Foto: Nuria Prieto

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La Casa d’Ortega de A Coruña: racionalismo en la plaza de Lugo

La Casa d’Ortega es una obra de los arquitectos Tenreiro y Estellés. Construido entre 1934 y 1935, es el único edificio racionalista de la plaza, mostrando el carácter dinámico de este espacio público

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Repetir algo es, a veces, establecer una segunda interpretación. Volver sobre aquello que se conoce es ser consciente de que, en realidad, esa sensación de sabiduría infalible no existe. Otras veces consiste, simplemente, en la repetición consciente del placer. También en ello hay algo de descubrimiento, quizás un nuevo matiz o puede que una insistente búsqueda por amplificar el placer o consolidarlo como bienestar. En los procesos creativos, la repetición es un trabajo de iteración, es decir, de progreso depurativo de las ideas que se articulan en torno a un concepto. Volver una y otra vez sobre las mismas ideas, sobre las mismas estructuras y sobre lo previamente creado, se convierte en una metodología creativa. El pensamiento que sostiene la metodología es continuamente sometido a crisis, pero permite consolidar un proceso de avance, como indicaba Josep María Montaner en referencia al estructuralismo: “Los métodos de pensamiento aumentan sus dosis críticas y justifican las interpretaciones discontinuas, fragmentarias y provisionales, basadas en el énfasis en la transformación y la diferencia.”. El proceso creativo siempre tiene algo de repetición, pero en ocasiones esta no es una opción, sino una obligación.

Durante el proceso de desarrollo de un proyecto, en ocasiones aparecen imprevistos que provocan un nuevo comienzo. Este proceso es especialmente notorio cuando se trabaja con un lenguaje vanguardista o una propuesta que desafía la composición tradicional. En el Atlas de la Arquitectura nunca construida se enuncia “incluso si un proyecto fracasa, las ideas detrás de él no desaparecen”. Por ello, aunque una propuesta se repita de forma constante o no se realice, las ideas latentes dibujarán un nuevo marco de pensamiento en torno al proceso creativo.

En la ciudad consolidada es habitual percibir todos los edificios como obras sólidas y que, en ningún momento, han sido objeto de segundas opciones o repeticiones, salvo algunas pequeñas excepciones. Hay obras que dejan entrever su proceso creativo cuando el paso del tiempo permite interpretarlas con calma. El impacto de cualquier nuevo lenguaje crea una pequeña vibración urbana y parece fácil intuir qué obras comenzaron la narración primero.

“Babilonia y Nínive eran de ladrillo. Toda Atenas era doradas columnas de mármol. Roma reposaba en anchos arcos de mampostería. En Constantinopla los minaretes llamean como enormes cirios en torno del Cuerno de Oro….Acero, vidrio, baldosas, hormigón, serán los materiales de los rascacielos. Apilados en la estrecha isla, edificios de mil ventanas surgirán resplandecientes, pirámide sobre pirámide, blancas nubes encima de la tormenta” John Dos Passos, Manhattan Transfer

Casa d’Ortega

En A Coruña, la plaza de Lugo es, en la actualidad, uno de los espacios públicos más interesantes y dinámicos del área del ensanche. La arquitectura que define el conjunto de la plaza está determinada por el elemento central del mercado y por el conjunto de fachadas que conforman su cierre. Las fachadas de la plaza fueron objeto de dos actuaciones fundamentales, por una parte el conjunto de ordenanzas y normas definidas por el plan urbanístico del ensanche, por otra un ‘prototipo’ arquitectónico que se definió en manzanas como la formada por la calle Picabia, calle Padre Feijóo y plaza de Orense. Dicho modelo articulaba una tipología arquitectónica global que incluía estructura, función, forma, estética y materialidad. Sin embargo, no demasiadas obras del ensanche se ajustaron a este modelo, sino que adoptaron otro lenguaje más vanguardista: el modernismo. Con el paso del tiempo, la plaza adquirió una nueva estética, un poco alejada del modelo vernáculo propuesto inicialmente, y más cercano a la vanguardia lingüística fruto de la incorporación de una mayoría de obras modernistas. Esta inercia permitió que la plaza se convirtiese en un espacio dinámico, abierto al cambio y la constante reestructuración. De alguna forma, este espacio urbano es capaz de renacer una y otra vez para adaptarse a las nuevas necesidades de sus habitantes.

Foto: Nuria Prieto

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En la plaza de Lugo existen numerosas obras notables, muchas de ellas pertenecientes al lenguaje modernista, pero algunas otras responden a modelos que superan este lenguaje. Una de ellas es la Casa d’Ortega, una magnífica obra situada en el número 20 de la plaza de Lugo. Este es el único edificio racionalista de la plaza, aunque aún tiene un cierto carácter ecléctico. Construido entre 1934 y 1935, es obra de los arquitectos Antonio Tenreiro y Peregrín Estellés. Pero no se trata del primer proyecto desarrollado por los autores para este emplazamiento. La primera propuesta de Tenreiro y Estellés contaba con planta baja y cuatro alturas, pero incorporaba dos núcleos de escaleras, uno de los cuales estaba destinado al servicio. Pero este proyecto no respondía a las necesidades de la propiedad, así que, los arquitectos trabajaron de nuevo sobre él, esta vez unificando los dos núcleos de escaleras. Pero finalmente el proyecto adquiriría una forma diferente. El edificio aumentó en una planta compensando la ocupación del patio y convirtiendo así la propiedad en una obra más optimizada. La forma de la parcela determina la distribución interior, creando una organización muy similar a la de otros edificios que se envuelven con lenguaje modernista. En este caso la vivienda se organiza en torno a un pasillo central que cruza la parcela desde el frente al patio. Dicho pasillo enlaza cada una de las piezas que dan al frente, al patio de manzana y al patio del edificio.

Foto: Nuria Prieto

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Arquitecturas dinámicas

El lenguaje que utilizan los arquitectos en esta obra es un racionalismo ecléctico, un estilo adjetivado porque no responde de forma pura al entimema racionalista. La fachada carece de ornamentación decorativa, pero sí incorpora algunos juegos geométricos en los frentes mediante volumetría o simplemente trazado lineal. La fachada se basa en la generación de dos planos, uno de los cuales se pliega sobre el otro curvándose. El plano curvado crea una galería que sigue el concepto funcional y espacial del sistema constructivo tradicional, es decir, no se trata de una prolongación de la sala que se encuentra detrás, sino que es en sí misma un espacio independiente que sirve de amortiguador térmico al frente de la fachada. La plegadura de la fachada se aprovecha para crear una prolongación generando un balcón. La carpintería de la galería incorpora ventanas con apertura de guillotina, al igual que en el sistema tradicional. La curvatura genera movimiento, creando una arquitectura dinámica similar a otras obras de la ciudad como la Casa Formoso (Pedro Mariño y Rey Pedreira, 1933). En A Coruña el racionalismo suele aparecer con ecos de otros lenguajes, como el art-dèco o el expresionismo. Algunas de las obras más destacables que se suman a la Casa d’Ortega, son la Casa Balas (Tenreiro-Estellés, 1935), el edificio Morán (Caridad Mateo, 1938) o el conjunto de 33 edificaciones entre la Ronda de Outeiro, avenida de los Mallos y avenida de Arteixo (Rey Pedreira y González Cebrián, 1956).

Foto: Nuria Prieto

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El racionalismo derivado de la ley Salmón permite que este lenguaje arquitectónico aparezca tanto en obras de gran presupuesto y propiedad con grandes posibilidades económicas, así como en pequeños propietarios a los que esta ley les permitía invertir con cierta seguridad. La Casa d’Ortega se une a una cronología estilística del racionalismo coruñés, y se convierte en la única obra racionalista de este frente de la plaza. Su presencia silenciosa y elegante define una imagen que muestra la capacidad de la plaza para transformarse e integrarse en la modernidad que la ciudad le reclamase.

Foto: Nuria Prieto

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Buscando principios

La ciudad se encuentra en un proceso constante de repetición deliberada. El cambio constante, el sometimiento a crisis de su infraestructura, de sus detalles, de la forma en la que debe de ser habitada, establece un proyecto que se puede comprender como una obra inacabada o como un organismo vivo en el que la indeterminación forma parte de su supervivencia.

Giambattista Vico afirmaba que “los filósofos y los filólogos deberían ocuparse en primer lugar de la metafísica poética; es decir, de la ciencia que busca pruebas no en el mundo externo, sino en las propias modificaciones de la mente que medita sobre ello. Dado que el mundo de las naciones lo han hecho los hombres, es dentro de la mente humana donde deberían buscarse sus principios”. Esta idea es el inicio del manifiesto escrito por el arquitecto Rem Koolhaas sobre la ciudad de Nueva York, centrándose especialmente en Manhattan. No se trata únicamente de un escrito destinado a describir Manhattan, sino que muchos de los conceptos que se analizan se pueden aplicar a cualquier estructura urbana. Y es que la forma de la ciudad, su imagen y la manera en la que se desarrolla está determinada por quienes la habitan. La comprensión de la ciudad como un organismo vivo habitado en simbiosis por otro, permite comprender que nunca es posible verla como un proyecto completamente terminado. Quizás solo esté en constante proceso de repetición.