4 septiembre, 2022 02:13

José Cuenca Anaya (1935, Iznatoraf, Jaén) ha conocido a cinco presidentes de Estados Unidos, desde Jimmy Carter a George Bush Jr. También ha sido embajador español durante nueve años en la Europa comunista: primero en la Bulgaria de Todor Zhivkov y, después, en aquella Unión Soviética que vivió los años más tumultuosos de la perestroika. Allí estuvo destinado entre 1986 y 1991, un lustro que le permitió cultivar una estrecha relación formal con Mijaíl Gorbachov, dirigente soviético fallecido el pasado 30 de agosto. Durante su extensa carrera diplomática (también estuvo destinado en Grecia y Canadá), Cuenca y él se reunieron hasta en 30 ocasiones y, según confiesa a EL ESPAÑOL | Porfolio, aún hay muchas conversaciones y secretos que surgieron durante esas reuniones que nunca ha desvelado en público.

Cuenca fue uno de los españoles que mejor conoció al expresidente del Sóviet Supremo. En parte porque el joven sucesor del enfermizo Konstantín Chernenko adoraba España y el jienense era su representante oficial en Moscú y, en parte, porque el diplomático era un hombre íntegro que representaba esas mismas enseñanzas con las que Juan Antonio de Vera y Figueroa, diplomático y asesor militar de Felipe IV, impregnó de sabiduría El Embajador: "La discreción es virtud que debe adornar al Embaxador, para conducir los negocios del Estado y defender los intereses de los Príncipes con el prudente recato que exige misión tan importante y delicada".

Cuenca era cauto, discreto, alguien en quien poder confiar secretos de Estado que sólo irían a parar a los oídos del ministro de Exteriores y al presidente de turno. En este caso, a los de Felipe González. Así se ganó la simpatía del artífice de la perestroika. "Gorbachov sentía una admiración sin límites por España. Esa era mi fuerza", rememora el diplomático. "Aún recuerdo cuando nos encontramos en Atenas en el año 93, siendo yo embajador en el país heleno. Cuando me vio, se me acercó con los brazos abiertos para saludarme. Me consideraba un amigo". 

El diplomático José Cuenca sostiene entre manos su libro 'De Suárez a Gorbachov'

El diplomático José Cuenca sostiene entre manos su libro 'De Suárez a Gorbachov' Plaza y Valdés Imagen cedida

El embajador, autor de los ensayos De Suárez a Gorbachov: testimonios y confidencias (Ed. Plaza y Valdés) y Las mentiras del separatismo: de Cataluña a Quebec (Ediciones Insólitas), evoca con nostalgia aquellos fríos inviernos en los despachos de Moscú, casi con la misma con la que explica que la diplomacia es su pasión desde que tiene uso de razón. "En el año 56 se abrió en Sevilla, en la calle Vírgenes, una academia de idiomas dirigida por un profesor polaco. El centro se llamaba IFAR, de Inglés, Francés, Alemán y Ruso. Él daba las clases de ruso. Sólo fuimos dos alumnos a sus lecciones, pero los dos hemos acabado como embajadores de Moscú". 

Pregunta.– En abril de 1992, después del golpe de agosto y la dimisión de Gorbachov, usted fue a despedirse y él le hizo algunas confidencias que nunca ha compartido con los medios. Tras su fallecimiento, ¿se siente en libertad de desvelar algunas de esas 'confesiones'?

Respuesta.– En mi libro De Suárez a Gorbachov me refiero con detalle a los muchos temas que tratamos, tanto sobre la URSS como sobre cuestiones internacionales. Pero lo que entonces no pude contar, tampoco puedo referirlo ahora.

P.– Para Gorbachov usted no sólo fue un embajador de España en la URSS. Se trataban con una cordialidad que rozaba la amistad. ¿Qué significó usted para Gorbachov?

R.– Un embajador tiene que adoptar, respecto al Jefe del Estado ante el que está acreditado, una actitud cortés y respetuosa. Pero él, llegado el caso, te puede tratar como un amigo. Es lo que sucedió en el caso de Gorbachov.

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P.– ¿Recuerda alguna anécdota de cuando estuvieran juntos que guarde con especial cariño?

R.– En la larga entrevista que mantuve con él, al dejar mi puesto de embajador en Moscú, me pidió que escribiese mis memorias. Le dije que era él quien debía escribir las suyas, para que el mundo conociese la verdad. “Estoy en ello”, me dijo. Y añadió que había redactado ya mil folios. “Tampoco es eso, presidente; quizá con unos cuatrocientos sería suficiente”. Cuando se publicaron sus memorias en castellano, ocupaban dos gruesos volúmenes con un total de 1417 páginas. Lo cual quiere decir que no me hizo ningún caso.

P.– Según sus propias palabras, Gorbachov admiraba España. ¿Qué era lo que más le atraía de nuestro país? ¿De dónde viene esa admiración y en qué se traducía?

R.– Cuando nos entrevistamos por última vez en Moscú (después nos vimos en Atenas y en Madrid), Gorbachov salió a recibirme a la entrada de su despacho, con los brazos abiertos y unas palabras que nunca olvidaré. Fueron éstas: “Tengo a España en mi corazón”. Así era, en verdad. Amaba a España y tenía el máximo respeto y afecto por nuestros Reyes y por Felipe González.

José Cuenca (i) y Felipe González (d) conversan durante una reunión

José Cuenca (i) y Felipe González (d) conversan durante una reunión Editorial Plaza y Valdés Imagen cedida

P.– Mijaíl Gorbachov admiraba la Transición española y quiso aplicarla a la URSS, pero Felipe González le recomendó no seguir la misma hoja de ruta. ¿En qué cree que se equivocó?

R.– Felipe González le hacía ver que nuestra Transición y la perestroika eran cuestiones diferentes, porque la situación en nuestro país no tenía nada que ver con la que prevalecía en la URSS. El presidente González trató de hacerle ver, entre otras cosas, que cuando España instauró la democracia tenía ya un desarrollo económico notable, una fuerte clase media y una competente clase empresarial. Algo que no existía en la URSS.

P.– ¿Qué opinión se merecían Felipe González y Mijaíl Gorbachov?

R.– Felipe González acaba de explicar la gran opinión que tenía de Gorbachov como hombre de Estado. En cuanto a Gorbachov, siempre tuvo el más alto concepto de nuestro presidente, al que consideraba su amigo. En la entrevista antes citada, me dijo lo siguiente: “Ahora estoy releyendo las minutas de nuestras conversaciones y me acuerdo de los acertados y prudentes consejos que me dio”. Sí, le tenía un gran afecto.

El Héroe de la Perestroika

"Lamento muchísimo su muerte, él cambió el mundo, y todavía el mundo no ha encontrado un nuevo equilibrio". Fueron las palabras con las que Felipe González despidió a Gorbachov tras conocer su muerte, a los 91 años. "Ayudó a superar aquel equilibrio que llamábamos 'terror'", sentenció el expresidente socialista.

El 'Héroe de la Perestroika' fue el único líder soviético que luchó por acabar realmente con la oxidada maquinaria comunista del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y reconvertir el autoritarismo rojo perpetuado por Iósif Stalin en una república socialista, liberal, abierta al mundo y caracterizada por la transparencia informativa (la conocida como glásnost) y la democracia de libre participación. Era la única forma de contribuir al fin de la tensión geopolítica de la Guerra Fría y modernizar el anacrónico armatoste soviético heredero de la revolución bolchevique.

Mijaíl Gorbachov en 2011

Mijaíl Gorbachov en 2011 Jörg Carstensen Europa Press

Precisamente la glásnost fue uno de los grandes logros políticos de Gorbachov. José Cuenca explica hasta qué punto el oscurantismo soviético influyó a sus propios dirigentes. "En una cena con el embajador de Francia y el representante búlgaro de Asuntos Exteriores se mencionó el pacto Molotov-Ribbentrop. Fue firmado el 20 de agosto de 1939. Dos años después, en junio de 1941, Hitler invadió la URSS. Lo que había sido un pacto fraternal se convirtió en una ignominia", sentencia el embajador.

Según rememora, el gobierno de Stalin mandó arrancar todas las páginas del Pravda, el diario oficial del Partido Comunista, para que nadie pudiese recordar la infamia que supuso el pacto de no agresión entre la alemania nazi y la Unión Soviética. "Tras la invasión, se hizo como si no hubiera existido. No se podía mencionar. Entonces, cuando el representante búlgaro escuchó hablar del tema, espetó: 'Es un miserable infundio perpetrado por la propaganda de Occidente'". Hasta tal punto la desinformación afectaba también a los líderes comunistas, que desconocían su propia historia.

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La glásnost trató de acabar con esa opacidad informativa. El aperturismo de Gorbachov, sin embargo, fue visto con recelo por Occidente, ya que muy pocos confiaron en los aires modernizadores que propugnaba. Salvo, paradójicamente, Margaret Thatcher y Ronald Reagan, dos de las figuras más poderosas y relevantes del ala conservador y neoliberal de Occidente. A pesar del clima de desconfianza internacional, la Dama de Hierro llegaría a escribir que Gorbachov "era la persona a la que llevaba años buscando, y confiaba en que tal persona pudiera existir incluso dentro de aquella estructura totalitaria".

Ambos asumieron, no sin riesgo, que Gorbachov no era un continuista, sino un revolucionario dispuesto a jugarse su prestigio en el PCUS, y hasta la libertad y su vida, por desmantelar un país hermético y obsoleto. Sus hazañas le valieron el premio Nobel de la paz en 1990, un año antes de la caída de la URSS.

P.– ¿Qué papel jugó la política exterior española en la caída de la URSS?

R.– Ninguno. Nosotros aceptamos esa realidad, como no podía ser de otra manera. Por mi parte, tengo escrito que a la caída de la URSS faltó imaginación y voluntad política para diseñar, entre los líderes de Rusia, Europa y los Estados Unidos, un esquema de relaciones internacionales capaz de construir un mundo más justo, más pacífico y más seguro. No lo hicieron –dije entonces– y la historia se lo reprochará.

Mijaíl Gorbachov y José Cuenca en un acto oficial

Mijaíl Gorbachov y José Cuenca en un acto oficial Plaza y Valdés / José Cuenca Imagen cedida

P.– Gorbachov trató de transformar el anquilosado régimen comunista soviético en una democracia de corte socialista, plural y libre. ¿Cuál era su sueño? ¿Queda algo hoy de esa utopía?

R.– La perestroika fue un proyecto político para salir del estancamiento brezneviano y abrir el país a la modernidad. Ello suponía una revolución interna y una nueva forma de concebir y realizar las relaciones internacionales, lo que se llamó “la nueva manera de pensar”. Hay docenas de libros que explican por qué ese proyecto fracasó y no pudo superar lo que Gorbachov describió como “mecanismos de frenado”.

P.– ¿Cuál era su posición sobre la carrera armamentística? ¿Estaba dispuesto a desarmar a la URSS por completo para evitar el desastre nuclear, aún quedando en una situación de debilidad frente a la OTAN?

R.– En su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Gorbachov anunció importantes medidas de desarme convencional. En cuanto a las armas nucleares, concluyó con los Estados Unidos dos tratados importantes: el INF (en 1987), sobre armas de alcance intermedio, y el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START-I), que firmó en 1991.

Tratado sobre Fuerzas Nucleares

En 1987, Ronald Reagan y Mijaíl Gorbachov firmaron el tratado INF de eliminación de misiles de corto y medio alcance. Este documento provenía de otros dos acuerdos precedentes, el SALT I, rubricado en 1972, y el SALT II, de 1979, ambos formalizados cuando Leonid Brézhnev era aún Presidente del Presídium del Sóviet Supremo de la URSS y Richard Nixon y Jimmy Carter ostentaban, respectivamente, la presidencia de Estados Unidos.

Los SALT limitaban la cantidad de misiles antiablísticos utilizados por ambas potencias, pero el INF iba más allá, pues aseguraba la destrucción de más de 2.692 misiles basílicos y de crucero de corto y medio alcance (entre 500–5.000 kilómetros), principalmente aquellos situados en Turquía por EEUU y en Cuba por la URSS. También se prohibía su posterior construcción.

El tratado se mantuvo en vigor hasta 2014, tras el intento de adhesión de Crimea por parte de Rusia. Barack Obama acusó a Vladímir Putin de violar el acuerdo. Cinco años después, tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, el republicano reforzó las acusaciones de su predecesor contra Putin y le dio un ultimátum: o se respetaban las condiciones del INF en los próximos seis meses o el acuerdo quedaría roto.

Putin, finalmente, se desligó del tratado y cruzó acusaciones con Estados Unidos, al que echó la culpa de la ruptura del pacto impulsado por Gorbachov. En respuesta, este denunció con contundencia: "Con este paso, Estados Unidos hará que la política mundial sea impredecible y caótica [...] Dinamitará no sólo la seguridad de Europa, sino de todo el mundo. Aún teníamos puestas esperanzas en nuestros socios, pero, lamentablemente, no se han justificado. Creo que ahora está bien claro que la seguridad estratégica ha sufrido un revés".

P.– ¿Cómo era Gorbachov en la intimidad?

R.– Lo traté muy de cerca pero, como es lógico, no en la intimidad (risas). En el otoño de 1993 coincidimos en Atenas, donde yo era embajador. Vino a dar una conferencia invitado por la Fundación Onassis. Al verme, se acercó hacia mí con una sonrisa abierta y le dijo a su esposa: “Mira, Raisa, nuestro amigo”. En las muchas ocasiones que compartí con él, siempre se mostró como un hombre afable y cordial que me trató como un amigo.

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P.– La llegada de Yeltsin al poder fue, como dijo el exvicepresidente ruso Aleksandr Rutskói, un "genocidio económico" marcado por la corrupción. ¿Tienen una culpa compartida o fue Yeltsin quien dilapidó los sueños de libertad y democracia?

R.– Tras la intentona de agosto de 1991, la suerte de la Unión Soviética estaba echada. El golpe final lo recibió el ocho de diciembre, en la reunión que los tres líderes de las repúblicas eslavas, Yeltsin (Rusia), Kravchuk (Ucrania) y Shúshkevitch (Bielorrusia), celebraron en el pabellón de caza del bosque de Belovech, en tierras bielorrusas. Allí decidieron acabar con la URSS. Unos días más tarde, el 25 de diciembre, Gorbachov anunciaba en la televisión que la Unión Soviética había dejado de existir. Esa misma noche fui a ver el cambio de bandera: la hoz y el martillo de la torre del Kremlin fueron sustituidas por la bandera tricolor de Rusia.

P.– ¿Queda hoy alguien dentro de la política rusa con la cordura que demostró tener Gorbachov? ¿Es el peor momento de las relaciones con el país?

R.– Cierto es que he vivido intensamente los años de la perestroika, el golpe de agosto y la caída de la URSS. Y conozco bien, y de primera mano, acontecimientos importantes para Rusia y para Europa. Pero salí de allí hace 30 años y, desde entonces, han surgido nuevos líderes y pasado muchas cosas que no me atrevería a juzgar.

Mijaíl Gorbachov en una imagen de archivo

Mijaíl Gorbachov en una imagen de archivo Chris Hardy Zuma Press / Europa Press

P.– El difunto académico ruso Dimitri Furman decía de Gorbachov: "Fue el único político de la historia de Rusia que, teniendo todo el poder en sus manos, optó voluntariamente por limitarlo y hasta se arriesgó a perderlo en nombre de ciertos valores y principios éticos". ¿Era el expresidente soviético un idealista?

R.– Era, ante todo, un hombre de paz, a quien se concedió, con toda justicia, el Premio Nobel. El mundo tiene una gran deuda con él y la historia se lo reconocerá. Entre sus muchas y notables contribuciones, dos hechos quiero resaltar. El primero, la abolición de la tesis de la soberanía limitada, conocida como “doctrina Breznev”. Lo hizo ante las Naciones Unidas, anunciando que todos los países, incluyendo los del Pacto de Varsovia, eran muy dueños de elegir su propio destino. El segundo es la reunificación de Alemania, que realizó a pesar de las tremendas resistencias de los inmovilistas del Partido. Quizá por eso, en Berlín se ha sentido tan profundamente su desaparición.

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P.– Gorbachov apoyó el comunismo. ¿Se radicalizó hacia el liberalismo ante la falta de resultados o pretendió desde un primer momento liquidar el totalitarismo comunista y encubrió su objetivo ante el Politburó? 

R.– Nunca quiso renegar del comunismo, pero sí transformarlo desde dentro para instalar en su país un socialismo democrático. Una misión imposible que le pudo costar la vida. Con el tiempo fue evolucionando hasta convertirse en lo que siempre deseó: una autoridad mundial al servicio de la paz.

Putin y Gorbachov: eterna ambivalencia

Vladímir Putin fue extremadamente austero en sus declaraciones tras conocer la muerte del exmandatario soviético. Su única respuesta fue un escueto telegrama en el que transmitía "sus condolencias" y recordaba que "Mijaíl Gorbachov fue un político y un estadista que influyó enormemente en la marcha de la historia mundial".

Sin embargo, Gorbachov no recibirá un funeral de Estado, como sí tuvo su polémico sucesor, Boris Yeltsin. Putin tampoco acudirá a la ceremonia de despedida que se celebrará el próximo 3 de septiembre en la capital. "Desafortunadamente, el horario de trabajo del presidente no le permitirá acudir, por lo que decidió hacerlo hoy", explicó el portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov. El mandatario ruso visitó el Hospital Clínico Central de Moscú, donde falleció Gorbachov, y depositó sobre su féretro abierto un ramo de flores.

Mijaíl Gorbachov (i) conversa con Vladímir Putin (d)

Mijaíl Gorbachov (i) conversa con Vladímir Putin (d) Carsten Rehder Europa Press

La relación entre ambos mandatarios ha estado siempre salpicada de claroscuros. Aunque Gorbachov no criticó la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 ni se pronunció públicamente contra el Kremlin, sí se postuló en contra del retroceso democrático que ha supuesto la autocracia de Putin. "No puede ser que todas las decisiones confluyan en una sola persona. Nadie tiene el monopolio de la verdad", llegó a decir al extinto periódico Novaya Gazeta

El periodista Alexei Venediktov, quien supuestamente mantuvo correspondencia con Gorbachov hasta sus últimos días, lamentó en declaraciones a la revista Forbes que la deriva autoritaria del actual presidente ruso daba al traste con sus reformas aperturistas y reducía a cenizas los avances del exlíder soviético. Ese fue, según él, el sentir de Gorbachov en su últimos meses de vida.