Tras el drama de la caída de Boris Johnson y el hastío de unas primarias interminables, la transición política en Downing Street se produjo con el understatement que, pese a todo, caracteriza la política británica. A última hora de la mañana, el palacio de Buckingham publicó un escueto comunicado que anunciaba que Johnson había presentado una dimisión que su majestad la reina había aceptado "gentilmente". 

Escasos minutos después, un nuevo comunicado indicaba que Mary Elizabeth Truss, tras aceptar la propuesta de formar Gobierno, era nombrada nueva primera ministra.

Liz Truss, a su llegada al número 10 de Downing Street. Hannah McKay Reuters

La nueva primera ministra se enfrenta al panorama político más complejo de la posguerra británica. A la tormenta que atraviesa el país (una crisis económica y energética que amenaza con desembocar en un invierno de exclusión social), se suman el reto secesionista en Escocia, la delicada situación de Irlanda del Norte y unas encuestas que vaticinan un probable descalabro electoral de los tories en 2024.

Para hacer frente a esta realidad, la primera ministra ha formado uno de los Gobiernos más derechistas de la posguerra británica. Sus principales carteras estarán copadas por el ala dura del Partido Conservador.

El primer reto que deberá afrontar Liz Truss es la mencionada tormenta perfecta de inflación, de pobreza energética, de coste de vida. Su respuesta a esta crisis proporcionará las primeras pistas sobre la ideología de su Gobierno.

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A lo largo de la campaña, tanto Truss como su canciller, Kwasi Kwarteng, han dejado clara la orientación thatcherista de su ejecutivo. El primero, mediante una tribuna en el Financial Times en la que prometió "responsabilidad fiscal" y un "Estado más austero". La propia Truss, con sus repetidas promesas de rebajas fiscales y una importante liberalización económica.

Estas promesas, sin embargo, pueden convertirse en papel mojado. Como explica el analista político Roy Cobby, los últimos primeros ministros tories han demostrado que, en su reciente derechización económica, "lo formal se impone al contenido".

La clave de su éxito político, añade Cobby, "no ha sido la pureza ideológica", sino un "pragmatismo posideológico" que ha permitido al partido defender, en lo político y en lo económico, una cosa y la contraria en cuestión de pocos meses.

"Liz Truss deberá hacer frente al reto escocés con más inteligencia de la que mostró Boris Johnson"

Ya hay indicios, de hecho, de que el thatcherismo de Truss puede ser poco más que un detalle retórico. En la misma entrevista en el Financial Times, Kwarteng dejó caer que, pese a sus promesas en campaña, la crisis energética requeriría "flexibilidad" fiscal. La prensa británica, por su parte, habla de un paquete económico de más de 40.000 millones de libras (unos 46.000 millones de euros) que, entre otras cosas, toparía los precios energéticos hasta las próximas elecciones.

La flamante primera ministra deberá aplicar este pragmatismo a los otros grandes retos a los que se enfrenta su Gobierno. El primero, la amenaza secesionista en Escocia. El pasado mes de julio, el Gobierno escocés, encabezado por su primera ministra Nicola Sturgeon, planteó una cuestión prejudicial ante el Tribunal Supremo, que deberá dictaminar la legalidad del referéndum consultivo propuesto por Sturgeon.

La respuesta del Alto Tribunal es incierta. Lo que es evidente es que el nuevo Gobierno deberá hacer frente al reto escocés con más inteligencia de la que mostró Johnson, que trató de usar el enfrentamiento con Edimburgo para movilizar a su electorado. Sus declaraciones durante la campaña, en la que acusó a Sturgeon de "querer llamar la atención" y a su partido de "fracasar" en la gestión de la región no invitan al optimismo.

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Por otra parte, Truss afronta una crisis en Irlanda del Norte, la región que más ha sufrido las consecuencias del brexit y que se encuentra inmersa en una nueva parálisis política. En las próximas semanas, deberá decidir si activa el famoso artículo 16 del Protocolo de Irlanda del Norte (la cláusula que permite la suspensión temporal de dicho Protocolo) o si, por el contrario, se sienta a negociar con Bruselas, como le exigió Joe Biden en su primera llamada telefónica el pasado miércoles.

Una vez más, sin embargo, los precedentes no invitan al optimismo. En parte porque durante los últimos años Liz Truss se ha convertido en una de las más firmes partidarias de un choque frontal con Bruselas.

Como ministra de Exteriores, de hecho, fue la responsable de presentar la polémica ley que, violando la legalidad internacional, anularía unilateralmente ciertos aspectos del Protocolo. Por otra, porque su retórica a lo largo de la campaña ha sido extremadamente dura. A finales de agosto, Truss se negó a aclarar si Macron era "amigo o enemigo" del Reino Unido, afirmando que "habría que juzgar sus acciones".

"¿Será capaz de tender puentes con Bruselas o agudizará la sensación de que su país navega a la deriva?"

Nada indica, por lo tanto, que el nuevo Gobierno británico vaya a tratar de reconducir su relación con Bruselas. Es más probable, por el contrario, que adopte la estrategia de Johnson, convirtiendo la UE e Irlanda del Norte en instrumentos políticos de los que tirar para hacer política interna, apaciguar a sus diputados más radicales y movilizar a sus bases más nacionalistas.

Por último, Liz Truss se topará con el que quizás sea su mayor reto. Ganar las próximas elecciones. Las circunstancias de su llegada a Downing Street, marcadas por una probable recesión, el profundo desgaste acumulado por su partido y las propias debilidades de la primera ministra, podrían augurar un mandato breve. Las encuestas muestran a un laborismo que, por primera vez en casi dos décadas, aventaja a los tories en casi 15 puntos.

Para imponerse a esta sensación de fin de ciclo, Truss deberá demostrar el pragmatismo político que le ha permitido encadenar doce años de Gobierno, sobrevivir a tres primeros ministros e imponerse en las primarias de su partido.

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¿Sabrá modular Liz Truss sus dogmas económicos, reconociendo la dificultad de aplicar recetas thatcheristas en 2022 y facilitando la salida de su país de la crisis?

¿Logrará frenar el empuje independentista escocés o contribuirá, como hizo Johnson, a alimentar el choque entre Londres y Edimburgo?

¿Será capaz de tender puentes con Bruselas o agudizará la sensación de que su país navega a la deriva en el panorama internacional?

Y, por último, ¿se impondrá en las próximas elecciones generales, que se celebrarán a finales de 2024, o será su administración un mero interregno entre Boris Johnson y un próximo Gobierno laborista?

Las respuestas a estas preguntas determinarán el éxito o el fracaso de la nueva primera ministra británica.

*** Guillermo Íñiguez es doctorando en Derecho europeo en la Universidad de Oxford.

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