Vaya agosto nos están dando: la cosa es que no haya tregua. Entre el delirante precio de la luz, la censura de carteles de Zahara a petición de Vox Toledo en pleno siglo XXI y la ola de calor que nos trae a todos ensirocados perdidos, quien no se vuelve loco es porque no quiere. Con todo, para seguir demostrando con qué notable precisión calan en nosotros las cortinas de humo, casi toda la atención popular de los españolitos ha girado en torno a la marcha de Messi del Barça: había quien parecía que había perdido a un hijo. Es fascinante lo pasionales y románticos y sentíos que pueden ser los hombres cuando se trata de fútbol: para el deporte rey reservan todas sus palabras de amor, luego les cuesta horrores escribir un WhatsApp a su novia que no parezca dictado por un robot.

Pero en un último tirabuzón estival, la guerra cultural de la semana se ha desarrollado entre Ibai y los periodistas deportivos del Viejo Imperio, que vienen bastante picados porque el chaval les está comiendo la tostada y ha conseguido rascarle a La Pulga los minutos valiosos y las declaraciones inéditas (teniendo en cuenta que no es el tío más locuaz del mundo y que la verborrea argentina le ha pasado por el lado) que ellos llevan décadas sin oler. Resquemor verde de toda la vida: esa ni se crea, ni se destruye, ni se transforma.

Su espectacular sordera de maduritos resabiados me ha hecho sentir vergüenza ajena: si a un periodista no le interesan las cosas que están pasando (desde la polémica de los menores de Ceuta al éxito ecuménico de la plataforma Twitch), automáticamente deja de ser periodista. Si un periodista no es capaz de ser laxo con los aires nuevos, de ser curioso, de ser sorprendible, de ser abierto, de ser desprejuiciado, de ser comprensivo y perspicaz; si un periodista no es capaz siquiera ya de ser vanguardista, fresco e interesante, automáticamente deja de ser periodista.

No sé en qué momento el virtuosismo purista del oficio se reservó a cuatro señorones nostálgicos dándonos la matraca con que el mundo ya no es lo que era: a ver si no van a ser periodistas, a ver si van a ser historiadores. Esto no va de intrusismo profesional, va de que se niegan activamente a limpiarse el cerumen del oído y a prestar atención a nuevas voces, a nuevas corrientes, a nuevas plataformas, a nuevos talentos. Se han olvidado de que el periodista no construye el mundo: lo asume, lo explica, y desde sus textos intenta cambiarlo. Se han olvidado de que nunca fueron para tanto. Se han olvidado, de tanto reivindicarse a sí mismos, de que ya no les lee ni su tía Paca.

Lo que me hace especial gracia es que pretenden plantear el debate como si fuese “periodismo” vs. “Ibai”, es decir, insurgencia, datos y preguntas mordientes e incisivas frente a la extraña y cómoda simpatía de Ibai (puro charm, el tío): no es así, nunca fue así. Hace rato que el periodismo deportivo se ha convertido (siempre hablando en términos generales, con honrosas excepciones) en un cotolengo de apesebrados, hace rato que no rascan un titular decente, hace rato que asienten al discurso pueril y demagogo de sus protagonistas, hace rato que la industria se muestra, sin tapujos, como lo que efectivamente es: una taberna hooligan y rancia de amiguismos, pasta y felaciones.

Mientras asisten impertérritos a la decadencia del discurso deportivo, les da a los caballeros por reírse de las victorias de los jóvenes como Ibai, que (le joda a quien le joda), arrastra masas porque es natural (desde el pijama de bolillas a las palabrotas oxigenantes pasando por su humor diáfano y campechano que pone el foco, primero, en sí mismo), porque desacraliza las cosas y las pone a nuestro alcance (¿no era ese un don periodístico?), porque si tiene que encararse con quien sea por comentarios homófobos, o machistas o retrógrados, lo hace con elegancia y sin despeinarse (¡derechos humanos para todos los públicos!), y, muy especialmente, porque no parece que esté comprado, algo que la mayoría de redactores o comentaristas del gremio no pueden decir con la boca grande.

Ibai es amable con sus entrevistados, sí, pero los periodistas deportivos también y siéndolo no han conseguido nada: quizá sea eso lo que les duele. Yo también preferiría que me entrevistase él a uno de estos patronos cabreados y gerontofílicos con los que quedarme sopa en diez minutos. Ser joven no es pecado. Ser actual no es pecado. Tener don de gentes no es pecado. Ser la hostia no es pecado. Ser envidioso, sí. Ibai, jamás pidas perdón.

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