18 noviembre, 2023 02:02

La mañana del 14 de septiembre de 1814, una bandera de Estados Unidos era izada en el Fuerte McHenry, en Maryland, para celebrar la victoria obtenida frente a los británicos durante la conocida como la Batalla de Baltimore. Desde el HMS Tonnant, uno de los barcos británicos que participaba en el asedio, Francis Scott Key, un abogado, escritor y poeta aficionado estadounidense que estaba negociando la liberación de un prisionero, contempló impotente el bombardeo por la flota británica de la bahía de Chesapeake y fue testigo del izado de aquella bandera tras la retirada inglesa.

Key, inspirado por el triunfo y la resistencia de sus compatriotas, escribió un poema al que tituló La defensa del Fuerte McHenry, el cual, tras adaptarle música, comenzó a ser conocido como The Star-Spangled Banner, nombre con el que fue adoptado como himno nacional de los Estados Unidos, tras una resolución del Congreso en 1931, bajo el mandato del presidente Herbert Hoover.

Tres semanas antes de aquella batalla, los británicos habían cometido una afrenta que había conmocionado a los estadounidenses y que hoy en día es comparada con el ataque japonés a Pearl Harbor y el 11-S y que fue la chispa que les ayudó a ganar la guerra: la quema de Washington.

Recreación de la quema de Washington perpetrada por británicos

Recreación de la quema de Washington perpetrada por británicos U. S. Library of Congress

Reino Unido llevaba en guerra con la Francia napoleónica más de diez años, motivando que se cometiesen grandes agravios contra los jóvenes Estados Unidos, como consecuencia de las restricciones al comercio impuestas durante la contienda, en un intento por debilitarse mutuamente.

Los franceses se sentían libres de apoderarse de las cargas británicas a bordo de buques estadounidenses, además de prohibir el acceso a los puertos europeos si antes habían atracado en puertos británicos. Los ingleses, por su parte, impedían que los barcos estadounidenses entraran en puertos controlados por los franceses a menos que pararan antes en sus puertos.

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A esto se sumaba el reclutamiento forzado de marineros estadounidenses para servir en la Marina Real Británica y el apoyo británico a los pueblos indígenas de Norteamérica que se oponían a la expansión de Estados Unidos, provocando en el país el sentimiento de que habían obtenido la libertad en la generación anterior, pero realmente no habían obtenido su independencia.

Además, los estadounidenses pretendían hacerse con los territorios canadienses pertenecientes al imperio británico, que habían sido poblados a lo largo de cuarenta años por angloparlantes y mantenían numerosas relaciones culturales y comerciales con los estadounidenses. Así que, el 18 de junio de 1812, el presidente James Madison firmaba la declaración de guerra entre Estados Unidos y Reino Unido.

La gran guerra

Estados Unidos era sólo una preocupación secundaria para el Reino Unido, siempre y cuando la guerra continuara con Francia, por lo que inicialmente mantuvieron una estrategia defensiva repeliendo múltiples intentos de invasión de los estadounidenses en algunas provincias de Canadá, llamada entonces norteamérica británica.

La marina de Estados Unidos no tenía mucho que hacer contra la todopoderosa Royal Navy, por lo que se centraron en asediar Canadá por tierra. Pero con la derrota de Napoleón, en abril de 1814, los británicos adoptaron una estrategia más agresiva y enviaron tres ejércitos.

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El vicealmirante Alexander Cochrane, comandante en jefe de la estación de América del Norte, planeaba ataques en Virginia y Nueva Orleans, pero informes de sus comandantes sugerían atacar varias ciudades importantes que eran vulnerables. El 18 de julio de 1814, Cochrane daba la orden de destruir y desolar tantas ciudades como fuera posible.

Tan solo se perdonarían las vidas de los estadounidenses desarmados y pacíficos. De esta manera, lograron penetrar en partes de Maine y, gracias a la victoria en la batalla de Bladensburg, en agosto de 1814, pusieron su vista en la ciudad de Washington.

Recreación artística del estado del Capitolio tras el incendio

Recreación artística del estado del Capitolio tras el incendio Wikimedia Commons

Pero ¿por qué los británicos, tras tres años de guerra, eligieron Washington, un lugar tan lejano de la frontera canadiense, donde se estaban librando las batallas? La capital estadounidense era poco más que una aldea, un embrión de la ciudad que aspiraba a ser. Sólo habían pasado catorce años desde que la capital se había mudado desde Filadelfia y su población era de unas 8.000 personas, de los cuales una sexta parte eran esclavos.

Pero aunque Washington no tenía importancia estratégica para el ejército británico, Cochrane pretendía vengar los excesos de la joven nación, que había saqueado y quemado edificios públicos y privados en York (actual Toronto). Apoderarse de su capital humillaría, desmoralizaría y pondría de rodillas a los estadounidenses e incluso podría poner en riesgo su unidad.

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Por parte estadounidense, se tomaron pocas medidas para evitarlo, no tomaban en serio a los británicos pero, a medida que la noticia del avance británico por tierra llegó a los habitantes de Washington, los polvorientos caminos que salían de la ciudad comenzaron a atascarse de refugiados desesperados tratando de escapar. Cuando las tropas británicas llegaron a Washington, al atardecer del 24 de agosto, más del 90 % de sus habitantes se habían marchado.

El presidente James Madison, su gobierno y los militares habían huido de la ciudad horas antes, tras la victoria británica en la batalla de Bladensburg, buscando refugio en Brookville, una pequeña ciudad a la que hoy se le conoce como la "Capital de Estados Unidos por un día" y en la que el presidente pasó la noche escondido.

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Cuando los británicos llegaron al Capitolio, uno de sus objetivos prioritarios, fueron recibidos por disparos de francotiradores, la única resistencia que encontraron durante todo su avance. Tras saquear el edificio en el que se encuentran las dos cámaras del Congreso, encendieron hogueras con muebles esparcidos por el edificio.

El calor llegó a ser tan intenso que las vidrieras se fundieron, la piedra exterior se expandió y deformó y la Biblioteca del Congreso fue completamente destruida. Tiempo después, el expresidente Thomas Jefferson donaría su colección personal de libros para fundar una nueva biblioteca en el edificio.

El presidente James Madison.

El presidente James Madison. Wikimedia Commons

Tras la quema del Capitolio, los británicos giraron por Pennsylvania Avenue, para quemar la Casa Blanca, conocida en aquel momento como la Casa del Presidente. A lo largo de la ruta, de poco más de un kilómetro, los mandos ingleses se iban deteniendo para asegurar a los pocos residentes que aún permanecían en la ciudad, que sus vidas y sus posesiones no corrían peligro mientras no tomaran las armas.

Existía incluso una compañía específica que aseguraba aquella protección a lo largo de Pennsylvania Avenue. En este sentido, actuarían con una nobleza que los estadounidenses recordarían con gran respeto durante años.

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Dolley Madison, la Primera Dama, y una de las mujeres más queridas que jamás haya ocupado la Casa Blanca, había demostrado un coraje fuera de lo normal, al permanecer en la residencia incluso tras la partida de su escolta de cien militares, insistiendo en quedarse para salvar todo lo que pudiera de aquel lugar.

Solo dos objetos que se encontraban allí antes del incendio permanecen hoy en la Casa Blanca. Uno es el retrato de cuerpo entero de George Washington, que en la actualidad se expone en el Salón Este. El otro es un pequeño botiquín de madera que se enceuntra en la Sala de Mapas de la planta baja. Ambos fueron salvados in extremis antes de que los británicos quemaran el edificio.

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Al llegar a la Casa Blanca, el ejército de ocupación, se dio un gran festín de vino y comida, que estaba preparado en una mesa para cuarenta militares y oficiales del gabinete que la Primera Dama esperaba para cenar. Tras reponer fuerzas, los soldados saquearon y quemaron la casa presidencial y añadieron combustible suficiente, en forma de muebles y libros, para que siguiera ardiendo toda la noche. A la mañana siguiente, volvieron para quemar lo que no había sido destruido durante la noche anterior.

La ocupación de Washington por las tropas británicas duró veintiséis horas durante las que se incendiaron y destruyeron casi todos los edificios públicos y gubernamentales de la capital. Su cicatriz aún puede notarse en las quemaduras que se pueden ver en algunos de los bloques de arenisca Virginia de las paredes originales de la Casa Blanca.

Estado de la Casa Blanca tras el incendio.

Estado de la Casa Blanca tras el incendio. Wikimedia Commons

A pesar del ultraje, Estados Unidos no se rindió. De hecho, el golpe sobre su capital les dio nuevos ánimos para combatir. El legado de aquella destrucción fue que todos los estadounidenses olvidaron sus diferencias, uniéndolos para luchar contra aquel enemigo común.

La guerra terminó con la firma del Tratado de Gante, en diciembre de 1814. Washington se recuperó poco a poco y pudo mantenerse como capital de país a pesar de que muchos consideraban que estaba demasiado expuesta. El Congreso siguió reuniéndose en el Hotel Blodgett hasta que se trasladó a Brick Capitol, donde fue albergado temporalmente hasta 1819, cuando volvería a instalarse en el Capitolio.

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La Casa Blanca fue reconstruida, pero en vez de piedra se empleó madera en muchas zonas, provocando que su estructura se debilitara y obligando a nuevas obras a mediados del siglo XX. Durante una visita a la Casa Blanca del primer ministro británico, David Cameron, el presidente Barack Obama bromeó con él sobre cómo los británicos habían "iluminado" aquella casa en 1814. Camerón le respondió: "Puedo ver que hoy tienen el lugar un poco mejor defendido".

Curiosamente, la bandera que se izó en Fort McHenry y que inspiró la creación del himno nacional de los Estados Unidos, todavía se conserva, 209 años después, en el Museo Smithsonian de Washington, D.C., dentro de una cámara protegida de la luz y la humedad, donde los estadounidenses pueden admirar uno de sus mayores símbolos nacionales.