María Aline Griffith, condesa de Romanones, fallecida en 2017, se dedicó al espionaje.

María Aline Griffith, condesa de Romanones, fallecida en 2017, se dedicó al espionaje. Europa Press

Protagonistas

De la condesa de Romanones a Mata Hari y Marina Vega: el espionaje también tuvo (y aún tiene) nombre de mujer

Aristócratas, personas de la corte de distintos reyes e incluso personajes bíblicos ejercieron esta profesión.

Más información: Recuerdos de una espía involuntaria en Moscú: Sheila Fitzpatrick en el punto de mira de la KGB

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Conocí a la condesa de Romanones en su casa hace diez años. En el zaguán esperaba su mayordomo, que me llevó hasta ella. Sentada en el salón principal, repleto de cuadros y lámparas, estaba Aline Griffith, vestida de negro absoluto bajo su particular moño blanco. Sonrió ligeramente.

Unos días antes, me había mandado un email con la preparación de esta escena: “Estimado Rubén, le recibiré en mi casa el jueves a las seis. El mayordomo nos servirá un té o lo tendrá preparado en el salón”. Después, había escrito unas líneas en las que me ponía en antecedentes de su historia. Yo había leído el libro La espía que vestía de rojo, que había sido best seller de The New York Times, pero aquel correo electrónico superó todas mis expectativas.

“Hice espionaje desde 1943 hasta hace unos años —me escribía sin rodeos—. Los presidentes estadounidenses Reagan, Nixon, Eisenhower y Kennedy han sido amigos”. Después, añadía una mención sobre los lugares en los que había trabajado y algunas de las personas que habían estado a su alrededor.

Aline Griffith, en una foto de 2002.

Aline Griffith, en una foto de 2002. Gtres

“Durante 30 años tuve largas visitas en casa de los duques de Windsor, fueron como padres”, decía. Su acento era muy peculiar, cualquiera que la conoció sabía que hablaba un español fantástico, pero nunca perdió su marcada entonación, quizás como un símbolo de lealtad.

Yo quería ser periodista”, comenzó su explicación aquel día. “Y trabajé como tal algún tiempo, lo que ocurre es que me ofrecían 100 veces más dinero a la semana por el trabajo de la moda, así que fui modelo en los años 1941 y 1942”, me dijo.

El relato de sus andanzas prometía: “Hasta que me reclutaron para el servicio de espionaje de la OSS —un término que yo aún no conocía, que está referido a la Oficina de Servicios Estratégicos, inmediatamente anterior a la CIA—. Y te diré que saber vestirse y estar bien arreglada ayuda mucho, en la vida y en el espionaje”.

Aline había sufrido un intento de robo pocos meses antes, que yo había sabido por la prensa, pero no quiso referirse a él porque le parecía poco interesante. Qué coraje, pensé. Aquel sería mi primer encuentro en persona con una de las mujeres más misteriosas y distinguidas que he conocido —hoy una importante productora ha adquirido los derechos de sus escritos para adaptarlos al audiovisual—, pero no era la primera espía de la que escuché hablar y tampoco la única.

Con mi educación religiosa supe pronto del personaje bíblico de Dalila. La Biblia es la primera fuente de los estereotipos culturales de femme fatale, comenzando con la propia Eva y continuando con Lilith y Salomé. El gran pintor Rembrandt representó el tema de Sansón y Dalila varias veces en su vida, pero hay una pintura suya titulada Sansón cegado por los filisteos (1636) que me impresionó especialmente cuando la vi.

Se conserva en la pinacoteca de Frankfurt. En ese lienzo ella aparece en el centro, con unas tijeras en la mano derecha y la cabellera de él en la izquierda, como una bandera ondeante. Resulta impactante cómo fue pintada su expresión, mientras miraba cómo le sacaban los ojos a su amante. La filistea que consiguió conocer el secreto de su fuerza “de cien hombres” y cortarla de raíz.

Carmen Posadas, en su libro Licencia para espiar (Editorial Espasa), detalla cómo “la mención documentada más antigua que existe de la actuación de espías se encuentra en el Antiguo Testamento”. Y añade que “el primer M —se refiere al nombre de la jefa de James Bond— del que se tiene memoria fue el profeta Moisés”.

La mujer que debutaría con este calificativo podría ser, en realidad, “Rahab, que vivía en un prostíbulo en la ciudad de Jericó. Su intervención está considerada tan decisiva en la historia del pueblo de Israel que, 14 siglos más tarde, el evangelista San Mateo la incluiría en la lista de los antepasados de Jesús”, escribe.

La segunda profesión más antigua del mundo”, la denomina también Laura Manzanera en su libro Mujeres Espías: intrigas y sabotaje tras las líneas enemigas (Editorial Debate), que sitúa la prehistoria del espionaje femenino en la China de Sun Tzu, y en la India, con “las llamadas visakanyas (doncellas envenenadoras), cuya misión consistía en eliminar a aquellos dirigentes que resultaban molestos”.

Durante sus comienzos, “Occidente institucionalizó la prostitución”, escribe Manzanera, creando lugares para el sexo que “cumplían a menudo un doble papel: satisfacer los deseos de sus clientes y servir como agentes de información para el Gobierno”.

Diego Navarro en ¡Espías! Tres mil años de información y secreto (Ed. Plaza y Valdés) nos recuerda cómo en la antigüedad griega, “las nodrizas, sirvientas y cautivas desarrollaban tareas de información y confidencia”. Sin embargo, sería con la llegada de los Tudor al trono inglés a finales del siglo XV cuando surgirían algunos sistemas de inteligencia muy eficaces que se extenderían hasta el siglo XVII.

Hay otro magnífico lienzo de Van Dyck que inmortaliza a Lucy Hay (1599-1660), condesa de Carlisle. De nuevo llama la atención su mirada, algo que quizás tienen en común todas las representaciones de espías femeninas.

Esta aristócrata probablemente inspiró a Milady en las aventuras de Alejandro Dumas. Se casó con James Hay, conde de Carlisle, cuando le pareció que desde esa posición podría convertirse en dama de compañía de la reina Enriqueta María. Tras el fallecimiento de su esposo pasó al Partido Republicano todos los secretos de palacio y de la Familia Real. Acabó asesinada.

Cualquiera que investigue en la historia moderna de las espías encontrará muchos nombres que, aún a costa de su vida, como Luisa de Carvajal de Mendoza (1566-1614) en la corte de Felipe II, consiguieron realizar una labor social o activismo.

De carácter decidido, no dudó en ayudar a católicos, sobre todo a misioneros, en la Inglaterra de principios del siglo XVII, fundando una congregación solo de mujeres e influyendo para proteger a los creyentes.

Por su parte, Anna Smith Strong (1740-1812), la desconocida ‘agente 355’, fue una de las que participó como agente en la Guerra de la Independencia norteamericana. Virginia de Castiglione (1837-1899), aristócrata amante de Napoleón III, fue pionera en el uso de la fotografía, creando una mitología personal para poder acceder a más secretos.

Florece el espionaje femenino

Sería llegado el siglo XX cuando alcanzaría su auge. Nacida en Holanda (Leeuwarden) con el nombre de Margaretha Geertruida Zelle, Mata Hari (1876-1917) es sin duda el mito, el icono, que alcanzó su plenitud en el ambiente de la Belle Époque.

Retrato de Mata Hari.

Retrato de Mata Hari. Getty

Como explica Fraser Stevens en su artículo The Poetic Failure of Mata Hari, es un personaje único que relaciona “el espionaje con el teatro y la actuación, ya que fue artista antes y durante su etapa como informante”.

Después de perder a su madre, tras un matrimonio extremadamente tóxico con Rudolf MacLeod y la muerte de su hijo, decidió adoptar este apodo —literalmente significa ‘luz del alba’, más exótico que su código H-21— para pasar información a alemanes y franceses al mismo tiempo. Su final sería, sin embargo, previsible: fue fusilada en la fortaleza de Vincennes. Pero su leyenda parece destinada a durar siglos.

Marthe Richer (1889-1982) fue una aviadora y espía que se alojó por temporadas en el hotel Ritz de Madrid bajo el nombre de condesa Masslov. Trabajó para los franceses en los dos grandes conflictos del siglo XX y después consiguió ser política, creando una ley para cerrar corruptos burdeles franceses. También cabe destacar a la artista Josephine Baker (1906-1975), que ejerció como informadora contra los nazis usando tinta invisible en partituras musicales.

El trabajo de espía ha ocupado muchas investigaciones en las que aparecen muchos nombres femeninos que formaron parte de la CIA en sus comienzos. Hasta el año 1942, en Estados Unidos no existía una agencia de espionaje como tal, pero cuando se formó, las mujeres accedieron masivamente.

Para Diego Navarro, hoy en día “los niveles de incorporación de agentes, analistas y expertas a los servicios de inteligencia de todo el mundo han crecido regularmente hasta alcanzar puestos de responsabilidad”.

En España, hay fuentes que aseguran que alrededor del 35% de agentes del Centro Nacional de Inteligencia son mujeres. Pilar Cernuda en No sabes nada de mí (Ed. La Esfera de los Libros) entrevistó a pioneras como Marina Vega de la Iglesia, que “describía con naturalidad su tarea”.

Pero para la escritora el caso Aline Griffith fue particular “porque pasaba información sobre aquellos temas que escuchaba en la infinidad de reuniones y fiestas a las que asistía”, ya fuera en El Viso, en su apartamento de Manhattan o en su finca de Pascualete, en Extremadura. Con una convocatoria que iba desde Audrey Hepburn a Salvador Dalí, ¿quién podía resistirse a asistir a esos eventos?