Hay una escena en My Fair Lady en la que Eliza Doolittle, interpretada por Audrey Hepburn en la película de George Cukor de 1964, se despierta en una cama llena de almohadas y entre sábanas blancas y limpias. Cuando la joven y pobre florista se da cuenta de que no es un sueño no puede evitar gritar de alegría. Esa misma sensación debió de tener Letizia el pasado jueves día 13 cuando abrió los ojos y se vio rodeada de almohadones de una cama con dosel de más de 100 años, en una de las 775 habitaciones de Buckingham Palace. El día anterior, los reyes de España habían dormido en el Hotel Me London (de la cadena española Meliá de cinco estrellas y cuyas suites pueden alcanzar los 1.500 euros la noche), pero el jueves y el viernes la Reina más longeva de Europa quiso ser su anfitriona.

Entre la protagonista de la película, ganadora de ocho premios Oscar, y la reina hay ciertos paralelismos. Es verdad que Letizia nunca ha sido una persona analfabeta recogida por el excéntrico profesor Henry Higgins a las puertas del Covert Garden, pero sí ha sufrido, como en el caso del filme, una subida vertiginosa en la escala social para la que difícilmente alguien está preparado. Porque su marido, Felipe VI, conoce a Isabel II de Inglaterra como la Tía Lilibeth: ambos comparten árbol genealógico y la misma sangre, azul o no, corre por sus venas. Pero ella ha tenido que aprender en un tiempo récord todo lo que su esposo conoce desde niño. Y esto no es tarea fácil.

No es Letizia una mujer que se achante ante semejantes retos, más bien todo lo contrario. Y así lo ha dejado claro en este viaje de Estado, el más importante que ha hecho desde que es reina y, probablemente, el más importante que hará. A ella poco le impresiona una mujer que lleva en el trono 62 años más que ella. Nuestra reina enseguida coge confianza y hace de todos, por arriba y por abajo, a su igual. Cogiendo una familiaridad tan repentina y rápida con su interlocutor que a veces descoloca. Así le pasa, por ejemplo, con los reyes de Holanda, a los que en la intimidad llama con cariño Will y Max (William y Máxima). ¿Habrá vuelto a Zarzuela llamando Lili a la Reina Isabel II? No hay que descartarlo.

Letizia con Máxima de Holanda.

Para la esposa de Felipe VI, Isabel II habrá sido una muesca más en su vara de conquistas. Atrás quedan las marcas del Papa Francisco, los Obama, Angela Merkel o Sarkozy. Esta era la única gran pieza que le faltaba por cazar. Porque ella conquista y todos los que están cerca lo saben. Eso sí, también se aburre de los trofeos, y cuando se cansa, busca otra pieza que cazar.

Es este don de seducción el que ha llevado a Letizia desde aquel piso de protección oficial del modesto barrio de Moratalaz hasta tomar el té con el príncipe de Gales y la duquesa de Cornualles en su residencia londinense de Clarence House. Ha pasado de vivir en aquella casa de 60 metros cuadrados que le dejó a su hermana pequeña, Érika (y donde esta se quitó la vida) a hacerlo en el Pabellón del Príncipe, la residencia que todavía ocupa en Zarzuela con el Rey y sus dos hijas y que tiene 1.800 metros cuadrados. La esposa de Felipe VI es una seductora nata a la que le encanta conocer personas nuevas. Suele preguntar cosas como "¿qué desayunas?".

¿Quién dijo que ser reina fuera una tarea fácil? Nunca lo ha sido y menos aún en una época en la que la monarquía no se salva del debate político. Y puestos a cuestionar la institución, siempre es más fácil poner el foco en el eslabón más débil: la consorte. A la reina Letizia le vienen dando desde el primer día en el que, aún prometida del príncipe Felipe, se permitió tener voz propia. Hay que reconocerle que, pasados los años, sigue sin rendirse. Ese es su ca­rácter. Y eso lo demuestra eligiendo el color amarillo para su primer look en tierras inglesas el pasado miércoles. "Es el color favorito de la reina Isabell II, es probable que lo elija para el encuentro", le dicen en protocolo. "¿Y qué?", contestó ella. Y vistió el amarillo desde lo más alto, empezando por su celebrado tocado.

Letizia con el traje amarillo con el que conquistó el Buckingham Palace. EFE

Francisco Rocasolano y el duque de Edimburgo

Este ha sido el viaje de Estado en el que Letizia ha logrado su graduación, su ascenso a la división de honor de la realeza. Luciendo un traje de gala de Felipe Varela en su color favorito, el rojo, y coronada con la tiara de la Flor de Lis, la más parecida a una corona que hay en el joyero de la Familia Real española, entraba la noche del pasado miércoles del brazo de su marido, un imponente Felipe VI, por la alfombra roja más importante de todas: la del salón de Ballroom, el más grande de Buckingham. Poco le importan a ella los blogs de moda, las webs y las noticias que la comparaban con Kate Middleton. La duquesa de Cambridge es caza menor. Ella considera que si se le tiene que comparar con alguien es con su igual, Isabel II.

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A su lado, en una mesa con más de 150 invitados, se sienta al lado del duque de Edimburgo, al que a sus 96 años le quedan dos semanas para jubilarse. Al mirarlo, la reina probablemente no pudo evitar acordarse de su abuelo Francisco Rocasolano, que fue taxista de profesión en Madrid y que lloraría de nuevo (como hizo en 2004 de forma tan tierna el día de su boda en La Almudena) al ver a su nieta convertida en reina en el principal palacio de un imperio como el británico. 

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No es la reina quien escoge a dónde va o a dónde deja de ir, sino el equipo de Zarzuela en función de la naturaleza de la actividad programa. Pero es un hecho evidente cuándo ella está a gusto y cuándo no. A Letizia le cuesta ejercer de mera consorte y no aportar nada más que su presencia física, por eso a veces está tan hierática que termina siendo el centro de atención por ello. No ha ocurrido así en Londres estos días. Se la ha visto dicharachera y sonriente a pesar de no haber tenido ni un acto de agenda propia.

A la izquierda, Francisco Rocasolano, abuelo de Letizia; a la derecha, el duque de Edimburgo.

Ha quedado claro en su evolución de periodista a reina que lo que ella misma clasificó de "impagable ejemplo" de la reina Sofía quedó solo en bonitas palabras. La monarquía renovada para un tiempo nuevo es, en el caso del papel de Letizia, una revolución. La esposa de Felipe VI es, con diferencia, la persona de la familia real que más espacio ocupa en los medios de comunicación. Todos están de acuerdo al afirmar que en las ocasiones importantes se crece. Así lo ha hecho en Londres, cuando ha ejercido de consorte, aceptando que su papel es precisamente el de aportar imagen. Ha hecho pequeños guiños al país anfitrión luciendo, por ejemplo, el primer día de visita un vestido en color burdeos de una conocidísima firma británica, Burberry.

Fue la noche del pasado jueves cuando se produjo otra de las escenas que unen la vida de Letizia Ortiz con Eliza Doolittle. Al llegar a la cena ofrecida por el alcalde de la City de Londres en honor a los Reyes de España, la Princesa Ana del Reino Unido, hija de Isabel II, le hizo una gran reverencia a nuestra reina. Ese mismo momento se vive en My Fair Lady, cuando durante el baile en la embajada húngara uno de los invitados le hace una reverencia del mismo calado a la florista pensando que es una princesa llegada de Hungría.

Ana Windsow (o Ana del Reino Unido), haciéndole una reverencia a la reina Letizia.

Sin complejos y segura de sí misma

La reina es una mujer firme en sus convicciones. Desde que llegó a la escena pública, su obsesión por la salud y la nutrición no entiende ni de protocolos ni de tradiciones. Letizia no bebe alcohol y poco le importa que se brinde por la amistad entre Inglaterra y España ante la mismísima Isabel II, que ella tras chocar con estilo su copa con el duque de Edimburgo ni se moja los labios con el champán que la llena.

Según afirma ella misma, su carácter peleón y un poco cabezota es herencia de su padre, el periodista Jesús Ortiz. La familia de Letizia, tan amable y distendida con la prensa al principio de su relación con don Felipe, se cerró tras la trágica muerte de Érika, la menor de las hermanas Ortiz Rocasolano. Aquel terrible hecho (la joven se suicidó en el ya tan comentado piso de protección oficial de Moratalaz el 7 de febrero de 2007) supuso un tremendo revés para la madre de la reina, Paloma Rocasolano, de la que su hija siempre está pendiente. Esta fecha también supuso un antes y un después para Letizia en su relación con la prensa. Se ha vuelto una mujer hermética y cerrada respecto a su vida privada. El trabajo, como ella misma lo llama, es público; su día a día, no. De madre a madre: de Paloma Rocasolano, auxiliar de enfermería, a Isabel II, madre del príncipe heredero y abuela del heredero del heredero.

De lo que nadie puede acusar a la reina es de no apoyar a su marido. Sentada en una de las filas del Parlamento Británico aplaudía con orgullo las palabras de Felipe VI cuando este pedía una solución dentro del diálogo al conflicto de Gibraltar. ¡Cuánto ha llovido desde que ella leía en el teleprompter del telediario los titulares sobre el Peñón! Ahora es parte de la noticia, ha redactado junto al rey el discurso, que corrigió a su lado en el avión que les llevó a Londres. El rey Felipe comparte escena con su esposa y desde el minuto uno de su unión siempre ha estado orgulloso de ella.

Después de casarse confesó que se sentía muy feliz cuando al final de una jornada, en cualquier lugar del mundo en el que están, se sienta junto a la reina para comentar cómo han pasado el día y ver qué les afronta el siguiente. "En los pocos ratos libres que dejan los viajes ya no estoy solo en la habitación, no me siento fuera de casa, ahora estoy en familia".

Letizia, cuando presentaba el telediario de TVE.

La llegada a Zarzuela de Letizia no fue un huracán, como muchos insinúan. Siendo una mujer inteligente, la periodista ha ido granito a granito logrando sus propias victorias. Batalla a batalla ha ido ganando la guerra de cambiar las cosas. No para que vayan mejor, sino para que se hagan a su estilo, como a ella le gustan. Esto quedó también demostrado el miércoles en la cena de gala de Buckingham. La esposa de Felipe VI eligió para esa noche un vestido que dejaba al aire sus hombros, parte de su anatomía de la que se siente especialmente orgullosa. Sin embargo, la banda de la Orden de Carlos III, condecoración que debía lucir, tenía que cruzar por su hombro izquierdo, pero Letizia hizo que se la cortaran y la cosieran al vestido justo donde comienza el escote. Ella es quien da ahora las puntadas en Palacio. ¿Qué el protocolo dice lo contrario? Pues lo cambio.

Letizia decidió que le cosieran la banda al vestido.

Eso mismo hizo con la mantilla negra que la Reina Sofía impuso como dress code para amadrinar cualquier bandera del ejército o guardia civil. La esposa de don Juan Carlos vestía como tradición traje largo de luto y mantilla española. A Letizia nunca le gustó este atuendo, le favorecía poco o nada. Por eso cuando le tocó ser madrina de alguna sección ya como reina de España, se quitó el tocado del pelo y vistió de color rosa. Punto y final a la tradición que había puesto su suegra y que sus cuñadas seguían a pies juntillas.

Ha terminado un viaje de Estado en el que la reina ha superado una gran prueba de fuego. Letizia ha subido un peldaño, aunque le quedan muchos escalones para llegar a la altura de la que ha sido su anfitriona durante estos días en Inglaterra. Ambas tienen una serie de televisión que narra sus vidas y un marido con el mismo nombre, pero 62 años de reinado las separan, seis décadas en las que Isabel II se ha ganado la Corona a fuerza de saber ser una buena soberana para sus británicos. Al final de My Fair Lady, Eliza y el profesor Higgins terminan juntos; el problema de la historia de Letizia y el Rey Felipe es que comenzó al revés, por lo que en cine habitualmente es el The End.

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