004 alguien había ido a curarse una herida similar. Pero Selimi, perro viejo, se la había curado él mismo echándose pólvora y prendiéndole fuego, algo que probablemente aprendió durante la guerra que desmembró la antigua Yugoslavia.

Pero el día de su detención aún seguía ahí esa cicatriz. Ya no quedaban dudas. Era él, Adrijan Selimi, quien saltó aquel muro de la calle Álava en Chiclana para, poco después, matar junto a tres hombres más a Antonio ‘el churrero’.

Cuando declaró ante el juez, Selimi reconoció los hechos y dio los nombres de sus tres acompañantes aquella noche: Sejnur Salijevic, un macedonio preso en Francia que alardea de hablar siete idiomas y que cuando mataron a Antonio tenía 17 años; Zoran Bajra, de 38, originario de Kosovo, encarcelado en Austria; y el anciano del grupo, Enver Bajramovic, un bosnio de 58 años que, como Selimi, vivía en Dos Hermanas.

Poco a poco, las otras tres piezas del puzle fueron cayendo. Al preso en Francia se le notificó que en 2019, cuando termine su condena en el país vecino, probablemente tendrá que cumplir la pena que le imponga un juez por el asesinato del matrimonio gaditano –pese a que Manuela falleció meses después, la Fiscalía sostiene que ellos son los causantes de su muerte-.

Al mayor del grupo, el bosnio Bajramovic, se le detuvo en mayo de 2016 en el barrio La Moneda de Dos Hermanas. Se encuentra en prisión provisional a la espera de juicio. Al tercero, Zoran Bajra, costó más darle caza. Durante un permiso penitenciario de fin de semana en Austria no volvió a la prisión. Sin embargo, a través de las redes sociales, desde España le seguía el rastro la Guardia Civil. Bajra se escondió en Noruega, Suiza, Croacia… Como sus compañeros, también disfrutaba de numerosa documentación falsa. Se le detuvo cuando puso pie de nuevo en Austria. El pasado 10 de agosto se le extraditó a España.

“NO NOS QUERÍAMOS MORIR SIN SABER QUIÉNES FUERON”

Pocas horas después de que el reportero se vea con el sargento de la Guardia Civil, quienes atienden a EL ESPAÑOL son tres de los cuatro hijos de Antonio y Manuela. Son Esperanza, de 69 años, Bernarda, de 62, y José Manuel, de 54.

El encuentro se realiza junto a la antigua churrería de su padre. Algunos vecinos del pueblo les dan la “enhorabuena” cuando se cruzan con ellos. En la churrería trabaja ahora José Manuel, quien se encontró a su padre muerto y a su madre herida aquella mañana posterior al robo. “Nunca olvidaré aquello que vi. Había sangre por todos sitios: ropa, paredes, suelo… Mi madre tenía la cara amoratada por los golpes. Salí a la calle chillando en busca de ayuda”, cuenta el hombre.

Esperanza, Bernarda, y José Manuel, tres de los hijos de Antonio, que no han desistido para esclarecer el caso. E.E.

Durante los primeros cinco o seis años posteriores al asesinato, José Manuel acudía casi semanalmente a la Comandancia de la Guardia Civil para saber si los agentes avanzaban en la investigación. Poco a poco fue perdiendo la esperanza de ponerle rostro a los asesinos de sus padres. “Ahora puedo vivir más tranquilo, ya sé quiénes han sido”, dice. “No nos queríamos morir sin saber quiénes fueron”, apostilla su hermana Esperanza.

Pero José Manuel aún se pregunta quién le dijo a los cuatro detenidos que su padre tenía una caja fuerte en su casa. Sospechó hasta de un sobrino adicto a las drogas que vive en Algeciras (Cádiz). Pero él siempre ha pensado que fue Enrique, un vecino que residía puerta con puerta con sus padres.

“Aquel día, tras dejar a mi padre en casa cuando vinimos de vender la chatarra, yo me fui a tomar un vino a un bar. Sobre las 12 de la noche vi a Enrique con uno de esos cuatro que ahora tienes en las fotos. Estoy seguro que fue él quien les dijo lo de la caja fuerte a cambio de un pellizquito. Pero la Guardia Civil ya ha cerrado el caso. Nunca lo sabré”.

Tal fue la obsesión de José Manuel con este vecino, que un día visitó el barrio cordobés en el que vivía la familia de Enrique. Quería ver si algunos de los cuatro encapuchados estaba allí escondido. Para ello, hizo que su hermana Esperanza y su mujer se vistieran con indumentaria árabe y se plantaran en la casa de esta gente. Pero no vieron a nadie “extraño”.

José Manuel tiene razón. La Benemérita ha cerrado el caso del crimen del churrero. Gracias a su labor ha puesto a los cuatro presuntos asesinos delante de un juez. Quién informó de la existencia de la caja fuerte sigue siendo un misterio. Pero como le ha dicho al reportero el sargento de Homicidios, “sólo si llega algo sólido, se volverá a investigar, aunque es complicado”.

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