La pandemia causada por el SARS-Cov-2 sigue golpeando de forma intensa en España y en el resto del mundo, aunque observamos diferencias debidas, en la mayor parte de los casos, a la desigual fortaleza de los sistemas sanitarios y al también desigual acceso a las vacunas. De nuevo, como siempre, la desigualdad condiciona la salud.

En nuestro caso, la quinta ola de la pandemia nos afecta desde hace varias semanas. A lo largo del mes de agosto, sin embargo, hemos visto un continuo y sostenido descenso de la incidencia.

En este último mes se han reportado más de 400.000 nuevos casos y un alto número de fallecidos (2.854 personas). El impacto ha sido menor que en otras olas como consecuencia del importante papel protector de las vacunas y del buen nivel de protección inmunitaria que se está consiguiendo en España con la satisfactoria aplicación de la estrategia de vacunación.

Pero aún sufrimos unos niveles de incidencia que suponen un alto riesgo y que obligan a la protección continua con medidas no farmacológicas que condicionan nuestra vida cotidiana.

La variante delta ha trastocado muchas de las previsiones que se habían hecho en relación con el objetivo de alcanzar la inmunidad grupal. Conviene ser por tanto conscientes de que esta puede ser una quimera. Porque hemos comprobado que, aunque las vacunas protegen, muchos de los contagios de esta quinta ola afectan a personas inmunizadas (con una dosis e incluso con pauta completa). Y esto es algo que está sucediendo en todos los países en los que se ha tenido acceso a la vacuna.

La dificultad de asegurar a corto plazo el acceso universal a las vacunas impide conseguir la inmunidad a nivel mundial

El panorama es, por tanto, incierto. La incertidumbre es una de las características de esta pandemia. Varios son los elementos que nos hacen pensar que vencer a la pandemia será un proceso largo y no exento de incidencias:

En primer lugar, la amenaza de aparición de nuevas variantes. Un aspecto que todos los expertos señalan como elemento a considerar. La última variante dominante en la mayor parte de los países, la delta, ha sido capaz de incrementar el nivel de contagiosidad del virus y ha mostrado una cierta capacidad de superar la inmunidad de las personas vacunadas. Algo que preocupa en todos los ámbitos.

En segundo lugar, la dificultad de asegurar a corto plazo el acceso universal a las vacunas demuestra una desigualdad lacerante que impide conseguir la inmunidad a nivel mundial. Son muchas las ocasiones en las que la OMS y otras organizaciones y colectivos científicos han alertado sobre la importancia de asegurar la cobertura universal para minimizar el riesgo de aparición de nuevas variantes.

La aplicación de una tercera dosis a una parte o al conjunto de la población (algo que debería tener el aval de los organismos reguladores) o la posibilidad de que tengamos que fabricar nuevas vacunas eficaces ante futuras variantes son otras opciones que no hay que descartar.

En tercer lugar, la aplicación de medidas no farmacológicas requiere constante revisión y refuerzo. Mientras que el SARS-Cov-2 siga circulando, la capacidad de prevención de contagios que nos ofrecen dichas medidas (distancia, mascarilla y lavado de manos, junto a aireación y ventilación de espacios cerrados) debe seguir vigente. Esto interpela a las autoridades sanitarias y a las instituciones, pero también a los ciudadanos.

La vieja normalidad no parece estar aún al alcance de nuestra mano

Finalmente, queda por conocer el verdadero impacto del SARS-Cov-2 en la salud de los millones de personas afectadas. Personas que, aunque hayan superado la fase aguda de la enfermedad, sufren en muchos casos el llamado síndrome Covid persistente.

Queda por conocer también el daño en el ámbito de la salud mental, así como la afectación en la actividad habitual de los sistemas sanitarios y el retraso en la atención de muchos pacientes con patologías crónicas. Algo que condicionará el funcionamiento futuro de los sistemas de salud en todo el mundo.

Por razones como estas, la vuelta a esa normalidad que conocíamos antes de la aparición del SARS-Cov-2 es un horizonte que parece aún lejano. Y eso a pesar de que hemos avanzado mucho y de que sabemos convivir mejor con el virus que al inicio de este proceso, durante los primeros meses de 2020.

En este contexto, el papel de las autoridades sanitarias nacionales y europeas, así como la labor básica de la OMS, deben consolidarse y fortalecerse. Hay que apostar por fortalecer la salud pública. Es desde la acción global y colectiva, y desde la coherencia en la aplicación de las medidas de salud pública, como podremos avanzar con mayores garantías hacia el objetivo de volver un día a la normalidad.

Un día que esperemos no esté muy lejano. Pero que, en este momento, no parece estar aún al alcance de nuestra mano.

*** José Martínez Olmos es profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública y fue secretario general de Sanidad entre 2005 y 2011.

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