Los vídeos de Rauw Alejandro tratando de ronear infértilmente con Bad Gyal en el escenario han salido hasta en el telediario. Son un documental animal de la 2. Son todo lo que puede estar mal en el cortejo humano.

Es la secuencia que yo le enseñaría a los chicos que quisiesen saber qué es lo que no hay que hacer en la vida, en general: lo que no hay que hacer si no quieres parecer un baboso, si no quieres parecer un desubicado, si no quieres parecer un neandertal. Si no quieres parecer poco profesional. Si no quieres parecer invasivo, sordo, ciego, tozudo, burdo, una criatura lúbrica de brocha gorda. Si no quieres parecer un Cristo con dos pistolas. Si no quieres parecer un cutre, un desesperado, un narciso pasado de rosca que rasca sensualidad en cualquier parte (para seguir mirándose a sí mismo en los ojos del de enfrente). 

Rauw Alejandro y Bad Gyal.

Rauw Alejandro y Bad Gyal.

Me han incomodado los vídeos. No por pudor mojigato, sino por vergüenza ajena. Ver cómo la inteligencia renqueante de Rauw no acierta a leer los hechos me pone a temblar. Es un analfabeto sensual, un obtuso erótico, por mucho que todas sus canciones hablen de cosas calientes y húmedas presuntamente muy morbosas y tentadoras. El sexo va de algo apremiante pero el erotismo (aquí, el baile) va de algo lento, de algo deliciosamente postergable. Este chaval no lo entendió. Me preocupa que no se dé a sí mismo la oportunidad de ser un caballero en escena. 

Hace mucho que entendí que la elegancia consiste en no insistir. La elegancia es lo contrario a la ansiedad. A la urgencia. Al deseo exacerbado, incluso. La elegancia es lo que se exuda cuando uno no se deja llevar por las bajas pasiones, cuando uno mira desusadamente lo imperioso. La elegancia te coloca por encima de la situación, te permite escrutarla desde arriba. Y decidir. O no decidir. La elegancia también es no tomar ninguna decisión a las bravas. 

He pensado en ello y creo que eso es justo lo que Rauw no hizo y lo que esperábamos de un show carismático: que fuese juguetón sin dejar de ser elegante. Comenzó haciéndole la encerrona a Bad Gyal diciendo, micro en mano, que él quería perrear con ella pero ella estaba muy "tímida" (fue su particular "un piquito, ¿no?"). 

Primer error de baboso de libro: culpar al pudor o al recato de lo que una mujer, sencillamente, no quiere hacer. Cuando hablan de liberación sexual están hablando en realidad de concesión sexual: si el baboso lucha (y dice que es desde el feminismo) porque las mujeres abracen su placer y su cuerpo, desde luego, no es para que lo hagan con otros, sino para que en esa apertura de compuertas les llegue un ramalazo de goce a ellos.

Digamos que el baboso lucha por la emancipación sexual femenina por una cuestión de probabilidades. Las matemáticas le dejan intuir que quizá así podrá recibir parte del pastel. 

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Le resulta imposible a Rauw reconocerse a sí mismo (y más aún, reconocer delante del resto) que no es un seductor infalible. El máquina mira a su compañera como un depredador hambriento, forzado en su dudosa virilidad. Persevera. Machaca. "Yo estoy soltero, mami, ¿y tú?". Segundo error de baboso de libro: culpar a terceras personas (a un novio hipotético de la chica, a una hipotética novia suya) de lo que una mujer, sencillamente, no quiere hacer contigo. O sea: el notas viene a decirnos que debe haber una razón de peso para que Bad Gyal no quiera perrear con él. Si no, no le cabe en la cabeza su negativa. El "no me apetece" no sirve. 

Rauw tampoco ha pillado una cosita fundamental en la seducción: su espíritu, el aura que segrega, su comportamiento, genera la sensación de que se iría con cualquiera. No hay nada que desmotive más que eso, nada que te baje tanto la libido a la altura del Metro de Madrid: sentir que eras sólo la que pasaba por allí, la espontánea que estaba en el lugar y el minuto de apagar un fuego. 

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Lo que más me mosquea, quizá, de este zafarranchillo viral, es el detalle en el que reparé en uno de los vídeos de la noche de autos. Después de todas las negativas, después de todas las incomodidades y los gestos de desagrado de ella, Rauw, cautivo y desarmado, se acerca a Bad Gyal para abrazarla fraternalmente.

La aprieta contra sí con el típico brazo que engancha en tenacilla los dos hombros de la chavala. Sonrió al público. Le faltó decir "es mi hermanita". Ya está, todo bien, todo niquelado, todo impoluto. Después de suplicar y agobiar forzando el roce rijoso, después de comprobar que tu fracaso está televisado, juegas la baza de "tenemos esta confianza porque somos amigos". Carta blanca. Todas tus faltas se autodestruirán en 3, 2, 1. ¡Pecaditos veniales! ¿Quién no le ha comido el cuello a una amiga antes de que ella te dé un pequeño manotazo para mandarte al carajo y tratar de no humillarte delante del tendío...? 

Esto está más visto que el tebeo. Esto tiene más años que un gnomo. El baboso que finge que es tu amigo sólo se engaña a sí mismo: el compadreo es su performance para salvarse, su clavo ardiendo, su espejo adelgazante. No soporta ser lo que es. No soporta el asco que da. No se hace cargo de su reguero espeso y triste. Por eso justifica su extralimitación con una presunta buena relación personal. No, cielo, hace rato te pillamos: no exigiría menos de ti porque fueras mi amigo, en todo caso, siempre tendría contigo el baremo más alto que con un desconocido. Pero no eres mi amigo. Nunca lo fuiste. 

Y a cada intentona rancia lo sabes, lo sé. Ya jamás lo serás.