Javier Castillo me dijo en una ocasión que escribía planificando como quien prepara un crimen, y se lo toma tan en serio que cree que si ejecutase uno, podría conseguir que no le pillasen.
Nadie conocía hasta ahora a un profesional del suspense con tanto don de gentes.
Nadie conocía hasta ahora a un escritor oscuro dentro de un hombre tan luminoso.
Será la Málaga en la que nació, será que le baña el sol y el mar o será una infancia humilde y solitaria con la cabeza metida en hojas, será quizá que conoció el amor a los 17 y aún no le ha soltado de las solapas, será que fue asesor financiero hastiado y rompió a escribir tocando las teclas secretas del lector como otros sólo sueñan. De dónde viene la alegría que conoce el dolor, que lo amasa y lo expulsa fuera de sí, como un resorte. Eso es tan interesante.
Su éxito es mundial. Ha vendido más de dos millones y medio de libros. Está en tu estantería y en Netflix. El autor de La chica de la nieve vuelve con El susurro del fuego (Suma de Letras), su primera novela ambientada en España, en concreto, en las Islas Canarias, centro volcánico de la hermosura y el enigma.
Este chico sabe de misterio y de amor. ¿No fue siempre lo mismo?
La primera mujer de tu vida fue tu madre. Cuéntame cómo fue tu crianza. En otra entrevista me contaste que venías de una familia humilde. Estuviste becado en la universidad, trabajaste en los 100 montaditos y de barrendero.
Sí. Mi crianza fue normal, pero no tan normal... (ríe). Sí, venía de una familia muy humilde. Mi madre trabajaba limpiando, mi padre de albañil, trabajaban mucho así que pasaban mucho tiempo fuera. Yo crecí sobre todo con mi abuela. Estoy muy unido a ella, a mi abuela, sigue muy presente en mi vida, de hecho nunca me he mudado de mi ciudad por estar cerca de ella y de mi madre.
Mi madre, que es la persona más importante para mí, pasó una enfermedad complicada cuando yo era niño. Tuve que quedarme mucho en casa con ella, y fue entonces cuando empecé a leer y a escribir. Como no podía salir, inventaba cuentos a partir de lo que leía. De esa época guardo el recuerdo de los libros, mi madre y mi abuela.
El autor Javier Castillo ha crecido influenciado por su abuela y por su madre.
¿Cómo eran tu madre y tu abuela? ¿En qué te pareces a ellas y en qué no?
Creo que no me parezco mucho a ninguna, por desgracia. Mi abuela es una mujer fortísima, de esas que dirigen toda la casa y reúnen a la familia. Es la que organiza las comidas, la que sostiene a todos. La bisagra emocional.
Cuando murió mi abuela me di cuenta de eso: del silencio que dejan las mujeres que nos juntan a todos alrededor de una mesa.
Tal cual. Mi abuela es así: cariñosa, pendiente de todo el mundo. Y pienso en lo que vivió: la posguerra, trabajar en casa de señores por un plato de comida… Buá, ella es una superwoman. Y no me parezco a ella porque yo sólo soy un escritor. Mi madre, en cambio, fue la calma y la ternura. Yo crecí orbitando entre las dos: la fuerza de una y la delicadeza de la otra. Soy lo que soy gracias a ellas.
"Mi madre pasó una enfermedad complicada cuando era niño y pasé años en casa con ella: ahí empecé a leer y a escribir"
¿Y cómo te han influido esas mujeres —y otras— a la hora de construir personajes femeninos o entender su mundo emocional? ¿Cómo te has acercado al cerebro y al corazón de una mujer?
Estar rodeado de mujeres me ha hecho empatizar mucho. Mi mujer, por ejemplo, me ha abierto los ojos a emociones que creo que no veía por ser hombre. Hay muchos hombres que no se interesan por conocer ese "otro lado". Ella y sus amigas te enseñan un mundo que... no sé, yo creo que ese mundo muchos hombres ni lo perciben. Esa apertura te cambia la mirada. La empatía no solo te sirve para escribir mujeres, sino para todo, para tu día a día, para vivir mejor.
Para los derechos humanos.
(Ríe) Sí, total. Para la vida normal. Ahora que soy padre —tengo una hija y dos hijos— estoy en pie de guerra, más que nunca, contra las diferencias de género. Intento transmitirles valores para que los errores que se han cometido (y yo seguro que he cometido también muchos) no se repitan, y que mi hija crezca fuerte para todo lo que venga. El machismo sigue existiendo y quiero que esté preparada.
"Mi abuela trabajó en casa de señoritos por un plato de comida… es una superwoman. Yo sólo soy un escritor"
Naciste en el 87. ¿Cómo fue tu infancia y tu primera juventud? ¿Cómo era la mirada hacia las niñas en esa España?
Todo estaba muy estandarizado. Fútbol, fútbol y fútbol. Yo estaba apuntado a fútbol y lo dejé para estar con mi madre. Pero en mi colegio ni siquiera había equipo de niñas. Ahora es distinto y es maravilloso, mis hijos juegan mezclados y es una maravilla. De aquella época recuerdo mucho el machismo en el lenguaje y los insultos: “Pegas como una niña”, “eres una nenaza”... esa infancia machista en el idioma. Pero no lo viví ya tanto en el trato a compañeras de clase, soy de una generación más avanzada en ese sentido.
Castillo encuentra un gran sexismo aún en el lenguaje y creció en un mundo aún estandarizado donde las niñas no jugaban al fútbol.
El lenguaje es algo largo. A veces imitamos el lenguaje aprendido y no es el lenguaje el que se adecúa a nosotros.
Sí. Está impregnado en nuestra psicología. Cuando escribes te das cuenta de la barbaridad de frases machistas que repetimos sin pensar, como "qué coñazo". Es un horror. Siempre tiene connotaciones negativas. Yo intento que mis personajes femeninos sean fuertes y sensibles al mismo tiempo, porque la sensibilidad es un valor, no una debilidad. Lo deseable sería celebrarla, no marcarla como algo “de mujeres”.
Combatir el sexismo, vaya.
Exacto. Me sorprende cuando alguien me dice: “Tus mujeres son fuertes”. Y pienso: "Pero, ¿tú has conocido a mi abuela?".
"El machismo sigue existiendo y quiero que mi hija crezca fuerte y esté preparada para lo que viene”
Era una miura. Te vestía de torero si hacía falta.
(Ríe) ¡Y tanto! Las mujeres de mi vida son así. Las mujeres que conocemos son aún más fuertes de las que plasmamos en los libros, pero hay una idea aún en España de que tienen que ser débiles. Y no. Cuando yo las escribo, no hay exageración, ni adorno, ni ficción ahí.
¿Quién fue tu primera amiga?
Carolina, una compañera de clase. Me acuerdo perfectamente de sus apellidos (ríe). Nos sentábamos juntos en el colegio y hablábamos sin parar. Al final nos separaron porque no parábamos de charlar. La pusieron detrás y yo estaba siempre vuelto para hablar con ella. Era mi súper amiga.
Adoro el palique de chico-chica, ¡el palique no segregado...!
Sí. Con los años mis amistades han cambiado: cambias de entorno, sales de la universidad... Ahora mis amigas son, sobre todo, amigas de mi mujer o madres de niños del colegio. Es otra etapa y otro tipo de amistad, está muy guay.
¿Y tu primer amor?
Mi mujer. Siempre, siempre. Antes tuve tonterías, encaprichamientos de decir "ay, me gusta", pero amor no.
"Hemos crecido con insultos machistas, como ‘pegas como una niña’. Aún decimos ‘qué coñazo’"
Entonces, ¿eso qué era?
Eso es autodescubrimiento. Empezar a sentir emociones. El amor de verdad es otra cosa: calma, conversación, entendimiento. Es tener una persona al lado, estar callados y estar felices mirándoos en silencio. Es paz. Es sentirte pleno, es no necesitar nada más, es renunciar a ti mismo un poco. Lo otro es hormona. La pasión es divertida, claro, pero el amor es renuncia, complicidad, proyecto común. Es un mismo barco. Es alegrarte por el otro como por ti mismo.
¿Cómo la conociste?
Hace muchísimo tiempo. Hemos pasado por todo. La conocí por amigos comunes, en una fiesta en una piscina. Al principio nos caímos mal. Y de esa fricción nació todo.
Castillo lleva toda la vida enamorado de su esposa, desde los 17, cuando la conoció en una piscina.
En Agua y Jabón, Marta D. Riezu dice que los grandes amores empiezan con un: "Pero, y este gilipollas, ¿de dónde sale?".
Qué bueno. Sí. Ese pique inicial. Fue algo así. Pero no era "me caes mal" de verdad, era más bien un "no te entiendo". Era curiosidad, que a veces se camufla... Poco a poco empezó el tonteo, y desde entonces seguimos juntos. Teníamos 17 años. Con los años la relación ha madurado. La pasión del principio se transforma en algo más sereno, más hondo. El agua con gas está muy bien, pero cuando tienes sed... lo que quieres es agua sin burbujas. Compartimos muchos valores, muchos sueños. Los sueños son el motor de una pareja.
¿Cuáles son tus sueños?
No tengo sueños profesionales.
¡Se te van cumpliendo solos...!
No, es porque mi felicidad no puede depender de ellos, porque puede que no se cumplan. Mis sueños personales... no sé, tienen más que ver con ver a mis hijos crecer, y eso depende más de mí, del tiempo que les dedico, de estar presente.
O pasar una tarde de peli y pizza casera. Es una absurdez, es sencillo y te hace feliz, de verdad. En verano nosotros tenemos una tradición súper tonta que es hacer una masa casera de pizza con la harina y todo el jaleo, con los niños, que es una fiesta, y luego ver las Perseidas. Intentamos ver estrellas fugaces. Lo hacemos todos los años. Mi sueño es ver las siguientes Perseidas.
"Mi primer amor ha sido mi mujer: estamos felices sólo mirándonos sin hacer nada, en silencio"
¿Cómo es Verónica?
Vero... hay muchas Veros (sonríe).
Eso dicen las personas con relaciones de largo recorrido: "No estoy siempre con la misma persona".
Totalmente. Va cambiando. Vero es súper divertida, calmada y muy inteligente. Está en un momento ahora que parece que estoy con el Dalai Lama (ríe). ¡Una sabiduría... unas sentencias brillantes, tan irrefutables...! Es alucinante. A veces caótica, pero con una claridad asombrosa. Es como la voz de la razón. Ha tenido distintas etapas, cada una con su luz. Ahora está en una fase muy serena, muy de reflexión. Las conversaciones con ella son cada vez más profundas.
Me gusta que digas "divertida". No es algo que los hombres suelan decir de su pareja.
Sí, ella lo es, y echo de menos que se diga más que una mujer es divertida. Mi mujer lo es mucho, tiene coletillas, bromas particulares, chorradillas, un humor cotidiano que alegra todo.
¿Quién fue la mujer que más temiste?
¡Buena pregunta! Igualmente, mi abuela. Era mi brújula moral. Cuando hacía algo mal, no temía el castigo de mis padres, sino que se enterara ella. Eso te marca. Creo que ahora falta esa figura: ya no se teme nada, ya no hay ni enfados. Todo es comprensión y dulzura, que está muy bien, pero se pierde el sentido de los límites y la discipilna. Tener una referencia moral, alguien que te imponga respeto, te da estructura. Así aprendes sobre tus fronteras: tu espacio no es todo. Tu espacio es tu espacio. No podemos saltar a la verja de otra gente.
"Mi escritora favorita es Agatha Christie. Fingió su desaparición durante 11 días para evidenciar que su marido tenía una aventura y poder divorciarse"
Hablemos de Miren, la protagonista más conocida de tus novelas.
Miren es un personaje muy complejo, una auténtica mezcla de fragilidad y fortaleza. Sufre una agresión sexual, un trauma muy duro, pero decide que eso no la va a cambiar. Se niega a rendirse, construye una coraza... pero por dentro sigue herida. Hay una lucha continua dentro de ella. Es sensible e imprevisible.
Es vengativa. Cuando está sola, llora, pero cuando hay un hombre delante, le dice las cosas a la cara. Es explosiva, es inesperada. Eso la hace fascinante, porque el lector nunca sabe por dónde va a salir. Es difícil de escribir para que esté siempre dentro de sus propias reglas, pero está muy viva, y creo que conecta porque todos somos así: contradictorios.
Miren es la gran protagonista de las novelas más exitosas de Javier Castillo: una mujer sensible y fortísima a la vez.
En la nueva novela, la protagonista es Laura Ardoz.
Sí, Laura es la hermana de Mario. Estudió Astrofísica, vive en Canarias y está haciendo un máster en el Observatorio del Teide. Es más espiritual, más sensible, muy conectada con la naturaleza. Mientras su hermano está apagado, porque enferma de un cáncer y la vida lo ha ido opacando, ella brilla y trata de enseñarle lo que es vivir. Se ha alejado de Madrid, ha abrazado la naturaleza, tiene una filosofía distinta... con la comida, la música, la gente... todo eso tan de Canarias. Aunque desaparece, está presente todo el tiempo, en flashbacks... la vemos en su infancia, la vamos conociendo.
Es como esas mujeres que llenan la historia incluso desde la ausencia, como Rebeca en Hitchcock.
Sí. Todo está lleno de ella. Laura busca respuestas tanto en la ciencia como en la fe. Ha perdido a sus padres, tiene sus propios sueños... Es una contradicción preciosa: la astrofísica que mira al cielo buscando a Dios, o a algo que no sabe lo que es. En la novela viaja así, entre el cielo y la religión, y te das cuenta de que la respuesta no está en ninguno de esos dos mundos.
¿Qué crees que los hombres aún no han entendido de las mujeres?
Que no son una posesión. De fondo, sin decirlo, no verbalizado y no claramente, pero muchos hombres siguen creyendo que lo son. Y eso es lo que hay que romper. Una mujer es imposible. Es imposeíble. Es algo que tienes que disfrutar y tener cerca de ti, pero nunca querer poseer. Como mucho, deberías desear que ella quiera estar cerca de ti.
"Mi política favorita es Michelle Obama: le dio contenido real a un papel que solía ser sólo decorativo"
Es como la belleza: no se puede capturar, sólo se puede disfrutar. Yo no quiero para mí los cuadros de El Prado... lo que quiero es poder verlos y amarlos.
Exacto. Y desear que siga ahí. Tenemos tan interiorizada la idea de posesión… incluso cuando hablamos de amor, decimos “mi esposa”, “mi mujer”, como si el lenguaje llevara dentro esa trampa de pertenencia. Tenemos que aceptar la personalidad de los otros, sus caracteres también explosivos.
Es difícil no querer controlar, no solo a los demás, sino todo. Tenemos una obsesión por el control en todos los aspectos de nuestra vida.
Totalmente. Nos cuesta en todos los ámbitos. Pero creo que estamos aprendiendo a soltar, a aceptar que el otro —sea quien sea— es distinto y no podemos controlarlo. También hay mujeres jóvenes que ya no buscan una pareja que las complete, como se decía o se buscaba antiguamente, sino que las acompañe. Eso es un cambio enorme.
Castillo es un hijo sano de Agatha Christie, su escritora predilecta.
Hablemos de mujeres que te inspiran. ¿Una escritora favorita?
Sin duda, Agatha Christie.
No me extraña. Eres un poco el hijo sano de Agatha Christie.
(Ríe) Puede ser. Me fascina por su talento, por su modernidad, por lo adelantada que estaba a su tiempo. Escribe como si viviera en nuestra época. Y además fue una mujer valiente, feminista, brillante. Su historia personal me parece una genialidad.
¿La de su desaparición?
Sí.
Recuérdamela, por favor.
Ella sospechaba que su marido tenía una aventura y quería divorciarse. Así que hizo algo insólito: desapareció. Abandonó su coche, el país entero se puso a buscarla —era ya la escritora más famosa del Reino Unido— y durante once días nadie supo dónde estaba. Se había refugiado en un hotel en Harrogate (estuve, ¡es precioso!), bajo otro nombre.
Todo el país hablaba del caso, y el principal sospechoso era su marido. "La ha matado", tal. Como tuvo que declarar ante la policía y decir lo que estaba haciendo... al final salió a la luz su infidelidad. La amante habló, se hizo pública la aventura del marido. Cuando Agatha reapareció, dijo que no recordaba nada de esos días. En ese momento estaba muy mal visto el divorcio, pero este caso la absolvió a ella, claro. La gente se rindió a la evidencia. Fue su venganza elegante: no necesitó gritar, sólo desaparecer. Me parece una maniobra brillante, de una inteligencia absoluta.
Hizo de su vida su obra.
Exacto. Transformó el dolor en una historia perfecta. Es la prueba de que su mente funcionaba siempre como la de una narradora. Usó su creatividad para salvarse.
¿Y tu actriz o directora favorita?
Tengo muchas. Pero si tengo que elegir, diría Rosamund Pike: me parece impresionante, elegante, inteligente. Entre las españolas, me quedo con Catalina Sopelana, que está haciendo cosas muy interesantes, y como directora, Isabel Coixet. La librería me parece una joya.
Javier Castillo adora las películas de Isabel Coixet y como política, admira a Michelle Obama.
¿Y en música?
Escucho de todo, pero mi grupo de fondo, el que siempre me acompaña, es Keane. También me encanta The Killers. Y soy muy de música de los ochenta, me tira lo melódico, lo interpretativo.
¿Una política favorita?
Michelle Obama. No es exactamente política, pero ha hecho mucho desde ese lugar. Me gusta cómo le dio contenido real a un papel que solía ser solo decorativo. Movilizó a la gente, impulsó hábitos saludables, visibilizó la comunidad negra… Le dio sentido a una figura que antes era pura pose.
Le dio contenido.
Sí, justo. Como hizo Jackie Kennedy a su manera, pero Michelle lo llevó más lejos.
¿Y un personaje histórico femenino favorito?
Marie Curie, sin dudarlo. Es inigualable: dos premios Nobel en disciplinas distintas, en una época en la que ser mujer y científica era casi imposible. Una historia de superación y talento descomunal.
¿Y de ficción?
Es complicadísimo elegir. Pero te diré un personaje que me encanta: Nairobi, de La casa de papel. Tiene una espontaneidad y una energía muy reales. No parece un personaje escrito, sino alguien de carne y hueso.
"Mi hijo y mi hija tienen las mismas obligaciones: recogen su plato, ordenan su habitación. Pero aún hay casas donde la mujer sirve el plato al marido"
Tus lectoras suelen ser mujeres. ¿Por qué crees que conectan tanto con tus historias?
No lo sé del todo, pero creo que es porque mis thrillers son emocionales. Hay acción, giros, misterio… pero lo importante son las emociones, las heridas de los personajes. No sufren tanto por lo que les pasa como por cómo se sienten.
Y las mujeres tienen una capacidad de empatía impresionante. Donde un hombre diría “estoy bien”, una mujer detecta veinte matices distintos. Esa sensibilidad les permite entrar mejor en mis historias.
¿Y dentro de la industria literaria? ¿Queda sexismo?
Mucho menos. Hoy las autoras tienen tanto o más éxito que los autores. Ya no hay esa barrera que había antes, cuando se las invisibilizaba. Quizás lo que sigue ocurriendo es que hay “novela femenina”, pero no “novela masculina”. La etiqueta ya lo dice todo.
Las lectoras leen de todo; los hombres, en cambio, suelen leer a otros hombres.
Pero eso también está cambiando. Lo de "los hombres" y "las mujeres" no está tan encapsulado ya...
Pero ahora se habla del “Imperio Romano” como símbolo de obsesión masculina.
(Ríe) Sí, lo he visto. Cada persona tiene su propio imperio romano. Yo no pienso en el Imperio Romano todos los días, pero sí me paso la semana intentando ser Marco Aurelio.
Castillo cree que la gran literatura siempre ha dado su espacio a la complejidad femenina, como en Los renglones torcidos de Dios.
¿Y cómo ha cambiado la forma de narrar a las mujeres en la literatura española?
Mucho. Ahora hay más matices, más verdad. Durante un tiempo se simplificó la figura femenina, sobre todo en géneros como el romántico o el erótico. Pero la buena literatura siempre ha sabido mirar con empatía. Si piensas en La casa de Bernarda Alba o Los renglones torcidos de Dios, los grandes personajes son mujeres. La evolución ha sido enorme, aunque todavía queda por hacer.
Para terminar: ser padre de una niña. ¿Qué te enseña eso?
Que todo empieza en casa. Mis hijos tienen las mismas obligaciones: recogen su plato, ordenan su habitación, sin distinciones.
Me sorprende que aún haya hogares donde la mujer sirve el plato al marido. Yo quiero que mis hijos no vean diferencias en casa, que la igualdad se viva, no se predique. Y también dejarles libertad.
Mi hija está en jiu-jitsu con su hermano. Me encanta verlos ahí, compitiendo, aprendiendo. Verla inmovilizar a un niño de ocho años y que él pida ayuda es una maravilla (ríe). Eso quiero para ella: que sepa defenderse, que no dependa de nadie y que todo se base en el mérito y el esfuerzo.