¿Podemos pedirle al Estado que prohíba los móviles para los adolescentes? Hay padres que lo están reclamando. Los mismos padres que son los responsables de comprar el smarpthone de turno a la criatura son los que exigen una ley que les diga que no antes de los 16 años.

¿Es para proteger a los menores? ¿O es para que el Estado me quite de encima una responsabilidad que es sólo mía? "Hágame la vida más fácil y permítame que cuando mi hijo me pida un móvil yo pueda decirle: lo siento, cariño, está prohibido".

Estamos todo el día quejándonos de que el Estado está intentando suplantar a los padres y ahora le exigimos que tome una decisión que los padres no son capaces de tomar.

Y en medio de ese lío, ha llegado el informe de PISA y vuelve a avivar el debate sobre si adolescentes y móviles sí o no.

Niño usando un móvil a escondidas

Niño usando un móvil a escondidas

Las conclusiones del informe no son tan claras como algunos, de un lado y del otro, quieren ver. Los resultados señalan que si las tecnologías están integradas en el aula y orientadas hacia el aprendizaje, pueden ser una ayuda. Pero que si se usan de forma abusiva y sólo para la recreación, son un elemento distractor que afecta al rendimiento.

Así que, por un lado, están los que todavía aseguran que no hay evidencias científicas para saber cómo afectan los móviles a los adolescentes. A mí, tanto tibio cientificista que necesita doscientos escáneres cerebrales para creerlo, me pone un poco nerviosa.

"Qué simpático, feliz, concentrado y sereno está mi hijo desde que le puse un móvil en la mano", dijo ningún padre nunca.

Sin embargo, el extremo prohibicionista tampoco resulta del todo convincente. 

Es comprensible, por un lado, que el acceso al alcohol, las drogas y la pornografía está regulado por ley. Y, por tanto, hay materias en las que el Estado debe intervenir para proteger a los menores.

Pero equiparar el smartphone a las drogas parece una comparación totalmente fuera de lugar, más propia del neoludismo que de alguien que quiera de verdad velar por que su hijo aprenda a moverse de forma segura en el entorno digital en el que le ha tocado vivir.

Es dudoso que el smartphone eduque en el uso de las nuevas tecnologías. Lo único que aprende un usuario con un móvil en la mano es a ser un consumidor de contenidos. Y de unos algoritmos que quieren que tu hijo, en sus años más vulnerables, defina su identidad en función de los intereses de terceros.

La pedagogía para aprender a filtrar esos contenidos se hace igual con un ordenador de mesa en el cuarto de estar de casa y a la vista de todos. No hay que educar desde el miedo, de acuerdo. Pero si un tío te está pidiendo fotos desnuda, te lo vas a pensar dos veces si tienes a papá y mamá pasando por detrás de tu hombro.

[La batalla por prohibir el móvil hasta los 16 años: por qué no es tan buena idea como piensas]

Es positivo, en cualquier caso, que la sociedad civil se haya organizado y tomado la iniciativa (paradójicamente, a través de las redes sociales). Pero pedir la prohibición no coloca el debate donde debería estar.

Es cierto que el efecto cohorte ha hecho que la capacidad de contención de las familias se vea superada. Es lógico que un problema de educación doméstica se transforme en una demanda de política pública. Pero el veto a los móviles no resuelve los problemas.

¿Móvil no pero tablet sí? ¿Y ordenador? ¿Smartwatch? Conozco adolescentes con una prohibición absoluta de dispositivos que aprenden a chatear (y a mandarse la misma mierda que se mandan los demás en sus aplicaciones) en un documento compartido de Google.

Los padres que quieren prohibir hablan de la presión social que existe y a la que es difícil resistirse. Antes se educaba a los niños en la fortaleza de carácter con aquel "no me importa lo que hagan los demás niños". Ahora nos quejamos de que tenemos que darles el móvil y le pedimos al Estado que nos lo impida.

Por no mencionar que aquí el problema no es el smartphone en sí, aunque nadie lo diga. Lo que le genera adicción a tu hijo no es que te llame para que sepas dónde está, que use Google Maps porque se ha perdido o que afine su guitarra con una aplicación.

Las redes sociales son el auténtico problema. Tu hijo no quiere un móvil, quiere redes. Y tú, como padre, has claudicado en intentar comprender que hay una diferencia entre ambos y que no tienen que ir unidos.

Así, en vez de pedir, por ejemplo, que se sancione a las compañías que, promocionando sus aplicaciones como aptas para adolescentes, tienen diseños que, por defecto, son nocivos para los adolescentes, quieres que se te quite de las manos tu responsabilidad.

Si decides no darle un móvil a tu hijo, también tienes que acompañarle en la frustración de ser el único sin él. Y eso es muy complicado. Como lo es para él que no puede quedarse a dormir en casa ajena o el que tiene una hora de vuelta dos horas antes que el resto de sus amigos.

¿Le pedimos al Estado que regule un toque de queda para todos los adolescentes? ¿Le pedimos que prohíba las fiestas de pijamas? Exigirle que haya una edad para el uso del móvil es como querer que haya una ley que prohíba que los niños de 11 años estén solos en la calle a las tres de la mañana.

No existe esa ley y, afortunadamente, tampoco hay muchos niños de 11 años en esta situación. Porque se presupone el sentido común y la libertad de los padres para tomar decisiones en la educación de sus hijos.

Cuando no existe ni uno ni otra, acabamos suplicándole al Estado que haga nuestro papel.

Bienvenido sea el debate sobre los móviles, si sirve para cuestionar qué modelos de relación, de socialización y de consumo hemos aceptado hasta ahora.

Todo lo que genere consenso en esta sociedad polarizada, ideologizada e individualista es bienvenido. Pero no dejo de preguntarme: si todos lo veíamos, ¿cómo hemos terminado aquí?

No hay ley que nos vaya a responder a esto.