11 febrero, 2023 03:01

El 6 de junio de 1944, más de 4.500 barcos transportaron 130.000 soldados y 20.000 vehículos a lo largo del Canal de la Mancha, convirtiéndose en el mayor movimiento de personas y material de la Historia de la humanidad. Conocida como la Operación Overlord, el Desembarco de Normandía fue el comienzo del fin del dominio nazi en Europa.

Pocos meses después, el 24 de agosto de 1944, se producía uno de los hitos más importantes de la Historia contemporánea: la liberación de París de las garras alemanas. En dos días, la ciudad sería recuperada en una victoria que marcaría el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Sin embargo, nada de esto hubiera sido posible sin la participación de los españoles que llegaron a Francia en 1939, figuras que siguen siendo muy desconocidas. A Francisco Franco no le interesaba dar publicidad a españoles republicanos que luchaban contra los nazis, mientras que a los franceses les resultaba más atractivo hablar de Francia y de los franceses que de exiliados que estaban luchando por su libertad.

Cristino García.

Cristino García. Wikimedia Commons

Pero sus gestas y proezas son hechos históricos, extraordinarias hazañas como la ocurrida cuando 36 guerrilleros españoles aplastaron en La Madeleine a las fuerzas de Adolf Hitler.

Finalizada la Guerra civil española, más de un millón y medio de republicanos cruzaron la frontera para escapar del franquismo. Pero entraron en Francia por la puerta de atrás, pagando el peaje de los perdedores. En el país galo no fueron recibidos con los brazos abiertos, sino que malvivieron hacinados en campos de concentración, tratados como delincuentes y enviados por las autoridades a distintas regiones del país como mano de obra barata. Además, buena parte de la ciudadanía francesa los despreciaba y odiaba, ya que, para muchos, los “rojos” eran auténticos diablos.

Pero poco tiempo después, la percepción hacia los exiliados españoles cambió, ya que su experiencia bélica era un arma tan valiosa como las que caían en paracaídas desde el cielo.

Oficialmente se afirma que la Resistencia francesa inicia sus operaciones en 1942, pero desde el inicio de la contienda los españoles ya saboteaban y combatían contra los nazis. Cuando la legendaria Resistencia comenzaba a organizarse, los españoles estaban ya formados, dispuestos y preparados para la acción. Nunca habían dejado de estarlo.

Los españoles obstaculizaron el paso de los alemanes hacia el frente, tras ser avisados de que una columna nazi se movilizaba desde Toulouse hacia París.

Miles de españoles se unieron a las filas francesas hasta tal punto que, en 1944, había más de 10.000 combatientes españoles en la legendaria Resistencia, pero entre todos ellos hubo uno que destacó sobre los demás: el asturiano Cristino García Granda, un personaje clave para el devenir de toda Francia.

A Cristino le fue entregado en 1942 el mando de una de las brigadas del recién creado XIV Cuerpo Guerrillero, al frente del cual ejecuta operaciones de sabotaje y ataques contra las fuerzas alemanas y colaboracionistas, como el asalto a la Prisión Central de Nimes, en la que, al mando de una veintena de españoles armados con un puñado de pistolas, libera a 76 presos políticos que estaban a punto de ser deportados.

Pero hubo una acción que le convertiría en leyenda y héroe de la Resistencia en Francia: la batalla de La Madeleine.

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Tras el Desembarco de Normandía, los aliados comenzaron a tomar posiciones y a avanzar por todo el oeste francés hacía París, por lo que De Gaulle llamó a la guerrilla a levantarse definitivamente, para ayudar con la liberación. Cristino decidió contribuir a obstaculizar el paso de los alemanes hacia el frente, tras ser avisado de que una columna de la 11ª Panzerdivision se había movilizado desde Toulouse en dirección París.

El Plan

La misión parecía imposible, una auténtica locura. La columna alemana estaba compuesta por 60 camiones, tres cañones, cinco blindados, una cantidad indeterminada de armas pesadas y más de 1.500 hombres. Cristino tan sólo contaba con 36 guerrilleros españoles y cuatro franceses. Y, para complicarlo aún más, él no podría participar en el asalto al convoy, ya que se encontraba herido de gravedad.

Sin embargo, tenían el factor sorpresa y el terreno era favorable. En La Madeleine existía un cruce de carretera que se estrechaba, serpenteaba entre un tupido bosque y, antes de salir a campo abierto, cruzaba un puente. Además, un pequeño castillo, el Castillo de Tornac, les ofrecía una buena protección tras sus muros.

Podían conseguirlo, pero para ello necesitaban un plan repleto de trampas que ralentizara y bloqueara el paso de los alemanes por aquel cruce. Además, tenían que engañarles, para hacerles creer que estaban en presencia de un importante grupo de la Resistencia, por lo que los guerrilleros tendrían que ir desplazándose a toda velocidad entre distintos puntos, para que sus disparos llegasen desde múltiples lugares.

Era un plan suicida, pero tenían que intentarlo.

La emboscada

El 22 de agosto de 1944, los 36 guerrilleros españoles y los cuatro franceses toman el castillo como cuartel general y deciden que se ubicarán formando un arco alrededor del lugar donde inmovilizarán a la columna germana.

Castillo de Tornac, en La Madeleine.

Castillo de Tornac, en La Madeleine. Wikimedia Commons

Primero volaron el puente, que no fue derribado completamente, pero sí lo suficiente para bloquear el paso a través de él. Después prepararon infinidad de trampas, simularon cañones con postes telefónicos y ruedas de cañones reales y plantaron una red de minas cada 10 metros, dispuestas de tal forma que, cuando estallaran las de la cabeza, comenzaran a hacerlo el resto hasta la retaguardia, lo que inmovilizaría completamente el convoy.

Al día siguiente, sobre las 14:00 del 23 de agosto, llegó la columna alemana. El primer vehículo en aparecer fue un sidecar de exploración al que dejaron pasar y neutralizaron algo más adelante sin necesidad de disparar. Después llegaron los primeros coches, detrás los camiones, los blindados, los cañones y los más de 1.500 soldados.

El coche que iba en cabeza tuvo que detenerse al llegar al puente, debido a los restos de la voladura que no le permitían continuar. El resto de la columna se frena, las minas explotan y los españoles abren fuego mientras lanzan granadas a los camiones que se hallan en la cola del convoy, bloqueándolo. Los alemanes no podían avanzar ni podían retirarse, tan sólo podían luchar.

Durante horas, los guerrilleros hostigaron a los nazis desde sus escondrijos y se iban desplazando rápidamente, disparando desde multitud de posiciones y ángulos, confundiendo a los soldados del Tercer Reich haciéndoles creer que eran mucho más que tres docenas.

Los alemanes, inmovilizados e incapaces de devolver el fuego, enarbolan una bandera blanca y piden parlamentar con sus decididos enemigos. Eran las 16:00 y ofrecieron detener la lucha si les dejaban pasar, algo a lo que los españoles se negaron, exigiendo la rendición sin condiciones.

Los 36 guerrilleros se iban desplazando rápidamente, disparando desde multitud de posiciones, confundiendo a los nazis haciéndoles creer que eran muchos más.

Los germanos decidieron romper la tregua y contraatacaron con más fuerza, pero los españoles obtuvieron un inesperado apoyo. Habían logrado contactar por radio con un portaviones británico atracado en Provenza, que envió dos aviones DH 98 “mosquito” para apoyarles ametrallando la columna inmovilizada y arrojando varios proyectiles sobre ella.

Finalmente, a las 20:00 las orgullosas tropas del Tercer Reich se rinden. Tras ver aparecer a los españoles desarrapados y sin uniforme, el comandante alemán, Konrad A. Nietzsche, exige rendirse ante un mando militar uniformado francés o británico, una petición que los guerrilleros aceptaron.

Debido a la destreza que habían demostrado, el comandante pensó que debía de haberse enfrentado a una formidable unidad de comandos especiales. Pero cuando se acercó para firmar la rendición ante un mando francés y vio que los únicos combatientes que había en el lugar y que le habían vencido, eran una treintena de exiliados españoles, sacó su pistola Luger del cinto, apuntó a su cabeza y se suicidó en medio de la carretera, muy cerca del lugar en el que todavía hoy se erige un monumento en recuerdo de la batalla.

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El olvidado reconocimiento

Por su combate en la heroica batalla de La Madeleine, los guerrilleros españoles recibieron la Cruz de guerra, la máxima condecoración francesa. Las guerrilleras no. Porque entre aquellos 36 había dos mujeres, de las que nunca se conoció su nombre y para las que no hubo medallas.

Cristino García continuó luchando para expulsar a los alemanes de Francia, hasta que, finalizada la guerra, decidió regresar a España, en abril de 1945, con un pequeño grupo con el que seguir combatiendo contra su otro gran enemigo: Franco. Pero su sueño duró poco, ya que el 15 de octubre de ese mismo año fue detenido en Madrid, juzgado por un tribunal militar y condenado a muerte.

El gobierno galo intercede por su vida, pero el presidente de la República, Charles de Gaulle, decidió no insistir demasiado, ya que era enemigo acérrimo de los comunistas, a pesar de que se sirviera de ellos durante la guerra. En Estados Unidos también se produjeron protestas para que Eisenhower presionara a Franco, pero tampoco sirvieron de nada.

Monumento conmemorativo de la batalla de La Madeleine.

Monumento conmemorativo de la batalla de La Madeleine. E.E.

Finalmente, el 21 de febrero de 1946, a las 07:00, Cristino García Granda era fusilado.

En el memorial que se levantó en el lugar de la batalla, se obvió la participación de los republicanos y solo se incluyó a Cristino.

Liberaron París de los nazis, vencieron a Hitler y ayudaron a ganar la Segunda Guerra Mundial, pero no consiguieron más agradecimientos que medallas y placas para los caídos. Pensaban que derrotando a Hitler acabarían con Franco, pero se equivocaban. Acabada la Segunda Guerra Mundial, la mayoría nunca pudo volver a España, así que tuvieron que arreglárselas como pudieron.

Los conductores de blindados se hicieron taxistas, los mecánicos de tanques buscaron trabajo en talleres y los tiradores tuvieron que empezar de cero y trabajar como obreros en las fábricas francesas o vendiendo helados, olvidados por el gobierno al que habían ayudado y que aquel 23 de agosto de 1944 aplastaron en La Madeleine a las fuerzas de Adolf Hitler.