Querida Ángela:

Antes que nada, entiendo tu malestar. No es agradable que te llamen gorda ni vaca, igual que no es agradable que te llamen palo o saco de huesos. Conozco la experiencia de sentir cómo el dolor privado se exhibe en el cuerpo, a la vista de todos, como una diana puesta en la espalda y lista para recibir dardos. De sentirte completamente desnuda ante las miradas ajenas. 

Entiendo ese "nada me ha dolido tanto como el desprecio absolutamente normalizado a mi físico". En general, suele ser bastante desagradable que alguien haga referencia a nuestro exterior, exceptuando que sea para decirnos que tenemos buen color de cara o que nos brilla mucho el pelo. 

Porque también duele cuando te dicen que tu clavícula sobresale demasiado o que tienes la estatura de un Oompa Loompa o que tu nariz es de tucán o que tienes la cara como una paella. Todo ello escuece, te hace sentir pequeñito y sin valor. 

Pero no todo es machismo. Ni todo es violencia política. Porque hay realidades, muchas, que escapan a esta dicotomía. 

¿Que un chaval tenga anorexia y le digan que es un espagueti con una enfermedad de modelos es violencia política? Creo que no. Es tener mala idea, es querer hacer daño. Pero no es violencia política.

¿Que una mujer llame a otra gorda asquerosa o vaca es machismo? Creo que tampoco. Es querer ofender y saber perfectamente donde duele. Pero sólo porque algo duele, en este caso, a una mujer, no significa que sea machismo. Precisamente, cuando identificamos todo con machismo, nada lo es. Y lo mismo pasa con la violencia política.

Igualmente, desde que leí tu tribuna hace unos días, no dejo de pensar en una idea que expusiste. Que el feminismo es la única solución a la violencia política que supone que te llamen gorda.

Y me resulta curioso, porque solemos ser precisamente las mujeres las que con una mirada láser nos repasamos mutuamente para certificar si encajamos en la métrica ideal del canon estético que se maneja en ese momento. Y no se trata de una idea basada en prejuicios, sino de una certeza basada en la experiencia. 

El camino se empezó a desviar cuando comenzamos a tratar al cuerpo como una extensión moral del ser humano. Y, no satisfechos, pasamos a convertirlo en un instrumento político. 

Pero el cuerpo en sí no es moral. Lo que hacemos con él lo es. Y, por mucho que se repita y por mucho que se intente, el cuerpo, da igual si de hombre o de mujer, tampoco es político.

La conversación debería girar en torno a cómo entendemos el cuerpo. Si lo reducimos a un instrumento (uno más entre tantos), mediante el cual libramos batallas ideológicas o como una realidad tangible común a todos los seres humanos que nos permite experimentar (y en definitiva, vivir) esta vida.

No duele más o menos si eres de izquierdas o de derechas que te llamen gorda, que desprecien tu cuerpo. Duele exactamente igual. Y no duele más si te lo llaman siendo Secretaria de Estado de Igualdad. 

La campaña del Ministerio de Igualdad por la diversidad corporal.

La campaña del Ministerio de Igualdad por la diversidad corporal.

Te pediría que no lo llamases machista ni violencia política. Porque no sólo te afecta a ti ni sólo afecta a las mujeres que están ejerciendo un cargo político. Afecta a la mujer que está en la caja del supermercado y al niño algo más regordete de sexto de primaria. Afecta a tu profesora de pilates y al ejecutivo que no cabe en su asiento en el avión. Afecta al adolescente que está flaco y no consigue ganar músculo, y al señor que se pone en la última fila del gimnasio para que nadie vea cómo sufre corriendo y cómo se le pone la cara como un tomate. 

No son ataques motivados por las ideas políticas. Son ataques motivados por el desprecio.

Atañe a gente fuera del ojo público. A gente que está en la sombra. A gente gorda. A gente flaca. Porque un comentario sobre la gordura duele igual que un comentario sobre la escualidez o la fealdad. Que alguien te diga que ocupas demasiado espacio duele igual que alguien te ofrezca una y otra vez un cruasán para dejarte en ridículo porque estás en los huesos.

No lo llames machismo ni violencia política, porque el comportamiento denigrante y su consecuente sufrimiento no tienen sexo ni color político

Llámalo por lo que es: simple y llanamente mezquindad. En esto, supongo, estamos de acuerdo.