Él lo tiene todo para dar envidia. Juventud. Belleza. Abdominales de infarto. Piel clara bronceada por el sol. Media melena rubia maltratada lo justo por el calor y el salitre. Ascendencia ilustre. Cierto aire torturado.

Pero es un asesino. 

Daniel Sancho, en un montaje de JALEOS. La imagen fue captada antes de que entrara en prisión.

Daniel Sancho, en un montaje de JALEOS. La imagen fue captada antes de que entrara en prisión.

El cirujano plástico, sin embargo, nos queda lejano. Podría, además, haber pagado por sexo, o haber comprado con regalos y prebendas la amistad de un efebo al que colmaba de bienes a cambio de la ilusión de una relación. 

Pero es una víctima. 

No hay nada más que decir, señoría. Asesino y víctima. 

No puede haber compasión. Ni pobrecito. Ni qué pena de vida tirada a la basura. No puede haber un "es que…", ni un "a saber qué pasó".  No existen puntos suspensivos. 

Daniel Sancho compró, con tiempo y alevosía, los materiales para asesinar a Edwin Arrieta. Para desmembrarlo y eviscerarlo, para esconder sus restos y para deshacerse de ellos. Lo ha confesado. Y lo demuestran las pruebas contundentes. 

Daniel Sancho tuvo tiempo para pensar y para poner la trampa a su víctima. Tuvo tiempo para echarse atrás. Para darse cuenta de que todo era una locura. De que iba a matar a una persona. Pero no lo hizo. 

Matar no es fácil. Deshacerse de un cadáver es aún más difícil. Pero desmenuzarlo a conciencia como hizo él no solo requiere de una gran fortaleza física y habilidad específica, sino que entra en el rango de la psicopatía. 

La literatura forense concluye tres motivos para descuartizar un cuerpo una vez cometido un asesinato. El primero es la necesidad de ocultarlo. El asesino no tiene más remedio que reducir el cadáver, por mucho asco que le dé, para que nadie lo descubra.

El segundo es la rabia. La muerte no es suficiente y el asesino necesita descargar más ira sobre su víctima mutilando el cuerpo. El tercero es la venganza. No hay manera de causar mayor ofensa sobre la víctima que no respetando su cadáver. 

¿En qué supuesto entra Daniel Sancho? 

Eso deberán decidirlo los médicos y dilucidarlo los tribunales. Pero, hasta entonces, ya está bien de compasión. Ni un poquito. 

Compasión por la víctima. Por su familia. Y por la familia del asesino. Que de esa nos acordamos poco. Imaginen despertar con un asesino así en su familia.