Noemí López Trujillo Mamen Hidalgo

Es lunes y Stephen French lleva el traje de los domingos. A sus 56 años tiene más arrugas en la camisa que en el rostro. Le encanta pasear con su corbata, su sombrero y sus guantes de piel por las calles de Toxteth, el barrio de Liverpool en el que se crió y en el que se vivieron unos graves disturbios en los años 80.

French quiere mostrarse como un empresario influyente allí donde hace 20 años era considerado un criminal. Cada vez que alguien le para y le da un apretón de manos, no puede disimular una sonrisa de satisfacción. Tiene la vanidad propia de aquel que no ha digerido bien la fama. Ha pasado de ser un gánster que robaba y torturaba a otros gánsteres para quedarse con su dinero —lo que en el argot se conoce como un taxman— a ser una figura que representa la redención y la rectitud moral. 

Todo en French es excesivo. No sólo su discurso. “Soy un guerrero de Dios”, dice, “soy inmortal”. También son excesivas sus facciones y la exageración religiosa de sus respuestas: nariz ancha de boxeador, labios espesos y unas orejas carnosas que destacan a ambos lados del sombrero. Su gesto pretende ser amable pero resulta áspero.

Aún no son las doce del mediodía y French espera en el bar del hotel Crowne Plaza de Liverpool con un gintonic.

French fue considerado el criminal más peligroso del norte de Inglaterra en los ochenta. Margarita Carrera

Habla sin parar pero sólo reproduce una cháchara aprendida de memoria. Asegura que ha cambiado, que ya no es un extorsionador: “Ya no hay mal dentro de mí. No quiero volver a la cárcel sino permanecer bajo la luz del Señor”.

“Las mujeres y los niños no deben temerme, solo los hombres”, dice en esta entrevista que se celebra el 18 de enero: sólo dos días antes de ser arrestado por violencia doméstica. ¿La víctima? Una mujer que es familiar del atacante y podría ser su pareja por lo que deja entrever la información policial.

En la espalda French lleva tatuadas las palabras latinas “honore et integritate”. Son detalles que ayudan a cincelar el personaje que quiere hacer creer que es. Aunque busca el aplauso por haberse transformado en “un buen hombre”, reconoce que no se arrepiente de ninguno de los actos que ha cometido. Ese rosario de actos violentos le ha convertido en “el diablo”. Esa suma de fechorías hace que hablen de él.

Así se justifica un criminal

French se vende a sí mismo como el fruto de los problemas del Liverpool de los años 80. El barrio Toxteth fue el punto de fuga de la miseria y tensión acumulada entre la comunidad negra y la policía.

De la extrema pobreza y del racismo nació la ira de Stephen Thomas French que con 21 años resurgió como el diablo al que todos temían.

French saluda a un trabajador. Margarita Carrera

Con un largo historial de robos en casas y violentos enfrentamientos callejeros, siguió el camino que le llevó a ser considerado como uno de los criminales más peligrosos del norte de Inglaterra. Mientras se debatía, según él, entre el bien y el mal, ya vivía como taxman: secuestraba y torturaba a los narcotraficantes para robarles la droga y el dinero.

“Me convertí en el hombre más temido”, explica en el libro The Devil, una biografía escrita por Graham Johnson en 2007. “El daño mental es mucho más duro que el físico. Podía tener a una víctima 24 horas sin dormir, inoculándole el miedo poco a poco, al estilo de Guantánamo. Desde mi primer taxation aprendí que de estas cosas te tienes que encargar personalmente aunque suponga rajar sus testículos o apisonarlos con una plancha ardiendo. Los narcotraficantes se susurraban a unos a otros: 'El Diablo vendrá a por ti’”.

Durante una década alimentó esa vida criminal con el ego de un joven lleno de resentimiento. “Sabía que había algo mejor dentro de mí”, asegura. Se dedicó a las artes marciales y asegura que estudió Psicología y Sociología en la universidad para tratar de ganarse la vida de manera legítima.

“Entender todo hizo que me enfadara aún más”, explica. “Estaba loco. Bueno, no loco, enfadado. La luz dentro de mí cada vez era más débil y la oscuridad ganaba terreno”.

La tentación del dinero fácil no hizo más que cebar el mito. “Me convertí en un hombre al que evitar”, confiesa. “Si te cruzabas conmigo, tenías serios problemas. Era muy destructivo”.

En 1990 cayó en la trampa de un enemigo y saboreó por primera vez la amargura de lo que él llama estar muerto en vida. “En la cárcel un agente me dijo: ‘¿Sabes qué odio más que los scousers [la palabra que identifica a los oriundos de Liverpool]? Los scousers negros’. Estaba jodido”.

French consulta su móvil en un momento del paseo por el barrio. Margarita Carrera

A sus 56 años, French no ha experimentado la vida sin violencia. Según narra, con apenas tres años fue torturado por su propia hermana. “Me maltrató física y psicológicamente”, explica. “Me atormentó con puños, bates y cuchillos”.

French dice que fue esa tortura lo que propició la creación del gánster: “Me dio una increíble habilidad para soportar el dolor. Le doy las gracias porque me ha salvado la vida en diferentes ocasiones”.

A la violencia familiar había que añadir la dificultad para integrarse en una ciudad donde florecía el racismo en cada barrio marginal. “Mi padre venía de los esclavos africanos y mi madre era una mujer blanca irlandesa. De pequeño veía carteles que decían: ‘Ni negros ni irlandeses ni perros’. Yo era mitad negro, mitad irlandés y tenía un perro. Crecí excluido por el color de mi piel. Hay dos cosas que pueden pasar cuando eres una víctima: o te vuelves débil o te vuelves muy fuerte. Una vez un policía me dijo que la gente como yo era el resultado de mezclar prostitutas blancas con esclavos negros. Soy el resultado del colonialismo, del imperialismo y de la degradación de la esclavitud”.

French intenta dirigir la temática y los tiempos de la entrevista. Su intención es que derive en el elogio del personaje mediático en el que se ha transformado.

Con las preguntas incómodas, acaban las respuestas extensas. “Termina con esto”, repite cada vez que escupe alguna de las frases que ya ha repetido en anteriores ocasiones. Al final logra narrar una parte de la vida de su ‘yo’ niño, al que describe como “nacido en la mierda, cubierto en la mierda y nadando la mierda”.

“Con solo 11 años un policía puso las llaves de un coche robado en mi bolsillo”, dice. “Me convirtieron en un criminal antes de serlo. Si pateas una y otra vez a un perro, hay dos opciones: o se va a la esquina como un cobarde o se gira y te muerde. Deseaba que me tuvieran miedo. Quería ser un individuo al que la gente mirase y dijera: ‘Mira, ahí va Frenchie, es un mal tío’. Si demonizas a la gente, los demonios crecen y yo crecí hasta lo más alto. Fui el mayor demonio. ¿Por qué los demás críos de mi barrio no se volvieron criminales como yo? Porque ellos decidieron sólo existir y yo quise vivir. Hay una enorme diferencia entre existir y vivir”.

Su paso por la cárcel

En 2013, con 53 años y tras una larga campaña donde se definía como un activista contra las armas de fuego, un juez le condenó por posesión de armas en la vía pública. Había comprado una pistola de aire y un machete para citarse con su víctima por un presunto asunto de negocios.

“Pensé que no tenía derecho a vivir”, dice. “Me estaba creando problemas. Cuando le enseñé la pistola, se cagó. Idiota... Ni siquiera era real”. Después del incidente, acudió a la recepción de un hotel para reclamar las imágenes de los hechos amenazando a una mujer hasta ver que la grabación estaba en otra parte. “Ahí me di cuenta de que iba a volver a la cárcel”. 

La policía encontró las armas en el río. “Lo que usted hizo fue más propio de un gánster que de un hombre de negocios”, dijo el juez, según recoge la sentencia. No tuvo otra opción que reconocer su culpabilidad para reducir la condena por la que cumplió dos años en prisión hasta 2015, cuando volvía a la vida pública de nuevo como un hombre reformado aunque en libertad condicional.

Debajo del cartel de Liverpool. Margarita Carrera

En noviembre, Liverpool y Bournemouth disputaban un partido en Anfield con más emoción en el palco VIP que en el propio césped del mítico estadio. Allí, junto a los futbolistas Sakho y Benteke, se sentaba otro armario con cuerpo de atleta. French, con gesto serio y una corbata de colores, iniciaba una nueva campaña para alejarse de una vida criminal de la que no puede escapar.

Los últimos acontecimientos así lo demuestran: el 20 de enero de 2016 fue arrestado por “violencia doméstica”. La policía de Merseyside, región a la que pertenece Liverpool, se niega a dar los datos de la víctima para protegerla.

“No podemos confirmar que se trate de su pareja, aunque en la mayoría de los casos suele ser así. Sin embargo, también podría tratarse de otro familiar como su hija o su madre”, explica el oficial Laurie Stocks-Moore. Al teléfono, su hijo mayor, Stephen, explica que no sabe por qué su padre ha vuelto a la cárcel. “Si quieres saberlo, mira los periódicos. No sé nada de él, no tengo contacto con él”, asegura, “No sé si lo que ha estado contando es verdad o mentira”. Antes de colgar, pregunta: “¿Sois de la policía? Siempre están detrás de él”.

¿Un empresario legitimado?

Al terminar la entrevista en el hotel, una camarera se acerca a French para sacarse una foto con él. La agarra de la cintura y posa con orgullo. Cuando la suelta, le da su correo electrónico y le pide que le envíe la foto. “Parece una modelo”, dice al alejarse. 

En voz baja, la chica cuenta que en Liverpool todos han oído hablar de The Devil. “Es famoso”, dice. “Lo que admiro de él es su honestidad. Para mí pesa más que cualquier cosa que haya hecho antes”. Como ella, muchos confían en el relato del scouser. Su historia de penitencia, salpimentada con versículos bíblicos, le ha conferido a su protagonista un toque de autenticidad.

Todo el mundo quiere creer que incluso el diablo puede redimirse. Algunos medios ingleses dan credibilidad a su versión. “Hombre de negocios”, “multimillonario” o “empresario legal” son algunos de los términos que emplean para referirse a French.

Él se presenta como el impulsor del Andrew John Memorial Skill Centre, un proyecto que pretende lidiar con jóvenes pandilleros de zonas deprimidas de Inglaterra para que abandonen el camino de la delincuencia. “Necesito 25 millones de libras [32,8 millones de euros] para construirlo. Por eso escribí el libro y por eso quiero hacer una película sobre mí: para recaudar ese dinero”, dice French.

Stephen French, con su indumentaria de rigor. Margarita Carrera

No hay rastro de la organización en Internet y su impulsor no aporta ninguna prueba sobre el plan. Cuando se le pregunta cómo lo llevará a cabo, solo responde con la cifra que necesita. Ni un detalle más.

Las contradicciones son evidentes: por un lado se define como millonario pero por otro necesita una cantidad ingente de dinero para poner en marcha su propósito. En cuanto a la empresa que dice tener, el único indicio es una tarjeta donde se puede leer “Ultimate Enterprises”, la palabra “consultant” debajo de su nombre y dos números de teléfono.



Uno de esos dos números corresponde a su móvil, que permanece apagado desde su entrada en la cárcel. En el otro responde un hombre arisco que asegura una y otra vez que no conoce a Stephen French. El prefijo corresponde a la región de Merseyside. El tipo niega que estemos llamando a esa zona de Inglaterra. Ultimate Enterprises no aparece como tal en el Registro Mercantil británico (Companies House). Tampoco ninguna marca vinculada a tal concepto.



Preguntado unos días antes de ser detenido por el origen de esta compañía y sobre su función, French sólo contesta que se trata de una “empresa de guardaespaldas”. Después se va a hablar por teléfono y corta la conversación. La única huella digital de su actividad como empresario es la vinculada a sus datos personales: decenas de dominios comprados que no llevan a ningún sitio o que están en construcción.



Graham Johnson advierte en su libro que el volumen está basado en cientos de horas de entrevistas con French. También en recortes de prensa y en conversaciones con testigos y criminales de la época.



En la contraportada escribe que French es un “hombre de negocios legitimado” y que ha construido “un imperio multimillonario”. Precisamente en la nota del autor Johnson reconoce que “la historia depende principalmente del testimonio personal de Stephen” y que en cualquier caso el libro es de French.

El capítulo You can take the devil out of hell, but… dedica dos párrafos a reproducir los supuestos logros del empresario: provee de guardias de seguridad a muchos comercios de Reino Unido y sus empleados son guardias de seguridad que trabajaron antes como policías y como guardaespaldas para la familia real saudí. Por aquel entonces (2007) la empresa estaba valorada en siete millones y medio de libras. El libro ni siquiera menciona su nombre. Este periódico ha contactado con Johnson varias veces pero no ha aceptado una entrevista.

Hoy la única empresa activa de French es Ultimate Construction & Commercial Recovery Services Limited, aparentemente dedicada a la construcción y constituida el 3 de octubre de 2015.

French decide terminar la entrevista en Toxteth en casa de su madre: una señora de piel vetusta y pelo blanco como el nublado cielo inglés. “Hola, mami”, dice él cuando le abre la puerta. “¿No podías buscarte otro sitio? ¡Vete a tu casa!”, contesta ella.

French sonríe para disipar la tensión y suelta: “Está loca”. Se sienta en el sofá y prosigue su actuación: “Soy un asesino, soy absolutamente un asesino a sangre fría. Pero decidí no matar. Sé de lo que soy capaz. Quiero matar a muchos de mis enemigos, pero he elegido no hacerlo. Mi destino ahora es salvar a los hombres que siguen el camino que yo mismo seguía. Soy un guerrero de Dios”.

Se pone el sombrero y nos pide que le paguemos el taxi de vuelta. Incluso el diablo tiene las necesidades de un hombre vulgar.

French, sin sombrero. Margarita Carrera

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