No es de buena educación mofarse de las personas cortas, pero el día del Mobile World Congress se me ocurrió que a los bajitos deberían eximirnos de ciertos cumplimientos protocolarios para evitar que, por una cuestión de altura, hagamos el ridículo. Es el caso de Pere Aragonés o el mío propio. El president no salió a recibir a Felipe VI cuando viajó a Barcelona para la inauguración del Mobile, pero compartió mesa con él, con Pedro Sánchez y con la alcaldesa Ada Colau. A lo mejor hasta le pusieron un cojín como a los niños para parecer un poco más alto.

Pero lo que puede arreglarse con cojines o un tomo de la Enciclopedia Catalana, no tiene remedio a pie firme. La imagen de Aragonés junto al Borbó y a Sánchez, cual peón que se ha quedado solo entre el rey y la reina, daría mucho de sí para saciar la voracidad de los contertulios.

La vida es puro protocolo. Hasta en las familias más sencillas los padres exigen a los hijos que observen ciertas reglas de comportamiento. Se imponen a fuerza de costumbre y a fuerza de costumbre se quedan para siempre. No estoy hablando de disciplina victoriana, porque a tanto ya no llego. Pero la formalidad da carácter a cualquier institución, ya sea política o de andar por casa.

Las rutinas son saludables. Los hijos saludan a los padres cuando se cruzan con ellos en el desayuno y les dan un beso de buenas noches antes de acostarse con el pijama puesto (dress code).

En mi casa no nos besábamos nunca, ni por la mañana ni por la noche. Eso no significaba que no nos quisiéramos. Sólo que la ausencia de protocolo era absoluta. No íbamos bien encaminados, en mi familia. A mis padres les llamábamos de usted y a mi abuela le reservábamos el vos, que sonaba muy medieval.

Muchas veces me he preguntado cómo se tratarán entre sí los miembros de las monarquías. Por ejemplo, los de la española. Aunque públicamente se hacen el plongeon e inclinan brevemente la cabeza, dudo que se profesen un respeto extremo. Creo recordar que el rey Juan Carlos I exigía puntualidad en el desayuno. Y si alguno de sus hijos no estaba dispuesto a ser puntual, prefería que se quedara en la cama. Por manta.

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