Israel Vélez permitió a la Guardia Civil que lo detuviera, entre otras razones, por el hambre y las ganas que tenía de fumarse un pitillo. Apenas había comido durante las tres noches y los dos días que estuvo huido por la sierra que rodea La Codosera, en Badajoz, a sólo cinco kilómetros de la frontera con Portugal. Durante ese tiempo tan sólo se llevó al estómago unos cuantos tomates y alguna que otra sandía robados de los huertos de la zona. Además, tenía sed, mucha sed. El calor sofocante de esta semana no le dio tregua.

Aunque sabía que lo perseguían medio centenar de agentes, un helicóptero y perros adiestrados, Israel se sentía con ganas de seguir en la montaña. Pero no tenía tabaco. Y eso, en él, era un serio problema. Fueron las prisas las que le impidieron parar a coger algún paquete cuando el lunes pasado, sobre las nueve de la noche, se echó al monte. No podía entretenerse. Necesitaba esconderse rápido entre los riscos y las cuevas que se conoce al dedillo. Le había pegado una paliza a su padre con un bate de béisbol y dentro de su cabeza algo le empujó a huir.

Pero este jueves, sobre las 8.30 de la mañana, Israel dijo basta. Quería comer y fumar. Estaba cansado. No aguantaba más. Por eso, tras bajar durante la noche de la sierra por la vereda del río Gévora, comenzó a pasearse por la pista de tenis del chalet en el que vivía solo, sin compañía alguna, desde hacía un par de años. Se dejó ver porque quería que vinieran a por él. Buscaba ser el cazador cazado.

Israel Vélez.

A Israel lo vio deambulando por la pista de tenis un vecino que circulaba con su coche por la carretera que pasa por delante de la entrada a su chalet, situado a las afueras del pueblo. Al instante, el hombre llamó a la Guardia Civil. A los pocos minutos se presentaron allí varios agentes de la Benemérita. Israel, al que apodan el Rambo de Extremadura, no opuso resistencia. Llevaba unas botas de montaña, una chaquetilla verde caza y unos guantes de lana del mismo color. Tenía el pelo recogido en una coletilla. Poco después de sentir la presión de las esposas sobre sus muñecas pudo comer algo y echarse un cigarrillo. A las pocas horas un juez lo envió a prisión sin fianza.

El padre, grave, ha perdido un ojo

Así sucedieron los hechos. Lunes 10 de julio, 21.00 horas. Pedro Vélez, un jubilado que durante su vida laboral se dedicó a distribuir jamones por toda la Península, se acerca al chalet que él y su mujer, María Fernanda, le cedieron a su único hijo hace un par de años. Conflictivo, con brotes psicópatas, Israel, de 38 años, se enzarza en una discusión con su padre, quien sólo se ha acercado a verle y a saber si necesita algo: dinero, comida, tabaco… Lo que sea.

Pero el Rambo de La Codosera coge un bate de béisbol y empieza a darle golpes a su padre. En las costillas, en la cabeza, en el rostro. El anciano, malherido y ensangrentado, intenta huir. Logra salir del chalet por la entrada principal. Un conductor de coche que circula por delante de la casa se detiene para auxiliarlo. Pero Israel, amante de las armas y de los videojuegos violentos, le dispara a la cabeza con una escopeta de balines.

El hombre, que también sangra, logra pedir auxilio en una gasolinera que hay a sólo 50 metros de donde ha encontrado al padre de su agresor. Allí le entregan papel para contener la hemorragia de su cabeza.

Este es el chalet donde residía Israel Vélez y donde agredió a su padre.

Mientras, otro hombre que pasa por allí (un portugués de un pueblo vecino al otro lado de la frontera), también intenta socorrer al padre de Israel. Pero el Rambo extremeño vuelve a apuntar con su escopeta y le dispara. En ese momento, desde la gasolinera ya han alertado a la Guardia Civil. Pero Israel se fuga lanzándose a la carrera por los montes que rodean su pueblo.

La Benemérita activa de inmediato un dispositivo para dar con él. 40 guardias civiles, policías locales, perros adiestrados, agentes de la guardia portuguesa… Desde los cielos, un helicóptero. Cuando piensan que lo tienen, el prófugo logra esconderse.

Pocos minutos después de darle la paliza a su padre, una ambulancia traslada al anciano hasta el hospital de Badajoz. Hoy, casi una semana después, el hombre, de 73 años, sigue grave, aunque su vida no corre peligro. Ha perdido la visión en un ojo. Los médicos intentan salvarle el otro. Su mujer, María Fernanda, sigue pegada a él, rezando día y noche por la salud de su marido.

Acostumbrado a la vida en el monte

Israel Vélez, el Rambo extremeño, tiene 38 años. Su padre, Ramón, ya jubilado, se dedicó a la venta y distribución de jamones de cerdos de pata negra. Los enviaba a Madrid, a Barcelona, a Sevilla… Su madre, María Fernanda, trabajó durante muchos años vendiendo productos cosméticos de la marca Avón. Cuentan en el pueblo que tenía a su cargo a unas 800 mujeres. El matrimonio, junto a su único hijo, es una de las familias más ricas y conocidas de La Codesera, donde sólo viven 2.500 habitantes.

Los padres de Israel le cedieron un chalet con piscina y pista de tenis hace un par de años. Ellos continuaron viviendo en su casa de toda la vida, en el centro del pueblo. Estaban cansados de convivir con él. De carácter agrio y agresivo, se pasaba el día y la noche jugando a videojuegos, leyendo cómics de superhéroes y limpiando el arsenal de armas que luego escondía en la montaña.

El arsenal del Rambo extremeño incautado por la policía en 2014.

Israel empezó a vivir solo en aquella mansión después de pasar varios meses en un centro psiquiátrico. Camuflado en el monte con ropas de cazador, poco antes de mudarse había matado a tres perros disparándoles flechas con una de sus armas preferidas, la ballesta. El dueño de uno de esos perros le denunció y la Guardia Civil le detuvo.

Los agentes le encontraron, junto a una tienda de campaña en mitad del monte, un arsenal: varios arcos y ballestas, balines, tres rifles (uno de ellos del calibre 22), una pistola, seis machetes… Fue en 2014. El juez decidió que no entrara en prisión, pero le obligó a pasar una temporada entre psiquiatras para que se rehabilitara. El tiempo ha demostrado que no lo consiguieron.

Tras salir de aquel centro, los padres le cedieron el chalet que tienen a las afueras del pueblo, junto al río. Sólo dormía dentro durante los meses de frío. El resto del año tiraba una cama en los bajos de la vivienda, sostenida por cuatro columnas en las esquinas. Por el día recorría con su Opel los montes aledaños. Apenas bajaba al pueblo, donde se dejaba ver a cuentagotas. “Es un tipo callado, pero no ha dado más problemas que los ya sabidos”, dice el alcalde de La Codosera, Joaquín Tejero.

Este viernes, cuando el reportero visita la zona, varios quinceañeros saltan la tapia trasera del chalet, la misma que da al río. Han estado dentro media hora haciendo fotos y recorriendo la casa. Tras explicarles que soy periodista, los chicos muestran cómo es por dentro la vivienda. Uno desbloquea su móvil y enseña las fotos que ha hecho. En los bajos de la casa hay una mesa con varias sillas de plástico. También una chaqueta color caza amarrada a un cable de la luz. A unos metros, una moto de pequeña cilindrada y un bolso marrón lleno de utensilios: una sartén, lavavajillas, un mechero… Es el macuto que Israel se solía llevar cuando se lanzaba al monte durante algunas temporadas. Allí, armado, cazaba conejos, robaba hortalizas y jugaba a camuflarse y a disparar a animales salvajes.

Ahora, al menos durante un tiempo, el Rambo extremeño estará controlado. Según decida el juez, pasará una temporada en prisión o volverá a ingresar en un centro psiquiátrico. No se sabe si su padre, una vez se recupere, le perdonará haberle mandado al hospital con los golpes de un bate de béisbol.