La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. Europa Press

LA TRIBUNA

Barcelona, una ciudad en caída libre

Madrid vive su segunda Movida y deslumbra, mientras una Barcelona vestida de negro y gris se queda atrás por el maltrato del independentismo y el abandono de Ada Colau.

14 febrero, 2023 02:36

Incluso antes de Mayo del 68, Barcelona era un lugar fantástico. Creo que el mejor de España, pese a la depuración franquista, al peso de la Iglesia sobre la educación, a la derogación de la ley de divorcio y al adulterio restablecido como delito sólo para la mujer, sometida a una política machista.

Leyes, por otra parte, que se aplicaron en todo el Estado.

Tampoco llegaban todas las películas. Ningún problema para Barcelona. La frontera estaba cerca para todo. Incluso para jugar en los casinos fronterizos.

Pero, sobre todo, en Barcelona se vivía bien porque los hijos de la guerra, ellos y ellas, se sublevaron, llenos de vida y sueños. Porque estaba en juego su libertad y la democracia del país.

Vista aérea del distrito barcelonés del Ensanche.

Vista aérea del distrito barcelonés del Ensanche.

Los movimientos surgidos bajo la dictadura provocaron alborotos en las universidades de Madrid y Barcelona, y altercados entre los obreros. Algunos se unieron en asociaciones políticas, como el Frente de Liberación Popular (1958). El FLP fue fundado por el diplomático madrileño Julio Cerón Ayuso y sus componentes provenían de diversas regiones (ahora comunidades): Cantabria, Andalucía, País Vasco, Castilla, la Ciudad Autónoma de Melilla, Valencia o Cataluña. También de distintas profesiones e ideologías.

Alguno pagó con creces (y con el comisario Creix) esta militancia. Lo que nunca se planteó es incompatibilidad alguna por pertenecer a otra comunidad. Tampoco se planteó apartar a nadie porque no hablara "su lengua". El bable, por ejemplo. En toda España hubo sublevaciones por el juicio de Burgos (1970).

En la abadía de Montserrat se encerraron más de trescientas personas. Entre estas, Joan Manuel Serrat, Nuria Espert, Antoni Tàpies, Pere Portabella Mario Vargas Llosa. La élite intelectual de las artes plásticas y de la escena, junto a otros anónimos.

También hubo otros encerrados más singulares. Sacerdotes, como el abad y sus frailes. Ya antes, en 1966, los capuchinos de Sarriá, en Barcelona, acogieron una asamblea del Sindicato de Estudiantes de la Universidad de Barcelona con más de quinientos participantes.

Barcelona era pura efervescencia intelectual, cultural y política contra Franco, y también era una ciudad solidaria. La ciudad de la que Vargas Llosa, que vivió en ella cinco años, dice: "Me parecía no sólo bella y culta, sino, sobre todo, la ciudad más divertida del mundo". En su discurso al recibir el Nobel, la elogió de nuevo. Porque ninguna ciudad aprovechó mejor que Barcelona ese comienzo de apertura ni vivió una "efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación".

Había, sí, un punto de frivolidad. La élite antifranquista se reunía en una discoteca de la zona alta de la ciudad. Y no pocos gozaban de una situación económica y social privilegiada (la gauche divine), lo que no quita mérito a su lucha.

La Transición española fue posible por todos ellos, fueran de donde fueran.

"Madrid, que siempre había mirado a Cataluña, se puso a acaparar tesoros tras la revolución que fue la Movida, a finales de los 70"

Mientras tanto, sus padres se acomodaron al caudillo o renunciaron a sus ideales republicanos. A cambio, les devolvieron sus propiedades y puestos. Y a cambio de la paz, tras una guerra cruenta. También hablaban en catalán, aunque no se enseñara en las escuelas. Òmnium Cultural (nacido para la cultura catalana) fue legalizado en 1967.

No digamos en la Cataluña rural. "Mi padre me envió a estudiar a Madrid porque yo apenas hablaba castellano. Sabía que no podíamos prosperar sin saberlo", dijo Eduardo Punset en una entrevista 18 años después de los Juegos Olímpicos del 92 que pusieron Barcelona en el mapa.

El turismo llegó en hordas, deslumbrado no sólo por La Rambla, Gaudí y el mar, los espacios públicos remodelados o una gastronomía innovadora, sino porque se respiraba un ambiente cosmopolita. Y, Madrid, que siempre había mirado a Cataluña, se puso a acaparar tesoros tras la revolución que fue la Movida, a finales de los 70.

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En artes escénicas, dos compañías nacionales de danza y la práctica totalidad de la industria cinematográfica. En arte, sumó el Museo Reina Sofía y el Thyssen-Bornemisza a la espléndida pinacoteca que es el Prado. Mientras tanto, el Teatro Real se reformaba para ser un teatro de ópera. Y, como música de fondo, todo un jolgorio, reflejado en las revistas del corazón, con el que la ciudad se proyectó hasta Latinoamérica.

En Madrid hay mucho dinero que ni se intenta disimular. Visitar Madrid y relacionarse con sus gentes es divertido (también lo era en los 70) porque son abiertos y zalameros. Y en el vestir también se acabó la mojigatería que los caracterizaba.

Ahora deslumbran, dando sopas con honda a Barcelona, vestida de negro y gris. Calles, restaurantes, hoteles, teatros, musicales. Madrid es ahora una metrópoli global. Es Europa y está encantada de conocerse.

"Colau no quiere tantos turistas, pero admite las tiendas de souvenirs mientras restringe permisos para restauración o cualquier comercio tradicional"

Por si fuera poco, los impuestos, es decir la vida, son menores que en Barcelona.

A partir del 92 empezó el declive de Barcelona. Primero, con el Fórum de las Culturas, que no rentabilizó los 357 millones de euros invertidos. A lo que hay que sumar la corrupción generalizada, liderada por Jordi Pujol y su tribu, y disimulada por un movimiento creciente auspiciado desde Convergencia. Un nacionalismo exacerbado que alimentó el independentismo. "Fuera de España (que nos roba) estaremos mejor".

Y lo que estamos es peor. Tras el referéndum y la declaración unilateral de independencia de 2017, más de 3.200 empresas trasladaron sus sedes a distintas comunidades, siendo Madrid la más beneficiada.

Para colmo, desde 2015, está al frente del Ayuntamiento de la Ciudad Condal Ada Colau. Una activista antisistema que, entre otras maravillas, cada Navidad pone un Belén que es un cúmulo de desechos, o que impide que el Hermitage se instale en la ciudad. Hasta la mítica Rambla ha perdido encanto.

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Colau no quiere tantos turistas, pero admite las tiendas de souvenirs mientras restringe permisos para restauración o cualquier comercio tradicional, pese a las airadas protestas. Colau no recibe al jefe del Estado, pero protege a los okupas. Y, sin control, da ayudas (algunos de los que las reciben ni siquiera viven en la ciudad).

En el Casco Antiguo de la ciudad, la suciedad y el hedor son tremendos, hay violencia, inseguridad y robos. Pero Ada reinventa Barcelona destrozando el plan Cerdá. Convierte importantes arterias en jardincillos donde broncearse. So pretexto de que hay que limpiar el aire, saca coches, pero no controla los patinetes.

Juega con la ciudad como si fuera una enorme caja de LEGO. Y, para colmo, parte de la joven pijería la apoya. Frecuentar los mejores clubs, vestir de marca, veranear en lugares de moda o cambiar de coche si les apetece no es bastante.

Necesitan más adrenalina.

Son los nuevos progres. Muchos, también independentistas. Se creen revolucionarios, algo que no son ni en broma. Pero votan. No sé qué saldrá de las próximas elecciones municipales, pero la Barcelona que aún amamos, pese a Colau y Puigdemont, está lejísimos de ser recuperable.

No hay escoba lo bastante potente para barrer tanta suciedad.

*** Susana Frouchtmann es periodista, experta en gestión cultural y escritora.

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