Retrato de la investigadora madrileña.

Retrato de la investigadora madrileña. Cedida

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Anna Castells, la científica que explica la depresión desde el intestino: "La microbiota dice mucho de nuestro ánimo"

La bióloga, premio L'Oréal-UNESCO 'For Women in Science', ha llevado a cabo una investigación que podría dar lugar al desarrollo de nuevos fármacos.

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Hace ya cuatro siglos desde que los libros atestiguaron lo que hoy llamamos depresión. Apareció el término animae dēpressio, que se traduciría como "bajada de ánimo" en un intento temprano de poner palabras al decaimiento emocional. En 1780, la Academia Española lo consignaría en su diccionario con la acepción "abatimiento, humillación".

Palabras para nombrar un estado que hoy afecta a alrededor de 280 millones de personas en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud, y que constituye una de las primeras causas globales de discapacidad. Tantas son las repercusiones que esta enfermedad tiene en el organismo que incluso la corteza cerebral cambia su estructura anatómica para combatir los síntomas.

La ciencia ha pasado siglos escrutando ese órgano prodigioso que es el cerebro en busca del origen de la tristeza. Pero este tal vez no solamente deba estudiarse en él ni en los neurotransmisores, sus mensajeros. Anna Castells propone mirar más abajo: "La microbiota intestinal tiene mucho que decir sobre nuestro ánimo".

En realidad, no es una frase hecha. Las investigaciones de la bióloga han demostrado que esas diminutas colonias de microorganismos son capaces de generar compuestos que pueden influir directamente en la salud mental, modulando procesos como la inflamación o el metabolismo de nutrientes claves para el buen estado de la misma.

Por sus hallazgos, que hasta la fecha han culminado en un proyecto bautizado con el título Identificación de nuevos agentes antidepresivos mediante el eje microbiota-intestino-cerebro, la madrileña ha recibido uno de los premios L’Oréal-UNESCO For Women in Science, en una edición que conmemora los 25 años de este galardón internacional.

Retrato de la investigadora.

Retrato de la investigadora. Cedida

"La depresión actualmente afecta a muchísimas personas y las terapias actuales tienen algunas limitaciones. Mucha gente recae después del tratamiento, y en algunos casos, los fármacos disponibles no son efectivos”, explica Castells. Esa constatación fue precisamente lo que llevó a su equipo a buscar nuevas vías de investigación.

Lo que exploraron es hasta qué punto la microbiota intestinal mantiene una comunicación bidireccional con el cerebro, ya que esta genera moléculas que tienen efectos sobre el sistema nervioso. Hay algunas "no tan buenas", precisa la científica, en la medida en que pueden agravar los síntomas de la depresión o contribuir a estados de inflamación.

Lo positivo es que también hay otras que sí que lo son, pues actúan como verdaderos antidepresivos naturales con un potencial terapéutico enorme. "Un estudio más profundo de estas moléculas podría llevar a desarrollar nuevos tratamientos o combinarlos con los ya existentes", destaca en conversación con esta revista.

Su reconocimiento cobra un peso especial en un contexto en el que la salud mental ocupa titulares, sobremesas y políticas públicas: "La pandemia incrementó significativamente los diagnósticos. No solo es un problema para quienes la sufren, también para sus familias y para el sistema sanitario, que asume un gasto enorme. Invertir en esto es beneficioso a todos los niveles", sostiene Castells.

Su investigación se encuentra más avanzada de lo que podría parecer. La bióloga cuenta que ya trabaja en paralelo con la industria, no solo en lo relativo a la depresión, sino también en enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer. "Estamos testando probióticos para ver sus efectos en la prevención o la mejora de la cognición", indica.

Los resultados, adelanta la científica, "son muy prometedores". La empresa con la que colaboran, especializada en la fabricación de estos organismos vivos adicionados, podría trasladar los compuestos al mercado "en relativamente poco tiempo para lo que suelen tomar los procesos biomédicos".

Una trayectoria brillante

La historia de Anna Castells no empezó en un gran laboratorio, sino en un pequeño pueblo de las montañas catalanas, "cerca de Berga", matiza. Allí nació la vocación que más tarde la llevaría a licenciarse en Biología y Bioquímica y a completar un máster en Neurociencias en la Universidad de Barcelona.

Concluidos los estudios, decidió mirar más allá de las fronteras. Un billete a Holanda —que debía durar un año— terminó extendiéndose a ocho. "En Ámsterdam hice mi doctorado y estudié la genética detrás de enfermedades del desarrollo como el autismo o la discapacidad intelectual", recuerda. Esa etapa le permitió conocer un modelo más internacionalizado y con mayores recursos que el español.

En cualquier caso, su carrera no quedó atrapada en la fuga de cerebros. Tras ese periplo, se incorporó al Instituto de Investigación Biomédica de Girona, en el grupo de Nutrición, Eumetabolismo y Salud. Ha recibido contratos postdoctorales como el Sara Borrell del Instituto de Salud Carlos III. "Ahora he obtenido uno de consolidación para investigar", celebra.

En el IDIBGI, junto a otros investigadores, creó un laboratorio pionero con Drosophila melanogaster —la mosca de la fruta— como modelo experimental. Un insecto diminuto, sí, pero con un poder insospechado: "Nos permite probar miles de moléculas candidatas de forma rápida, barata y sin las limitaciones éticas de trabajar con ratones".

Tras ocho años en tierras holandesas, Castells notó cambios al volver. "Está mejor que cuando me fui. Hay más oportunidades y becas para promover una carrera", asegura. Sin embargo, dice, "aún queda mucho por hacer", pues el diagnóstico sigue siendo agridulce. España invierte alrededor del 1,4% de su PIB en I+D+i, frente al 2,3% de la media europea y está lejos de países como Alemania o Francia.

La inteligencia artificial también ha irrumpido en el día a día de los investigadores. "Antes, analizar un solo día de vídeos de comportamiento de las moscas podía llevarnos semanas de trabajo manual. Ahora, los programas reconocen y cuantifican cada gesto en minutos. Es más rápido, más objetivo y nos libera tiempo para pensar en lo importante", explica.

¿Sustituirá la máquina al investigador? Ella niega con firmeza: "Son inteligencias distintas. La IA es una herramienta, no un reemplazo. Va a haber muchos avances gracias a ella en los próximos años". Está convencida de que la ciencia, con el ser humano capitaneando cada innovación, "es fundamental para que la sociedad avance".

Un reconocimiento simbólico

Foto de familia durante la ceremonia de recepción de los galardones, celebrada en el Teatro Real de Madrid.

Foto de familia durante la ceremonia de recepción de los galardones, celebrada en el Teatro Real de Madrid. Cedida

Durante su conversación con esta revista, Anna Castells confiesa que el premio L’Oréal-UNESCO llega en un momento clave de su carrera. "Desde pequeña soñaba con ser científica. Este galardón me da una inyección de energía positiva para seguir adelante y me ha acercado a una familia que me llevo para toda la vida".

También celebra su importancia como "altavoz" para visibilizar el papel de las mujeres en las disciplinas STEAM. Las científicas lideran avances revolucionarios en todo el mundo, pero aún enfrentan desigualdades: solo representan el 33,3% del personal investigador a nivel global y menos del 4% de los premios Nobel en ciencia. En Europa, apenas el 11% ocupa cargos de liderazgo en el sector.

"Reconocer a estas jóvenes investigadoras no solo significa respaldar proyectos de altísimo nivel, sino construir una comunidad más competitiva y representativa", declara Juan Alonso de Lomas, CEO de L'Oréal España y Portugal. El titán del beauty francés acumula 19 ediciones de alianzas con la UNESCO en pos de impulsar la excelencia femenina.

"Ni la ciencia ni ningún otro ámbito pueden permitirse prescindir de la mitad del talento. Nuestra participación es clave para que la investigación sea más inclusiva y útil para toda la sociedad", concluye Castells, que hoy disfruta de su reconocimiento —dotado con una beca de 15.000 euros— tras haber sido seleccionada por un experimentado jurado.