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La vida tras el síndrome de Noé de 78 perros que vivían hacinados en un galpón en Santiago

Hace medio año que ocho voluntarias rescataron a 78 perros que vivían hacinados en un galpón en Santiago ante la falta de respuesta de Concello, Xunta y Seprona. Ahora luchan por ir superando el trauma de esa complicada experiencia: algunos ya han encontrado familia y otros todavía la están buscando
El antes y el después de algunos de los perros rescatados.
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El antes y el después de algunos de los perros rescatados.
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Hace medio año que ocho voluntarias rescataron a 78 perros que vivían hacinados en un galpón en Santiago: una vecina con síndrome de Noé los había ido acumulando con el paso de los años en un espacio muy reducido, de modo que vivían entre sus propias heces y vómitos y muchos nunca habían visto otra cosa.

Síndrome de Noé es el término coloquial para referirse al Trastorno de Acumulación de Animales, el que padece aquella persona que recoge animales domésticos y los guarda en su domicilio a pesar de no poder cuidarlos a todos.

Una de las voluntarias, Tere Lema, explica a Quincemil que su intención al dar a conocer el caso nunca fue "señalar a esta persona", a quien "deberían ayudar los Servicios Sociales", sino "que se le caiga la cara de vergüenza a todos los que sabían lo que pasaba y no hicieron nada".

Y es que fue la inacción de las diferentes administraciones ante las que habían denunciado los hechos a lo largo de todo el año las llevó a tener que actuar: pagaron de su propio bolsillo a una lacera y una veterinaria para que las asistiera y encontraron protectoras dentro y fuera de Galicia para acoger a todos los perros. También sufragaron el transporte.

"El Concello de Santiago conocía la situación pero no hizo nada, la Consellería de Medio Ambiente aceptó reunirse con nosotras hasta qué supo para qué era y lo canceló y el Seprona fue a la casa pero no llegó a entrar en el galpón", relató Lema.

Este grupo de voluntarias llegó a iniciar una recogida de firmas para exigir al Concello de Santiago 5.000 euros, el coste total de la intervención, al entender que la situación era de su competencia al constituir "una amenaza para la salud pública y el bienestar animal".

"Todos estaban muy sucios, cubiertos de humedad, y algunos tenían sarna, mordiscos, hongos o estaban cubiertos de excrementos; ninguno tenía chip ni había ido al veterinario en su vida: los fuimos desparasitando y les administramos anticonceptivos a las hebras", prosigue.

A día de hoy siguen esperando a que llegue ese dinero, con el que esperan "poder ayudar a las protectoras para su alimentación, cuidados y socialización". Mientras tanto siguen muy de cerca la situación de los animales, que actualmente luchan por superar los traumas de aquella experiencia.

"Tienen muchísimos miedos y desconfían de la gente, están acostumbrados a estar en manada, sobre todo los que estuvieron más tiempo allí", lamenta Lema, quien recuerda que ni siquiera sabían correr: no tenían espacio para hacerlo.

Algunos de ellos han conseguido encontrar una familia que les dé todo el cariño que les faltó hasta ahora, mientras que otros siguen en protectoras haciendo progresos en su adaptación a esta nueva vida y esperando una oportunidad. Estas son las historias de algunos de ellos.

Protectora de Animais do Morrazo

La Protectora de Animais do Morrazo fue la que más arrimó el hombro para acoger a los perros procedentes de aquel galpón de Santiago: se hicieron cargo de un total de 14 y, aunque una ha sido adoptada y otras tres están en casas de acogida, el resto siguen allí.

"Es el caso más difícil al que nos hemos enfrentado: hemos rehabilitado a perros que tenían miedo porque habían recibido palizas, por ejemplo, pero ellos lo tienen grabado a fuego por todo lo que han vivido", explica la presidenta de la protectora, Laura Soliño.

Uno de los perros acogidos por la Protectora de Animais do Morrazo (Cedida).

Más allá de la afectación psicológica por la experiencia, todos llegaron "muy tocados físicamente": tenían problemas de piel y apenas podían caminar, algo que se solucionó con cuidados y buena alimentación. Ahora "es tremendo verlos, ya corren sin problema".

Los perros van avanzando con ritmos diferentes a la hora de adaptarse. "Los miedos de unos se refuerzan con los de los otros cuando están juntos: intentamos separarlos, manipularlos por separado, ponerles un arnés... siempre dentro de las limitaciones de espacio que tenemos", lamenta.

Coralia y Maruxa

En Bai.SenPulgas, en Gondomar, se hicieron cargo de una pareja inseparable a la que bautizaron en honor de las Marías: Coralia y Maruxa, una de unos dos años y otra de doce. Siguen juntas, pero ahora con una familia que las acogió después de meses en la protectora.

"Llegaron aterradas: estaban en el canil y no querían moverse, les costaba caminar y venían sin ningún tipo de socialización, así que les fuimos enseñando a gestionar el día a día", apunta María Rodríguez, encargada de los animales en el refugio y responsable de la rehabilitación de Coralia y Maruxa.

El antes y el después de Coralia (Cedida).

Así, con una serie de pautas, fueron aprendiendo poco a poco a salir a la calle, a confiar en los humanos, a dejarse poner la correa o a acostumbrarse a recibir caricias.

Unos meses después de su llegada una pareja, Marta e Ismael, llegó con la intención de adoptar. Se decantaron por Maruxa, que se parecía mucho a un perro suyo que acababa de fallecer. En cuanto se la llevaron de paseo, Coralia empezó a llorar desconsolada.

"Les contamos toda la historia que habían vivido juntas y que nunca se habían separado y decidieron darles la oportunidad de irse juntas: ahora están espectaculares y ellos nos envían vídeos de ellas felices, con sus juguetes", celebra Rodríguez.

Maruxa en la actualidad, ya recuperada (Cedida).

Tres semanas después de la adopción, Maruxa se asustó durante un paseo y se escapó. La buscaron durante horas, pero ella misma había vuelto a casa: ya tenía un hogar.

"El cambio que han tenido es brutal, están súper adaptadas: en el refugio hicimos un gran trabajo desde que llegaron, pero lo que verdaderamente necesitan es irse a una casa con una familia", concluye Rodríguez.

Azimut

Un compañero de esta pareja todavía no ha encontrado su final feliz y hasta ahora ha tenido un camino plagado de dificultades: Azimut, un perro de unos dos años que fue acogido por la Asociación Cadeliños y, como muchos otros, llegó con muchos miedos.

"Se fue para una casa de acogida y, a los pocos días, se asustó con la Rumba, vio una ventana abierta y se rompió una pata: la operación no salió bien y finalmente hubo que amputársela", lamenta la presidenta de la entidad, Pilar Perille.

El antes y el después de Azimut (Cedida).

Desde entonces ha hecho muchos progresos y se ha acostumbrado a caminar de nuevo. Ahora puede estar con gente, aunque todavía con miedo: prefiere estar con otros perros y todavía no tolera la correa.

"Está buscando una familia que le pueda ofrecer una casa con finca en la que estar libre y, preferentemente, en la que haya algún otro perro: le gusta mucho jugar", concluye.

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