Han corrido por las redes como la pólvora (también en España) algunas imágenes de Javier Milei, candidato de La Libertad Avanza a la Casa Rosada, durante una entrevista en horario de máxima audiencia la noche del pasado jueves en la televisión argentina.

No se trata sólo de una impresión falaz producto de cortes descontextualizados, sino que el candidato libertario mantuvo una actitud extraña durante su conversación con el pelado Trebucq, como todo el que tenga paciencia puede ver en los vídeos disponibles. Ojos muy abiertos que denotaban un esfuerzo por mantenerse con los pies en la tierra, pausas llamativamente largas en las que parecía perdido, movimientos espasmódicos en la cara, tonos de voz alterados, y mensajes verdaderamente raros, galimatías difíciles de interpretar.

Se enreda con lágrimas en los ojos hablando del museo del Holocausto sin venir a cuento.

Tal fue el espectáculo que la polémica se ha instalado en Argentina, donde algunos de sus apoyos han comenzado a dudar de las condiciones de Milei para el cargo al que aspira. La imagen que transmitió fue patética en términos políticos, y triste si nos preguntamos por la persona que la protagoniza. Sólo hubo un tramo en el que pareció el de siempre, cuando habló de temas técnicos de economía.

Lo menos que puede sospecharse es que el resultado de la primera vuelta de las presidenciales le ha afectado al ánimo, y que desde ese shock producto de una situación inesperada, habla sin consistencia, perdido entre las brumas de su desconcierto. El periodista transita entre la sorpresa y la piedad, y la entrevista puede ser ya considerada como un ejemplo de cómo echar a perder en poco más de una hora un capital político que parecía invencible. Desde ahora, Milei tendrá que redoblar esfuerzos para recuperar una posición de salida que ya no es la misma con la que empezó su campaña del balotaje.

Todo concuerda con lo que ya se sabía del personaje. Sus supuestas conversaciones con su perro fallecido a través de una médium dejan poco espacio para la duda sobre sus inclinaciones y sus capacidades. Su pujanza electoral no obedece principalmente a sus medidas y sus promesas. Su éxito (al menos hasta la entrevista) es inseparable del desempeño nefasto en los últimos años de los dos principales bloques políticos, el peronista/kirchnerista y el opositor representado por el macrismo y su candidata, Patricia Bullrich.

Los dos temas de campaña son la economía y la seguridad. Y hay algo perverso en una elección nacional en la que los dos principales candidatos de los bloques son, respectivamente, el ministro de Economía de un país con una inflación de casi el 140%, y la exministra de Seguridad del Gobierno anterior, cuya gestión no ofreció resultados significativos en ninguno de esos frentes, más bien al contrario.

Si había un hueco ideal para un outsider (como se califica siempre el propio Milei) era este. A una situación tan catastrófica como la argentina le correspondía un personaje cuya excentricidad era directamente proporcional al descrédito de la clase política tradicional.

Quedan varias semanas hasta el 19 de noviembre, fecha de la segunda vuelta. Pero ahora parece dañado el sortilegio que mantenía a una parte importante de la ciudadanía argentina fascinada ante un Milei deslenguado que creía que le ocurría como a Trump, que podía disparar a alguien en la Quinta Avenida y no perder ningún voto.

Milei se ha conducido sin ningún tipo de freno retórico, como si creyera que le premiarían más por una autenticidad temeraria que por un programa coherente. Y Argentina ha dicho no, por ahora. Como si estuviera cabreada, pero no loca y se cumpliera de nuevo la ley de hierro con la que Perón explicaba la resistencia del peronismo: "No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores".

Mejor que el desencanto, el golpe con la realidad, se produzca cuando Milei aún no tiene poder institucional y Argentina pueda ahorrarse a otro gobernante nefasto. Ya atesora demasiados.

Los debates de la campaña de primera vuelta fueron claros para quien mirara con interés pero sin implicaciones emocionales. Se piense lo que se piense del peronismo, Massa ha sido el candidato más sólido y centrado, con una propuesta más delineada y con un llamamiento más consistente a un gobierno de unidad. Enfrente estaba una Bullrich que intentaba en todo momento confrontar con él con un tono de reproche poco eficaz, siempre iniciando con un vocativo "¡Massa!" que resultaba desagradable y regañón. Milei, por su parte, lucía nervioso y alterado por momentos, sin mucha consistencia.

El affaire Milei viene a poner de manifiesto un patrón general bien conocido: que la política se observa con más claridad cuando las pasiones y los intereses directos no están en juego. Pocos fuera de Argentina ignoran el potencial catastrófico del personaje, por más que algunos por estos lares lo apoyen (más por su empeño en ir permanentemente a la contra de los deseos de la izquierda española que por cualquier mínimo convencimiento).

Decía también Perón que "el bruto siempre es peor que un malo, porque el malo suele tener remedio, el bruto no", y esa parece haber sido en primera vuelta el razonamiento de más argentinos de los que se presumían. Por ahora.