Ilustración: Tomás Serrano

Ilustración: Tomás Serrano

EL BESTIARIO

Ruido de cuñadas en Buckingham y dos catalanes que vuelven donde solían

De la polémica entrevista de Meghan con Oprah al nuevo presidente del Barça; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.

14 marzo, 2021 02:49

Joan Laporta

Los periodistas, como los ingenieros o los jueces, no son ajenos a las ideologías políticas o al color de los equipos de fútbol. Como principio general, todos queremos ser independientes y objetivos, pero nuestro corazoncito tiene sus preferencias y de ellas no lo mueven.

Hoy toca hablar de Joan Laporta, por sus obras lo conoceréis. Es chulito, extravagante y perdonavidas. No me gusta ni me disgusta. No soy futbolera y me conformo con lo que hay. Lo que había antes de Laporta era el tal Bartomeu, un hombre de aspecto apacible y sonrisa fácil, refractario a las destemplanzas y los exabruptos. Me conformé, claro.

Cuando Laporta aterrizó por primera vez en la presidencia del Barça tenía carisma y aires de ligón de playa. Pronto lo calaron. Era un abogado listo, indepe, mujeriego y naturalmente, culé, que fumaba habanos y hacía negocios con Uzbekistán.

El mandato duró de 2003 a 2009. En ese tiempo hizo gala de fidelidad al Barça, a Cruyff y al procés.

En 2008 fue acusado de negligencia en la gestión deportiva y le obsequiaron con una moción de censura. Se salvó de milagro, pero salió tocado. Dimitió la junta directiva en bloque. Él cogió los bártulos y se largó.

Ahora vuelve agitando el legado cruyffista que siempre ha llevado consigo. Los iconos están para eso. Y de Cruyff a Gasol, que ha puesto fin a su etapa americana y ha regresado. El presi lo recibió en el gimnasio. Pau se agachó como si fuera a coger en brazos a un niño de Unicef y Joan le devolvió el abrazo sin subirse a una escalera. Era la imagen más tierna y cómica que ha pasado por el Barça.

Del abogado que cambió a la madre de sus hijos por una actriz porno de Mollerusa apenas queda nada. Si acaso, su vocación de primo de Zumosol bajo la carcasa.

Willy Windsor

Se veía venir. Guillermo y Enrique (Willy y Harry) eran uña y carne, pero fue casarse y se armó. Willy era compañero de colegio de Kate Middleton, la joven que después sería su esposa. Se hicieron novios y regañaron varias veces, durante su noviazgo (como debe ser) hasta que comprendieron que estaban hechos el uno para el otro, se intercambiaron regalos de compromiso y llegó la boda.

Fue la misma boda a la que no asistieron Felipe y Letizia. Mejor dicho, asistieron a la ceremonia y no al convite. Ese día era el cumpleaños de una de las infantitas y sus padres le habían prometido llegar a tiempo para la tarta, así que nada más terminar la ceremonia, salieron despepitados.

Desde que se casaron Willy y Kate han llevado una convivencia modélica. Todo lo que tenían que discutir ya lo habían discutido de solteros. En cambio los hermanos, que siempre andaban por la vida juntitos como Pili y Mili, empezaron a distanciarse. No era gran cosa, pero sentaban el precedente.

Como sucede en tantas parejas, la entrada de un miembro nuevo en la familia era un elemento desestabilizador. Kate era bien vista por los ingleses y especialmente por la Reina. Bastaba que a Isabel II le gustara mucho Kate para que el resto de la familia dijera “sí, bwana”.

A veces surgía algún roce, pero de poca importancia. Las cosas se torcieron cuando Harry presentó oficialmente a Meghan. Al poco tiempo, radio macuto confirmó los rumores sobre el mal rollo entre las dos cuñadas. La Reina no sabía cómo sofocar la rebelión. Estaba a punto de desatarse un nuevo annus horribilis y los tabloides no cesaban de producir titulares. La entrevista de Oprah Winfrey destapó la caja de los truenos y Meghan se despachó a gusto.

A los pocos días, el príncipe Guillermo fue abordado por los periodistas, deseosos de verificar un comentario de Meghan sobre el color de piel del bebé. Guillermo no necesitó pensarlo dos veces: “Eso no es verdad, los Windsor no somos racistas”.

Qué bochorno.

Harry y Meghan

La entrevista concedida por la pareja a Oprah Winfrey es –y será- una fuente de ingresos. No tanto por lo que haya cobrado (eso nunca se sabe) como por lo que llegue a cobrar a partir de ahora. América le ha abierto los brazos a Meghan al conocer los sinsabores que desencadenó el nacimiento de su hijo y el dolor sufrido por “los comentarios racistas”.

Esa es otra. Según Meghan, hubo comentarios escabrosos, pero ella no se atrevió a decir de quién. “De la familia”, insinuó, haciéndose la interesante. Y coló. En América, muchas mujeres han apoyado a la actriz. Hillary Clinton sin ir más lejos. También Beyoncé. Y un sinfín. Ese país al que tanto le ha costado deshacerse de prejuicios raciales ha necesitado enviar una mestiza a Europa para casarla con un príncipe azul.

La historia es una lección que no acaba de aprenderse nunca. Mira por dónde, con todo este lío se está interpretando en el país de la libertad una versión interesada y falsa de Lo que el viento se llevó. No sabemos cómo será el final. Por si acaso, también Gran Bretaña prepara una serie con todos los ingredientes de un culebrón.

En la serie, la familia real alterna con figurantes de color chocolate que pasean arriba y abajo de Buckingham Palace. Atención: Meghan palidece. Ha corrido la voz de que la chica se tiñe el cutis con Bella Aurora.

Manuel Valls

Esta semana hemos sabido que el líder de Barcelona pel canvi, que se trasladó a la Ciudad Condal en 2018 para probar suerte en las elecciones a la alcaldía, arroja la toalla y vuelve a París. Si me descuido ya lo encuentro con las maletas hechas.
No le han ido bien las cosas a Manuel Valls. Mejor dicho, en el amor le han ido muy bien y en la política regular, aunque gracias a él la alcaldía no está gobernada por el independentismo.

Decía que en el amor le han ido bien las cosas, pero el mundo de los sentimientos es frágil y a la mínima ventolera sale volando. El ex primer ministro francés, puso un pie en Cataluña y enseguida conoció a Susana Gallardo, rica y separada de un empresario que había hecho fortuna con los vestidos de novia.

Susana y Manuel no necesitaron festejar mucho para sentirse seguros de sus sentimientos. Era verano, estaban en Menorca y el viento soplaba a su favor. Susana arrimó al hombro a la causa de Manuel y le presentó a medio Barcelona. El otro medio era indepe y no valía la pena hacerse el encontradizo.

Si el fracaso político no ha arrastrado al matrimonio, ambos se mudarán a Francia para empezar una nueva vida, pues se especula también con la posibilidad de que Macron ofrezca un cargo internacional al ex primer ministro. Por algo llevan unos meses manteniendo conversaciones. No me extrañaría que su futuro político estuviera a punto de salir del horno. Todo son apuestas.

Las próximas elecciones serán en 2022 y no hay que dormirse en los laureles. Marine Le Pen viene disparada y Valls no está para perder el tiempo: él mismo lo ha reconocido. Quiere reincorporarse a la política francesa, aunque nació en Horta, habla catalán y le habría gustado reinar en Barcelona. Ya, pero su patria es Francia y eso son palabras mayores.

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