El presidente Pedro Sánchez habla inglés. José María Aznar y Ana Botella también. Ambos alimentaron chistes y risotadas. El uno, hablando con George Bush. La otra, con sus cups de coffee con milk.

Mucho menos encanto le concedo a quienes dicen hablar lo que apenas balbucean, como ese exvicepresidente del Gobierno que renunció a la política tras la victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones madrileñas. 

Pero hacer del idioma un mérito político es un error. Los líderes solo refrendan los acuerdos que otros altos cargos han formalizado. Son más importantes el carisma y la capacidad de diálogo que el hecho de conocer otro idioma. 

Ni el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, ni el francés Emmanuel Macron, ni el ruso Vladímir Putin, tan habituales en encuentros internacionales, salen de su inglés, francés y ruso respectivo, que no son lenguas ajenas a ningún interlocutor. Y nadie lo lamenta. Bien pueden entonces nuestros jefes de Estado expresarse en la muy noble y generalizada lengua española.

Las lenguas que utilizamos sólo pueden ser de dos tipos: heredadas o adquiridas. Muchos vascos heredan dos, euskera y castellano. Otros heredan una, el español. A los monolingües les inyectan otras en la guardería (la variedad hablada local) y en el colegio (el euskera batúa). Cumplido el adiestramiento, las estadísticas dan por bueno el bilingüismo de los vascófonos inducidos. Sin embargo, pocos líderes políticos vascos usan el euskera en sus mítines. No les entenderían.

El conocimiento de lenguas es un valor en el currículo de los políticos, pero no el más importante. Mucho más rentable sería saber historia (sobre todo la de España), oratoria y ética. Son raros los políticos tiquismiquis que hablan en una de esas lenguas adquiridas, con la excepción de los líderes españoles que buscan mostrar en televisión sus habilidades. 

"Que sea necesario traducir del catalán las intervenciones de los políticos de aquella región tiene más enjundia. No encuentro en la historia ni en el mundo actual situación parecida"

Que Alberto Núñez Feijóo le hable en gallego a la gente (no diré a la ciudadanía, que es el término de moda) no tiene mucha importancia. El gallego protocolario (prefiero no llamarlo culto) es una lengua comprensible para gallegos rurales y urbanos, y también para el resto de los españoles. 

Que sea necesario traducir del catalán las intervenciones de los políticos de aquella región tiene más enjundia. No encuentro en la historia ni en el mundo actual situación parecida. ¿Por qué algunos se comunican con el código menos eficaz? ¿Se proponen mostrar al pequeño mundo español que su lengua existe? ¿Se creen más interesantes ensanchando el ego? ¿Quieren dar lecciones de catalán a quienes no lo hablan? ¿Pretenden que sea la lengua única de Cataluña y que desplace al castellano? 

No creo que lo hagan para azuzar el odio o para levantar una barrera que facilite el distanciamiento. Lo que parece claro, en todo caso, es que no buscan comunicarse.

Rechazo pensar que existan lenguas más importantes que otras. El respeto al idioma materno es sagrado, sea el aranés o el chino, el asturiano o el castellano, y tan exigible como el propio respeto al hablante de ese idioma. Si alguien viaja a Egipto, a Turquía o a Tanzania y no sabe árabe, turco o suajili (y no es tonto de narices) preguntará en inglés y no en alemán, italiano o francés. El uso de las lenguas universales ha sido determinado por la historia a lo largo de los siglos.

"Ojalá los líderes políticos, sean del signo que sean, entendieran con rigor y transparencia los principios naturales de la comunicación humana"

Bueno sería fulminar un mito: las lenguas no son entelequias, sino códigos. No hay hablantes que posean como código lingüístico personal el catalán. Nadie, salvo tal vez algún hablante perdido y aislado.

Todos los hablantes del catalán poseen y manejan con destreza dos códigos propios, el castellano y el catalán. Cientos de millones de hablantes de inglés, español, alemán e incluso polaco o checo pueden atender las situaciones cotidianas de comunicación con una sola lengua: la heredada en familia.

Es sabido que los españoles no somos muy propensos a hablar otras lenguas internacionales (el inglés, el francés o el ruso). Si lo comparamos con la facilidad con la que otros jefes de Estado se expresan en lenguas que no les son propias, es obvio que nuestros políticos sufren un déficit.

Pero observemos la desidia de los anglohablantes para estudiar, conocer y usar otra lengua distinta a la propia. Por esa misma razón, porque no lo necesitamos, somos tan reacios los españoles al conocimiento de lenguas extranjeras.

Ojalá los líderes políticos, sean del signo que sean, entendieran con rigor y transparencia los principios naturales de la comunicación humana. Mientras tanto, recordemos que las lenguas pueden usarse para entenderse, para confundir, para atrincherarse y, también, para hacer el payaso.

*** Rafael del Moral es sociolingüista y autor de Diccionario Espasa de las lenguas del mundo, Breve historia de las lenguas, Historia de las lenguas hispánicas y Las batallas de la eñe.

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