28 agosto, 2022 02:35

Medianoche del 30 al 31 de agosto de 1997. Mi esposa y yo acabamos de llegar a París, los niños están acostados, el equipaje descargado y nosotros, agotados tras conducir los 1.215 kilómetros que separan el Delta del Ebro de la capital francesa. Las vacaciones del corresponsal de El Mundo han terminado. Antes de acostarme, quiero saber el resultado del partido inaugural de la temporada 97-98 de la Liga.

Derrengado en el sofá, fui pasando los canales de la televisión por cable sin prestar atención. Buscaba TVE Internacional para ver en el teletexto, un servicio de noticias básico, el resultado del derby entre el Real Madrid y el Atlético que había abierto la competición. Así nos informábamos antes de que la Liga se transformara en una competición global y, sobre todo, antes de que la revolución de internet hiciera llegar a tu móvil la narración instantánea de cada partido. Era eso o esperar a los diarios españoles, que entonces se vendían en muchos kioscos de París.

El canal anterior al español era la BBC. Y, en aquel instante, el locutor dijo: “Lady Diana en grave estado tras sufrir un accidente en París”. “¿Ha dicho París?” me pregunté, incrédulo, en voz alta. Claro que había dicho París. La adrenalina anuló el agotamiento. Antes de salir pitando para el lugar del accidente, tuve que cambiarme de pantalones. En la era analógica, un periodista no podía cubrir una noticia en bermudas.

Diana de Gales durante una visita a Londres, Reino Unido

Diana de Gales durante una visita a Londres, Reino Unido Reuters

Con el auricular de la radio en la oreja, escuchando France Info, llegué a la Plaza del Alma, que rememora la victoria de las tropas franco-británicas sobre los rusos en 1854, en las riberas del río Almá, cerca de Sebastopol. La primera gran batalla de la Guerra de Crimea. Los girofaros de la policía, que ha cortado el acceso al túnel subterráneo que atraviesa la plaza, iluminan la escena. Unos fotógrafos de prensa hablan entre ellos. Y se van. Apenas hay tráfico. Tampoco peatones.

La agonía de Lady Di

Abajo, en el viaducto subterráneo, diez bomberos y tres equipos de emergencia sanitaria de París acaban de enterarse de que aquella mujer a la que socorren es Lady Diana, exesposa de Carlos, príncipe de Gales y heredero de la corona británica. Está tumbada, con medio cuerpo fuera del coche pero con las piernas aún sobre el asiento trasero, según uno de los tres médicos anestesistas reanimadores expertos en traumatología que participó en el rescate.

«Estaba muy agitada; medio KO, pero consciente. Alrededor de ella había fotógrafos que la ametrallaban a pocos centímetros de su rostro, fotografiándola desde todos los ángulos». La princesa gimotea, se agita un poco y murmura varias veces: «Dios mío». Tiene la cara intacta. Sólo dos heridas a la vista: una en el muslo y la otra en un brazo. «De hecho, tenía el brazo hecho migas», desveló el médico días después en Le Parisien.

Todo sucede rápidamente. Los socorristas apartan a los fotógrafos. Los equipos de rescate iluminan el lugar con potentes reflectores. Intentan aplicar un masaje cardiaco a Dodi Al-Fayed, que ha salido expulsado del vehículo a una veintena de metros, sin éxito. El novio de Lady Di y el conductor del Mercedes, Henri Paul, han fallecido ya. Sólo sobrevivirá el guardaespaldas, Trevor Jones, único pasajero que llevaba abrochado el cinturón de seguridad.

Lady Di junto a Dodi Al-Fayed

Lady Di junto a Dodi Al-Fayed Gtres

Diana suplica dos veces, «¡Dejadme en paz!». Serán sus últimas palabras. Una mascarilla de oxígeno le cubre el rostro. Primeros auxilios. Los médicos temen ya una hemorragia interna y le colocan un catéter central, directamente a la vena cava, para hacerle una transfusión de sangre. Es trasladada a una ambulancia del S.A.M.U. que arranca escoltada por dos policías en moto. El convoy se dirige hacia el hospital de la Pitié Salpêtrière sin superar los 40 km/h porque el estado de la herida no permite sacudidas bruscas.

Pero el corazón de Diana se paró. Abierto el tórax, los médicos descubrieron la gravedad extrema de su estado: una vena pulmonar se ha roto y la herida ha perdido unos seis litros de sangre. A la desesperada, consiguieron restaurarle el vaso roto y le aplicaron masajes cardiacos internos y externos durante dos horas. En vano. A las cuatro de la mañana se certificó oficialmente su muerte.

"Éramos tres en el matrimonio"

Seguramente, los lectores de EL ESPAÑOL | Porfolio recuerdan la conmoción mundial que provocó la muerte de Lady Di. Los que no, pueden ver la película The Queen, el magnífico film de Stephen Frears que recoge las tribulaciones y titubeos de la reina Isabel II tras la muerte de su exnuera y cómo el entonces primer ministro Tony Blair, un novato que había recuperado el gobierno para los laboristas tras una larga hegemonía conservadora, supo ayudar a la soberana a corregir el rumbo. Y cómo terminó por asumir la petición popular de duelo nacional.

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En 1997, las relaciones entre la Casa Real y la princesa de Gales eran gélidas. Año y medio antes, Lady Di había dado la entrevista del siglo a la BBC. Aquella en la que dijo: “Eramos tres en este matrimonio. Y eso es una multitud”. Ahora se sabe que el periodista Martin Bachir falsificó varios movimientos bancarios que supuestamente demostraban que la Familia Real británica le espiaba para lograr el testimonio de Diana. Ésta reconocía haber mantenido una relación extramatrimonial en paralelo a la que Carlos tenía con Camilla Parker, hoy su esposa, así como sus trastornos alimenticios. Tras el aldabonazo de la entrevista, la Reina ordenó el divorcio de Carlos y Diana.

Un anillo de 200.000 dólares

Libre, popular y radiante, Lady Diana fue la reina indiscutible del papel couché en el verano del 97. Los paparazzis perseguían por tierra, mar y en helicóptero a la princesa de Gales y a su novio, Dodi Al-Fayed. Tan reputado como productor de cine –Carros de Fuego y Hook fueron dos de sus mejores películas– como famoso por sus ligues con actrices de la talla de Barbra Streisand. Rico desde la cuna, Dodi era hijo de Samira Kashogi, hermana de Adnan, célebre traficante de armas saudí que vivió en la Costa del Sol, y de Mohamed Al Fayed.

El padre de Dodi Al-Fayed, egipcio de Alejandría afincado en Londres, era entonces dueño de Harrods y del equipo de fútbol Fulham. Los almacenes los vendió años después al fondo de inversiones estatal de Qatar por 1.500 millones de libras, y el equipo a un inversor norteamericano de origen pakistaní. Conserva en su porfolio el Hotel Ritz de París,que adquirió a finales de los 70 por 30 millones de dólares.

Pese a su inmensa riqueza, a Mohamed le han denegado la nacionalidad británica en dos ocasiones, supuestamente por una acusación de estafa. Así que imagínese el revuelo que supuso el verano de 1997 cuando su hijo y Diana viven un apasionado romance que parece encaminarse hacia el matrimonio. ¡La madre del futuro rey de Inglaterra casada con un musulmán!

Lady Di junto al príncipe Carlos en una imagen de archivo

Lady Di junto al príncipe Carlos en una imagen de archivo Gtres

De hecho, el compromiso parecía estar cerca: «Tell me yes». «Díme que sí». Así denominaba la publicidad el anillo de diamantes que Dodi regaló a Lady Diana horas antes de su accidente fatal. Un anillo de compromiso, pues. La historia la contó Alberto Repossi, el joyero que diseñó la joya inspirada en los anillos de cóctel de los años 30 y que era el modelo superior de su línea de sortijas de compromiso.

Dodi Al-Fayed y Lady Diana pasaron por la sucursal del joyero en Mónaco unos 10 días antes del siniestro, cuando estaban de vacaciones en la Costa Azul. Sólo estuvieron unos cinco minutos en el establecimiento porque ambos sabían lo que querían. Habían visto el modelo en un anuncio publicado en una revista de moda. La publicidad era explícita. «Tell me yes». (Díme sí). «Un pequeño sí para el día más bonito de tu vida. Valía la pena esperar”. En la tienda no comentaron, sin embargo, nada acerca de un próximo compromiso matrimonial.

El anillo está formado por una esmeralda con talla de brillante rodeada de cuatro diamantes de forma triangular. Las piedras preciosas van colocadas sobre una placa fina incrustada de diamantes diminutos. El joyero no quiso comentar el número de quilates ni el precio de la pieza, aunque varios medios lo estimaban en 200.000 dólares.

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La joya fue modificada para que se ajustara al dedo de la expareja del príncipe de Gales. Y fue recogido en persona por Dodi Al-Fayed sobre las seis de la tarde de aquel sábado 30 de agosto en la tienda que Repossi tiene a dos pasos del hotel Ritz de París. «Dijo que le gustaba y que estaba seguro de que a la princesa le gustaría también», reveló el joyero, en su única declaración sobre la pareja.

El joyero negaba haber sido el origen de la noticia del anillo de compromiso. Acusaba de la filtración al Lloyd's, la firma de seguros, que requiere una hoja de reclamación dentro de las 24 horas de la pérdida. Dado que el anillo no había sido pagado aún, el joyero se sintió en la obligación de dar parte al seguro. «Pero no hubiera hablado del anillo si su existencia no hubiera sido revelada. Mi dolor no me permite hacerme publicidad», declaró Repossi.

Michael Cole, portavoz del padre de Dodi Al-Fayed, había informado la semana anterior del intercambio de regalos de la pareja: él le obsequió con un poema grabado en una hoja de plata y ella le correspondió con un cortapuros de oro con la inscripción «With love from Diana» («De Diana, con amor») y un par de gemelos que habían pertenecido a su padre. Lady Di, de hecho, nunca llegó a ver el poema. Estaba bajo la almohada de su cama el día que se estrellaron.

Cronología de una tarde fatídica

Las andanzas de Diana y Dodi en París fueron reconstruidas con precisión. Esta es la cronología:

15:20. Un jet privado aterriza en el aeropuerto de Le Bourget, al norte de París, procedente de Cerdeña. Tres pasajeros: Diana, Dodi y el guardaespaldas. La pareja del verano se dirige al Ritz, propiedad de Al-Fayed padre. Los paparazzi les esperan.

18:00. Dodi pasa por la joyería de Repossi a recoger el anillo de compromiso. A continuación, la pareja visita en Neuilly, municipio colindante con París, el palacete en el que vivieron los duques de Windsor. La mansión de 10 habitaciones está situada en el Bois de Boulogne, el pulmón verde del oeste de la capital francesa. Había sido concebida a mediados del XIX como residencia veraniega de Georges-Eugéne Haussmann, el urbanista que transformó París. Mohamed Al-Fayed acababa de comprarla. Planeaba rebautizarla como Villa Windsor, en recuerdo de Eduardo VIII y Wallis Simpson, la americana divorciada por la que hubo de renunciar al trono inglés. Y, al parecer, iba a ofrecérsela a su hijo y a su novia, expulsada de la Corte de San Jaime.

19:00. Tras un breve paso por el apartamento de Dodi, cercano al Arco de Triunfo, la pareja sale de compras por los Campos Elíseos.

21:50. Regresan al Ritz. Dodi ha reservado mesa en Chez Benoît. Pero la presencia de paparazzi les hace cambiar de opiniún. Cenan en el salón privado de la suite imperial del hotel.

22:10. Henri Paul vuelve al Ritz conduciendo su Merecedes. Tres análisis post mórtem de su sangre detectarán tasas de alcoholemia de, al menos, 1,75 gramos por litro y restos de un antidepresivo y un calmante. Paul no es un chófer profesional al servicio del hotel sino el ‘número dos’ del servicio de seguridad del Ritz y hombre de confianza de la propiedad. Su plan para eludir a los paparazzi es que el conductor habitual de Dodi salga con un coche, sirviendo de cebo para los reporteros y él conduzca a los ilustres huéspedes. Los fotógrafos se percatan de la maniobra.

00:19. Madrugada del domingo 31 de agosto. Las cámaras del Ritz graban la salida de Dodi y Diana, cogidos de la cintura, por la puerta trasera del hotel que da a la rue Cambon. Este es el acceso discreto y rápido del Bar Hemingway, rebautizado con el nombre del escritor americano que siempre se jactó de haber “liberado el Ritz” de los nazis en agosto de 1944. Lo cierto es que llegó el primero a un hotel vacío y que el mánager le inscribió como el primer huésped. Acto seguido, el escritor ordenó 50 martinis. Henri Paul conduce el Mercedes 280 S del hotel. El vehículo había sido robado y recuperado. No había sufrido un accidente pero le robaron piezas de la dirección asistida y del ABS. La factura supuso 16.500€. Pasó el control técnico de la policía. Un número indeterminado de paparazzi, cuando menos una docena, sigue al vehículo. Henri Paul rueda a tope y se distancia de sus perseguidores.

00:24. El Mercedes iba a 197 km/h en el momento de la colisión, según estudios comparativos de su estado tras el impacto y los crash test. Henri Paul perdió el control en la curva de entrada al subterráneo de l’Alma. Tocó en la pared de la derecha, rozó el tercer pilar y se empotró en la columna 13. El coche hizo después un trompo. El primero en llegar al lugar es Romuald Rat, fotógrafo de la agencia Gamma. Rat abre la puerta trasera derecha. Sólo ve la nuca de la princesa. Le toma el pulso en la carótida. Está viva. Le habla en inglés. Luego saca fotos como otros colegas. Tres reporteros se van del lugar antes de que llegue la Policía. Al menos un paparazzi llamó a los servicios de rescate.

00:26. Una mujer avisa a la policía desde su móvil. Cuatro minutos después llegan dos agentes. Hay un altercado con los fotógrafos. Frederic Maillez, un médico que pasa por el lugar, atiende a la princesa. Declarará que los fotógrafos no le molestaron.

00:32. Llegan una ambulancia y un vehículo de los bomberos. El ministro del Interior es avisado. Lady Diana, a primera vista, sólo tiene un rasguño en la cara, pero delira. Se la oye pedir que la dejen en paz y decir «Oh my God» («Dios mío»).

01:50. La ambulancia evacúa a Diana. El convoy viaja despacio por indicación de los médicos.

02:10. Llegan a urgencias de La Pitié. Diana recibe un masaje a corazón abierto. Diagnóstico pesimista.

04:05. Se certifica su muerte. Causa oficial: choque hemorrágico gravísimo de origen traumático seguido de parada cardiaca.

Media hora después, el ministro de Interior francés, Jean-Pierre Chevènement, comunica oficialmente el fallecimiento de la princesa. Días después confirmará que el gobierno francés no había sido informado previamente de la visita. Se ha publicado que el presidente de la República, Jacques Chirac, no pudo ser localizado durante la noche porque no pernoctó en el Elíseo. Su esposa, Bernardette, llegó antes que él al hospital a la mañana siguiente.

Culpable: ¿paparazzi o conductor ebrio?

La muerte brutal de una figura tan mediática como lady Di desató no sólo un maremoto sentimental de duelo que se tradujo en miles de ramos de flores junto a las rejas de Buckingham Palace en Londres o convirtió en un hit mundial, Candle in The Wind de Elton John. También derivó en una espiral de lo que hoy llamamos fake news, como que Diana estaba embarazada.

Teorías conspiracionistas especularon con la implicación de los servicios secretos británicos que habrían "fabricado" un accidente para librarse de la molesta ex de Carlos. Ciertamente, la propia Diana tuvo, dos años antes de su muerte, el presentimiento de que iba a morir en un accidente de coche. Se lo contó a uno de sus asesores jurídicos, quien tomó nota de ello. El padre de Dodi, consiguió reabrir la investigaciones en la jurisdicción británica. Pero nada de todo ello ha desmentido la tesis oficial de un accidente.

Vista del vehículo destrozado en el que viajaba Diana de Gales

Vista del vehículo destrozado en el que viajaba Diana de Gales EFE

Los primeros en llegar al lugar de los hechos y los primeros en ser puestos en la picota fueron los paparazzi. Su comportamiento fue agresivo, sin duda. Charles Spencer, el hermano de Diana, llegó a decir, con tanta rabia como solemnidad: “Siempre creí que la prensa acabaría matándola, pero nunca imaginé que intervendría de una forma tan directa en su muerte, como parece que ha sido el caso” .

La policía francesa detuvo a una docena de reporteros. Unos se mostraron arrepentidos, otros presumieron de profesionalidad. Hubo retiradas temporales de licencia, acusaciones de “no prestar ayuda a persona en peligro”... y ni una sola condena. Se especuló con que las fotos de Diana agonizante se subastaron a partir de un millón de dólares. ¿Usted las ha visto? Quizá hubo un pacto tácito de contención a cambio de que no hubiera condena alguna. Quizá ningún medio quiso correr el riesgo.

Parte de esta acusación fue una maniobra del padre de Dodi para desviar la atención del estado en el que se encontraba Henri Paul. Dos primeros análisis de su sangre fueron hechos de oficio con muestras obtenidas a la altura del corazón. El primero dió 1,75 gramos de alcohol; el segundo, 1,82. Los abogados de la familia Al-Fayed los criticaron sin reservas y exigieron un contranálisis. Se hizo a partir de sangre de una arteria de una pierna. ¿Resultado? 1,80 gramos de alcohol.

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Peor aún. En la sangre del conductor improvisado había restos de dos fármacos: fluoxetina y tiaprida. El primero en dosis terapeútica; el segundo, infraterapeutica. El primero es la base del Prozac, un antidepresivo cuyo consumo desaconseja la ingesta de alcohol. El segundo es un calmante prescrito en caso de “estados de agresividad y agitación, especialmente de alcohólicos crónicos”.

¿Borracho, depresivo, chófer imprudente? ¿Leal, discreto, profesional? Henri Paul tenía, según sus amigos, las tres últimas virtudes. Pero tres informes post mortem certificaron que conducía con 1,75 gramos de alcohol en la sangre. Monsieur Paul era, sobre todo un hombre al que no conocía bien casi nadie. Había nacido en 1956 en Lorient, donde hizo el bachiller. Servicio militar en el Ejército del Aire. Según Le Parisien perteneció a los servicios secretos del Ejército. En los años 80 se instala en París. Vende veleros sin haber navegado jamás. En el 85 pasa unos meses en una empresa de seguridad y entra en el Hotel Ritz, gracias a un enchufe de un amigo policía. Sus hábitos no cambian: todos los miércoles, partida de bolos y cena con los amigos. Le gustaban el marisco y el pescado. Vivía en un impecable apartamento de dos habitaciones.

Estuve en su funeral en su ciudad natal, una mañana luminosa de septiembre. El sacerdote que celebró el oficio fúnebre aconsejó en su homilía evitar “rumores, juicios sin verificar y mentiras”. Y pidió a “los medios de comunicación” pero también a “lectores y usuarios” que se preguntaran a sí mismos, ”¿buscamos siempre la verdad?”. Fue una ceremonia discreta y digna. Los jueces pidieron a la familia que no respetara el deseo de ser incinerado del finado por si había que volver a investigar algo en sus restos, que fueron enterrados en el cementerio del lugar.

Quedan, sin duda, aspectos por aclarar. Como los restos de un faro de un Fiat Uno junto a otros del Mercedes accidentado. Pero 25 años después, nada pone seriamente en cuestión la tesis del accidente. Seguramente, sin paparazzi, Henri Paul no se habría puesto al volante del Mercedes.

¿Si hubieran llevado puesto el cinturón de seguridad  habrían salvado la vida? Eso, al menos, ocurrió en el caso del guardaespaldas Trevor Rees Jones. El ex paracaidista tenía entonces 29 años y tuvo que ser intervenido quirúrgicamente durante 10 horas, pero salvó la vida. Ahora, 25 años después, lleva una vida familiar tranquila, tiene dos hijos y un puesto en el área de seguridad de AstraZeneca.

Estos días finales de agosto París debe relucir como hace 25 años. Quienes se acerquen a la plaza de l’Alma podrán observar un cartel con el nombre de plaza Diana: fue rebautizado en 2019. Encima de la boca norte del viaducto subterráneo en el que murieron la Princesa de Gales y sus acompañantes, el sol saca reflejos de una escultura dorada: "La Llama de la Libertad”. Es una réplica exacta de la llama de la Estatua de la Libertad ofrecida al pueblo de Francia por donantes de todo el mundo como símbolo de la amistad franco-estadounidense.

La iniciativa fue del International Herald Tribune, hoy edición internacional de The New York Times, en el centenario del diario en 1987. Tras la muerte de Lady Di, turistas y devotos de la princesa la han convertido en un monumento no oficial y depositan en la base notas conmemorativas. De hecho, muchas personas creen que fue construido en su honor.

Por cierto, el derby inaugural de la temporada de Liga 97-98 entre los dos equipos madrileños terminó con un empate a uno.