A los 26 años su vida se paró para siempre. Jineth Bedoya se dirigía a hacer una entrevista. O eso creía. Hasta ese día había informado de las continuas violaciones a mujeres desplazadas, compañeras sentimentales de paramilitares y guerrilleros en todo el país o a simples visitantes en la cárcel La Modelo de Bogotá. También del tráfico de armas. Sin embargo no llegó a entrar en el penal. Su pericia profesional había ido demasiado lejos. Y decidieron pararle los pies. Le prepararon una emboscada.

“Mis hazañas periodísticas me cobraron el haber tocado a quien no debía”. Esa mañana del 25 de mayo iba en busca de una entrevista con un paramilitar y terminó drogada, amordazada y en la parte trasera de una camioneta rumbo al infierno. Aquel trayecto la alejó de sus sueños para siempre. Fue brutalmente agredida física y sexualmente. “Quedé muerta en vida”, explica desde una pequeña sala en Casa de América donde nos entrevistamos con ella. Tras la tortura y el ultraje la dejaron abandonada en la carretera conocida como la vía a Puerto López. Creyeron que moriría. No había llegado su hora. Un taxista la encontró y auxilió y fue trasladada a un hospital. Desde entonces sufre graves problemas de salud.

¿Cómo te encuentras?

- Estoy muy débil y eso me pesa mucho. Todos mis padecimientos son secuelas del secuestro. Uno de los puntapiés que recibí hace 16 años a la altura del cuello generó en mí una fisura en el oído izquierdo que no se puede operar. Tengo vértigo periférico, acabo de pasar un mes en la cama y antes 15 días en el hospital. Tengo prohibido viajar en avión, voy llena de pastillas, pero creo que cualquier esfuerzo es poco para visibilizar y concienciar sobre la violencia contra las mujeres.

¿Sientes que tu vida está plagada de barrotes?

- Me siento encarcelada de por vida. No hay nada más difícil que salir de mi casa con cinco guardaespaldas, agarrar el ascensor, bajar al sótano y que allí te esperen para ir en un coche blindado. Para mí es muy difícil porque cuando me secuestraron me subieron a una camioneta tres hombres y ahora tener que repetir cada día la rutina de subirse a un coche con varios hombres me provoca miedo. Es imposible superar el pasado cuando continuamente te sientes custodiada. Vivir así y ni poder bajar los vidrios pensando que en cualquier momento una moto te puede disparar o que te hagan un atentado es muy doloroso. Ahora mismo, en Madrid me siento libre de esa cárcel. Salir de Colombia es un regalo porque viajo sola. Cambiaría todo por caminar y no sentirme custodiada, comer sin que te vayan a disparar. Eso no tiene precio. 

Dos millones de violadas

La historia de Jineth no es un caso aislado en Colombia. Ella forma parte de una cruel y triste lista: la de los dos millones de mujeres violadas durante las más de cinco décadas que el país ha vivido inmerso en guerra con las FARC y para quienes en el 90% de los casos la impunidad campa a sus anchas. En 2009, gracias al apoyo de Intermon Oxfam España, eligió hacer de tripas corazón y dar el difícil paso de contarlo. Y lo hizo en Madrid. Fue la primera colombiana que hablaba en público de su violación.

Jineth Bedoya. Moeh Atitar

“Decidí no tener hijos. Tampoco pareja. Ese hueco lo llenan las miles de mujeres que encuentro y ayudo con mi voz a lo largo y ancho de todo el mundo. Esas ausencias se compensan con la defensa a ultranza que hago de las 245 colombianas que cada día sufren algún tipo de violencia. También con mi profesión. Lo que más he amado desde siempre”, resume con una mezcla de dulzura y tristeza.

La subeditora de El Tiempo, el principal diario de Colombia, ha publicado seis libros y recibido galardones tan prestigiosos como el Premio Mundial al Coraje Periodístico o el Premio Internacional a las Mujeres Coraje en 2012 de manos de Michelle Obama y Hillary Clinton. En 2016 estuvo nominada a Premio Nobel de la Paz. Finalmente lo ganó el presidente de Colombia Juan Manuel Santos.

¿Cómo se asimila que el periodismo, lo que más amas, te llevará a tu mayor dolor?

- Siempre amé el periodismo. El periodismo es mi oxígeno. Comencé haciendo crónica negra y judicial y eso me forjó como profesional. Sin embargo, cuando pasó lo del secuestro y cuando pensé en exiliarme sabía que tenía que dejarlo. Elegir esa opción era como matarme. El periodismo, contar historias que visibilizan el dolor, me ha devuelto la vida. Puedo seguir contando historias. Haciendo lo que amo. Es paradójico que investigar me llevara a lo que me pasó, pero apoyarme en ello me dio y me da la vida.

¿Y la superación con algo tan doloroso se consigue o se resiste?

- Después de muchos años por fin he entendido que no lo voy a superar. Lo he canalizado y le he dado un matiz diferente. He conseguido transformar todo en una energía en positivo para ayudar a otras personas. No puedo superar nada cuando cada día mis guardaespaldas me recuerdan que mi vida está en peligro o cuando la impunidad campa a sus anchas y mis verdugos no han sido condenados. He sido obstinada y terca. Si ellos no me mataron con una pistola, no me van a silenciar ahora. Ni si quiera van a callarme apretando el gatillo. Todo lo que he hecho hasta ahora ya no tiene marcha atrás. He logrado transmitir a las mujeres que mi voz es la voz de ellas. Que tenemos derechos.

La tuya es una lucha titánica a la vez que admirable…

- Es la lucha personal que yo he denominado #NoEsHoraDeCallar. Es la lucha de sumar voces. De crear un grito tan fuerte que llegará un día en el que los hombres van a tener que oírnos. Es la lucha que hago por el machismo imperante, por ese patriarcado que está consiguiendo que las mujeres seamos una especie en vías de extinción. Nos están matando. Están acabando con nosotras. ¡Qué pena que no se entienda que ser feminista es querer el bien para la sociedad! Por eso los hombres son la clave para el cambio. Para la igualdad. Tenemos que reclutarlos y ponerlos a nuestro lado para que entiendan que la vida es sagrada, que ambos tenemos los mismos derechos, que tenemos que cuidarnos entre todos pero que las más vulnerables somos las mujeres.

¿Y qué hay del amor? ¿Cómo se vuelve a confiar y a compartir la intimidad cuando el pasado te persigue de esa manera?

- La parte más difícil es pensar en que hay un hombre bueno. He creído tres veces en el amor y tres veces me han fallado. Tras el secuestro tuve una relación tortuosa de siete años en la que sentía que debía agradecerle que me tocara después de mi violación. Él se aprovechó de ello y me lo hacía pagar todos los días. Me recriminaba que él me miraba, que él estaba conmigo. Yo sentía que tenía una deuda de gratitud con él. Fue una situación ridiculizante. Dos años después volví a confiar y creer en el amor. Sin embargo, cuando llegó el momento tal y como decimos en mi país de ver “donde se le mide el aceite”, y le pedí que me acompañara a identificar a uno de mis violadores, un día antes me dijo: eres valiente, tú puedes seguir sola. Y ahí me dejó. ¡Qué dolor! ¡Cuando más le necesitaba! Después pasó otro tiempo considerable y me di la oportunidad de volver a creer y confiar que había un buen hombre e inicié una relación con un amigo. Al tiempo me di cuenta que los hombres no quieren mujeres que piensen y tengan claro lo que quieren. No quieren una pareja con la que confrontar, porque se sienten amenazados. Eso no quiere decir que los hombres no merezcan la pena, sino que hay pensarse el mundo de otra manera.

Y es que entre unos hombres y los otros la periodista reconoce con mucha tristeza que le han matado a la niña interior. “Cada día intento recuperarla. Dejé de soñar, en el 2011 al borde del suicidio cuando pesaba 39 kilos por problemas estomacales por la paliza y padecía desnutrición en tercer grado. Entonces pedí una señal a Dios y él me dio una respuesta para no irme”. Y la respuesta fue su madre. Estando Jineth en una cama, sin ganas de seguir adelante, ella entró en su habitación, se arrodilló ante ella de manera serena, “sin dramas”, le dijo que “si no quería vivir por mí lo hiciera por ella y sobre todo por todas las mujeres. Salió de la habitación y entendí la señal”, recuerda. “Mis últimos años han sido mezcla de obstinación, dolor, rabia, amor infinito por mi trabajo y desesperanza. Paciencia para ver cómo mi caso se ha quedado enredado en las telarañas del olvido y voluntad para levantarme todos los días con el ánimo de no desfallecer y seguir trabajando, de seguir viviendo”, dice la colombiana.

LA LUCHA POR LAS QUE NO TIENEN VOZ

La fuerza conmovedora y la mirada triste de esta pequeña mujer de pelo rizado traspasan fronteras y no la hacen desfallecer por responsabilidad: defender a las colombianas y al resto de mujeres de todo el mundo. “Si yo que soy una periodista reconocida que puedo levantar un teléfono y hablar con el presidente y tengo aliados internacionales y no pasa nada, ¿qué está pasando con el resto de mujeres? Son la nada. No me quiero morir sin que la justicia colombiana tome conciencia, porque de esa manera las mujeres seremos dignas de la vida”, recalca convencida.

Consciente de que en cualquier momento alguien puede acabar con su vida, no sólo se bebe la vida a sorbos con una hiperactividad de otra galaxia –duerme sólo tres horas al día de todo lo que quiere aprovechar a hacer- sino que ha hecho una petición en vida a Laura, su sobrina adolescente. Le ha pedido que cuando falte siga con su lucha. “Como decidí no tener hijos, mi esperanza es que ella sea capaz de reivindicar los derechos de las mujeres, que me coja el testigo. Quiero que entienda que su cuerpo y su vida son sagrados. Que se dé toda la libertad de amar y compartir su vida en igualdad y que nunca un hombre vulnere el espacio de respeto ante una mujer”, susurra con lágrimas en los ojos. Jineth es la prueba que si la guerra la hacen los hombres. La paz, la construyen las mujeres.

Moeh Atitar