4 marzo, 2023 02:23

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, los nazis huyeron de Alemania y encontraron en España el lugar perfecto en el que vivir su retiro dorado, ya que los criminales de guerra nazis eran acogidos con los brazos abiertos por el régimen de Franco.

Los nazis no sólo se camuflaban en España protegidos por la dictadura, sino que muchos de ellos incluso llegaron a amasar grandes fortunas, como un exoficial de las SS y escolta de Hitler, Gerhard Bremer, que se reconvirtió en promotor turístico en la costa levantina, o León Degrelle, un famoso colaboracionista al que, con el beneplácito de Franco, se le concedió un pasaporte español, y la nacionalidad, bajo el nombre falso de León José de Ramírez Reina.

Otros como Otto Skorzeny, antiguo jefe de los comandos especiales de Hitler, apodado por los aliados como Caracortada, considerado uno de los hombres más peligrosos de Europa y uno de los principales organizadores de ODESSA, la red de huida de los nazis, y que se hizo rico en España, no sólo se ocultaba, sino que se decía públicamente que lo hacía. En una entrevista concedida por al diario británico Daily Express en 1952, afirmó: “En España por fin me siento libre, puedo quitarme la máscara. Ya no tengo motivos para vivir en secreto”.

Otto Skorzeny, antiguo jefe de los comandos especiales de Hitler, apodado por los aliados como 'Caracortada'.

Otto Skorzeny, antiguo jefe de los comandos especiales de Hitler, apodado por los aliados como 'Caracortada'. Wikimedia Commons

Por eso, en mayo de 1945, a los Aliados les quedaba todavía una última misión: desnazificar Europa, eliminando del mapa el nacionalsocialismo y localizar a todos los criminales nazis que se escondían en los países neutrales para hacerles pagar por sus crímenes. Y para ello necesitaban a los mejores cazadores de nazis, entre ellos una española que había sido espía, la única mujer de la Resistencia francesa en España y un ángel que había salvado a cientos de personas de una muerte segura: Marina Vega de la Iglesia.

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Huida y regreso a España

Marina nacía en la localidad cántabra de Castro-Urdiales en 1923 en el seno de una familia de tradición republicana. Su madre trabajaba para el gobierno de la República y su padre, aunque era registrador de la propiedad, llegó a ostentar el puesto de director general de Prisiones.

Pero con sólo 13 años, su mundo se derrumbó, ya que se vio inmersa en la Guerra Civil viviendo en primera persona las represalias en la zona controlada por el Bando Sublevado. Por un lado, su padre fue condenado, por un delito de masonería, a 16 años de cárcel en un penal en el Puerto de Santa María, en Cádiz, mientras que su madre tuvo que escapar y esconderse para evitar ser detenida por haber sido trabajadora del gobierno de la República.

Así que, ante semejante panorama, la familia decidió que Marina, con 14 años, viajase a casa de unos amigos en Francia para alejarse de tan dramática situación familiar y de los horrores de la guerra.

La espía española Marina Vega de la Iglesia.

La espía española Marina Vega de la Iglesia. Editorial Librucos

Pero ni siquiera en París estaba a salvo, ya que estallaba la Segunda Guerra Mundial, provocando que los amigos que la habían cobijado decidieran huir a México. Le preguntaron qué quería hacer, con ellos estaría a salvo. Pero Marina decidió regresar a Madrid a través del Consulado español, que la envió a casa sentada sobre su maleta compartiendo un vagón de tren con animales.

Cuando llegó a Madrid, España estaba sumida en la pobreza y la oscuridad y la situación de su familia no era la mejor, lo que le ocasionó una fuerte depresión que la dejó fuera de juego, provocando que accediera a trasladarse a casa de otros amigos de la familia en León, donde su vida cambiaría para siempre.

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El origen de una espía

En León conoció a una persona que estaba relacionada con el servicio diplomático francés, una de esas personas que no dicen donde trabajan, pero que todos saben lo que hacen, un espía de los servicios secretos aliados. Marina era joven, con un rosto inocente, muy lista, con una bella sonrisa que sacaba a relucir cuando había que hacerlo y con unos ideales muy claros. Por todo ello le ofrecen trabajar para la red española de la resistencia francesa, las Fuerzas Francesas Libres (FFL), en la embajada clandestina de Francia, desde donde podría ayudar a acabar con Hitler.

Y aceptó.

Tras el cierre por parte de Franco de la embajada francesa “oficial”, el servicio secreto se instaló en la delegación británica. Conocida como Base España, aquella embajada necesitaba a una mujer española no fichada que pudiera moverse con libertad por todo el país. Y así fue como comenzó a salvar vidas a costa de jugarse la suya, convirtiéndose en la única mujer de la Resistencia francesa en España.

Comenzó entregando en San Sebastián y Pamplona paquetes que se ataba a la espalda con una faja y que recogía en la frontera gala. Más adelante empezó a realizar dos viajes semanales a Francia, donde recogía a personas para introducirlas en España: judíos, franceses de la resistencia, agentes secretos aliados…

Gracias a sus viajes, Marina Vega salvó la vida de cientos de personas, convirtiéndose en uno de los ángeles de la Segunda Guerra Mundial.

Durante sus misiones Marina viajaba en primera clase y siempre vestida con lo más caro, exudando riqueza por todos sus poros, ya que decía que aparentar tener dinero era la mejor manera de evitar sospechas. Además, llevaba siempre encima una carta falsa que decía que autorizaba a la señorita Marina Vega a acompañar a aquellas personas, que siempre eran sordomudas, en el viaje a Madrid, de tal manera que, si la policía los paraba, no tuvieran que hablar desvelando sus acentos.

Cuando llegaban a la capital de España, los refugiados eran alojados en una red de pisos francos, donde un médico les curaba las heridas, un sastre les hacía nueva ropa a medida y les facilitaban documentación falsa. Cuando estaba preparados salían de España vía Portugal, Marruecos o Argelia.

Marina portaba siempre dos armas encima, una pistola del calibre 6,35 y otra del 7,65, que jamás tuvo necesidad de usar. Asimismo, viajaba siempre con una pastilla de cianuro en el bolsillo. Si los nazis la detenían, tenía que metérsela en la boca hasta que pasara el peligro. En caso contrario, tenía que tragársela, ya que la propia muerte era un destino más deseable que ser interrogado por la Gestapo.

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Un ángel salvador

Gracias a sus viajes salvó la vida de cientos de personas, convirtiéndose en uno de los ángeles de la Segunda Guerra Mundial, hasta que el contraespionaje español descubrió la red que habían establecido los servicios secretos franceses en el último piso de un edificio de Cruz Roja, a donde se habían mudado tras abandonar la embajada inglesa.

Marina y sus compañeros tuvieron que huir. Esperaron varios meses en San Sebastián hasta que sus contactos dieron la luz verde para cruzar el Bidasoa con el agua al cuello, el 19 de septiembre de 1944, contando como único equipaje con un cartón de tabaco y unas cuantas manzanas.

El 25 de agosto de ese mismo año París era liberada de las garras nazis y el 9 de mayo del año siguiente, Alemania firmaba su rendición, dando fin a la Segunda Guerra Mundial. Marina era desmovilizada y por los servicios prestados se le concedió la Medalla de la Resistencia Francesa.

Liberación de París.

Liberación de París. Wikimedia Commons

Tropas estadounidenses marchando en los Campos Elíseos de París.

Tropas estadounidenses marchando en los Campos Elíseos de París. Wikimedia Commons

Pero el fin de la guerra trajo la huida de las ratas, la huida de aquellos nazis con las manos manchadas de sangre que aprovecharon el caos, la corrupción y los gobiernos afines para escapar indemnes de sus terribles crímenes de guerra y vivir una maravillosa vida en la Costa del Sol o la Costa Brava.

Marina, cazadora de nazis

Marina se convirtió en uno de aquellos soldados sin uniforme cuyo trabajo consistía en buscar alemanes y colaboracionistas para llevarlos ante la justicia, para que pagaran por todo lo que habían hecho: una cazadora de nazis (a pesar de que ella no reconocía serlo). A los nazis los localizaban, detenían y los metían en un maletero amordazados y atados para Francia, donde recibirían un juicio justo.

En 1950 regresa a España y de nuevo se encuentra con un lugar gris, triste y sumido en la pobreza. No había vencido a los nazis para regresar a un país en dictadura y no hacer nada, así que se comenzó a participar activamente en la resistencia antifranquista repartiendo octavillas y organizando huelgas, lo que le valió para ser detenida e interrogada en muchas ocasiones.

Marina Vega de la Iglesia, en una de sus últimas entrevistas antes de morir.

Marina Vega de la Iglesia, en una de sus últimas entrevistas antes de morir.

En la hoja de servicios de Marina puede leerse: “Agente P2, categoría continua, Jefe de servicios de enlaces”. Al final de la misma hay una observación que dice: “Agente de gran antigüedad y servicios muy meritorios”. A pesar de que ya contaba con una avanzada edad, los hábitos y manías que había adquirido en aquel oficio perduraban todavía en su subconsciente: nunca se sentaba de espaldas a las puertas, en los hoteles pedía siempre habitación en la primera planta por si tenía que escapar por la ventana y cuando entraba en una casa lo primero que hacía era comprobar dónde estaban los interruptores por si había que apagar las luces rápidamente.

Durante años, Marina mantuvo el anonimato, hasta que el Parlamento Europeo reconoció su labor en defensa de la libertad con varias medallas y condecoraciones que reposaron en su domicilio de Madrid hasta su fallecimiento, con 87 años, en junio de 2011. Con ella se iban recuerdos y secretos que nunca desveló, porque decía que había cosas que no se debían saber, que aquellos malditos nazis tenían hijos o nietos que no se merecían conocer algunas cosas. Por eso, cuando le preguntaban por aquellos recuerdos, Marina nunca mentía, simplemente, callaba.