Nunca he entendido en qué piensan las familias que discuten justo después de que muera el muerto. Los que se despellejan por la herencia como si esa fuese su última voluntad. Saqueadores de voluntades a falta de tumbas…

Pero sobre todo no entiendo a aquellos que discuten cuando no hay nada que heredar. Siempre me ha parecido una cosa tremendamente española. Supongo pelearán por la honra, no la del muerto, claro, sino la propia.

Inés Arrimadas sale al escenario durante el acto final de campaña de Ciudadanos, en 2017

Inés Arrimadas sale al escenario durante el acto final de campaña de Ciudadanos, en 2017 Jon Nazca Reuters Hospitalet de Llobregat

Algo así ocurre en Ciudadanos. Inés Arrimadas, hija del partido, virgen de Murillo que nunca llegó a los cielos, se revuelve y se molesta con Edmundo Bal porque no hay nada que heredar.

Desde que Albert Rivera dimitió de su liderazgo, a Arrimadas, que era todavía para la mayoría de españoles aquella lideresa que venía de batirse el cobre en el parlamento catalán, de ganar unas elecciones, España le vino grande. España la engulló como la engulló el PSOE durante el estado de alarma, como la llevaron por delante los sucesivos comicios electorales y los meses en que no ha hecho nada, menos que nada, ni siquiera decir que estaba viva. Una cosa es ser segundo de a bordo y otra muy distinta capitanear.

Las primarias fueron el populismo primigenio al que sucumbieron los partidos españoles, lo que se instaló después del 15M entre nosotros. ¿Desde cuándo un líder se vota y no se erige? Los líderes nacían o se forjaban hasta que los afiliados se creyeron aquello de la democracia interna, lo de votar ilusionados –que es peor que besar con los ojos abiertos–. Secretarios generales y presidentes de partidos que llenaban auditorios como estrellas del pop. Así le ha ido a Cs desde entonces.

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Ciudadanos ha muerto e Inés Arrimadas, Igea y Edmundo Bal todavía no se han enterado. Se están jugando a las cartas el liderazgo del partido como si quedase algo que ganar y no sólo la burocracia de disolverlo, de levantar el cadáver, de que lo declaren muerto y pedir el certificado de últimas voluntades. Suerte que Ciudadanos se enfrió hace tiempo y los que alguna vez lo votaron ya no sienten la vergüenza de que los herederos se estén jugando la nada a los dados después de llevar años sin ir a verlo.

Esto que queda es ya sólo una oficina que mantenía las siglas, como esos muertos que se murieron muy solos y sin que nadie cayese en la cuenta porque pagaban religiosamente el alquiler. Nada queda de aquel partido con opciones de Moncloa que alguna vez pudo ser decisivo en algo. Lo siguiente que sabrán de Cs por los periódicos será cuando en la página de esquelas publiquen un: “Se ruega una oración por su alma”. Porque a Ciudadanos más que unas primarias y un líder le hace falta un albacea, un velatorio, un responso y un panteón donde descansar para la eternidad.