Quizás fue Clint Eastwood, el duro del cine con corazón de terciopelo, quien dijo aquello de no te fíes de los hombres que ni beben ni fuman porque eso quiere decir que esconden peores vicios.

Algunos, después de tantos años pasados en redacciones de distinta índole, tampoco nos fiamos de esas películas y series televisivas basadas en la vida de los periódicos cuyos periodistas jamás pronuncian un término sagrado en nuestro argot: historia.

Cuando los periodistas no dicen “tengo una historia cojonuda” para referirse al tema sobre el que trabajan, malo. Ya se sabe que cualquier contador de buenas historias lo que quiere más que nada en el mundo es apuntarse un tanto publicándola, por más que en el periodismo un éxito sea tan efímero como una pavesa.

Será una deformación profesional, pero lo mejor que un periodista puede hacer en la vida es publicar historias mientras otros pierden el tiempo en lo que sea: por ejemplo, en hablar de ellos y sobre lo divino y lo humano, lo cual es uno de los pecados capitales de nuestra inclasificable especie.

Es lo que ha intentado EL ESPAÑOL desde su fundación: contar historias. En realidad, para esto nació este periódico digital: para ver, escuchar, comprobar, valorar y difundir lo obtenido. Y siempre, de la manera más fidedigna, entretenida e interesante que sea posible para atrapar así al lector.

Ir, ver y contar

Efectivamente EL ESPAÑOL, con su obsesión por contar de manera diferente los grandes temas de la actualidad, las historias, no ha inventado nada. Ha aplicado una fórmula invencible, tan antigua como el mítico historiador Herodoto, de quien se dice que es el padre de nuestro negociado. Lo que seguimos haciendo los periodistas de EL ESPAÑOL, o al menos lo intentamos, es el periodismo viejo de siempre -ir, ver y contar- y presentarlo como un periodismo nuevo.

La devoción de este periódico por narrar lo que acontece, que va más allá de la información pura y simple, es tan evidente que ha convertido el reportaje -uno de los géneros periodísticos que compite con la noticia, la entrevista o el artículo de opinión- en una sección con este nombre: Reportajes.

Si se fija en las rayitas que aparecen en la parte superior izquierda de la home –la primera plana de los antiguos periódicos- y pincha en ellas, verá que se despliegan las secciones clásicas del periódico –España, Invertia, Sociedad, Ciencia, Mundo, Jaleos…-. Pues entre ellas, anómalamente, surge la sección de Reportajes…

Un género convertido en sección es, insisto, una declaración de principios y de finalidades. Es el mandamiento autoimpuesto de contar más, mejor y de la manera más amplia los asuntos señeros en nuestro día a día y, especialmente, los fines de semana.

Y en este empeño seguiremos con su ayuda y apoyo mientras lo merezcamos.

Hace años, quien esto escribe, tuvo un director que tomó una drástica decisión al crear una nueva publicación: suprimió el servicio de documentación. El objetivo era que los periodistas “movieran el culo”, decía muy gráficamente, que salieran a la calle en vez de reciclar historias entre lo ya publicado. Hay tres profesiones pasionales antiquísimas que empiezan por "p" cuyo mejor destino es estar en la calle. Adivine cuáles son.

Estar

En el arte de contar historias hay un mandamiento principal e inevitable: estar. Si no estás en el sitio, si no vas al sitio, no ves in situ lo que sucede, no escuchas de manera directa a los protagonistas, no evalúas adecuadamente el acontecimiento y no lo calibras allí…, escribirás de oídas. Inaceptable.

Aunque no se trata de abrir los libros de contabilidad para que usted, estimado lector, sepa lo que cuesta hacer información, sí puedo afirmar que EL ESPAÑOL es el periódico líder digital que más gasta en viajes. Que se lo pregunten si no a la directora general de este diario. Los reporteros de EE no son los que más ganan, seguramente, pero sí los que más patean la calle, más kilómetros hacen y más facturas expelen, por pequeñas que sean, para estar en el escenario donde suceden los acontecimientos.

Todo aquel que ama contar historias necesita estar, ver, oir, compartir y pensar, como decía el maestro Kapuscincki. Si lo haces así, y es lo que intentamos en EL ESPAÑOL, sobrará el adjetivo y el adverbio, que son, junto con el ombliguismo, los otros dos pecados capitales de los periodistas al escribir.

Porque, en realidad, no hay arte posible al contar historias si no se va al lugar de los hechos. Para un periodista no ir "allí", para oler lo sucedido, equivale a ser un sumellier con anosmia. Pensándolo bien, no conozco a un buen periodista que no tengo olfato (para las noticias).

4 millones de palabras

Quien haya seguido EL ESPAÑOL durante estos cinco años verá que hemos publicado centenares de grandes y medianas historias. El cálculo es realmente complicado: ¿2.000 reportajes? Es decir, ¿más o menos cuatro millones de palabras escritas y publicadas sólo en esta sección?

¡Cuatro millones de palabras! Los dos tomos de El Quijote suman, al parecer, 381.104 palabras, con 21.939 distintas. Como no somos Cervantes, aunque EL ESPAÑOL tiene buenos escribidores entre sus periodistas, tendremos que seguir dándoles la lata, publicando reportajes e informaciones de calado en general, para conseguir y mantener su fidelidad, obteniendo así su apoyo emocional y económico. Dos términos que como EL ESPAÑOL empiezan por la misma letra.

Es imposible elegir la gran historia, por encima de las demás, publicada en esta vasta producción durante más de cinco años. También sería prolijo citar a todos los reporteros de este periódico que se han desvivido por contar una historia, que se han peleado con sus parejas, que han dormido en el coche o simplemente no han dormido para estar allí cuanto antes en el lugar de los hechos.

Para dar con una buena historia no siempre es necesario descubrir un personaje increíble. De hecho, la mayoría de las veces lo que hace el buen periodista es cubrir algo que está en cualquier punto de España, que es más o menos conocido, pero que por falta de sensibilidad, interés o vagancia no se ha contado adecuadamente.

María Jesús y su hija de 5 años, a la que le detectaron un cáncer cerebral en 2016. Fernando Ruso

Es, por lo general, lo que hacen los reporteros de EL ESPAÑOL, así como los periodistas de todas las secciones, cada uno en su dimensión. Hay historias debajo de cada piedra, pero hay que tomarse la molestia de agacharse y levantarla. Fue lo que hicieron Andros Lozano y David López Frías –los dos reporteros más veteranos de nuestro joven periódico- cuando, el primero, recorrió durante días el triángulo del cáncer formado por Huelva, Cádiz y Sevilla, “donde se muere más que en el resto de España”, titulábamos.

“Al principio, me cuenta Carmen Rivas, la boca se te vuelve pastosa, el olor a gas se mete entre tus cejas, justo encima del tabique nasal, y luego te duele la cabeza”, escribía Lozano en el arranque de una historia que estaba allí, pero que hasta el 26 de febrero de 2017 nadie se había tomado la molestia de entrar en ella.

¿Cuántas veces habíamos escuchado a Carlos Cano cantar su María la Portuguesa? Inmumerables desde que la publicó en 1987. Pues tuvieron que pasar casi 30 años para enterarnos de que María la Portuguesa existió, se llamaba en realidad Aurora. Era una prostituta de buen corazón enamorada de un contrabandista de Huelva muerto en la frontera de Portugal por el disparo de un policía. Fue el reportero Frías quien ofreció caliente la historia a los lectores de EL ESPAÑOL. La historia estaba allí, pero el reportero deambuló entre los dos países hasta meterse la exclusiva en el zurrón.

María la Portuguesa, liderando el cortejo fúnebre de su amado, con una corona de flores. David L. Frías

Las grandes historias cotidianas están siempre ahí, pero hay que ir a buscarlas, para lo cual necesitamos el apoyo de la comunidad de lectores de nuestro diario. EL ESPAÑOL seguirá invirtiendo en información y sus periodistas se esforzarán para ofrecer los temas más exclusivos, interesantes y mejor escritos. Es el do ut des clásico que hemos establecido con los seguidores del León, con un elegido número de suscriptores desde el principio, pero mayoritariamente gratis para quienes entraban en nuestras páginas. El club de leones tiene que aumentar.

El arte de escribir noticias en general, y grandes historias en particular, consiste en ser tan curiosos como Einstein: “No tengo ningún talento especial, sólo soy extremadamente curioso”, decía el genio. Ya que no podemos ser tan inteligentes como él, combinemos el estilo al escribir con los datos conseguidos, y sigamos publicando. Y corrijamos al equivocarnos. Si lo hizo Jeff Bezos al llamar inicialmente a su compañía Cadabra, que sonaba a cadáver, y ponerle Amazón, el río más largo de la Tierra, ¿por qué no vamos hacerlo en los periódicos?

Contar historias es como el Libro de Arena de Borges: interminable. Por eso le necesitamos a usted, querido lector, en este viaje que no puede acabar nunca, como le pasó a Ulises en la isla de Calipso, atrapado por las ninfas más bellas de la Tierra.

¡Calipso! ¿Sabía usted que algunos historiadores han situado Calipso en la isla de Perejil, ese promontorio pedregoso que a punto estuvo de iniciar una guerra entre España y Marruecos? Calipso, Perejil, sus cabras… Por qué no… Esta es otra historia que contaremos en EL ESPAÑOL algún día. Así que lector, suscriptor, no se la pierda.