Mari Pau Domínguez, autora de La corona maldita (Grijalbo), novela que sale a la venta el próximo jueves 5 de mayo, extrae de su investigación los relatos sexuales más llamativos. Varios han perdurado hasta nuestros días.

La influencia francesa en la corte española durante el reinado del primer Borbón, Felipe V (1700-1746), se coló escandalosamente bajo las sábanas. El exagerado culto a la belleza y, sobre todo, a los placeres mundanos, importaron de Versalles juegos sexuales procaces y libertinos. Unas prácticas en las que el morbo y el pecado lo invade todo hasta alcanzar el ámbito clandestino del placer humano. El universo más íntimo, donde no caben leyes ni límites.

EL IMPÁVIDO

Impávido se debió de quedar más de uno al conocer el juego sexual del mismo nombre que hacía furor en los salones de reyes y nobles en Versalles pero que, en la España de costumbres austeras heredadas de los Austria, supuso un escándalo histórico. Así se describe el juego del Impávido en La corona maldita:

En un pequeño salón se había dispuesto una amplia mesa redonda cubierta con un elegante mantel blanco que llegaba hasta el suelo. Una sala adyacente albergaba varios percheros donde dejaron sus calzas y ropa íntima los seis varones invitados a la fiesta privada organizada por los monarcas. Después fueron ocupando sus asientos alrededor de la mesa desnudos de cintura para abajo. Cuando todos estaban colocados, se entreabrió sigilosamente la puerta del salón para permitir la entrada de una elegante dama, claramente aristócrata por su porte, que llevaba los ojos cubiertos por un antifaz y vestía un ligero déshabillé bajo el que no llevaba ropa interior.

Con agilidad se inclinó para colarse debajo de la mesa. El espectáculo allá abajo era verdaderamente curioso y también obsceno: los genitales de los seis hombres se ofrecían procaces a los deseos e insanas intenciones de la dama. Comenzaba así el libertino juego de El Impávido, una invención de la corte versallesca que estaba haciendo furor en lo salones de la aristocracia en el país vecino.

Felipe V e Isabel de Farnesio retratados por Louis-Michel van Loo.

Eligió un miembro al azar, sin reparar demasiado en cómo era. Cerró los ojos, lo tomó suavemente con una mano y acercó su boca hasta acertar a introducirlo en ella, y comenzó a succionar con la delicadeza de la ingravidez. El caballero no tardó en perder la compostura, por lo que quedó eliminado y tuvo que retirarse ya que el juego consistía en aguantar impávido mientras la dama se empleaba a fondo en el reto de la excitación. Ganaba aquel a quien no se le notara que estaba siendo el elegido de la lujuria desatada bajo la mesa.

(…) a través de una doble y oculta mirilla estratégicamente colocada, (Isabel de Farnesio y Felipe V) espiaban el juego sin perderse ni uno solo de los movimientos.

La mujer fue realizando una felación tras otra, e iban cayendo eliminados los hombres. Cuando el triunfo se dirimía ya sólo entre dos de los participantes, a cada cual con más férrea fuerza de voluntad, lo que hacía el juego más intenso y excitante, el rey se colocó detrás de la reina, le subió las faldas (...).

EL DILDO

Juguetes sexuales del siglo XVIII.

En la libertina Francia del s. XVIII se impuso clandestinamente a modo de consolador un objeto al que llamaban dildo. Su forma fálica y el extraordinario pulido de la superficie de madera hacían las delicias de las nobles damas parisinas.

Le separó las piernas. Emitió un grito ahogado al tiempo que su cuerpo se arqueó al sentir cómo era penetrada por un objeto extraño y frío, que parecía tener forma de cuerno… de falo terso y duro, que el rey comenzó a mover en cadencias cortas una vez y otra, y fue llegando hasta lo más hondo de Isabel.

Felipe se aproximó otra vez a su rostro sin dejar descansar la mano que mecía el artilugio mientras le susurraba con lenta cadencia:

-Es un dildo… un juguete que despierta la fantasía… ¿pero a que sentís como si yo mismo os estuviera horadando en lo más profundo de vos…? Os lo enseñaré cuando acabéis, no antes… A esto se le llama también bijoux de religieuse… alhaja de religiosa… a ver si adivináis por qué…

En la parte superior del artilugio solía colocarse una especie de camafeo en el que guardar la imagen del amante. ¡Cuántos enredos no se producirían intercambiando retratos según el caballero de turno!

Con el tiempo se fueron perfeccionando y adoptaron las formas más variopintas. La palabra dildo, que no aparece en el diccionario de la RAE, procede etimológicamente de la italiana diletto, que significa deleite, goce.

NUEVAS POSTURAS

A la segunda esposa, Isabel de Farnesio, le sorprendió el catálogo de posturas y de prácticas amatorias de su esposo. Isabel pudo comprobar lo que ya vislumbró durante la noche de bodas en Guadalajara, la afición desmedida de su esposo por el sexo y sus inusuales destrezas amatorias, de las que en todos los rincones de la corte se hablaba como un gran secreto a voces.

Felipe V ya venía experimentado de su primer matrimonio con la joven María Luisa Gabriela de Saboya, a cuya muerte temprana contribuyeron –según las maledicencias- los excesos sexuales a los que la sometía su esposo hasta el último de sus días. El primer encuentro sexual del matrimonio fue de antología: gritos, llantos, golpes y forcejeos, al parecer debido al miedo de ella y a la ansiedad de él.

La postura ortodoxa para el coito, en aquella época, era la tradicional “cara a cara”, el hombre arriba y la mujer abajo. Pero el primer Borbón nunca fue muy dado a la ortodoxia, al menos la sexual. Los confesores permitían que dicha postura se invirtiera siempre y cuando el hombre acabara polucionando en lo que la Iglesia llamaba el “vaso natural” de la mujer cuya finalidad era la procreación.

MORBOSO EMPEDERNIDO

Nada más poner un pie por primera vez en el Palacio del Buen Retiro, la residencia de la familia real, Isabel de Farnesio fue conducida directamente a la alcoba en la que había fallecido su predecesora. La habitación, oscura y asfixiante, llevaba sin ventilarse los diez meses transcurridos desde la muerte de María Luisa Gabriela. Felipe cumplió con el capricho morboso de yacer por con su segunda esposa por primera vez en palacio en el mismo tálamo en el que había agonizado la primera.

El duque de Saint-Simon –embajador especial de Francia para asuntos relacionados con Luisa Isabel de Orléans- contó que, unos días antes, en la noche de bodas en Guadalajara, “la real pareja permaneció encerrada a cal y canto veinticuatro horas ininterrumpidas…” .

EL REY ONANISTA

Durante toda su vida, Felipe V tuvo una descarada adicción al orgasmo múltiple, considerado por él como una de las razones fundamentales de la existencia. No sólo impuso a sus sucesivas esposas la práctica del coito diario, sino que él mismo se entregaba siempre que podía al onanismo. En la adolescencia le causaba grandes torturas morales que cubría acudiendo al confesor tras cada masturbación.

Durante una separación de su primera esposa, en lugar de requerir los servicios de prostitutas prefería practicar el placer solitario, por más que le torturara. De hecho le preguntó al clérigo si podría ser perdonado por ello en caso de haberlo hecho con el pensamiento puesto en su esposa. La respuesta fue que por supuesto contaría con la comprensión de Dios.

PRIMERA REINA LESBIANA

Retrato de Luisa Isabel de Orleans, por Jean Ranc.

La desvergonzada Luisa Isabel de Orléans tenía catorce años cuando se convirtió en reina consorte del rey Luis I al abdicar el padre de éste, Felipe V, y también en la primera reina en España con inclinaciones lésbicas. La primera y la única, que se sepa. Llegó a sufrir un encierro ordenado por su esposo harto de los permanentes escándalos. La gota que colmó el vaso fue cuando una mañana, paseando por los jardines de palacio vestida solo con un camisón transparente, sin ropa interior, se subió a una pequeña escalera y pidió ayuda a un jardinero para no caerse. Al ir al sujetarla el hombre se encontró con las intimidades de la reina en toda su cara.

Aunque peor para la rígida moral española eran los juegos lésbicos que tenían lugar en la alcoba privada de la reina, en la que se encerraba en compañía de sus más distinguidas criadas. Completamente desnudas, las jóvenes, incluida Luisa Isabel, se entregaban a los más mundanos placeres.

Todo ello tenía cabida en una corte en la que la máxima autoridad, Felipe V, era el primero en salirse de las normas establecidas para los comportamientos íntimos. En los círculos cortesanos no se hablaba de otra cosa que no fuera el desenfreno sexual del rey, puede leerse en La corona maldita, novela en la que se muestra la desenfrenada lucha que mantenía el primer Borbón contra la muerte a través del sexo. ¿Vida o perdición?

Portada del libro La corona maldita.

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