Hay una escena colosal en el pelotazo rosa de Greta Gerwing en la que las Barbies, para mantener a los Kens entretenidos (y aprovechar así para dar un golpe de Estado al patriarcado), fingen hacer lo que a los chicos más les reconforta: escucharles tocar la guitarrita. Este arquetipo diabólico del trovador con pitillos me hizo reírme en voz alta.

Me seguí sonriendo después, con un pinchacillo de memoria en el pecho, ya a la salida del cine. Pensé en que sólo San Pedro tendrá anotado cuánto tiempo de mi vida me he pasado secuestrada (a veces en mi propio sofá, que ya manda cojones) por uno de esos terroristas musicales nacidos por generación espontánea entre el moho del Libertad 8, un bar que debió ser precintado al quinto foco de ITS. 

Fotograma de Barbie.

Fotograma de Barbie.

La directora lo dibuja en la película con una precisión tan aterradora que te da buena medida de la masacre internacional que nos ocupa, una tortura que no entiende de diferencias culturales y que atraviesa no sólo la tierra conocida, sino cualquier país ficcionado, imaginario: allá donde haya un instrumento de cuerda, habrá un tipo dispuesto a percutirlo creyendo que así acabará percutiéndote a ti también.

Este invento macho no es un botón nuclear, es algo peor, más amoral: un extraño puente en ruinas hacia el sexo.

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Que esto es una cuestión de género queda claro cuando comprobamos que no hay una puñetera tía heterosexual que le dé la chapa a un pavo tocando cancioncitas. No la encuentras.

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Me vienen a la cabeza flashes de Vietnam.

Una noche, hace años, quedé con un chaval al que estaba conociendo. Recuerdo citarme con él después de currar y verle llegar con su mochililla en la espalda, tan guapo y nervioso. Paseamos, tomamos unas cervezas y fuimos a dormir a mi casa, entonces en San Marcos, pero no llegó la sangre al río. Una es tímida. Una vive un poco en Los Bridgerton

Por la mañana temprano me metí en la ducha, contentilla, esperanzada, de esto que sientes que la vida sale a recibirte. Entonces escuché un sonidito de fondo. "Será uno de estos que enchufan la radio desde primera hora", me dije, inocente de mí. "¿Pondrá a Federico? Vamos a ver". 

[Barbie, de la mujer autónoma e icono del capitalismo durante la Guerra Fría a heroína feminista contra el patriarcado]

Pero entré al cuarto y vi al Mengano, lánguido y pretendidamente especial, toqueteando un ukelele que se había sacado de la manga (de la mochila, entendí más tarde). Me la había tramado. Tremendo golpe. Una sorpresa fatal. Una última bala. Un instrumento ridículo esperando agazapado el momento de convertir mi día laborable en una canción de Carlos Sadness. Digámoslo alto y claro: prefiero trabajar.  

No volví a verle. No es que no quisiera, es que no pude. 

Una piensa que se ha ido a dormir con Leonard Cohen pero siempre amanece con Leonardo Dantés

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Sabes que estás perdida cuando te prometen una canción, es decir, alrededor de cuatro minutos tácitos de show privado. Te comentan que la han tocado últimamente en casa, que les gustaría enseñártela, te comentan. Picaste, niña. Pareces nueva. Cuando te quieres dar cuenta, hace cuatro horas que obedeces órdenes sibilinamente gestuales, como el público de El Hormiguero.

Ahora guardas silencio, como en misa. Ahora jaleas. Ahora aplaudes. Ahora haces la de "buf, es que esta parte…". Ahora compungida. Más compungida. Melancólica. Admirada. Más admirada. Ahora entona un poco, pero bajito, guapa, que al que se le tiene que escuchar es a él. Eres un coro de Julio Iglesias o de Hércules. ¿Acaso hay alguna diferencia?

Estos hilos invisibles mueven las reacciones del rostro de la historia: un semblante de mujer que se ve un poco enredada en la performance, una estoica que tira para adelante porque de nosotras se dirán muchas cosas pero no que no remamos en pos de la amabilidad, el cortejo y el darwinismo. 

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Mientras tú repasas mentalmente tus grandes fracasos de los últimos diez años, la cara del chaval es de esfuerzo. El notas frunce el ceño, como a punto de soltar lastre. El pibe hace pájaros de barro y los echa a volar.

¿Qué clase de atajo es este, si a cada hit estamos más lejos del orgasmo? 

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Es incómodo. El tiempo pasa distinto. Le miras como una madre apremiante a su crío en la función de Navidad, deseando que su autoestima llegue impoluta al final de la coplilla. Vamos, vamos. Te hago caso. Molas. Eres único. Me lo quitan de las manos. Siempre tendrás un escenario invisible, un estrado moral. Tú cantas, yo me callo. La vida es tu micrófono: úsalo. No estés triste. Te acariciaré el pelo y todo irá bien. Podrás volver a tocar Hotel California.

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Echo de menos los tiempos en los que el coche del varón era la prolongación de su falo. Quiero decir: al menos eso te llevaba a alguna parte y le mantenía con las manos ocupadas en el volante, sin rasgueo de acorde posible. Pero la canción de autor y, más tarde, el indie, vinieron a resquebrajar las bases de nuestra convivencia. En la cartera, la púa va al lado del condón y eso debería darte pistas de algo.

La era de la guitarra como prótesis del pene se me está haciendo más larga que un día sin pan. Cuando sacan la carta de Estrella Polar o No puedo vivir sin ti, ya eres plenamente consciente de que estás asistiendo a eso: a su masturbación en directo. Abrazan su propio nardo, lo tienden sobre el regazo y lo puntean: le hacen cosquillas. Porompompó. Reza lo que te sepas, amiga. Tú eres Lady Madrid y de ahí no los sacas. La estrella de los tejados, lo más rock and roll de por aquí

Antes, calentando el motor del carro, parecían gritar "¡soy rápido y peligroso!". Ahora gritan "¡tengo sentimientos y un complejo de Electra enconado!". Da igual. Al final, griten lo que griten, vas a tener que escucharlo tú.

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Han sido tiempos aciagos para la seducción y de eso todos somos culpables. Hubo días en que estuvo cerca incluso la posibilidad de acostarse con un tuno.

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Tal vez hay un grito de socorro dentro de esta exaltación terrorista del pop español. Soldadito marinero, conociste a una sirena. Hay una tragedia desbordándose en este karaoke andante, en esta feria móvil.

La tecnología nos ha hecho flaco favor. Mucho debate sobre la bioética pero aquí ni mú sobre los audios y vídeos de hombres tocando canciones que nos llegan a nuestros móviles cada dos por tres. No hay hora ni lugar para los hombres que nos tocan la guitarra. 

Son como dios o como el wifi, están en el ambiente. 

Da igual lo que corras, el ego de un músico siempre llega antes.