Sólo la locura puede explicar que a una misma persona se la conozca por sobrenombres tan opuestos como El animoso o El melancólico. A Felipe V, duque de Anjou y primer Borbón que reinó en España, el ánimo le venía de su desmedida afición al sexo, su pasión por la caza y el deleite en tertulias sociales. Todo lo demás era pasto de una profunda melancolía que le impidió hasta el mismo día de su muerte, el 9 de julio de 1746, soportar el peso de una corona que jamás deseó. No aceptó su destino pero fracasó al desafiarlo intentando abdicar en su hijo adolescente Luis I, cuyo reinado apenas superó los ocho meses al morir de viruela.

Hijo del Gran Delfín de Francia –un libertino sin límites morales, supersticioso e interesado sólo por la caza y el sexo- y de la princesa María Ana de Baviera, cuyo desequilibrio mental la llevó a vivir en una permanente angustia existencial. Fue su abuelo, el todopoderoso Rey Sol, Luis XIV, quien consiguió el trono español para su nieto, el pusilánime Felipe, cuando éste tenía tan sólo dieciséis años. Transcurridos tres siglos desde Felipe V, los borbones siguen perpetuados en nuestra monarquía, ahora con Felipe VI.

En junio de 2014 España se sorprendió ante la que parecía impensable abdicación de Juan Carlos I, tras conocerse que había estado cazando elefantes en compañía de su “amiga entrañable”, la princesa Corinna. Pero la dinastía Borbón se estrenó en nuestro país, en 1700, con un rey controvertido cuyo mayor afán era dejarse llevar por las bajas pasiones y que también abdicó.

Su perfil psicológico más profundo puede conocerse en mi novela La corona maldita, de inminente publicación. Las fuentes bibliográficas para investigar el alma de este complejo personaje muestran la contradicción de un reinado de muchas luces conseguido por un monarca plagado de sombras*.

1. Adicto al sexo

Practicaba el coito a diario hasta conseguir orgasmos múltiples. Rumores y preocupación debido a tan desenfrenadas prácticas se extendieron en su contra por la corte. En 1716 consta la queja ante Versalles del embajador francés en Madrid sobre el agotamiento permanente del rey, al borde de la extenuación por el uso demasiado frecuente que hace la reina. Para no perder el tiempo llegó a celebrar los Consejos de gobierno en su alcoba, con su segunda esposa, Isabel de Farnesio, siguiéndolos desde la cama.

Esta adicción al sexo puede interpretarse como una manera de luchar contra su miedo patológico al paso del tiempo y a la muerte.

2. Obseso por la sangre

Camino de España para ocupar el trono, tuvo su primer encuentro con una corrida de toros. Tras un inicial rechazo, pronto acabó atrapado por el ritual de sangre, vísceras y polvo del albero, que a veces desencadenaba en la brutalidad de la muerte.

Después del emperador Carlos V, Felipe V fue el primer monarca que pisó un campo de batalla, para él un morboso escenario en el que disfrutaba oliendo y viéndose manchado de sangre ajena.

3. Angustia laboral

Su alma torturada se negó siempre a aceptar su destino de rey. Como puede leerse en la novela La corona maldita, “se ahogaba en el oro de la corona bajo la que se escondían las terribles zonas oscuras de su existencia”. La mayor parte de su reinado estuvo marcada por el deseo continuo de abdicar. El 27 de julio de 1720, en El Escorial, firmó un voto secreto acompañado de su esposa Isabel, en el que se comprometía a dejar el trono antes de Todos los Santos de 1723.

Felipe V junto a su segunda esposa, Isabel de Farnesio, y sus hijos. Cuadro de Jean Ranc. Museo del Prado Mariangela Paone

Los días 15 de agosto de los siguientes tres años renovó por escrito su solemne promesa. Hasta que el 10 de enero de 1724 sorprendió a Europa al firmar un decreto de abdicación por el que cedía a su hijo Luis, de dieciséis años, todos sus reinos y señoríos. Anunciaba su renuncia para, libre de todos los demás cuidados, entregarme al servicio de Dios, meditar acerca de la otra vida y trabajar en la importante obra de mi salvación eterna...

Al fallecer Luis I se vio obligado a volver a reinar. Sin embargo es menos conocido su segundo intento de abdicar, en ese caso en su hijo Fernando. En junio de 1728 redactó un nuevo testamento renunciando a la corona, que entregó al presidente del Consejo de Castilla. Pero Farnesio abortó la operación de inmediato.

4. Remordimientos enfermizos

El célebre obispo y teólogo Fénelon se encargó de educarlo bajo unas normas morales tan estrictas que hizo de él un joven atemorizado por el pecado y obsesionado por los remordimientos que le causaba la continuada práctica del onanismo. Era un círculo perverso: le atraía el sexo aun sabiendo que cada vez que se masturbaba era condenado moralmente por ello. Entre una vez y otra, descargaba la culpa con su confesor.

5. Pócimas afrodisíacas

A diario tomaba su plato favorito: gallina hervida. La acompañaba con pócimas cuyas propiedades estimulaban su vigor sexual. Cada mañana, antes de levantarse, desayunaba cuajada y un más que dudoso preparado de leche, vino, yemas de huevo, azúcar, clavo y cinamomo. El duque de Saint-Simon, embajador especial de Francia, que se atrevió a probarlo, lo describió como un brebaje de sabor grasiento aunque reconoció que se trataba de un reconstituyente singularmente bueno para reparar la noche anterior y preparar la siguiente.

6. Fobia al sol

Las cortinas de palacio siempre debían impedir la entrada de luz. El rey vivía obsesionado porque ningún rayo de sol le tocara. No lo soportaba. Aunque no se expusiera directamente, creía enloquecido que el sol le penetraba el cuerpo hasta alcanzar los órganos vitales con intención de destruirlos.

Cuando trasladó la corte a Andalucía (1729-1733), invirtió los horarios. Cenaba a las cinco de la mañana, a las siete u ocho se iba a la cama, a las doce del mediodía tomaba su brebaje para el vigor sexual y una hora más tarde comenzaba a vestirse. El día, para él, se iniciaba con la caída del sol. Sus colaboradores, y la propia reina, no podían seguir su ritmo.

7. Pasión por los relojes

Podía pasarse horas manipulando relojes. Durante su reinado España vivió el auge de los mejores relojeros de cámara de toda Europa. A pesar de sus raíces francesas, Felipe de Borbón reconocía la escuela inglesa como la más avanzada. En 1725 adquirió una verdadera joya: el reloj astronómico de Las cuatro fachadas, obra del maestro formado en Lieja Thomas Hildeyard. Una maravilla de cuatro caras, planta cuadrada y una cúpula acristalada en cuyo interior se encierra el universo. Forma parte de la colección de Patrimonio Nacional. Es tan espectacular que el rey Juan Carlos quiso tenerlo en su despacho, en Zarzuela.

Juan Carlos I durante el discurso de Navidad en 2012. En el cuadro, el infante Felipe, hijo de Felipe V. Gtres

8. Rechazo de la ropa blanca

En 1717, en una de sus habituales recaídas de ánimo, sufrió el delirio de que la ropa blanca –camisas, sábanos, paños– irradiaban una luz cegadora debido a que el número de misas por el eterno descanso de su primera esposa, Mª Luisa de Saboya –fallecida el 14 de febrero de 1714 a los veinticinco años– había sido insuficiente.

Se dio la orden de renovar al completo vestuario, ropa de cama y mantelerías, lo cual no fue suficiente. Entonces llegó casi a enloquecer convencido de que lo estaban envenenando a través del blanco de la ropa. La confección de su ropa interior fue encargada a unas monjas, y no se la cambiaba hasta que acababa hecha trizas.

9. Aversión por la higiene

El aseo personal no era desde luego su punto fuerte. En sus reiterados episodios depresivos o de melancolía, el rey podía pasar días enteros sin salir de la cama, y semanas y hasta meses sin afeitarse, ni cambiarse de ropa, ni lavarse. Tampoco permitía que le cortaran el pelo o las uñas, convertidas en verdaderas garras repugnantes. Las uñas de los pies llegaron a ser tan largas que se le enroscaron impidiéndole caminar con normalidad.

Los embajadores temían las audiencias con el monarca por el mal olor corporal que despedía y por su patética imagen. En una ocasión recibió a un diplomático vestido con un sucio y maloliente camisón que le dejaba las piernas al aire, y una peluca mal colocada sobre una grasienta cabellera.

10. Paranoico antigaleno 

El monarca nunca se fió de sus médicos. Al contrario. Pensaba que las decisiones y diagnósticos de los galenos tenían como fin último acabar con su vida. Su hipocondría le llevaba a imaginar todo tipo de males. En los años en los que afirmaba padecer gravemente del estómago –no se le conocieron problemas estomacales–, acusaba con virulencia a los galenos de mentirle y retirar la sangre de sus heces para hacerle creer que estaba sano. Y en verdad lo estaba. De cuerpo, que no de mente.

Felipe VI en el Salón del Trono durante el mensaje de Navidad de 2015. Gtres

El retrato humano de nuestro primer rey Borbón, Felipe V, contrasta con el del último, el actual Felipe VI. Desde su seriedad en el desempeño de sus funciones hasta la pulcritud de su cuidado aspecto físico, en nada recuerda éste a sus raíces borbónicas. Felipe V “adjuró el futuro del posible Felipe VI, como si se responsabilizara de una maldición en la que el sexo y la abdicación pudieran caer sobre la conciencia de su sucesor en una España diferente a la que a él le había tocado gobernar”. (Último capítulo de La corona maldita).

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*Dos obras fundamentales sobre Felipe V son las de Henry Kamen (Felipe V. El Rey que reinó dos veces) y José Calvo Poyato (Felipe V, el primer Borbón). Meticulosa es Concepción de Castro en A la sombra de Felipe V. José de Grimaldo, ministro responsable (1703-1726), como divertidas, las Memorias del Duque de Saint-Simon, gran observador de las relaciones humanas en la primera corte borbónica en España.

Los estudios de Mª Ángeles Pérez Samper sobre la reina Isabel de Farnesio ayudan a ahondar en lo más íntimo de su esposo. De consulta indispensable, con datos exhaustivos, es la extensa Reinas de España. Siglos XVIII-XIX. De María Luisa Gabriela de Saboya a Letizia Ortiz, de María José Rubio. Y entretenido y riguroso es siempre José María Solé, (Los pícaros Borbones. De Felipe V a Alfonso XIII y Los reyes infieles. Amantes y bastardos: de los Reyes Católicos a Alfonso XIII), historiador que define a Felipe V como “un personaje dotado de la mente más depravada posible”. Una mente oscura y torturada que gobernó España en el que fue el reinado más largo (duró 46 años) después del de Felipe II. Una mente en la que dio cabida a más de una locura…

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