Pepe Barahona Fernando Ruso

A Ramón se le aceleró el pulso cuando después de 16 años volvió a ver a su nieto. Apenas lo reconoció. Tenía una abundante y desaliñada barba, más cuerpo, pero la misma cara afilada que cuando era zagal. Se le retorcieron las tripas cuando oyó el apellido Pérez, el suyo, precedidos del Muhammad Yasin Ahram. Era él, sin duda. El hijo mayor de su única hija, Tomasa. Era el rostro que estaba en todas las televisiones reclamando en castellano para el Daesh el atentado de Barcelona y Cambrils. Se le erizó el vello. Y sintió miedo.

Han pasado apenas dos días y Ramón relata a EL ESPAÑOL que no sabe si tiene miedo por él y por su mujer, dos septuagenarios jubilados, o por lo que pueda pasarle a su hija, que abandonó a los suyos hace 16 años para engrosar en Siria el ejército del mal llamado Estado Islámico.

“No sabíamos si estaban vivos o muertos, hasta ahora; al menos, por el vídeo, sabemos que mi nieto vive”, explica Ramón.

Los Pérez y los Mollejas provienen de Pedro Abad, un pequeño pueblo de casi tres mil habitantes situado en el Alto Guadalquivir a 35 kilómetros de Córdoba. Allí se conocieron Carmen y Ramón, que nada más casarse se mudaron a un pequeñito piso que él había comprado de soltero en la Zona de Levante de la capital. Era el año 1973.

Ramón Pérez es el padre de Tomasa, quien se fue a Siria hace ya 16 años. Fernando Ruso

Tres años más tarde Carmen dio a luz a su hija Tomasa en Málaga, donde el matrimonio vivía eventualmente por cuestiones laborales. Había mucho que construir en la Costa del Sol y Ramón era albañil. Ella lo acompañó.

Carmen lleva varios días con la tensión arterial altísima a cuenta de la aparición de su nieto en los medios. Es el mismo que aparece en una de las fotografías que todavía conservan enmarcadas en el salón de su casa. También la de Tomasa vestida de primera comunión, antes de que abrazara el Islam.

TOMASA, POR LA SUEGRA

Porque Carmen está bautizada por la Iglesia católica. Por un momento deja los continuos sollozos para explicar con una sonrisa que le puso el nombre de Tomasa a su hija en honor a su suegra. “Le podía haber puesto Carmen, o el nombre que quisiera, pero —señalando a su marido Ramón— por complacer a su madre…”.

“La gente le decía Tomi o Tomasita, pero a mí no me gustaba porque Tomi es nombre de perro”, descerraja con una sonrisa. “Yo le decía Tomasa con la boca llena. Y a mi suegra —se ve que no le convencía su propio nombre— no le gustaba”.

Ramón y Carmen ríen cuando recuerdan a su hija. O la que fue su hija antes de que se fuera de España a Siria con su marido, el marroquí Abdelah Ahram, nacido en Tetuán y cuatro años mayor que ella. Ahí el semblante cambia.

Vivienda en alquiler en Alcolea (Córdoba) en donde Tomasa Pérez y Abdelah Ahram estuvieron varios años viviendo con sus dos primeros hijos, entre ellos, Muhammad Yasin. Fernando Ruso

“Yo solo he hecho lo mejor para mi familia”, relata Carmen tratando de justificarse. “Mi marido ha estado 40 años trabajando en la calle. Yo he cuidado de mi madre y de mi suegra. He criado a mis dos niños… No he trabajado, y no tengo pensión, por darle el mejor futuro a mis hijos. Porque ella podía haber sido lo que hubiese querido, pero…”.

Tomasa conoció a Abdelah Ahram con solo 17 años mientras cursaba Tercero de BUP en la Universidad Laboral de Córdoba. “Allí la captó”, detalla Carmen.

“TOMASA ERA MUY NOBLE Y MUY BUENA”

“El pescadero me decía: ‘¡Carmen, deja a la niña que se vaya sola al colegio, que no se va a perder!’. Pero yo me asustaba cuando se retrasaba. Siempre pensando en si le podía haber pasado algo”. Porque, explica su madre, “Tomasa era muy noble y muy buena”. Y no sabe cómo pudo acabar con el que es su marido.

“Imagino que se conocieron en el autobús —conjetura—, de camino a Pedro Abad”, donde había una mezquita que él frecuentaba.

Carmen no habla de enamoramiento, sino de captación. Y recuerda a su yerno alto y rubio, “como la madre de él”. “Un tiarrón”, sintetiza. “Él no parecía marroquí; mi hija sí, porque era muy morena”, detalla.

Domicilio de la familia Pérez en la calle Espino de la localidad de Pedro Abad (Córdoba), en donde Tomasa Pérez jugaba de pequeña. Fernando Ruso

Desde que Abdelah Ahram entró en su vida, los notables y sobresalientes, tan frecuentes en el expediente de Tomasa dejaron de existir. Hasta que la joven dejó los estudios. “No llegó a hacer ni COU ni la Selectividad”, recuerda apesadumbrada la abuela.

Dos años después de conocerse, Tomasa se quedó embarazada de su primer hijo, Muhammad Yasin Ahram Pérez, el terrorista que en castellano habló por Daesh. Un año después nació Musa Nosair, su segundo hijo, también en las filas del califato.

Ramón, también nervioso, recuerda a EL ESPAÑOL que trataron de hacerse a las tradiciones de él para acercarse a su hija. Pero que poco a poco ella fue apartándose de su familia. Hasta que se cumplió por completo la amenaza que él profirió: “¡No la volveréis a ver!”, recuerdan los padres.

Tomasa y Abdelah Ahram se mudaron al número 24B de la calle Cuartel de Alcolea, un barrio por el que pasa el tren situado a las afueras de Córdoba. Allí, junto al paso a nivel con barrera, llegó a vivir un par de años. Lola, la propietaria del inmueble saca el contrato de alquiler con fecha 10 de agosto de 2001. El precio, 35.000 pesetas al mes. Eran buenos pagadores.

Ana Gómez, la vecina del número 10 cuenta a EL ESPAÑOL que Tomasa cambió en poco tiempo su forma de vestir. “¿Por qué te tapas con el velo con lo guapa que eres?”, le preguntaron las vecinas. “Ella respondió que si eso suponía un problema se irían de Alcolea”, recuerda Ana. “Y mira que él iba en chándal todo el tiempo, pero ella no podía ir como le diese la gana”, insiste.

Colegio Condesa de las Quemadas, en Alcolea (Córdoba) donde acudía cada día Muhammad Yasin Ahram Pérez, el yihadista cordobés. Fernando Ruso

“NO ERAN NIÑOS DE JUGAR EN LA CALLE”

En Alcolea recuerdan que era él quien llevaba los niños al colegio Joaquín Tena Artigas, el único en la barrida. “No eran niños de jugar en la calle, tampoco Tomasa salía mucho”, apuntan.

En una placita, escondidos mientras fuman marihuana, unos jóvenes que rondan la treintena aseguran a EL ESPAÑOL que Muhammad Yasin Ahram Pérez, el yihadista apodado ‘Al Qurtubí’ —en español, el cordobés—, estuvo hace tres días en el bar Reina de Alcolea. “Lo vi tomándose un café”, insiste Paco en mitad de una porfía con sus recelosos amigos. Los reporteros, tanto o más incrédulos, le muestran la foto del joven yihadista. “Ese, ese es, y estaba tomándose un café en el bar Reina”, zanja. “Pues como lo vea le pego un palo, vamos, que lo mato”, espeta otro de los fumetas.

En la ruta por los orígenes de los yihadistas cordobeses, EL ESPAÑOL también visita Pedro Abad, donde los Pérez Mollejas conservan una vivienda. Allí vive el único hermano de Tomasa, pero nadie contesta en su casa. En el tranquilo pueblo nadie de cuantos deambulan por las recalentadas aceras asegura conocer a la familia.

De vuelta a Córdoba, al barrio en el que se criaron los hermanos Pérez Mollejas, la respuesta es diametralmente opuesta. Todos los conocen y la respuesta siempre es la misma: “Todo lo bueno que pueda decir de ellos es poco”, admite Rafael, que regenta el bar La Jarrita, muy frecuentado por Ramón. “Es una familia muy querida en el barrio —sigue— y se les nota que lo están pasando mal”. De Tomasa nadie sabe nada.

Ni siquiera sus padres saben por ella que tiene seis hijos. Sí están al tanto de que su yerno cumple condena desde verano de 2006 en la cárcel de Satafilage por tráfico de drogas y por terrorismo. Formó parte de una célula yihadista y a punto estuvo de fundar otra junto a sus hermanos, financiándose con el mercadeo de hachís.

Con él en prisión, Carmen y Ramón todavía se preguntan por qué su hija, en vez de refugiarse en su familia, decidió irse a Siria a combatir bajo la bandera de Daesh. De hecho, todavía su padre todavía conserva la esperanza de que regrese.

Una de las vecinas de la calle Cuartel, en Alcolea (Córdoba), donde vivió parte de su infancia Yassin Ahram Pérez, junto a sus padres y hermano. Fernando Ruso

“TODAVÍA TENGO ESPERANZAS DE QUE RECAPACITE Y VUELVA”

“Ella siempre ha estado acostumbrada a los lujos de la ciudad y pensábamos que, cuando probase esa forma de vida, se arrepentiría y volvería. Y todavía tengo la esperanza de que recapacite y vuelva con nosotros”, insiste el septuagenario.

Aseguran Ramón y su esposa que llevan 16 años sin recibir ni una llamada de Tomasa. Y que la aparición en el vídeo de su nieto Yasin es la única prueba de vida que tienen desde entonces. “Aunque ni siquiera lo reconocí, solo porque leí el nombre”, relata. “Estaba cambiado, pero tenía la misma cara de niño”.

—Después de tantos años sin saber de Tomasa, ¿sienten como si hubiese fallecido?

—No sabemos nada de ella. Y, de verdad, no sabemos si vive o ha muerto. Tampoco en las condiciones en las que está. Al menos ahora, con el vídeo, sabemos que mi nieto está vivo.

—¿Le reconforta saber que lo está?

—Pero para lo desgraciados que son, [baja la voz Carmen] qué más nos da si están vivos o muertos. No sabemos nada.

Carmen está de los nervios. Visiblemente alterada. Con la tensión arterial altísima, según explica. En sus ojos se nota el cansancio. Y llora sin consuelo. “Esto no es vida”, explica su marido, siempre atento a su esposa. “¿Qué tengo yo que ver con este tema?”, se pregunta. “Ahora que estábamos ya repuestos —sigue—, aparecen otra vez…”. “Esto es un horror, un horror”, apunta ella.

“Hace tres años pasamos un golpe [cuando Crónica publicó ‘Y Tomasa se fue a la guerra (con sus seis hijos)’ de Toñi Caravaca y Martín Mucha]. Y ahora otro”, lamenta Carmen.

Tomasa Pérez y su hijo.

“Me tocó y me tocó”, sigue la abuela. “Estamos acojonaditos, con perdón de la palabra, porque sentimos miedo. Nosotros no estamos acostumbrados a esto. Estamos pasando por este trance porque nuestra hija se fue con el que se fue. Y yo podía estar muy bien, porque mi marido ha estado todo el día trabajando fuera de su casa, tengo dos hijos, la niña y el niño, y podíamos tener una jubilación muy buena, pero estamos rabiosos”. Carmen se desahoga.

“No hemos hecho nada malo pare merecer esto”, reprocha la septuagenaria. “Le podía haber pasado a cualquiera”.

—¿Y qué siente cuando oye a su nieto hablar de que “Al Andalus volverá a ser lo que fue” o de la “la sangre de los musulmanes derramada en la Inquisición”?

—Mi nieto es un desgraciado. Es un ignorante, no un yihadista. Es lo que es porque lo han metido allí, no por voluntad propia. Y ahora se ha hecho el valiente.

Por eso restan peso a sus palabras. Todavía lo ven como el niño que fue. No como el yihadista que es. El mismo que dice: “El yihad no tiene fronteras, haced la yihad donde podáis y Alá estará complacido con vosotros”.

Por mucho que le pese a sus abuelos.

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