Nadie vende libros, bueno, casi nadie... menos ella. María Dueñas Vinuesa (Puertollano, 1964) era una multiemprendedora, hija y madre de familia, profesora universitaria, etc, etc, que un buen día se arrancó a escribir y partió inesperadamente la pana, en 2009, con una bomba literaria y editorial llamada El tiempo entre costuras. Los lectores, esos seres aparentemente en extinción, volvieron de ultratumba por millares, por millones. Siguieron las traducciones de vértigo, el salto a la serie de televisión, la aparición de nuevos títulos igual de impactantes y de potentes (Misión Olvido y, más recientemente, La Templanza). En sus arrolladoras historias surgen pasiones de las de antes pero en el tú a tú la autora se revela como muy de ahora mismo y muy poco dada a perder la cabeza. Ni por vanidad, ni por amor, ni por la política…

¿Qué me ha llamado usted? ¿Bombón de licor? ¿Y eso? ¿Me lo explica? ¿Una buena escritora escondida dentro de una gran vendedora de libros? ¿Quiere decir que usted, que se considera una lectora exigente, no se esperaba que le gustaran tanto mis libros simplemente porque vendo muchos? Por lo menos usted se lo toma con humor y se ríe de usted misma... Orgullo y prejuicio, dice, pues sí... Orgullo para mí, prejuicio para usted... Pero tranquila, que no es la primera vez que me lo dicen. Ni la quinta. Ni la décima...

Es verdad que ese prejuicio existe, me topo con él constantemente. Existe entre un sector de lectores, entre algunos críticos y periodistas culturales, entre algunos colegas escritores: gente que por principio rechaza leer mis libros, movidos por la simple razón de que vendo muy bien. Aunque me gustaría que este resquemor se superara, la verdad es que tampoco voy a partirme el alma por reivindicarme delante de nadie, ni voy a cambiarme a un sello editorial menos comercial con la esperanza de conseguir otro tipo de reconocimiento, ni voy a ir por la vida haciendo apostolado de mi calidad literaria a ver si convierto a los infieles. Ahí están mis libros, quien quiera que los lea y compruebe si valen o no la pena. Y quien no, pues qué le vamos a hacer...

No voy a ir por la vida haciendo apostolado a ver si convierto a los infieles que desconfían de mi calidad literaria porque mis libros se venden

Yo suelo dejarme ver poco mientras trabajo. Con esto no quiero decir que haya que renunciar al mundo para poder escribir. Se pueden hacer las dos cosas; yo intento combinar las dos vertientes con equilibrio. Normalmente estructuro mi calendario con varios meses a la vista y establezco una especie de bloques temporales: unos están destinados a escribir y otros a sacar la cabeza y hacer más vida pública. Así evito mezclar los tiempos; si estoy encerrada escribiendo, me molesta enormemente verme obligada a interrumpir mi trabajo para un viaje o un evento a trasmano o cualquier otra actividad inesperada que me suponga un parón abrupto. Contrariamente, cuando estoy en el período de promoción o de actividad pública —ferias, encuentros...— nunca escribo; jamás viajo con el ordenador a cuestas ni saco horas de trabajo en hoteles o aeropuertos o sitios anónimos.

Foto: Planeta.

Aunque debo decir que a mí particularmente el ruido externo no me afecta demasiado: tengo una alta capacidad de abstracción y una gran facilidad para crearme compartimentos estancos dentro de la cabeza. Ando siempre muy justa de tiempo e intento por eso optimizarlo al máximo; si me dejara llevar por las zozobras o los vaivenes del exterior, nunca encontraría el momento de sentarme a escribir. Así que me concentro en lo mío, y así es como saco mis novelas adelante.

La política me interesa como ciudadana particular, pero no encuentro ninguna opción que me convenza. Practico mi derecho a escurrir el bulto

¿Que si se nota la diferencia entre escribir en Madrid y en provincias? Yo podría estar establecida permanentemente en Madrid sin el menor problema: he vivido allí muchos años, tengo casa, tengo a mi familia entera, amigos, editorial... La verdad es que paso en Madrid media vida, pero prefiero contar con la opción de mantener siempre un pie fuera, en provincias —como usted dice—, en Cartagena o Cabo de Palos, cerca del mar. Eso me permite entrar y salir constantemente, tener la excusa perfecta para apartarme de uno u otro sitio cuando me interesa. Me gusta vivir así, un poco a caballo; a la larga gano tiempo porque me quito de encima un montón de marrones y además evito saturarme.

¿Que si a mí me duele más España o las cervicales, me pregunta usted? Pues fíjese que, a pesar de cumplir años, cada vez me duelen menos cosas: las pasé canutas entre los treinta y los cuarenta y, en cambio, a los cincuenta he entrado fenomenal —toco madera—. Sobre el fondo de lo que pregunta: me preocupa lo que pasa a mi alrededor, claro, pero creo que he aprendido a relativizarlo, a observarlo con una cierta perspectiva. Y en cualquier caso, lo que más me duele de España son cuestiones atávicas, cosas que vienen muy de lejos y que no tienen solución a corto plazo por muchas vueltas que le demos a la tortilla política de hoy. La política me interesa como ciudadana particular, pero prefiero no posicionarme en público, sobre todo porque no encuentro ninguna opción que me convenza o me ilusione lo suficiente como para darle mi apoyo abiertamente.

No, no piense usted que esto es una estrategia comercial. Si no me dedico a contar públicamente mis querencias, filias o fobias no es por miedo a perder lectores, en absoluto. Es, simplemente, porque no quiero entrar en una sobreexposición innecesaria de mi vida y mis milagros. Por lo general no siento ninguna necesidad de gritarle al mundo lo que pienso, lo que desayuno o lo que voto; practico mi derecho a escurrir el bulto (creo que esto se lo leí a Javier Gomá) y a mantener mi privacidad. Apenas uso las redes sociales, tan sólo tengo un Facebook y un Twitter promocional de mis libros que ni siquiera llevo yo personalmente...

En algo te cambia el éxito literario, lógicamente. Antes mi vida profesional giraba en torno a la universidad. Tenía mis clases, mis proyectos y artículos académicos, mis congresos, mi grupo de investigación... Era una vida muy estructurada, con un estricto calendario establecido. Todo esto lo combinaba con las demandas y rutinas cotidianas de unos hijos que fueron niños primero y luego pre-adolescentes, con un montón de kilómetros diarios de carretera... Siempre he sido profesionalmente inquieta y me he movido mucho, nunca dejé de participar en proyectos internacionales, de hacer estancias en universidades extranjeras... Pero cada vez que me iba de casa, había que montar un auténtico tetris. Fueron unos años intensos, con mil retos por delante: construir una carrera profesional sólida, trazar planes, equilibrar una familia… También fueron años mucho más duros que el presente, agotadores pero enormemente fructíferos.

Lo que más me duele de España son cuestiones atávicas, cosas que no tienen solución a corto plazo por muchas vueltas que le demos a la tortilla política de hoy

Ahora yo gestiono mi tiempo y mi trabajo, y eso me proporciona una libertad y una independencia valiosísimas para mí. Hay mucha gente que piensa que, al publicar dentro de un gran grupo editorial, estoy sometida a presiones y obligaciones ineludibles. La realidad, sin embargo, es muy distinta: los equipos con los que trabajo son enormemente respetuosos, nadie me marca plazos, ni me impone criterios, ni me plantea imperativos contractuales de ningún tipo, todo lo contrario. Mi libertad es absoluta: yo misma establezco mi calendario y decido sobre qué asunto quiero escribir, cuándo, cómo, dónde… Consensuamos las fechas de lanzamiento de las nuevas novelas y trazamos conjuntamente un plan de promoción, intervengo en todas las cuestiones en las que creo que hay algo que puedo aportar y me mantengo al margen cuando estimo que así debe ser. Y, sinceramente, las cosas funcionan muy bien así.

Pero mi vida no sólo ha cambiado en lo profesional. Esos hijos que hace unos años necesitaban tanta atención constante han crecido y son ahora dos universitarios que ya no viven permanentemente en casa, con lo que mi margen de libertad para moverme es mucho mayor. Es muy gratificante tener una familia que no sólo te apoya en lo que haces, sino que además es flexible y totalmente autónoma sin ti, que se bandea sin problemas si desapareces del mapa durante unas cuantas semanas, y no te reclama cada dos por tres, ni te exige nada, ni te da la lata.

Foto: Planeta

Por lo demás, tengo mucha disciplina y cero manías. Soy la mayor de una familia de ocho hijos; cuando cumplí doce años, tenía siete hermanos por detrás de mí, ¿usted se cree que he podido crecer con alguna tontería en el cuerpo? Me fui a estudiar a Madrid con dieciocho años, empecé a dar clases de español en Estados Unidos a los veintidós y desde entonces no he hecho otra cosa nada más que buscarme la vida y trabajar. Antes de acabar siendo profesora titular de universidad, trabajé en una cámara de comercio, en una base militar del Ejército del Aire, en academias de idiomas montadas por piratas... Fui copropietaria de varios bares, fui socia de una empresa de cursos en el extranjero que nunca llegó a buen puerto, leí mi tesis doctoral el día en que entraba en el último mes de embarazo de un niño de cuatro kilos, trasladé a mi familia a Estados Unidos cuando volví a trabajar allí como profesora visitante…

Todo esto me ha hecho ser adaptativa y todoterreno; refractaria a los caprichos absurdos, las pedanterías y las manías. Sí es cierto, no obstante, que tener una serie no ya de manías, pero sí de rutinas, de pequeños protocolos que yo misma establezco, me facilita las cosas en el día a día. Trabajo siempre en la misma mesa del mismo estudio con el mismo horario, hago las maletas siempre con la misma distribución, todos los capítulos de mis novelas tienen una extensión muy similar... No soy una maniática del orden, pero tener establecida a mi alrededor una red de sistematicidad me ayuda a que todo sea menos complicado.

La novela está lozana y espléndida, fresca como una lechuga. Es el género que más vende, el que más se presta en las bibliotecas, el que más demandan las editoriales, el que más candidatos a escritores recluta

Y no, no insistan, nunca voy a pasarme al ensayo; lo mío es construir ficciones, imaginar vidas paralelas, saltar a otros mundos. Me gusta lo que hago, escribir ensayo no me proporcionaría ni la cuarta parte de satisfacción. Los que se emperran en ver la novela como una especie de género chico, en fin... La realidad es que en la industria editorial y en el panorama literario, la novela está lozana y espléndida, fresca como una lechuga. Es el género que más vende, el que más se presta en las bibliotecas, el que más demandan las editoriales, el que más candidatos a escritores recluta. ¿Que hay más lectoras mujeres? Bueno, ¿y qué? ¿Vamos a tener que pedir perdón a estas alturas? ¿Vamos a tenernos que justificar? Si leemos más novela, eso que nos llevamos para el cuerpo. Pero no sólo... Hace apenas unos años, parecía que los jóvenes actuales, volcados en lo digital, estaban destinados a dejar de leer. Y ahora mire lo que está pasando con la novela juvenil, ese boom inmenso y global. Vale ya de augurios catastrofistas y de andar fustigándonos, por favor.



Yo desde luego ni me fustigo ni me acaloro porque, por muy pasionales que sean los protagonistas de mis novelas, yo siempre he seguido el consejo de mi padre: mantén la cabeza fría y los pies en el suelo. Y realmente, no me cuesta trabajo seguir su consejo. Soy muy poco dada a los horóscopos y las cuestiones esotéricas, pero me reconozco una Virgo casi de manual. Soy organizada, lógica, analítica... Poco dada a los desbordamientos y a las pasiones desatadas, vaya.

Lo cual no quita para que a mí también me gustaría conocer a hombres como Mauro Larrea, el protagonista de mi última novela, La Templanza. Se echan de menos tiarrones que saquen esas espaldas a base de tesón y trabajo, ahora todos los músculos son de gimnasio. Y para conseguir los redaños que Mauro tenía por arrobas, hoy día hay que hacer un master online en liderazgo. Me temo que no nos queda otra más que recurrir a las novelas... Mucho hablar del eterno femenino, pero, ¿y el eterno masculino? Las mujeres y los hombres buscamos en las novelas un mundo ajeno al que vivimos, otra realidad.

Yo por lo menos no haría nunca lo que le hice hacer a Quiroga en El tiempo entre costuras, por ejemplo. Jamás lo dejaría todo por un hombre que huele a peligro a la legua. Creo que yo nunca me habría ido con Ramiro Arribas; me habría complicado demasiado la vida. Y mire que estaba cañón…

Yo jamás haría como la protagonista de 'El tiempo entre costuras', jamás lo dejaría todo por un hombre que huele a peligro a la legua…y eso que estaba cañón

¿Que si me preocupa la menopausia creativa? No es exactamente miedo lo que le tengo a esa etapa, pero sí soy consciente de que llegará el día en el que la mente me empiece a funcionar con menos brío; así es la naturaleza humana y contra eso no se puede luchar. También sé que vendrán otras tendencias en el panorama editorial, que saltarán a escena nuevas voces literarias que venderán más que yo, que habrá otros escritores a los que invitarán a los saraos a los que hoy me invitan a mí mientras yo me quedo en casa viendo la tele... Y no pasará nada: espero asumirlo con lucidez; confío en no acabar convertida en una vieja extravagante empeñada en dar tumbos por las ferias del libro de medio mundo cuando me tiemble la voz, me patine la memoria y me pierda por los pasillos de los hoteles. Todos los escritores deberían poder jubilarse con dignidad. Espero que esté de verdad en vías de solucionarse esa lamentable medida que afecta ahora mismo a un buen puñado de ellos, esa que impide a los escritores jubilados cobrar su pensión si ingresan más de 9.000 euros al año en concepto de derechos de autor.

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