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Consecuencias a largo plazo del estrés infantil

19 julio, 2014 21:03

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Que los más pequeños también tienen preocupaciones es algo más o menos sabido. Lejos de vivir siempre en un mundo despreocupado y feliz, en la infancia también hay inquietudes y ansiedades. Por muchos motivos. Estas preocupaciones generan un cierto nivel de estrés en ellos, en momentos en los que pueden sentirse abrumados: la separación de los padres, las presiones académicas y sociales (por encajar en un grupo, por ejemplo), la falta de tiempo libre y de juego, problemas familiares y económicos de los cuales son partícipes, noticias desagradables del mundo (guerras o desastres naturales), la muerte de un ser querido, malos tratos, etc.

Ciertos momentos de estrés, claro está, no tienen por qué ser negativos ni afectarles de modo crónico. Pero, ¿qué ocurre cuando los períodos de estrés se alargan en el tiempo? ¿Qué consecuencias para la salud tiene el estrés continuado en la infancia? Dos investigaciones recientes publicadas en la misma prestigiosa revista, Proceedings of the National Academy of Sciences, muestran, con enfoques diferenciados y resultados distintos, que las consecuencias son importantes.

El estrés y los genes

El primero de los estudios, llevado a cabo por investigadores de la Universidad de California, concluye que un entorno social estresante deja huellas duraderas en los cromosomas. Los telómeros, las secuencias repetitivas de ADN que protegen los extremos de los cromosomas y garantizan su estabilidad estructural con el paso de los años, son un 19% más cortos en los niños de hogares pobres e inestables que en niños de familias más estables. La longitud de los telómeros, huelga decir, es un marcador fiable de estrés crónico.

El estudio también ha encontrado que el vínculo entre los ambientes estresantes y la longitud de los telómeros viene determinada por variaciones genéticas en las vías que procesan dos transmisores químicos en el cerebro, la serotonina y la dopamina. Estudios previos ya habían relacionado las variaciones en algunos de los genes estudiados, como TPH2, con depresión, trastorno bipolar y otros problemas de salud mental. Variaciones de otro gen, 5-HTT, reducen la cantidad de la proteína que “recicla” la serotonina en las sinapsis nerviosas. Asimismo, se cree que algunos alelos de estos genes aumentan la sensibilidad de los portadores ante riesgos externos.

El equipo de investigadores tiene previsto ampliar su análisis a cerca de 2.500 niños y sus madres para comprobar si estos resultados preliminares se sostienen. Sin embargo, debido a que los efectos del estrés son tangibles a los 9 años, los científicos abogan por la intervención temprana como único modo de ayudar a moderar los efectos de los entornos hostiles y el estrés en la salud infantil.

Estrés y estado mental

El otro trabajo lo han llevado a cabo investigadores de la Facultad de Medicina Weill Corner (Nueva York) y de la Universidad de California. Según este segundo estudio, el cuidado inadecuado de los pequeños altera de forma permanente los circuitos cerebrales que procesan las respuestas de temor, lo que los hace emocionalmente más reactivos.

Según los resultados, se producen alteraciones persistentes en el circuito y función de la amígdala, la estructura cerebral encargada de procesar el miedo y las emociones. Además, estos efectos no son reversibles cuando se elimina la causa del estrés ni disminuyen al desarrollarse otras áreas del cerebro implicadas en la regulación emocional, como la corteza prefrontal.

En el trabajo, los investigadores compararon a 16 niños menores de once años criados en un orfanato con un grupo control de diez niños criados con su familia. Añadieron un modelo de roedor para estudiar la influencia del estrés en las primeras etapas de vida sobre el desarrollo posterior. Los científicos comprobaron que el estrés temprano modifica la regulación del miedo cuando se quiere lograr algún objetivo. Es decir, la posibilidad de que la motivación pueda ser mayor que el miedo y ayude a alcanzar un objetivo propuesto. En este sentido, la psicología evolutiva ha demostrado que la capacidad exploración de los bebés desde que gatean está relacionada con un apego seguro a los padres. Cuanto más confiados son respecto al afecto y cuidado de la figura de referencia, paterna o materna, más se aventuran a alejarse de su proximidad para explorar cosas que les interesan.

Además, estos rasgos ansiosos observados tanto en ratones como en algunos niños criados en orfanatos no parecen corregirse a lo largo del tiempo. Según los investigadores, sus resultados corroboran los hallazgos previos, que indican que recibir cuidados desorganizados e imprevisibles en los primeros años de vida puede alterar la regulación emocional de forma permanente con independencia de los factores genéticos y ambientales.

Fuente | Nature news, ABC

Imagen | Megan Skelly