La poeta posa para Magas.
Elisa Fernández, Premio Nacional de Poesía Joven 2025: "Ahora mi deseo es aprobar la oposición de bibliotecaria"
La poeta, de 25 años, obtuvo el galardón por Después del pop, pero eso no ha cambiado el curso de su vida y sigue soñando con cosas cotidianas.
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Elisa Fernández Guzmán (Bonares, 2000) habla casi como escribe, de corrido, sin signos de puntuación. Le encanta ser como sus amigas y tener un sentido de pertenencia. No le gusta “hacerse la distinta”. Tampoco la gente atormentada ni la que da demasiada importancia a las cosas. Cree que “estamos aquí para pasarlo bien”.
Con un único poemario, Después del pop, ha logrado el accésit del Premio Adonáis 2023 y el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández 2025. Prefiere poeta a poetisa.
Lo segundo le “chirría”, como si tuviera una connotación negativa. Cuando recibió la llamada del Ministerio de Cultura, pensó que era spam. Estaba en un descanso de estudio de la oposición a plaza de bibliotecaria en Madrid. Anunciado el premio y despachado el ministro, fue corriendo a comunicárselo a sus padres y amigos.
Está en una nube desde entonces. Su amiga Carmen le señalaba el otro día, sorprendida: “Eres Premio Nacional y estás aquí, saliendo de Pilates. La vida sigue igual.”
La poeta reivindica las cosas cotidianas que suelen pasar desapercibidas: dos chicas que se miran, la tarta de chocolate y marrasquino… El lugar donde se mezclan las obsesiones adolescentes, el desengaño amoroso, la ternura y lo cursi.
Para Elisa, más importante que el propio poema, es la vivencia. Encuentra la inspiración, como Santa Teresa a Dios, en todas partes: la calle, las tardes con sus allegados, una frase de una canción en la discoteca, la feria de su pueblo… Escribe de a poquito, cuando siente la necesidad o algo le obsesiona. Como quien hace galletas y no por ello monta una pastelería, dice.
Vive con sus padres en su pueblo natal, entre alcores y campos agrícolas, a 30 km de Huelva. En el patio de su casa siguen amarrados tres globos rosas de helio. Uno en forma de 2, otro de 5 y el tercero de Kitty en una avioneta. Restos de su reciente cumpleaños.
La andaluza escribe sin signos de puntuación ni mayúsculas.
Le siguen gustando las cosas “rositas y monas”. No cree que las decoraciones infantiles ni los gustos de adolescencia “estén de más en la adultez”. Confiesa que nunca le ha dado miedo “ser abiertamente cursi”, que le encanta La oreja de Van Gogh y que hay que “ser valiente para decir las cosas como se sienten.”
“Lo que más odio en el mundo —continúa— es intentar parecer más de lo que eres. Siempre hago lo contrario. Cuando me hacen alguna reseña con cosas grandilocuentes, me pregunto ¿dónde está eso? Yo escribo desde otro lugar.”
Después del pop recoge poemas de adolescencia reescritos con 21 y 22 años. Lo más difícil, señala Elisa, “fue no perder esa mirada. No tratar mi pasado adolescente con condescendencia pensando lo tonta que era. Quise convertir los momentos tristes en algo bonito, como una reivindicación de la dulzura y de la ternura.”
¿Después del pop qué hay?
El pop sería ese amor adolescente completamente loco. Después, una vida con menos paranoia.
¿Qué es o ha sido la adolescencia para usted?
Es una etapa muy mágica, en la que descubres las cosas que te gustan e interesan. Antes de ser adolescente ya me obsesionaba. Creo que por las películas de Disney Channel, en las que cumplir 16 años era lo mejor que te podía pasar.
Siempre he sido muy consciente de que el momento que estás viviendo se va a acabar. También, cuando tenía 11 años, me dio mucho miedo el fin de la infancia. Temo que el mundo a mi alrededor se tambalee y pueda perderse. Por eso escribo poemas.
Su generación, la Z, es nativa digital y está muy conectada.
Estarlo con gente de tu edad hace que tengas menos vergüenza a la hora de escribir. Tenemos un acercamiento más natural a la literatura a través de las redes sociales. Creo que esta cultura de crearse un perfil y contar quién eres desde pequeño, te lleva a escribir.
Siento que decimos las cosas de forma más directa. Intentamos evitar esa separación entre los que escriben y los que leen, y los que no hacen ninguna de las dos cosas. Todo el mundo puede acercarse a la poesía.
“El momento cumbre de la sociedad occidental son dos niñas que se miran”. Estos versos pertenecen a su poema El fin del mundo.
Me costó muchísimo escribirlo, porque me ponía demasiado o muy poco seria. En el libro está presente la dicotomía entre la idea de lo importante, lo histórico y lo adulto frente a lo tonto, lo adolescente y lo que no sirve para nada. Es importante saber lo que ocurre en el mundo, pero yo reivindico lo que suele pasar desapercibido, esas tonterías del día a día, de lo cotidiano.
Llaman al timbre. Es la vecina que ha olvidado las llaves de su casa, nos avisa su madre. Están preparando la capilla de la Cruz. Cada año le toca a una calle. Elisa nunca ha participado: “No es mi mundo”. Tampoco ha salido en procesión, ni baila fandangos. En la discoteca hace el paripé. Asegura que no sabe bailar. Pero lo cierto es que tiene oído musical. Se nota en sus versos.
No pone signos de puntuación, le gusta la idea de que el poema parezca hablado, que el lector “casi se agobie porque no sepa dónde parar. Aunque sólo tiene que respirar cuando acaba un verso”.
Omite las mayúsculas porque los adolescentes no las utilizan en las redes. Juega con las repeticiones, porque “un verso dicho dos veces cobra un sentido nuevo, que uno entiende de forma sensorial.”
Siempre empieza por el final del poema, con unos versos intensos. Lo más difícil, asegura, es pasar de una idea a otra. Van a empezar las fiestas de Bonares. La patrona es Santa María Salomé, madre de Santiago de Compostela.
Dice la escritora que su pueblo es muy abierto. Nunca ha tenido problemas por su homosexualidad. Le gustaría que sea “un refugio, más que algo que te atrapa”. Volver por fiestas y regresar a vivir de mayor, como hizo su madre a los 45.
Además de la literatura, le gusta el cine, sobre todo las comedias románticas. Encuentra su previsibilidad tranquilizadora. Tiende a romantizar la vida: “Siempre encuentro momentos de comedia romántica en todas partes”.
Admira a esas personas a las que les salen bien las cosas, que aprendieron a nadar y dieron el primer beso pronto. Ella tardó y siempre mete la pata, cuenta con sentido del humor. Habla mal de alguien y está detrás.
“Cuando creces con esas películas —explica— encuentras destellos de ternura, pero no te las tomas al pie de la letra. Centralizar el amor romántico como lo más importante de tu vida, como la única forma de vida, es terrible”.
¿Está escribiendo algo?
Sí. En momentos puntuales, cuando lo necesito muchísimo, pero lo hago muy lentamente. Ahora, me gustaría escribir un poemario sobre la amistad. Me cuesta hablar sobre ella. Quizás porque es un espacio tan tranquilo en mi vida que no necesito de esas reflexiones turbulentas.
¿Anhelos que tenga?
Tranquilidad, que la gente a mi alrededor tenga paz y salud. Ahora he recibido el Premio Nacional de Poesía Joven, pero el querer más y más y siempre estar hambriento te impide disfrutar de lo que ya te ha ocurrido, de lo que te rodea. Intento que no me nublen mucho los deseos de otras cosas.
¿Y qué deseos serían esos?
Aprobar las oposiciones, que mis amigos lo sigan siendo y tener tiempo para escribir.
¿Le gustaría ser una poeta de referencia?
No es algo que me quite el sueño. A mí me da mucha tranquilidad el olvido. Dentro de 100 años nadie se acordará de mí y, por tanto, puedo hacer lo que me dé la gana.
Qué liberador. ¿No tiene ningún deseo de trascendencia?
No. Es que no me voy a enterar si trasciendo o no. El pasado es un relato que nos contamos, el futuro no te lo promete nadie. Me gustaría que hoy, si alguien lee mi libro, vea su vida reflejada y me diga que ha sentido ternura como me ha pasado a mí leyendo otros libros.